Wednesday, 3 March 2021

Porque hoy es sábado

 Porque hoy es sábado

 


   Fue en esta misma terraza, frente al embarcadero. Desde el estanque llegaban las grandes risotadas de un grupo de adolescentes jugando a salpicarse agua con los remos de sus barquitas de alquiler. Y fue en esta misma mesa donde yo leía entusiasmada aquel “Rayuela” que tanto iba a influir en mi vida. Tú te sentaste en la mesa de al lado. Sacaste tu bloc de viaje, un dinA4 con tapas verdes —es increíble que recuerde incluso el color, como si lo estuviera viendo, Y pasaron diez minutos hasta que llegó el camarero. “Me trae otro café por favor”, le dije. “Y a mí una caña, si es tan amable” le pediste desde tu mesa. Nuestros horarios en cuestión de bebidas y comidas siempre han sido distintos. Pasaron otros diez minutos. Yo sólo de reojo me atrevía a observarte. Garabateabas con lápices de múltiples colores y añadías algún texto entre ellos. Me costaba resistir la tentación de averiguar qué dibujabas. Fue al volver del servicio cuando le eché valor y me acerqué a ti. “Perdona mi curiosidad. Es que te veo dibujar, y como estudio Bellas Artes...”. Cualquier disculpa hubiera sido buena, porque tu reacción fue clara, mostrando interés por mí “Y tú ¿leyendo a Cortazar? Me encanta Rayuela. Es un rompecabezas exquisito que puede montarse en cualquier orden. Dime ¿tú por dónde has empezado a leerlo?” Nos reímos. Me invitaste a sentarme “Pues venga, te enseño mis dibujos, claro que sí”. Te admiré desde el primer momento. No había pasado media hora y ya veía en ti a Horacio. Pero la seducción absoluta llegó cuando, en un zoom lento, acercaste tu cara a la mía observando mis labios cual prohibido manjar. Tu deseo me inundó, quedé cautiva. Entonces fue cuando dijiste: “Qué lastima...” —hubo una pausa estratégica de un par de segundos antes de continuar— “Qué lástima no tener treinta años menos para tirarte los tejos”. Me reí. Como quien descubre un tesoro me reí sin mesura. Y te deseé, desde aquel instante preciso te deseé a lo bestia. Yo tenía veintidos, tú sesenta y uno. No había leído “Lolita” pero me había convertido en ella sin saberlo. Tú eras el Robert Redford que susurraba a los caballos, con cuyas imágenes solía masturbarme. Pero eras también algo más, a partir de aquel momento eras mi Horacio; y lo has seguido siendo durante estos diez años colmados de dramas y comedias que llevamos sobre nuestras espaldas.

   Ya llega.  Su perfil aparece en el mismo sendero que la primera vez, pero más encorvado por los años.  Su figura se deliza rodeando el estanque, con la misma elegancia, cl mismo sombrero estilo Redford. Como cada sábado por la mañana, él puntualmente llega. Y me doy cuenta de que estoy diciendo “llega”, en tercera persona. Ya no eres tú, es él quien llega. Las barcas enmudecen esta vez. Ninguna risa; sólo un viento se escucha zigzagueando tenaz entre las ramas de los árboles. Tras el café iremos dando un paseo a su apartamento. Porque hoy es sábado; y como cada sábado mi marido va a jugar al futbol y despues come con sus amigos de siempre. Yo he traído mi cuaderno para dibujar y escribir mientras le espero, aunque esté oficialmente de museos, como cada sábado. Cada sábado la vida abre un escueto paréntesis. Me he vestido a su gusto porque hoy es sábado. Y ahora esbozo una sonrisa a su gusto, porque... porque ya está aquí.

   —¿Has hablado con tu marido?  Joder, aún no ha terminado de sentarse y ya ataca por donde más duele. Sabía que me haría esa pregunta, pero no imaginaba que la planteara así, como un tiro a bocajarro.

   —Pues verás, es que no resulta fácil... —hago una pausa en mi contestación y disimulo dando un nuevo trago al café—  Vaya, qué amargo les ha salido hoy  —me quedo en silencio intentando encontrar la forma de reconducir la conversación.

   —Pero ¿lo has intentado? —él insiste.

   —Es que no encuentro ocasión, porque... ya sabes, sigue con la misma actitud, no quiere enfrentarse a la realidad, se evade con cualquier excusa, esconde su cabeza debajo del ala como las perdices. Y yo no sé hacer el papel de cazadora, lo siento, no me sale. —al decir esto me atrevo por fin a mirarle a la cara— La verdad es que...

La frase se interrumpe sola sin poder evitarlo. Ha sido mirarle y entrar en shock. Mi boca se ha paralizado sin previo aviso. Se le ve hundido. No le reconozco, ya no queda nada de Horacio en él.  Menos mal que llega el camarero.

   —¿Qué otra cosita tomarán los señores? —es el mismo de entonces. El mismo tono de voz desgarrado pero amable. Por él no han pasado los años. Por nosotros sí.

   —Yo nada, gracias. —contesta él mientras se levanta. Ya de pie, orienta su mirada hacia mí y continúa:— Perdón, es que me tengo que ir.

Se va. Hostias. Sin más despedida que esa, se va.

   —Y usted ¿otro cafetito? —el camarero se queda a la espera de mi contestación.

   —Sí, otro cafetito me tomaré, con dos de azúcar esta vez, por favor.

   —Pues marchando otro café —recoge mi taza en su bandeja y aprovecha para pasar el paño por toda la mesa. La ha dejado bien limpia. Ya se escucha cierta algarabía desde el estanque; son voces infantiles. El viento amaina y es ahora el sol quien se cuela entre los árboles.

 

___________________

 Vinicius de Moraes "porque hoy es sábado"  https://youtu.be/MpuK7FN1XUs