Thursday, 22 November 2018

Me morí



Debió habérselo dejado a Bioy Casares, o mejor a Alfonsina Storni, que tanto lo deseaba, incluso a Carlos Gardel, que en un momento se acercó a la mesa y también se interesó por aquel manuscrito; cualquiera de ellos hubiera sido un mejor prestatario del documento, pero fui yo, insensato de mí, quien insistió con mayor tenacidad, hasta llegar a ponerme pesado: “A mí, por favor Jorge Luis, déjamelo a mí, te aseguro que mi crítica será despiadada, préstamelo aunque sólo sea esta noche, y mañana lo tendrás mecanografiado”. “Ni se te ocurra ¿me escuchás? me contestó tajanteesto es sólo un experimento, yo jamás publicaría algo así; no me encuentro cómodo con un texto de tal longitud, me cuesta controlarlo, vigilarlo en todo su conjunto como hago con los cuentos”. Sin embargo, pasado un rato, y tras mi insistencia, decidió utilizarme para poner a prueba su experimento. “Vos parecés muy interesado. Y me recordás a Quiñones, mi amigo gaditano, así pelado y con barba. Bueno, vos lo leés y ya me contás qué te parece”.
Hace muchos años de aquello y, la verdad, nunca acabé de comprender el por qué de tan sublime encargo. Aquella tarde, tras despedirnos, salí del café Tortoni con el manuscrito bajo el brazo y, como un lobo hambriento, corrí por la calle Florida aullando en cada esquina hasta el Plaza Hotel donde me hospedaba. Tras encargar en recepción que me subieran un grand marnier, como la ocasión merecía, subí a mi habitación en la octava planta y me instalé en el balcón, allí, ansioso, comencé a devorar aquel codiciado tesoro. Llevaba apenas tres o cuatro páginas cuando me percaté de que unos nudillos golpeaban la puerta, cada vez con más fuerza al no obtener respuesta. “Sí, sí, ya le abro”. Apenas empezaba la puerta a girar sobre su bisagra cuando una súbita corriente de aire entró traspasando la habitación hacia el balcón, originando allí un revuelo de aquellos valiosos folios. Sin tan siquiera saludar a la camarera del hotel corrí despavorido a sujetarlos. Pero era tarde, varios habían iniciado ya su vuelo. En un intento desesperado de agarrarlos asomé medio cuerpo por encima de la barandilla, atrapé uno y otro, pero eran ciento cincuenta folios escapándose de entre mis manos... ¡Insensato de mí...! Perdí el juicio, perdí... el equilibrio y volé, volé tras ellos. Caímos al vacío desde lo más alto del edificio. Mi vuelo fue más corto, es cierto, los folios de aquel insólito manuscrito volaron con mucha más gracia que yo, ¡torpe y mil veces torpe! En fin, tan sólo me quedó ese privilegio: sentirme una más de sus hojas, acompañarlas en ese trágico vuelo.
Al llegar abajo me morí. Sí, ya sé que el verbo morir no debería utilizarse en primera persona del pretérito perfecto. Me muero, me moriré, o incluso me moría también vale, pero “me morí” no. Y lo cierto es que yo me morí. Así fue y bien que lo siento, no por mí, desde luego, sino por haber malogrado aquel manuscrito tan singular, sorprendentemente extenso, aquel borrador de ciento cincuenta folios que bien podría haber llegado a ser la primera, la única novela de Borges; y no llegó a serlo por mi culpa, por mi grandísima culpa.

Friday, 2 November 2018

DECAMERON 2020 Jornada VIII, narración 6





Jornada VIII, narración 6

Bruno y Buffalmacco le roban un cerdo a Calandrino; le hacen hacer la prueba de buscarlo con pastas de jengibre y vino de garnacha y le dan dos de estas, una tras de la otra, hechas de boñigas de perro confitadas con áloe, y parece que él mismo se ha quedado con él, le hacen, además, obsequiarles si no quiere que a su mujer se lo digan.




Apenas concluyó el cuento de Filostrato, mandó la reina a Filomena que contara el suyo; y ella comenzó:

“ Queridos amigos, mi relato de hoy os sonará conocido, pues hechos similares aparecen de forma habitual en los medios de comunicación de todo el mundo. Unas veces hay que buscarlos con lupa y pasan casi desapercibidos, otras en cambio sí tienen gran repercusión mediática, como sucedió en esta ocasión, aunque la auténtica verdad nunca llegó a desvelarse; pero tenéis suerte, ahora os lo contaré con todo detalle:

El escenario es la sede central del Partido político gobernante en un país que no diré, qué más da, podría haber sucedido en cualquier parte del mundo. El caso es que, en aquella ciudad estaba lloviendo a mares y el viento soplaba con fuerza. Era jueves y todos los ministros ultimaban sus asuntos a tratar en el Consejo del día siguiente. Esa mañana, Calandrino, el tesorero del partido, recibía la visita de dos compañeros, Bruno y Buffalmaco, ministros de Fomento y Administraciones Públicas respectivamente.
—Uy, uy, uy... pero ¿qué os trae por aquí? Nada bueno, seguro, je, je. —Calandrino bromeó, saludándoles con un amago de reverencia— Sentaos, por favor —cerró con pestillo la puerta del despacho.
—Buf, la que está cayendo —comentó Buffalmaco al sentarse.
—Es la gota fría —apuntó Bruno— Bueno, ¿tú qué tal, Calandrino? ¿Todo bien? ¿La entrega se llevó a cabo según lo convenido? —le pregunto sin poder evitar cierta ansiedad en el tono.
—¿Qué entrega? Ah... ya, la entrega. Pues sí, casualmente, y no hace más de una hora; vamos que os ha faltado tiempo para venir ¿eh? Je, je. Sin desayunar ni nada ¿no? Ahora os pido un café.
—A ver... yo te explico: —intervino Buffalmaco— Lo de siempre, que se han empeñado en hacer una aportación desinteresada al partido. Es normal, ellos dan por supuesto que serán adjudicatarios de la fase uno, que es el tramo de autovía de 500 kilómetros entre...
—Anda, anda, para el carro y ahórrate explicaciones, no me cuentes todo el rollo, tú, que me lo sé —le interrumpió Calandrino— Pero, eso sí, la próxima vez no se os ocurra utilizar este parking para las entregas. ¿Estáis locos o qué? Se graban todas las entradas y salidas.
—Ah, pues es que con este mal tiempo había que estar a resguardo. Para la fase dos será más sencillo, porque...
—Ya os diré yo cómo hacerlo. —interrumpió de nuevo— Pero vamos al grano —alzó la mano un instante para, a continuación, inclinarse y sacar de la cajonera un maletín poniéndolo sobre la mesa. —De la cantidad entregada, hay que repartir aquí lo nuestro ¿no es cierto? Pues venga...
Al abrirlo, Calandrino sacó la carpeta que, a modo de tapa, ocultaba el resto del contenido del maletín y la apoyó a un lado. Después fue sacando sobre la mesa algunos fajitos de billetes, y los dispuso en tres montones que, sin mediar palabra, cada uno guardó de inmediato. Pero fue al ir a cerrar el maletín cuando Bruno se lo impidió sujetando la tapa.
—Un momento, no tan deprisa. ¿Cuanto dinero queda ahí dentro?
—Lo convenido, Bruno, ya lo he contado. Era un millón cuatrocientos mil, menos los ciento cincuenta mil nuestros, pues queda un millón doscientos cincuenta mil, que van ahora mismo a la hucha del Partido —dijo al cerrar con fuerza el maletín venciendo la resistencia de Bruno que apartó la mano abriéndola en son de paz.
—Tranquilo, oye. Pero... vamos a ver: ¿tú al Presidente que le has contado de esto?
—Poco. Ya le conocéis, él nunca entra en estos detalles, aunque para un proyecto de esta magnitud, sí espera una buena aportación al Partido por parte de la empresa adjudicataria, es evidente. —Calandrino se puso en pie mientras contestaba, con intención de guardar el maletín en la caja fuerte, situada en la pared tras una estantería giratoria, pero rectificó sobre la marcha; sus compañeros no tenían por qué enterarse de su ubicación, así que volvió a sentarse y a colocarlo otra vez bajo la mesa.
—Pues yo no sé cómo lo veis vosotros —inquirió Bruno— pero me parece una cantidad excesiva para justificarla internamente como donación.
—Pues hombre —intervino Buffalmaco— podríamos decir sencillamente que no ha habido entrega. Que finalmente no hubo acuerdo. Es razonable ¿no?
—En absoluto —levantó el tono Calandrino con severidad— sabéis de sobra que hay más personas involucradas y que no se lo creerían. Además, el Presidente tiene ya clara esa adjudicación. Yo me niego rotundamente a meter la mano en ese maletín.
—Joder, Calandrino, la mano ya la has metido. No me vengas ahora con remilgos...
En ese momento sonó el teléfono de Calandrino, que al identificar la melodía de llamada se apresuró a mandar callar a sus compañeros.
—Ssss... Hablábamos del Presi ¿no? pues aquí me llama. Por favor dejadme que le atienda, venga, salid y esperadme fuera.
La conversación fue corta, apenas tres minutos y Calandrino estaba saliendo de su despacho y comunicándoles a sus compañeros:
—Que nos quiere ver ahora mismo; nos va a convocar por whatsapp ¿ya lo ha mandado? —les preguntó mientras buscaba absorto en sus mensajes entrantes.
—Sí, aquí me llega —respondió, móvil en mano, Buffalmaco— Nos pregunta si está “todo” resuelto; pone “todo” entre comillas, joder... ¿No decías que no estaba al tanto? Y dice que nos ve en media hora en el restaurante de la vez anterior.
—Pues vamos para allí, venga —Calandrino se acercó a su secretaria para que avisara al chofer— Dile que espere en la puerta. ¿Vamos los tres ¿no?
—No, nosotros hemos venido en el de Bruno.
—Pues allí nos vemos.
Y con un “hasta ahora”se despidieron los tres .”

Filomena hizo una pausa en su narración, bebió un trago de su cerveza y continuó:

“El siguiente escenario es el comedor VIP de un famoso restaurante. Allí se encuentran ya los tres protagonistas y otras dos personas, altos cargos del equipo de Bruno. Hace su entrada el Presidente, los cinco se ponen en pie y, con una sonrisa boba, se apresuran a darle la mano.
—Sentaos, oye, que hemos venido a comer ¿no? Lo de hablar de trabajo se deja para los postres. Je, je.
Todos rieron con aspaviento la gracia del Presidente que, tras cinco minutos de cortesía, sin haber empezado aún el primer plato, entró en materia:
—Señores: mañana hay que hacer pública la decisión del Gobierno de abordar “el ambicioso Plan de Inversiones en Infraestructuras Viarias” y patatín y patatán... que ya te encargas tú, Bruno, de explicar, en el Consejo primero y luego en la rueda de prensa ¿de acuerdo?
—Sí, sí, claro —asintió Bruno.
—Por cierto —continuó el Presidente— el domingo pasado, en el palco del estadio, me comentaron que nos iban a pasar ya las recomendaciones para convocar el Concurso de la segunda fase
—El Pliego de Condiciones, sí, vamos... sus recomendaciones, quiero decir —asintió Bruno.
—Os las han pasado ¿verdad? —dirigió entonces su mirada a Calandrino.
—Eh... pues... sí —en ese momento se acordó del documento que tapaba los fajos de billete en el maletín— Esta misma mañana, precisamente, ha llegado. Mañana se lo paso a Bruno.
—No —le interrumpió el Presidente—, mañana sería tarde. Hay que anunciar el alcance total de Plan, con las dos fases. Poneos a trabajar ya —el Presidente miraba insistentemente a todos los comensales— ¿Te contaron también su voluntad de aportar todo el apoyo en nuestras próximas campañas ¿verdad Calandrino?
Nuestros tres protagonistas del relato de hoy entendieron a la perfección el significado de la pregunta. Formulada en clave para no levantar sospecha alguna en los dos comensales ajenos a “la entrega”.
—Sí, efectivamente. Junto con la entrega del Pliego me aseguraron su apoyo incondicional; en la logística de los actos electorales y en todo lo que hiciera falta —Calandrino observó que, a pesar de haber terminado la frase, el Presidente mantenía la insistente presión de su mirada sobre él, y, pasados unos segundos de silencio absoluto en la mesa, continuó:— Mirad, va a ser mejor que me acerque en un momento a por el Pliego, así empezáis esta misma tarde.
Pues sí, cuanto antes —concluyó el Presidente
Calandrino se levantó como un resorte hacia la puerta.
—Pero no vayas tú, hombre, dí que te lo traigan —le dijo Buffalmaco intentando, reprimir el tono burlesco que le salía.
—Eso ¿dónde vas con la que está cayendo? dile al chofer que te lo traiga —Bruno tampoco pudo reprimir la risa al decirlo.
La comida se desarrolló de forma distendida. Hablaron de todas las adjudicaciones pendientes en esos dos Ministerios, también de fútbol y otros deportes. Estaban ya con el café y Calandrino no volvía. Bruno recibió una llamada de él:
—Acojonante, tio, ¡no está! —Calandrino apenas podía articular palabras— joder, la hemos cagado.
—¿Que pasa? Que no está ¿qué? —Bruno se levantó de la mesa yéndose a la sala de al lado.
—El maletín, hostias, el maletín. Lo han robado, me cago... Aquí no hay nadie a quien preguntar; mi secretaria y todo el mundo han salido a comer. Me cago en...
—Ah... ya —contestó Bruno en tono jocoso— o sea que robado, je, je. Está bien pensado, tío, es mejor estrategia, sí. Además te sale de puta madre. Ven y cuéntaselo así al Presi. Pero así, con ese realismo.
—Vete a la mierda. Te estoy diciendo que es cierto, joder. El maletín no está debajo de la mesa donde lo dejé. Me cago en dios. Pero yo cerré la puerta, siempre cierro con llave al irme, o... no sé... con las prisas que salíamos... ahora tengo la duda, me cago en...
—Sí, sí, fantástico; de esta te contratan en Hollywood, tío. Venga, vente para aquí, que te ayudaremos en el montaje. —añadió Bruno. Pero su interlocutor ya había colgado.
La comida terminó mal, muy mal. Calandrino estaba desaparecido, sin coger el teléfono ni responder los mensajes; el Presidente indignado, al no encontrar respuesta de su tesorero ni de nadie de los implicados. Al día siguiente, el Consejo de Ministros se celebró sin aparentes perturbaciones. Bruno explicó a la prensa el ambicioso Plan de Modernización de Infraestructuras. Llovía a mares y el viento soplaba con inusitada fuerza. “Una nueva gota fría nos azota” fue el titular de los medios al día siguiente.”

Y ahí termina mi relato, queridos contertulios —concluyó Filomena.
—Ah no, —intervino Elissa— de eso nada. Sigue contando, Filomena. Porque Calandrino acabó en la cárcel, seguro. Y los otros dos de rositas, lo mismo que el Presidente y el resto de personajes ¿a que sí?
—Pues... yo pienso que es mejor dejar a cada lector, o cada escuchante en este caso, que construya el final del cuento a su gusto. Pero bueno, si así lo quieres, añadiremos que Calandrino terminó entre rejas, sí. Pero le sirvió de gran consuelo contar con el apoyo de su Presidente, que le envió un mensaje diciéndo: “Calandrino, sé fuerte”.


El relato original de Boccaccio se puede leer aquí:






Saturday, 20 October 2018

DECAMERÓN 2020 Jornada II, novela 9

DECAMERÓN 2020 (Será tal vez ese año cuando lo publiquemos ¿no? Ojalá)


 “Sobre la mesa había un plato colmado de aceitunas, y, justo a su lado, otro mas pequeño con dos huesos desnudos a los que sus compañeras, de pulpa verde, esplendorosa e intacta, miraban de reojo con compasión”. Así empezó Filomena (Antonio) su narración, inclinándose después para señalar con el dedo los dos platos en el centro de la mesa y requerir allí la atención de sus compañeros de taller literario. “Dos platitos como estos”. Laura ( ) aprovechó la pausa para coger una aceituna diciendo “pobres, esas dos, qué solas deben sentirse en pelotas, o sea... en hueso”. Tras ella, Nano ( ) hizo lo mismo respondiendo “Es cierto, desnudemos alguna más, hay que dar apoyo a las minorías”. “Sobre todo si son minorías naturistas” añadió Pánfilo (Robert) llevándose otra a la boca.
Se hallaban reunidos en la Pródiga, un bar de Malasaña, según solían hacer uno de cada dos miércoles, para leer los cuentos que habían escrito. Tras comerse, ella también, una aceituna más, y dejando su hueso en el plato pequeño junto a los otros, Filomena continuó:

“Sé que no lo vais a creer, pero los hechos que os voy a narrar son ciertos. Yo fui testigo en primera persona. Os cuento:
La historia es de hace un par de años, cuando yo trabajaba en una multinacional estadounidense. Todo empezó con una cena de trabajo, en París, allí nos reuníamos cada fin de trimestre los delegados comerciales de todas las subsidiarias europeas. Éramos ocho, sentados en una mesa redonda. Aquella tarde salíamos de una reunión tensa y nos habíamos propuesto firmemente no hablar más de trabajo hasta la sesión de la mañana siguiente. Por tanto empezamos, de forma distendida, a contar las vacaciones de cada uno, enseñando algunas fotos en los móviles. Y fue al mostrar Bernabó lo grande que estaba ya su hija cuando Ambruogiuolo le comentó:
—Uy, se te parece mucho ¿eh?
—Bueno, tiene un aire, sí —le contesto él— pero no, se parece mucho más a su madre.
—Está preciosa la niña. —continuó Ambruogiuolo— Pero yo a tu mujer no la conozco ¿sale en alguna foto?
—Pues creo que en alguna salen juntas... —buscó y volvió a pasarle el móvil— Sí, mira.
—A ver. Ostras, qué guapa tu mujer, oye –Ambruogiuolo ampliaba la foto tomándose su tiempo para verla en detalle, pero Bernabó le reclamó de vuelta el teléfono diciéndole:
—Venga, enséñanos a los tuyos, Ambruogiuolo. Tú tenías... ¿cuántos?
—Yo dos, hijo e hija, algo más mayorcitos que la tuya. Pero soy un desastre, no tengo ninguna foto reciente —contestó mientras le devolvía el móvil—. Esta noche hablo con mi mujer a ver si me envía alguna y os los enseño. Bueno, si es que me coge el teléfono, claro, porque últimamente nuestra comunicación es sólo por whatsapp, nunca le viene bien hablar. No sé... Yo creo que las mujeres, en cuanto nos vamos de viaje... ¿eh? vete tú a saber, je, je, no se puede uno fiar —se reía al decirlo intentando hacerse el gracioso.
—Las mujeres y los hombres. Sobre todo los hombres no sois de fiar —intervino la delegada francesa y anfitriona en aquella reunión para equilibrar la balanza. Éramos sólo ella y yo, dos mujeres en la mesa contra seis hombres.
—Pero bueno, ¿qué sexismo es ese, compañeros? —les respondió Bernabó— Esos comentarios... por favor, a estas alturas no proceden. Hay gente de todas las guisas en los dos sexos. Hay personas, no mujeres u hombres, hay per-so-nas —enfatizando cada sílaba— de las que te puedes fiar o no. ¿Por qué desconfiar de nuestras parejas? —preguntó dirigiéndose a Ambruogiuolo— Yo de mi mujer me fio absolutamente, no me preocupa lo más mínimo qué haga o deje de hacer cuando me voy de viaje, aunque se comunique por whatsapp o por teléfono, qué más da. Ella en Barcelona y yo en París, tan tranquilos. Yo ni sufro ni padezco. Oye, que, salvo nuestra jovencísima Filomena —se volvió hacia mi haciéndome un guiño— los demás llevamos ya muchos años así, viajando de un lado para otro sin descanso.
—Ya, ya —replicó Ambruogiuolo—, pero seamos sinceros, ninguno nos quedamos del todo tranquilos cuando salimos. Seguro que a ti también te inquieta, seas consciente o no de ello, porque en el fondo, ninguno confíamos totalmente en nuestras mujeres. No es que lo diga yo, oye, lo dicen todos los psicólogos del mundo, es que somos de carne y hueso, tío. Imagínate —hizo una breve pausa, no estando seguro de cómo seguir la frase—, por ejemplo: yo tengo que ir mañana a Barcelona, ya lo sabéis, —girando la cabeza hacia los demás comensales— tengo que cerrar el contrato de Gas Natural, es un proyecto muy gordo y no puedo quedarme con vosotros al resto de la reunión, lo siento. Bueno, pues imagínate —centrando otra vez su mirada en Bernabó— que.. por un casual, me encuentro con tu mujer; porque ella trabaja allí ¿no?
—Sí, y qué
—No, que... imagínate, por un momento, que yo le tirara los tejos... ¿Verdad que lo pasarías mal?
—No digas gilipolleces, Ambruogiuolo, por favor, no proyectes hacia los demás tus inseguridades, tus problemas personales –Bernabó se dio cuenta de que estaba subiendo el tono, gesticulando en exceso con las manos a intentó calmarse— Yo lo siento por ti, oye, cada uno tenemos nuestras manías, tu sufrirías en esa situación, los demás no, o por lo menos yo nada en absoluto —concluyó moderando el volumen.
—Yo te reto —le increpó Ambruogiuolo desafiante, elevando bastante la voz— Yo te reto a comprobar si sufres o no ¿quieres hacer la prueba?
—Vete a tomar por culo, tio. Perdón —se excusó volviéndose hacia los demás—, perdón por el lenguaje, pero es que este hombre me saca de quicio. Pero ¿qué significa esta salida tuya de la olla? Venga, sí. Intenta ligártela, no te quedes con las ganas. Verás como no te hace ni puto caso ¿Cuánto quieres apostar?

Llegado ese punto, todos los allí presentes estábamos ya mudos, petrificados. Sin haber empezado aún el primer plato, que ya nos habían servido, nuestras miradas coincidieron todas, huyendo de aquella situación esperpéntica, en los platitos de aceitunas que aún quedaban del aperitivo, en el centro de la mesa, igual que estas de aquí—Filomena volvió a señalar las aceitunas— . E igual de incómodas que ellas se sienten, al ver a sus compañeras de hueso al aire, así nos sentíamos nosotros con estos dos compañeros, por lo irracional de su comportamiento. No os podéis imaginar la vergüenza ajena que nos produjo ver cómo se enzarzaban en una discusión tan absurda, cómo desnudaban sus psiques, revelando su ego y toda su mezquindad ante nosotros sin el más mínimo recato.”
“Buf, qué desagradable debió ser, desde luego —comentó Luijo ( )— Y ¿cómo termino la cena? Sigue, venga, sigue contándonos”. Filomena aprovechó la pausa para terminar de un único trago su cerveza y, tras un respiro profundo, continuó:

“Pues mal. Tanto la anfitriona como yo, y algún otro compañero más, quisimos apaciguar sus ánimos, pero no hubo manera. Ninguno de los dos quiso entrar en razón. Ante la incredulidad de todos, ellos mantuvieron su reto, su apuesta de orgullo y de estúpido honor. Sin haber probado bocado, salvo los aperitivos, Ambruogiuolo se levantó y, pidiendo disculpas porque tenía que madrugar, se largó al hotel. Estuvo toda la noche investigando en Linkedin, Facebook e Instagram, y consiguió obtener valiosa información sobre el perfil, hábitos y gustos de Zinevra, que así se llamaba la mujer de Bernabó. Sin pegar ojo y tras una hora veinticinco minutos de vuelo, llegó a Barcelona, lugar donde ahora continua mi relato. Os contaré lo que allí sucedió:

En un taxi fue directamente a la reunión prevista. A pesar del cansancio y la falta de sueño, Ambruogiuolo consiguió la firma del contrato multimillonario. Fue un éxito. La mayor operación del año. Esa misma tarde recibió una llamada del CEO para felicitarle y anunciarle el notición que él llevaba años esperando:
—Te he propuesto para director europeo.
—Pues no sabes cómo agradezco tu confianza. Me pongo a tu absoluta disposición. Bueno, esperaré a la comunicación oficial ¿no?
—Efectivamente, tú no lo digas aún, pero dalo por hecho y, sobre todo, vete pensando en montar un buen equipo, los planes son muy ambiciosos.
Al colgar, Abruogiuolo empezó a dar saltos como un poseso. Intentó abrir la ventana de su habitación, en el piso 29 del hotel Torre Catalunya, lástima que no se podía, se hubiera asomado para dar su grito de tarzán, el que reservaba para ocasiones como esta “Aaaa iaa iaa iaaaaaa”.
A pesar de su éxito profesional, él seguía dándole vueltas y vueltas a la apuesta con Bernabó. Éste era el momento. Tras diseñar las lineas maestra de su estrategia, contactó a Zinerva proponiéndole una entrevista: “Estamos buscando una persona de tu perfil para dirigir nuestro gabinete de prensa y comunicación, hemos analizado tu trayectoria en las distintas empresas y medios para los que has trabajado y nos gustaría entrevistarte”. Desde sus comienzos como periodista-becaria, Zinerva había estado varios años como freelance trabajando hasta la extenuación de un medio a otro; pero al tener a su hija tuvo que aparcar su profesión y aceptar un contrato fijo como administrativa en Gas Natural. Recibió, por tanto, con alegría la propuesta de entrevista, “tarde, pero por fin se empieza a valorar mi trabajo”.

Pasados unos días, Zinerva llegó a casa eufórica. Bernabó la esperaba preocupado por su tardanza.
–Nerva, cariño, ¿dónde te metes a estas horas? ¿por qué no coges el teléfono ni lees los mensajes?
–Ber: tengo que darte una excelente noticia.
—Pues cuenta, cuenta —la cogió de la mano y los dos se sentaron en el salón
—No te lo vas a creer.  Voy a ser compañera tuya.
—¿Qué?
—Vengo de entrevistarme con vuestro nuevo director europeo, un tal Ambruogiuolo de Piacenza ¿ya lo conoces? —ella continuó sin apreciar el impacto en Bernabó— luego él me ha pasado con el de Recursos Humanos, que es nuevo también ¿no? Y ¡me han seleccionado! Voy a dirigir el gabinete de prensa.
—¿Cómo? ¿que has estado con Ambruogiuolo? —los ojos se le salían de las órbitas— Pero ¿por que? –subiendo el tono descontrolado— ¿por qué? dime ¿en dónde?
—Sí, en su despacho. ¿Por qué te pones así? —no entendía esa reacción de Bernabó, nunca le había visto tan afectado.
Fue al preguntarle “¿qué te ha hecho? Cuando ella empezó a hilar algunos cabos. Recordó algún comentario sobre un compañero “machista de mierda” a quien su marido tenía especial manía. ¿Se referiría tal vez a el que iba a ser su futuro jefe?. Ante tal reacción, Zinerva no se atrevió a contarle las veladas insinuaciones de Ambruogiuolo a lo largo de la entrevista, ni cómo ella había reconducido la situación para evitar malos entendidos; tal vez por temor a que se lo tomara a la tremenda y que el contrato laboral que iba a firmar al día siguiente se fuera al traste, el caso es que no quiso darle detalles de la entrevista, por más que Bernabó insistiera.
Aquella noche terminó mal, muy mal. La discusión fue en aumento, las recriminaciones más y más hirientes. Fue ella quien decidió marcharse. Se separaron.
Zinerva duró en el puesto menos de un mes. Apenas tuve contacto con ella mientras estuvo en la empresa, yo estaba aquí en Madrid y ella se había incorporado en París. Sí, de nuevo en París, ahí es donde transcurre el final de la historia, veréis:

En París eran las cinco en punto de la tarde, las 10 de la mañana en Los Angeles, desde donde el presidente de la compañía, y varios miembros del Consejo de Dirección estaban incorporados por videoconferencia a la reunión anual de comienzo de año, el kick-off. Ambruogiuolo nos había reunido a todos en la sala de conferencias. Era su primera convención como director europeo. Tras saludar a los asistentes remotos y unas cuantas pantallas de mensajes corporativos, la presentación de Ambruogiuolo comenzó abordando los objetivos para el próximo año. Apareció un numero “1” en el centro, haciéndose mas grande al ritmo de un sonido de fanfarria y redoble de tambor, chan, tatachán... que daba paso a la siguiente pantalla, era una breve frase con el primer objetivo marcado. Ambruogiuolo se acercó hacia los asistentes declamando con fervor lo que ya todos habían leído en pantalla. Fue en ese momento cuando desapareció el texto y se sustituyó por un video en pausa, a cuyo triángulo de play en el centro se desplazó, como por arte de magia, el puntero y comenzando a verse el video, con Ambruogiuolo de pie en su despacho, sonriendo en un gesto estúpido, mientras extendía sus manos hacia algún sitio por debajo de la cámara que lo filmaba. Él, sin darse cuenta, siguió con su discurso abundando en los beneficios de este primer objetivo. Al observar que nadie le atendía, sino que miraban atentamente a la pantalla, se volvió hacia ella, pero, justo antes de girarse, los textos aparecieron de nuevo. Apretó el botón en el mando y esperó a que saliera el “2” y, tras la misma fanfarria y el redoble, el texto correspondiente al segundo objetivo. De nuevo, al volverse hacia la audiencia para explicarlo apareció otro video. Alguna risa se oyó desde las filas de atrás, pero él seguía sin percatarse de que algo raro pasaba a sus espaldas. En esta ocasión el video mostraba a Ambruogiuolo acercarse a una mujer, debidamente pixelada para no ser reconocible, que se alejaba de él primero hacia un rincón del despacho y después, tras un pequeño forcejeo, hacia la puerta. Entonces sí, el jaleo entre los asistentes fue sonoro, una mezcla de exclamaciones y risas medio contenidas. Él se volvía alternativamente hacia la pantalla y hacia el público sin entender nada, pues los textos reemplazaban al vídeo siempre justo a tiempo sin que pudiera verlos. Las carcajadas eran ya enormes cuando, ante la algarabía general, apareció el número “3”, con su redoble y fanfarria incluidos y ya, tras desaparecer el “3”, sí pudo Ambruogiuolo verse a sí mismo de protagonista. Era una toma cenital en la que se le veía acorralando, con su cuerpo y sus brazos extendidos, a la que parecía ser la misma mujer anterior, que en esta ocasión le costaba forcejear un buen rato con él hasta poder librarse y huir por la puerta. Al verlo se puso, a apretar con desesperación todos los botones del mando, advirtiendo que claramente no era él quien gobernaba el proyector. Las exclamaciones y risas se acompañaron entonces de aplausos. En pantalla anexa, se veía a los asistentes virtuales, presidente y consejeros, de pie escandalizados, sin poder dar crédito al espectáculo que estaban viviendo. Pero el jolgorio general se apagó repentinamente cuando Ambruogiuolo llevándose una mano al pecho, se agarró al atril con la otra, desplomándose después sobre suelo.
El show había llegado a fin. Sólo cinco o seis personas se acercaron a socorrer a Ambruogiuolo, el resto permanecíamos atónitos en nuestras butacas.
—¡Llamad al 112, rápido! ¡Ambulancia, que traigan una ambulancia!
Yo estaba en la tercera fila, junto al delegado italiano, quien cogiendome del brazo me señaló hacia el centro de escenario con asombro preguntando:
—¿Qué hace ese hombre? Mira es... Sicurán, el de mantenimiento, ¿lo ves? Se está quitando el mono, se está quedando en... —tardó algunos segundos en continuar— ¡Dios mío, es una mujer!
Justo en la fila de delante, algo más a la izquierda, vimos cómo Bernabó se levantaba como un resorte y se quedaba absorto mirando a aquel técnico de mantenimiento que acababa de desvelar su identidad real. Todos comprendimos quién era aquella mujer de pelo muy cortito que ahora se acercaba hacia Bernabó. Él ya saltaba a su encuentro por encima de las butacas.

—No, Sebas, no te lleves las aceitunas —el camarero recogía los platos y vasos vacíos— Que aún queda una, hombre; además la necesito de atrezo para el final del cuento.
—Sí, claro, agarrála, pibe, agarrála no más.
Filomena se la metió en la boca y la degustó despacio ante la mirada atenta de sus compañeros de taller. Y luego, también muy lentamente, como exige el protocolo en estos caso, depositó el hueso sobre el platito limpio recién traído.


El texto original de Boccaccio se puede leer AQUÍ


Friday, 27 April 2018

Pulsando botones



Según decía mi madre, desde que nací no he dejado de pulsar botones. Creo que ella se refería, sobre todo, a mi etapa más mamífera, de bebé, cuando aprovechaba para jugar con uno de sus pezones mientras me alimentaba succionándole el otro. En algún sitio recóndito de mi memoria aún conservo el tacto de aquel botón rosado, blando y grande, muy grande, cediendo dulcemente a la presión de mis deditos pequeñitos, muy pequeñitos. Desde entonces no he dejado de pulsar botones, sobre todo los rojos, que ejercen sobre mí una atracción especial, es algo compulsivo que me anula la voluntad; veo un botón rojo y lo aprieto, no lo puedo evitar. Ello me ha originado muchos problemas a lo largo de mi vida. Así, en mi etapa de trabajador del metal solía interrumpir las cadenas de producción de grandes empresas industriales, de las cuales era, a continuación, fulminantemente despedido. He disparado todo tipo de alarmas en edificios, aeropuertos y estaciones. En varias ocasiones he invertido el sentido de marcha de escaleras mecánicas abarrotadas de gente, que caían rodando unos sobre otros profiriendo maldiciones. Siempre por la misma razón: en algún sitio hay un pulsador rojo que atrae mi atención cual potentísimo imán, inevitablemente dirijo mi mano hacia él como un autómata y sólo apretándolo consigo relajarme. Cada vez me sucede con menos frecuencia pues, poco a poco, los botones auténticos, aquellos grandes botones rojos de “Alarma”, “Emergencia”, o “Pulsar en caso de incendio”, se han ido sustituyendo por detectores fotoeléctricos, infrarrojos, volumétricos y por todo tipo de automatismos fuera del alcance del usuario. Es una pena, ya nada es lo que era; la verdad es que ahora viajar o trabajar en cualquier sitio es mucho más aburrido.

Menos mal que conseguí montar mi propio negocio y he podido construir, a la medida de mis gustos, la tienda donde Berta y yo trabajamos. Soy dueño de un negocio de animales domésticos. Berta es mi empleada desde hace doce años. Me hubiera gustado que también fuera mi esposa, y así se lo propuse varias veces, pero no, Berta centra todo su cariño en los animales, en su corazón hay siempre sitio para gatos, perros, pájaros e incluso peces, pero no para humanos. También ha rechazado propuestas similares de muchas otras personas. Numerosos son los clientes, tanto hombres como mujeres y de todas las edades, que vienen a comprar con asiduidad sólo por verla y estar un rato charlando con ella. Porque Berta es una mujer encantadora y ciertamente bella; una mujer que seduce a primera vista y, desde luego, si se convive con ella de diez de la mañana a ocho de la tarde, día tras día durante doce años, es imposible no enamorarse, como yo, hasta los tuétanos. Me vuelve loco. Desde que la conozco tengo dos obsesiones: los botones rojos y Berta; o Berta y los botones rojos, no sé muy bien en qué orden. Ella no entiende por qué para abrir la puerta es necesario pulsar un botón en lugar de usar un vulgar picaporte; o para abrir cada cajón, o para hacer fluir el agua de la cisterna en el retrete; siempre se queja de ello: “Me tienes harta con tu manía de poner un botón para cada cosa”.

Ayer, como todos los viernes, me tocaba hacer el pedido semanal de los distintos alimentos para animales. Antes lo hacía por teléfono, pero últimamente me divierte más hacerlo por internet, pues he encontrado varios suministradores que disponen de botones para ir seleccionando los artículos; a la derecha de cada producto hay un precioso círculo de colores variados sobre el que colocas el puntero... y zas, lo oprimes apretando el lado izquierdo del ratón. No es lo mismo que al natural, qué duda cabe, pero hay algunos tan bien hechos que parecen reales. Fue al seleccionar el “pienso para cachorros extra de calcio”, cuando algo anómalo pasó. Iba a introducir la cantidad de paquetes, para después apretar el botón correspondiente, que, ya lo conocía de otras veces, estaba dibujado en relieve y su color rosa lo hacía resaltar, pero en ese momento Berta pasó por delante con una jaula de canarios, les hablaba cariñosamente con los labios prominentes, como si fuera a besarlos; con su falda cortita estaba verdaderamente preciosa, y se puso aún más (más cortita la falda y más preciosa ella) cuando se estiró de puntillas para apilar la jaula encima de las otras; en ese momento no sé qué hice, tal vez me apoyé en el teclado y apreté varias teclas sin querer, no sé, el caso es que cuando Berta había terminado de colocar la jaula y volví mi vista a la pantalla, era un programa buscador el que la ocupaba, visualizando una lista de diferentes sitios web. No pude evitar mirar los títulos, y uno de ellos me resultó sugestivo, “Resurrecciones y Reencarnaciones” se llamaba. Decidí dejar para más tarde el pedido, tampoco corría ninguna prisa, y entré por curiosidad en aquella página.

Bienvenido a R&R, Resurrecciones y Reencarnaciones S.A. ” decía el rótulo principal con letras góticas en azul claro sobre fondo negro. “No confíe en el azar, ¡elija su próxima vida! ” decía el segundo título en letras amarillas. Nunca he creído en asuntos como esos, siempre me parecieron historias absurdas, propias de gente supersticiosa o de extrañas sectas. Pero tampoco tenía nada urgente que hacer, por lo que empecé a curiosear. En la parte izquierda había un menú del que me llamó la atención una de las opciones: Solicitud de Reencarnación Inmediata; sin pensarlo dos veces la seleccioné pulsando su botón anaranjado. A partir de entonces fui pasando de menú en menú, no sé por qué demonios me liaron, tal vez por la buena presentación de las páginas, o, sobre todo, por el realismo de los botones que, eligiendo siempre el que más me atraía, me fueron guiando hasta llegar a una pantalla que me pareció, cuando menos, inquietante:

Actual disponibilidad de vacantes:” Y a continuación enumeraba una lista de grupos de animales, ordenados alfabéticamente, con una cifra entre paréntesis, en una columna a su derecha, que indicaba la “cantidad disponible”. Avancé varias páginas hasta encontrar:
Hipopótamos (74)”
Hormigas (9.610)”
Humanos (2.069)”
Lo más gracioso es que los números iban cambiando cada vez que se usaba la opción “Actualizar”. Aquello era increíble. Pensé que sería un juego, pero estaba tan bien elaborado que había llegado a intrigarme. En ese momento Berta se dirigió a mí recordándome que pidiera biberones para gatitos: “Quedan pocos y esta pobre debe estar a punto de parir, fíjate”, me dijo acariciando el vientre a una gata blanca preñada que descansaba plácidamente en su regazo. Su comentario me sugirió ir a buscar en la página anterior y, al ver “Gatos (423)”, le dije: “Pues ahora mismo hay cuatrocientos veintitrés gatitos por nacer en todo el mundo, son pocos, así que tenemos suerte, los venderemos enseguida”. Ella no hizo caso alguno a mi comentario y siguió dándole mimos a la gata. Yo pulsé sobre la palabra “gatos” y, tras unos segundos de espera, apareció en pantalla un mensaje:

Enhorabuena, su reserva ha sido confirmada
Y a continuación una pregunta:
¿Desea conservar la memoria de su última encarnación?
O No en absoluto     O Solo de forma subliminal     O
La primera contestación estaba preseleccionada por defecto. En cambio, el botón rosa de la segunda opción me pareció más atractivo y lo pulsé. 
Hasta entonces no me había creído nada, todo había sido un juego simpático, nada más, pero la pantalla que seguía daba al asunto un cariz mucho más serio:

El coste de la reencarnación solicitada asciende a 4.999 euros” decía en la primera línea. Y “Por favor introduzca el código de su tarjeta de crédito” en una segunda. Pero lo peor de todo es que aparecía, abajo en el centro, un hermosísimo botón encarnado junto a un rótulo de “Confirmar”, cuyo aspecto era absolutamente real, como si de un auténtico pulsador en tres dimensiones se tratara, y que yo, por supuesto, intenté apretar varias veces sin éxito, pues aparecía siempre el mensaje:
Antes de confirmar, por favor introduzca su tarjeta de crédito
Era una locura, pero no podía evitarlo. Aquel pulsador reclamaba mi atención diciéndome púlsame, púlsame, ¡púlsame!; y como tantas otras veces, su poder de atracción era muy superior a mis fuerzas. Saqué la cartera del bolsillo, de ella mi tarjeta visa, y fui introduciendo, como un poseso, los números uno a uno y, a continuación, el código de seguridad de tres dígitos. Por fin desplacé el puntero nuevamente al codiciado botón y lo pulsé.

Mis hermanos están jugando junto a mamá, nunca se alejan de ella. Pero a mí me aburren sus juegos, prefiero estar subido encima de Berta. Soy su preferido. A veces me abraza entre sus pechos y puedo juguetear con esos pezones suyos tan grandes, con mis dos patitas delanteras pequeñitas, muy pequeñitas. Desde que murió el dueño, que fue el mismo día en el que nacimos nosotros, la pobre Berta se ha tenido que hacer cargo del negocio ella sola. Tiene que trabajar mucho y a veces no da abasto, pero por las tardes, cuando cierra, me pone en su regazo y me da muchos mimos; yo aprovecho para tumbarme panza arriba y, mientras ella me acaricia, miro esos botones rojos tan bonitos que están por todos los lados de la tienda; estoy deseando crecer y hacerme mayor para trepar hasta ellos.

Thursday, 29 March 2018

de lobos y murciélagos



  Te espero. No querría hacerlo, debería acostarme y tratar de dormir, pero otra noche más te espero. Una hora tras otra. Y escribo. Palabras y más palabras. Mi lápiz se va derritiendo en amorfos renglones. Los folios rellenos me evitan; van escurriéndose con sigilo hacia el borde de la mesa y se precipitan contra el suelo, hartos de tanta desesperanza. Pero aún quedan algunos en blanco sobre los que sigo escupiendo palabras, muchas palabras, para luego buscarte detrás de cada una de ellas. No alcanzo a entender qué verbos te alejan de mí... ¿rehacer tu vida? ¿huir? ¿follar? ¿amar, tal vez? Y si es amar ¿con qué adjetivo aderezas ese amor? ¿un amor dulce? ¿joven, quizás? ¿amor inédito? ¿amor furtivo...? Palabras y más palabras.

Al llegar al último tramo de escalera me invaden los temblores, como cada noche. Ya frente a esta maldita puerta, siento aullidos de los lobos que mi pecho encierra. No soy yo quien abre, no, es la llave quien penetra en la cerradura sin mi consentimiento, es ella sola quien ahora gira. Mera rutina, como cada noche. Todo resulta cotidianamente absurdo. Aún estoy a tiempo de huir, tal vez haya un botón de "exit" que pueda borrarme de este escenario, aparecer en otra vida, en otra dimensión... Pero no, la puerta se abre sin piedad y entro. Soy imbécil. Ya estoy en el infierno, como cada noche.

  Buscando más palabras, me asomo a la ventana en un lento travelling con fundido a negro. Los murciélagos dan vueltas y vueltas desesperados, sin un mísero mosquito que llevarse a la boca. ¿No descansáis nunca?... Nunca, eso es: nunca es el adverbio que busco. Hoy puede ser ese día maldito en el que ya no vuelvas. Definitivamente nunca. Me siento y lo escribo. Más palabras. Pero... Se ha oído la puerta cerrarse. ¡Ha vuelto! Soy imbécil ¿por qué me sobresalto? Debería acostarme y fingir un profundo sueño. Pero no hay prisa. Primero va al váter; luego a la cocina, las píldoras, medio vaso de agua; ya después entrará aquí con mucho cuidado de no despertarme.

  La pastillita de cada día, hoy toca amarilla; y la verde para dormir, sí, hoy para dormir se suman también tres gin-tonics ¿o fueron cuatro?; da igual, un trago de agua... y ya está, todo en su orden cotidiano, como cada noche. Todo no: sobre la encimera, perdido y absorto, hay un cuchillo. No soy yo quien lo coge, no, es el propio cuchillo quien insiste y se adhiere a mi mano apretándome los dedos uno a uno en torno a su mango. Se enmarañan los aullidos  en cada pliegue de mi cerebro. 

  Está claro que no acerté en mi apuesta del último párrafo: "...hoy es ese día maldito en el que ya no vuelves nunca, definitivamente nunca". Larga ha sido la espera, he escrito más de diez folios, pero has vuelto. Murciélagos y palabras giran juntos en mi vientre. Si me atreviera... qué va, no soy capaz, pero si me atreviera te pediría que leyeras estos textos. Compensaríamos así el vacío de nuestras bocas, últimamente mudas. Si me atreviera saldrían de su escondite todos los verbos y predicados; exultantes, auténticos, frescos y precisos, liberando así nuestros labios de su sequía. ¿Qué sentido tiene tanto absurdo rencor? He añadido una frase más, una frase final, concluyente: "A pesar de todo te quiero".

  Desde el fondo del pasillo sale reptando una tímida luz. No soy yo, son mis zapatos quienes se empeñan en llevarme hacia allí. Yo no quiero; intento agarrarme a las paredes, pero avanzo sin remedio. Un paso, otro...

  Hago una última corrección, creo que sobra el "a pesar de todo", lo tacho. A pesar de todo te quiero; y pongo la T en mayúscula, eso es. Ahora ya sólo "Te quiero". Tras un último revoloteo, los murciélagos desocupan mis entrañas y salen jubilosos por la ventana. Libre de ellos me levanto y voy al pasillo en busca de tu abrazo.

  Los lobos, otra vez los lobos,  ahí están, al acecho en cada sombra; entreabren las fauces para mostrar sus colmillos. Se acercan. No hay vuelta a atrás, mis pies son lapas adheridas al suelo. El cuchillo se aferra fuertemente a mi mano.



Friday, 9 February 2018

Renglones en blanco


  Estaos quietos de una vez, por favor, me tenéis harto ya con tanto zarandeo ¿No veis que somos demasiados para dormir en una rama tan débil? ¿Por qué no os vais alguno a otro árbol? venga. Acordaos que fui yo el primero en llegar ¿eh? y os he ido permitiendo que os pusierais aquí a mi lado, uno tras otro; porque en una noche tan mala, nevando todo el rato como está, hay que ser solidario, está claro, y compartir los pocos sitios resguardados disponibles, pero es que entre todos me habéis ido empujando hacia el extremo, capullos, y mirad lo inclinado que está esto. Desde luego con vosotros no se puede ser bueno. Es exactamente lo mismo que me hacéis en la oficina, joder, que me he dejado media vida ayudándoos, enseñándoos todo lo que sabéis, me he partido el pecho por vosotros y ahora me arrinconáis, me margináis sin piedad. Queréis que me vaya a una sucursal de provincias y que me den por culo, eso es lo que queréis ¿verdad? Pues no, no me da la gana, que en las ramas de afuera la nieve se cuela mucho más y te mueres de frio. Os largáis vosotros, venga, que ya me estoy resbalando, qué... ¿Cómo que no queréis? Sois unos hijos de puta. Os voy a moler a picotazos, pedazo de cabrones, malos pájaros. Pero... joder ¿qué me pasa? No puedo; no puedo moverme. Me pesan tanto las patas, las... piernas. ¡Dios, me he quedado paralítico!

  Buff, qué horror. Qué pesadilla más mala. Sucedía algo con unos pájaros, pero apenas lo recuerdo. Debo tranquilizarme, no pasa nada; y es aún de noche, hay que seguir durmiendo, venga. Mi corazón se ralentiza poco a poco, parece que ya se acomoda a su ritmo normal. Debería abrigarme más, hace frío; pero no me apetece levantarme. ¿Qué hago, voy al armario a por una manta? No, tal vez no valga la pena, y me desvelaría totalmente. Voy a probar a darme la vuelta hacia el otro lado. Eso es, metiendo los brazos y acurrucándome un poco más, así. En la calle debe hacer un frío que pela; tal vez esté incluso nevando. Pobres pájaros; espero que todos encuentren buen refugio, porque en este barrio hay pocos árboles de hoja perenne. Tal vez sea mejor irse al parque, eso es, allí están los ficus, que son tan abrigaditos, aunque hay pocos y suelen estar petados las noches como esta; pero bueno, tal vez en los magnolios encontremos sitio, sí, hay bastantes y son muy socorridos; porque yo desde luego paso de las coníferas, para dormir son incomodísimas. Venga, no le demos más vueltas, vamos al parque. El informe lo dejo para mañana. Esperadme, que vamos todos juntos. Yo creo que por un día de retraso tampoco le pasa nada al director, que se joda, siempre lo pide todo “con suma urgencia”, es un caga-prisas y un gilipollas. Un momento, que ya mismo voy. ¿Eh? No sé qué coño me pasa, no puedo estirar las alas. Esperadme, por favor, no me dejéis aquí solo con el frio que hace. ¡Nos os vayáis, cabrones! ¡Esperadme, joder...!

  ¡Ay, dios! Menuda noche de mierda que llevo. No sé qué sueño maldito he tenido, pero debería hacer un esfuerzo y recordarlo. Necesito averiguar cuáles son mis obsesiones; sólo así podré enfrentarme a ellas, cara a cara, superarlas y conseguir descansar bien por las noches. Aunque, ahora que lo pienso, ya lo intenté sin éxito hace unos años; tenía un cuadernito de esos de hojas pautadas y un bolígrafo en la mesilla de noche, con el firme propósito de escribir cada vez que una pesadilla me despertara, aunque fuera un par de líneas que me dieran la pista después para reconstruir la historia; y no sólo los malos sueños, también los buenos, pues en algunas ocasiones me he despertado seguro de haber concebido grandes ideas, incluso hermosos versos y melodías durante el sueño. Pero nada, me harté de encontrar, día tras día, el cuaderno sin estrenar con inútiles renglones en blanco.

  ¿Eh...? Otra vez no, por favor... No, esta vez no es ningún sueño, qué va, es el puto radio-despertador quien irrumpe desabrido, como cada mañana. Pero ¿cuánto tiempo llevará sonando? ¿qué hora será? He dormido fatal, joder. Bostezaré, eso es, estirando bien brazos y piernas, arqueando la espalda. De alguna forma tendré que despabilar cada parte de mi cuerpo, maltrecho y perdido aquí en este desierto de cama. Ahora toca abrir los ojos, no hay más remedio. Allá voy... Sí, debe ser de día. La luz se cuela por algunas rendijas formando cinco o seis líneas difusas que proyectan sobre la pared otros tantos renglones vacíos, renglones en blanco. El día está por escribir. Ahora todo depende de mi exigua voluntad. Vamos, habrá que intentarlo. A ver... Lo conseguí, ya estoy en pie. Subo la persiana y abro de par en par la ventana, a ver si así me despierto del todo. Pues, vaya, no hace tanto frio. Hay varios pájaros alineados todos en la misma rama del árbol, justo enfrente de mí. Qué curioso, parece que me observan con atención. ¿Qué pasa, no os asusto? ¿Y si tuviera una escopeta de esas de aire comprimido, eh? ¡Pum, pum! Pero bueno ¿es que no os da miedo nada? Oye, ¿qué descaro es ese con el que me miráis...? ¿y qué demonios cuchicheáis con tanto pio pio? Es increíble, el del extremo me guiña un ojo con toda desvergüenza. Ya comprendo, sí, os burláis de mí. Soy un pringao ¿verdad? Vosotros ya tenéis el buche lleno a estas horas; mientras que yo apenas tendré tiempo de engullir a toda prisa un miserable café en el bar de la esquina y salir pitando hacia el metro, allí me sumergiré apestado durante trece estaciones hasta llegar a la oficina. Una mierda, una puta mierda. Son ya menos veinte, me cago en dios, otra vez llegaré tardísimo, y llevo tres días seguidos así. ¿Qué disculpa me toca hoy? Decidme, venga, decidme vosotros que tenéis el día resuelto ¿qué cuento yo hoy en la oficina? Ah, os encogéis de hombros ¿no? Je, je. Pero qué lindos sois. Parece que os diera pena verme. “Mira, un humano dentro de su jaula, aún medio dormido y ya está estresado”. Tengo que vestirme a toda mecha. Hoy no hay ni ducha ni nada, abro directamente el armario a ver que coño me pongo. Sí, sí, vosotros seguid piando. La verdad es que me dais una tremenda envidia, joder, se os ve tan libres. Qué mal, pero qué mal nos lo hemos montado los humanos. Ahora iréis al parque tan a gusto, a picotear por ahí, sin prisa alguna. ¿Cómo? Ah, que preferís iros al campo; estupendo, al campo, sí. Pues ¿sabéis qué os digo? Me parece que hoy no voy a currar, ea, se ha acabado. Si me invitáis os acompaño. ¿Ah sí? Qué majos sois, muchísimas gracias. Eso es, en el campo se me ocurrirá alguna excusa para justificar no tener listo el puto informe, tal vez allí encuentre el sentido a todo esto. Aunque la verdad es que... no tengo mucha certeza de nada ¿sabéis? Porque el despertador ha sonado, de eso estoy seguro, y empezaron las noticias, que me aburren absolutamente, siempre hablando de lo mismo, yo nunca les presto atención, por lo que... no sé, puedo haberme dormido otra vez y, claro... ahora mismo yo juraría estar despierto, pero no me fio. Que sí, joder, es evidente que estoy ahora aquí hablando con vosotros, todo debe ser real, no hay duda, pero es que mirando hacia abajo se ve que hay una buena hostia, esto en un tercer piso. Bueno, creo que hay una forma de asegurarse aún más: me pellizcaré, a ver si noto el pellizco; a ver... Joder, qué complicado es llegar a mi piel con tanta... Nada, dejémoslo. Vale, pues no hay que darle más vueltas, os acompaño. ¿Y para qué había abierto yo el armario? es absurdo, portando ya este lustroso plumaje no necesito ropa. ¡Qué gusto! Un optimismo repentino me invade. Creo que hoy sí seré capaz de escribir en esos renglones en blanco. Con sumo placer extiendo ahora mis alas al salir por la ventana. Y ya vuelo.



En esta ocasión no es el pájaro del extremo sino el de en medio quien me guiña el ojo


Antonio B  7-2-2018  (para el taller Bremen, tema "Pájaros")