Feliz Semana Santa
—¡Esternocleidomastoideo! —dije yo bien alto contestando a la pregunta del profe de Lengua y Literatura.
—No, Dimas. A esa palabra le falta una vocal, la U —me contestó
—Ay, es verdad —reconocí decepcionado y seguí pensando.
—Tenéis que encontrar palabras que contengan las cinco vocales. Venga, que hay muchas, a ver quién es el primero en dar con alguna.
Toda la clase buscaba y buscaba una palabra que cumpliera con esa condición, tener las cinco vocales. El susurro en voz baja de cada uno de nosotros, creaba entre todos una curiosa atmósfera de intriga. La concentración era máxima hasta que...
—¡Abuelito! —exclamó Jesús exultante— A, U, E, I, O. ¡Abuelito tiene las cinco vocales!
—Correcto —le felicitó el profe acercándose a darle una palmadita en la espalda— Pues muy bien ¿alguna otra se os ocurre?
Al rato, entre todos habíamos encontrando algunas más: murciélago; euforia; riachuelo; centrifugado... Pero quien había encontrado la primera era Jesús. Siempre Jesús —a quien también llamábamos Contreras, por su apellido, para distinguirlo de otros Jesuses— resultaba victorioso en todos los retos. Siempre Jesús era el más rápido, el más listo. Él era sin duda, y en todas las asignaturas, el primero de la clase en terminar cualquier tarea. Y también, consecuentemente, era el niño mimado del profesorado y la envidia constante de todos sus compañeros.
Satisfecho ya el profesor, acabó utilizando el ejercicio como muestra de "la gran riqueza sonora de nuestro idioma" y hablándonos de su importancia en la literatura.
—Escuchad por ejemplo la musicalidad que aportan las palabras que habéis encontrado: "el abuelito de aquel murciélago vuela con euforia sobre un riachuelo centrifugado" —exclamó ceremonioso señalando por la ventana hacia la lejanía para, tras una breve pausa, girar su cabeza hacia nosotros y empezar a reírse a carcajadas.
La clase entera celebró aquella ocurrencia tan simpática del profe con gran jolgorio hasta que, alzando su mano, nos interrumpió de nuevo para decirnos:
—Bueno, pues ya tenéis tarea para esta Semana Santa: Redactar un texto, de unas quince o veinte líneas y tema absolutamente libre, en el que vuestra atención se centre sobre todo en la belleza sonora de vuestro texto. Que al leerlo os guste cómo suena ¿de acuerdo? Seguro que vuestra redacción será mejor que la mía del "riachuelo centrifugado". Je, je —lanzó un par de risas más antes de abandonar la clase.
—Mi querido Dimas ¿Cómo estás?
—Pues bien, muy bien, en pelotas ahora mismo.
—Ja, ja, qué bueno. Oye, mira, necesito verte con mucha urgencia. Te voy a pedir un favor, ya sabes tú lo mucho que agradezco siempre tus favores ¿Podríamos quedar esta misma mañana?
—A tu disposición, Jesús. Dime ¿Dónde nos vemos?
—Pues creo que va a ser mejor si me acerco a tu casa como hemos hecho en otras ocasiones ¿Te vendría bien?
—Por supuesto. Aquí te espero.
—¿Si, hola?
—Hola Dimas, soy yo.
—Te abro
...
—Pero hombre ¿no estabas en pelotas? Oye, cómo eres, no hacía falta que te vistieras. Ja, ja.
Perdona, estimado lector, de nuevo te dejo a la espera. Tengo que atender a mi amigo Jesús.
...
Ya se fue. Buf... En que líos se mete este hombre. Te cuento. Os cuento, queridos lectores (en plural por si sois más de uno):
—No, yo no puedo estar de acuerdo, perdone —el filósofo crítico interrumpe al clérigo haciendo caso omiso a las advertencias de Jesús para que respeten los turnos de palabra—. El sentido de la Semana Santa podría residir en su capacidad para inspirar comportamientos éticos, eso sí, o para ayudar a generar auténtica cohesión social. No bajo los palcos sino en toda la sociedad en su conjunto. Si así fuera, su celebración tendría un valor práctico significativo, sí, pero resulta que, según estamos comprobando en este mismo debate, lo que genera es precisamente todo lo contrario: incomprensión e intolerancia entre unos y otros.
Los tres clérigos manifiestan sonoramente su indignación por lo dicho. Otra vez el patio revuelto.
—Ninguno, ningún impacto —le responde con voz gritona otra política de rubia melena y afilados zapatos— Te estás montando una película absurda que no nos lleva a ninguna parte. Sólo pretendes faltar el respeto a la Iglesia que durante toda la historia nos ha ido iluminando el camino del bien, el camino de la santidad, para que llegues ahora tú aquí a decir barbaridades y a... —las airadas protestas y abucheos de buena parte de los presentes impiden seguir escuchando la intervención.
El debate se ha vuelto absolutamente incontrolable. Veo a Jesús descentrado. Ahora se le acerca el regidor. Imagino que le propondrá adelantar la siguiente pausa. Pero.... ¿Qué le pasa a Jesús? Le veo con mala cara. Tiene la mirada perdida y no atiende a lo que le dicen. Buff... Tal vez me pasé de dosis en alguna de las sustancias. Tanto el público como los tertulianos han percibido que algo extraño sucede. Se produce un silencio absoluto en todo el plató. Y ahora... ¡Por Dios! parece que pierde el equilibrio. Jesús se apoya en el brazo de uno de los cámaras. Se encuentra mal. Me levanto y voy corriendo hacia allí.
—Jesús, Jesús ¿Estás bien?
Él gira su cara hacia mí con la mirada perdida y me dice:
—No te preocupes, Dimas, no te preocupes... Estoy bien —me contesta, esta vez mirándome por fin a los ojos.
Jesús se desplaza ahora con lentitud ceremoniosa hacia el centro del plató, yo le sigo, y desde allí se dirige a todos para decirnos:
—Perdonad. Os ruego perdonéis esta pequeña ausencia mía —el silencio es absoluto en todo el plató, todos estamos atentos a las palabras que lentamente Jesús nos dirige— Ya estoy bien. Es que he tenido que... —una nueva pausa prolongada — He tenido que ir un momento a orar a... —se gira para señalar la esquina del escenario donde había tenido ese pequeño desmayo— a Getsemaní.
Para mí ya está claro: me he pasado en la dosis del alucinógeno. Nadie se mueve, ni los del escenario y sus aledaños ni el público asistente en sus butacas. Toda la atención está concentrada en él. Pero transcurridos unos cuantos segundos es el Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Argüello, quien rompe ese silencio trágico poniéndose en pie y preguntando a Jesús con voz grave:
—Sí, al jardín de Getsemaní, ese que está en una de las laderas del Monte de los Olivos.
La respuesta ha descontrolado al Monseñor quien frunciendo el ceño se vuelve a un lado y a otro para mirar a sus acompañantes y decir indignado a Jesús:
—¿Que te has ido a orar al Monte de los olivos...? Ya... O sea que ahora te crees que eres el Hijo de Dios, ni más ni menos —se lleva las manos a la cabeza para continuar exclamando a gritos:— ¡Lo que eres es un blasfemo, un... hereje, un...! —Indignado empieza a recoger los folios que tenía sobre la mesa— Nos vamos. Se ha acabado. Esto es un sucio montaje, una ultrajante ofensa a la Iglesia Católica. ¡Ni un minuto más, nos vamos!
—Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
Los murmullos se disparan por todo el plató. La expectación es máxima. Nadie entiende nada de lo que allí está ocurriendo. Yo me acerco a Jesús para posar mi mano en su hombro y decirle flojito al oído:
—No te preocupes, Jesús, ya se te está pasando el efecto, en un rato te encontrarás bien, ya verás.
Él me coge de la mano y con una voz profunda declara ante todos:
—Gracias, por tu apoyo, Dimas. Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el Reino de los Cielos.
—De acuerdo, muchas gracias, Jesús, —le contesté en voz alta y clara siguiéndole el rollo que se estaba marcando— pero tú ya te encuentras bien ¿no?
—Si, si, no te preocupes —me responde de nuevo en voz baja y se acerca a mi oreja para confidencialmente decirme: —Tú a partir de ahora imita mis movimientos.
—Siento un profundo dolor —declama Jesús— ¿También tú, Dimas?
La expectación del público es máxima. Estoy alucinado. Todos los aquí presentes están alucinados. Imagino que los técnicos siguen haciendo sus funciones adaptándose como buenamente pueden y este inesperado espectáculo se seguirá retransmitiendo en riguroso directo. Está claro, Jesús debe tener por costumbre salirse del guion y sorprender a todo el mundo incluidos los técnicos, que tienen que reaccionar a toda prisa. Y así lo hacen, pues ahora han puesto una música celestial que magníficamente nos acompaña en este transito final hacia la otra vida. Las luces se concentran en nosotros dos.
Algunas declaraciones polémicas de Monseñor A.