La mesa camilla era pequeña y, al sentarnos los tres, nuestras rodillas se toparon. No sé a ellas, pero a mi me produjo un agradable cosquilleo que recorrió mis piernas y subió por la columna vertebral hasta instalarse en el cerebelo, para, a continuación, ya más despacio, descender hormigueante hacia el vientre, los genitales y todos los rincones erógenos de mi cuerpo.
Al rato pude advertir, con cierta desilusión, cómo Bea se interesaba más por Ana que por mí; Ana, en cambio, le hacía poco caso a ella y era a mí a quien miraba casi todo el rato. Así los tres formábamos un silencioso triángulo de miradas solícitas y respuestas esquivas. Tras unos segundos sin decir palabra alguna, en nuestros rostros brotaron tres sonrisas que aliviaron por fin aquel impasse, sonrisas de doble sentido: de deseo hacia un lado y de disculpa hacia el otro.
Por fin Ana rompió el silencio e intentó reclamar mi atención empezando el canto con su voz soprano:
“Eres como la nieve
que cae a copos”
Bea, que la miraba resplandeciente, añadió su voz de contralto.
“y por eso te quieren
tanto mis ojos”
Fuí yo, entonces, quien inicié la segunda estrofa, en voz barítono, mientras tímidamente palpaba con ternura el antebrazo de Bea.
“Eres como las aguas
que caen a chorros”
De vuelta al estribillo sonaron juntas ya las tres voces:
“Y por eso te quieren
tanto mis ojos”
Pero Bea ignoraba mi caricia mientras cantábamos e inició un movimiento similar al mío pero hacia Ana, quien, a su vez, también lo hizo conmigo. Cerrábamos de esta forma, frustrados los tres, un círculo de suaves caricias recibidas con triste resignación.
Tras algunos compases mudos, adelanté la cabeza buscando la mirada de Bea, lo que provocó que ella avanzara también la suya, y lo mismo hizo Ana a continuación. Los tres así, más próximos, arrancamos la tercera estrofa:
“Eres como los aires
beso en tu cara
y por eso te espero
cada mañana”
La canción terminó. Las últimas notas se esparcieron por la salita, buscando entre los muebles de alrededor un buen escondite para observarnos, expectantes a lo que pudiera acontecer en el silencio inmediato. Nos miramos triangularmente perplejos. Sucumbiendo lentamente cada uno a su deseo, nos fuimos aproximando al centro de la mesa donde las bocas hechizadas de los tres se encontraron, fundiendo nuestros labios en un único beso, mitad dulce, mitad amargo. Cuánta amargura esconde un beso dulce, cuánta dulzura uno amargo. Sin separar las bocas, nos fuimos poniendo en pie para abrazarnos. La mesa cayó a un lado y con ella rodaron por la alfombra todas nuestras frustraciones.
“Eres
como la nieve” es una canción tradicional castellana. Cristobal
Halfter hizo un arreglo para coral a cuatro voces (en este relato
triangular nos valió con tres)