Te espero. No querría hacerlo, debería acostarme y
tratar de dormir, pero otra noche más te espero. Una hora tras otra.
Y escribo. Palabras y más palabras. Mi lápiz se va derritiendo en
amorfos renglones. Los folios rellenos me evitan; van escurriéndose
con sigilo hacia el borde de la mesa y se precipitan contra el suelo,
hartos de tanta desesperanza. Pero aún quedan algunos en blanco
sobre los que sigo escupiendo palabras, muchas palabras, para luego
buscarte detrás de cada una de ellas. No alcanzo a entender qué
verbos te alejan de mí... ¿rehacer tu vida? ¿huir? ¿follar?
¿amar, tal vez? Y si es amar ¿con qué adjetivo aderezas ese amor?
¿un amor dulce? ¿joven, quizás? ¿amor inédito? ¿amor
furtivo...? Palabras y más palabras.
Al llegar al último tramo de escalera me invaden los temblores, como cada noche. Ya frente a esta maldita puerta, siento aullidos de los lobos que mi pecho encierra. No soy yo quien abre, no, es la llave quien penetra en la cerradura sin mi consentimiento, es ella sola quien ahora gira. Mera rutina, como cada noche. Todo resulta cotidianamente absurdo. Aún estoy a tiempo de huir, tal vez haya un botón de "exit" que pueda borrarme de este escenario, aparecer en otra vida, en otra dimensión... Pero no, la puerta se abre sin piedad y entro. Soy imbécil. Ya estoy en el infierno, como cada noche.
Buscando más palabras, me asomo a la ventana en un
lento travelling con fundido a negro. Los murciélagos dan vueltas y
vueltas desesperados, sin un mísero mosquito que llevarse a la boca.
¿No descansáis nunca?... Nunca, eso es: nunca es el adverbio que
busco. Hoy puede ser ese día maldito en el que ya no vuelvas.
Definitivamente nunca. Me siento y lo escribo. Más palabras. Pero...
Se ha oído la puerta cerrarse. ¡Ha vuelto! Soy imbécil ¿por qué
me sobresalto? Debería acostarme y fingir un profundo sueño. Pero
no hay prisa. Primero va al váter; luego a la cocina, las píldoras,
medio vaso de agua; ya después entrará aquí con mucho cuidado de
no despertarme.
La pastillita de cada día, hoy toca amarilla; y la
verde para dormir, sí, hoy para dormir se suman también tres
gin-tonics ¿o fueron cuatro?; da igual, un trago de agua... y ya
está, todo en su orden cotidiano, como cada noche. Todo no: sobre la
encimera, perdido y absorto, hay un cuchillo. No soy yo quien lo
coge, no, es el propio cuchillo quien insiste y se adhiere a mi
mano apretándome los dedos uno a uno en torno a su mango. Se
enmarañan los aullidos en cada pliegue de mi cerebro.
Está claro que no acerté en mi apuesta del último
párrafo: "...hoy es ese día maldito en el que ya no vuelves
nunca, definitivamente nunca". Larga ha sido la espera, he
escrito más de diez folios, pero has vuelto. Murciélagos y palabras
giran juntos en mi vientre. Si me atreviera... qué va, no soy capaz,
pero si me atreviera te pediría que leyeras estos textos.
Compensaríamos así el vacío de nuestras bocas, últimamente mudas.
Si me atreviera saldrían de su escondite todos los verbos y
predicados; exultantes, auténticos, frescos y precisos, liberando
así nuestros labios de su sequía. ¿Qué sentido tiene tanto
absurdo rencor? He añadido una frase más, una frase final,
concluyente: "A pesar de todo te quiero".
Desde el fondo del pasillo sale reptando una tímida
luz. No soy yo, son mis zapatos quienes se empeñan en llevarme hacia
allí. Yo no quiero; intento agarrarme a las paredes,
pero avanzo sin remedio. Un paso, otro...
Hago una última corrección, creo que sobra el "a
pesar de todo", lo tacho. A pesar de
todo te quiero; y pongo la T en
mayúscula, eso es. Ahora ya sólo "Te quiero". Tras un
último revoloteo, los murciélagos desocupan mis entrañas y salen
jubilosos por la ventana. Libre de ellos me levanto y voy al
pasillo en busca de tu abrazo.
Los lobos, otra vez los lobos, ahí están, al acecho en cada sombra; entreabren las fauces para mostrar sus colmillos. Se acercan. No hay vuelta a atrás, mis pies son lapas adheridas al suelo. El cuchillo se aferra fuertemente a mi mano.