Thursday, 22 December 2016

Anagnórisis


Anagnórisis
ἀναγνώρισις


   Por la persiana entra algo de luz, muy poca. Apenas cinco o seis rendijas filtran unos rayos apaisados sobre el suelo de la sala. No recuerdo cómo llegué anoche hasta aquí. Borracho. Seguro que llegué borracho. Tal vez Fede me traería. Aunque no, porque Fede fue de los primeros en despedirse, de eso sí me acuerdo. Buff, con esta resaca no consigo despertarme. Qué dolor de cabeza, por dios, me cuesta abrir los ojos. Es una habitación muy grande, con dos ventanas: esta, junto al sofá donde estoy y otra similar en la pared de enfrente, con su correspondiente persiana mal cerrada por donde también entra algo de luz. Pues sí, debía estar como una cuba, porque no recuerdo absolutamente nada. Seguro que me trajeron en volandas desde el último bar y me echaron aquí, inconsciente. Pero... ¿con quién estaba...? A ver: Luisa y Javi eran los convocantes, eso es, y celebraban no sé qué aniversario; tal vez sea esta su casa. También estaba Fede con un par de amigos, pero Fede se fue pronto. Podría ser la casa de alguno de sus amigos, aunque... espero que no, porque con uno estuve discutiendo un buen rato, era un cretino y un facha, que se puso a subir el tono de voz en plan agresivo; espero no estar en su casa, joder, qué putada sería. Una silla. Mira qué detalle, me han dejado las gafas en una silla que hace las veces de mesita de noche. Bueno, ya veo algo más. Es una sala enorme, efectivamente. Parece que enfrente hay otro sofá. Sí, bajo la otra ventana, y también con una silla en la cabecera. Lo que no se ve, con tan poca luz, es la puerta; ¿dónde estará la puerta en esta sala tan enorme? ¿Cómo...? Me ha parecido que se movía algo. Por un instante, las líneas de luz proyectadas en el suelo por la persiana de enfrente han variado su intensidad. Es en el otro sofá. En ese sofá hay alguien tumbado, seguro. Será quién me haya traído, claro. O no, tal vez es otra persona que acabó tan borracho como yo. Por favor que no sea el facha cretino ese. Joder, no me atrevo a moverme. Con las ganas de mear que tengo. Pero me aguanto. Que se levante él primero. Sea quien sea, que levante su persiana de una vez. Venga, si ya me he dado cuenta de que estás ahí. Y seguro que tú también. No lo pienses más, joder, que me meo. Nada, los dos ahí quietecitos, haciéndonos los dormidos. Ya está bien. Voy a estirarme lentamente a ver si llego a tirar de la cinta y abro mi persiana. No, mejor no. No voy a darle la oportunidad de que me vea y yo a él no. Que levante él su persiana, joder. Hostias, se ha movido por fin. Parece que ya no va a hacerse más el dormido... Qué va, se vuelve a quedar quieto. Está igual de mosqueado que yo. Es él, está claro, es ese facha de mierda. Nos han traído aquí a los dos, uno frente al otro. Tengo que salir de esta habitación y buscar a alguien por la casa, a esa persona tan amable que me ha acogido esta noche, para que duerma la mona junto a ese cretino de enfrente. Hay que encontrar la puerta. Allá voy. ¡Hostias! Se levanta también. Tengo que ser precavido. Estar preparado para defenderme. Me cago en dios. Vamos los dos hacia el centro de la habitación. ¡Joder, este hijoputa viene a por mí!. En esta penumbra no hay forma de protegerse, lo único que vale es golpear primero. ¡Ahora!
   —¡Aaaahhhh!
  Craaaasshhhh...

    —¿Qué demonios pasa aquí?
   Alguien abre la puerta. Por fin. Qué dolor más fuerte en las manos.
    —¿Pero bueno? ¿Qué haces? ¿Por qué rompes el espejo?
    —¿Es un espejo?
    —Lo era, joder. Ahora esta hecho añicos. Con la pasta que me costó poner toda la pared de espejo, para las clases de ballet de Luisa. A ver... Estás sangrando, tío.
    —Ya. Lo siento, Javi, de verdad que lo siento. Es que... la habitación era la mitad de grande de lo que parecía. Y había un hijoputa en el sofá de enfrente... que era yo.



             Antonio B (22-dic-2016)

La anagnórisis (del griego antiguo ἀναγνώρισις, «reconocimiento») es un recurso narrativo que consiste en el descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su identidad, sus seres queridos o su entorno, ocultos para él hasta ese momento.


Sunday, 20 November 2016

Guiso carretero

 Guiso carretero
 
 
    Para Domingo López el mejor día de la semana es el viernes. Evidentemente también lo es para todo aquel que valora los fines de semana como un ansiado respiro en su tormento laboral, pero para Domingo el viernes tiene un aliciente adicional: es el día reservado al arte culinario. Cocinar es su principal devoción, cocinar y poder deleitar a Marta, su mujer, con un buen guiso, a ser posible uno distinto cada vez. Para conseguir ese objetivo, él se escaquea de la oficina todos los viernes alrededor de la una del mediodía; y lo hace sin necesidad de dar explicaciones, ya que su jefe, Charles, cuenta entre sus cualidades la de ser un hombre práctico, centrado exclusivamente en resultados, sin importarle el horario que hagan sus empleados; pero, eso sí, la mejor de las virtudes de su jefe es estar a tres mil kilómetros de distancia, en la sede central de la compañía.
 
    Hoy viernes, como todos los viernes, Domingo ha llegado a casa antes de la una y media. Nada más entrar se libera a lo largo del pasillo de todos sus atavíos laborales: chaqueta gris, corbata a rayas, un zapato aquí, el otro allá, todos vuelan en el corto camino hasta la cocina, donde finalmente se enfunda el mandil; y entonces sí, una sonrisa ancha se instala entre sus mejillas. De un brinco se sienta en la encimera y, feliz en su añorado hábitat, saca el teléfono del bolsillo; apretando el icono-micrófono del navegador le consulta con voz clara, pausando en cada sílaba:
    —Gui-so ca-rre-te-ro
Ahí esta.
Es un plato muy antiguo. Lo solían preparar los vendedores ambulantes que viajaban en carretas tiradas por mulos. Era el guiso que buscaba. Leyendo la introducción de la receta, Domingo evoca la voz de su madre, quien, siempre antes de comer y como parte del rito gastronómico, solía dedicarle un preámbulo a cada uno de sus guisos. Hoy utilizará su olla, toda una antigüedad, de hierro fundido; el guiso lo merece. Visualiza los ingredientes que indica la receta y en un minuto dispone todo lo necesario.
    —Manos a la obra —exclama ceremonioso en voz alta.
Picar la cecina en cuadraditos. Sí, en pequeños dados, con sus gorduritas incluidas; al colesterol que le den por culo, piensa mientras los corta. Echar dos cucharadas de aceite en la olla y...
    —“Bip, bip” La interrupción le pilla con la cuchara colmada de aceite en una mano y el móvil en la otra. Es un mensaje de la oficina; de Lucía; ¿qué querrá esta mujer?... Con los dedos aceitosos no acierta a cambiar de pantalla. Por fin puede leerlo y contestarlo: 
Ahora no puedo. Llama a Sánchez, que él te lo resuelve
Que le den igualmente, a ella, a Sánchez y a toda la oficina, piensa mientras recupera la sonrisa.
Una tercera cucharada no le vendrá mal. Pues venga: el fuego vivo, aunque sin pasarse; y a freír.
Pero llegan más interrupciones...
    —“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo” No puedo cogerlo, querida, lo siento pero ahora no puedo “Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domin”.
    —Hola, Marta. Dime rápido, que se me quema el aceite.
    —(...)
    —Pues estoy con un guiso de arroz carretero, ¿te acuerdas?, de los que hacía mi madre.
    —(...)
    —Ah, pues te lo guardo para la cena, venga, te dejo, que...
    —(...)
    —¿Tampoco a cenar? —le pregunta Domingo torciendo el labio superior— pero si hoy es viernes y...
    —(...)
    —Que tenemos que hablar ¿de que? —le inquiere juntando las cejas.
Se producen sólo dos o tres segundos de silencio, pero la pregunta parece haber caído en un precipicio, al vacío más absoluto. Domingo se apoya en la nevera y por fin consigue reaccionar:
    —Bueno mira, lo siento, pero es que ahora se me quema todo. Ya me cuentas ¿eh?. Venga, un beso, adiós, adiós.
Deja el móvil sobre la encimera junto al paquete de arroz, aún sin abrir, desde donde un gallo de cresta roja y erguida le mira compasivo. Ahora se pregunta qué sentido tiene cocinar para él sólo. Pero el guiso está en marcha; los daditos de cecina se revuelven crispados. Hay que seguir.
    —Pues venga, ahora el ajo. —dice en voz alta y firme— Ah no, el ajo era después, a ver...
Una vez crujientes los cuadraditos, añadir medio vaso de vino y darle vueltas hasta que se evapore el alcohol. Alcohol, eso es lo que me hace falta, doble ración de vino, y que se evapore pero poco.
    —“Bip, bipLlamada perdida de Charles —Cómo no, mi jefe siempre en los momentos más inoportunos. Si no insiste es que no es urgente.
Suficiente evaporación; ya se habrá quedado sin alcohol alguno.
    —“Bip, bip” —Lucía de nuevo, a ver... Me está empezando a cabrear.  "Pues pasa ese pedido al próximo trimestre, Lucía, es como hacemos siempre" le escribe en su contestación.
Ahora sí que va el ajo ¿no?... Añadir cuatro o cinco dientes de ajo enteros y continuar dándole vueltas hasta que se doren. Eso; y a seguir removiendo.
    —“Bip, bip” Joder, otra vez esta tía... "No, las facturas le tienen que haber llegado a Sánchez, a mí no".
    —“Cógelo Domingo, que soy yo; cogelo Domingo, que s”.           No quiero, no me da la gana de cogerlo. Hay cosas que no se pueden hablar por teléfono. Que venga y me lo diga en persona.
A ver si me centro: Luego echar un litro de agua, tapar y dejar hervir.
    —“Riiiing”... ¡Dios, el jefe!
    —¿Qué pasa Charlie? ¿Cómo estás?
    —(...)
    —Ah sí, me ha enviado un mensaje Lucía. Ya lo está resolviendo ella con Sánchez.
    —(...)
    —No jodas... Bueno pues envíame la hoja excel y lo intento cuadrar; aunque... estoy fuera y me temo que en el teléfono lo voy a ver fatal.
    —(...)
    —No, videollamada no, que estoy comiendo con clientes; envíame la hoja, lo miro y te digo algo.
    —(...)
    —Sí, cuenta con ello. Hasta luego, Charlie”  
Me cago en todos sus muertos. Le han debido calentar la cabeza desde la oficina. Sánchez, seguro que ha sido Sánchez. En vez de llamarme a mí, llama directamente al jefe, es un gilipollas. Pero me da igual. A ver por dónde iba... Cuando se nota que la cecina está ya blanda echar el arroz. Dar vueltas con una espátula removiendo el fondo, tapar y dejar que siga hirviendo 13 minutos más. Ahí va: el arroz. Es un guiso muy sencillo, pero no me acordaba. Arroz del carretero lo llamaba mi madre. Hoy será el arroz del carretero solitario.
Aquí llega la hoja excel. A ver qué demonios le pasa al puñetero cierre trimestral... ¿Y esto? Se queda cuajado. Sin memoria de dispositivo Lo tengo petado, no da más. Y es de memoria interna. Me temo que no vale para nada quitar vídeos y fotos, esos están en la SD; tengo que desinstalar aplicaciones. Precisamente ahora, por dios. Rápido, venga. Pero a ver cuál quito. El Maps 730MB; el Open Office son 650; el Skype 360. No puedo, qué tontería, no puedo prescindir de ninguna de ellas. Ya el resto son apps pequeñas. Con esta grasa en las manos no acierto a pulsar, se me escurre. Los juegos, venga, a quitar jueguecitos que, aunque apenas ocupen espacio, algo liberaremos. 
    —“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo
Recuerdo perfectamente cuando me pidió el móvil para grabar este mensaje. “Ahora no tienes disculpa, ya sabes que soy yo la que te llama” Quién me iba a decir a mí que un año después —“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Dom”.
El Letrix... fuera; el Sniper, Brain, Pazly... todos fuera. A ver... Pues tampoco. Sigue sin abrir la puta hoja de cálculo. ¡Dios! ¡El arroz! A ver...
    —“Riiiing”... —Pero si sabes que estoy comiendo con clientes, capullo, por qué me vuelves a llamar.
¿Le habré echado poca agua? Tal vez; venga un vaso más. Y bajo un poquito el fuego. Eso es.
    —“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”.
Te apagaré la voz, que ya está bien. Que se me escurre. ¡Hostias! Al suelo. Joder, se me cae al suelo y el puto teléfono no deja de sonar. Es increíble.
    —“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”.
Pues sí que es listo, sí: sabe que está en el suelo y me dice que me joda y me agache a cogerlo. "Agáchate, sí, porque tu mujer tiene algo importante que decirte; aunque tu no quieras oírlo. Eso es; y además tu jefe quiere también darte por el culo. Venga, cógeme". 
    —“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”.
En este momento me estoy arrepintiendo de haberme quitado los zapatos. Aunque puedo utilizar el rodillo... Je, je. Aquí está, en el cajón de abajo; lo uso poquísimo, la verdad, para la pasta de la pizza o la de las empanadillas, pero poco más; y mira que me gustan los utensilios de madera; “Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo” las cucharas de palo, los cuencos de madera. El rodillo podría liderar la venganza, la rebelión de lo natural contra lo artificioso; el arte gastronómico contra la puta tecnología. “Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”. Pero no; creo que es esta olla —la agarra firmemente por las dos asas— quien tiene razones más contundentes para descargar su férrea posadera sobre ¡ESTE “Cógelo Dom” PU-TO TE-LE-FO-NO!
 
    Han sido siete; o tal vez más, Domingo no los contó, pero al menos fueron siete golpes certeros. Ahora apaga el fuego; también el extractor de humo, el único sonido que quedaba remanente. Qué tranquilidad. Se asoma a la olla, aún en sus manos, los granos de arroz le saludan satisfechos; la apoya en la encimera y de un brinco se sienta a su lado. “Excelente trabajo”, le dice. Desde esa posición se observan con buena perspectiva los restos descuartizados del smartphone.
 
 
 
 
https://www.recetasgratis.net/receta-de-guiso-carretero-31392.html
 

Friday, 11 November 2016

Academia de aduanas


 Academia de Aduanas


     Hay algunos muebles nuevos y otros cambiados de sitio, pero está prácticamente igual. Quince años, se dice pronto, quince años fuera de casa. Cuántos recuerdos afloran de repente en cada habitación, en cada rincón. Es un lujo poder recuperar esta mansión en pleno centro de Madrid.
     —Lo han dejado todo bastante limpio ¿verdad? Da gusto tener inquilinos así. Han tardado en irse, pero no nos podemos quejar, han cuidado bien la casa. Ana ¿dónde andas? —Mi hija está tan ilusionada que no me hace ni caso. Se ha subido corriendo a ver las habitaciones. Asegura que se acuerda, pero no es posible, tenía cuatro años cuando nos fuimos. —¡Ana ¿dónde estás?!

     —¡En la buhardilla, mamá! —Es enorme: tres plantas, con amplias habitaciones de techos altísimos. En esta buhardilla pasaba los mejores ratos. Ponía todos los muñecos en filas, como si estuvieran sentados en clase y yo hacía de maestra. Pero la recuerdo aún mucho más grande; y diáfana, sin todos estos trastos; apenas se puede pasar.
     —Mamá: aquí han dejado varios muebles y montones de trastos.
     —Ya subo  —la escalera está bastante deteriorada, habrá que arreglar algunos peldaños y barnizarla entera— A ver esos muebles... Son nuestros, hija. Mira: todos esos pupitres ahí apilados son de la antigua academia, había muchos más repartidos por las habitaciones, que entonces eran aulas. Esa mesa estaba en el comedor, han puesto otra más fea en su lugar, absurdo porque está perfectamente, la cambiaremos. Este es el aparador de la entrada, tampoco sé por qué lo han quitado. ¡La alacena!, la alacena del siglo XVII, me había olvidado de ella por completo.
Ana está entusiasmada descubriendo la casa. A mí se me amontonan los recuerdos, me abruman. Los buenos y los malos. Formas, colores, incluso olores hibernados en la memoria más profunda, ahora despiertan. Pero sobre todo predominan los tristes. Esta casa me evoca la soledad, la tremenda soledad con que viví el embarazo. Él dando siempre largas en sus breves llamadas. “Este fin de semana no puedo, estamos a tope de trabajo, pero seguro que el mes que viene hago un hueco y voy a verte”. Los meses pasaron uno tras otro, qué hijo de la gran puta, y llegó el parto, al que también le fue imposible venir, claro. Su muerte a los pocos días ya apenas me afectó; había renunciado a mantener una relación con semejante cabrón, aunque fuera el padre de mi hija, para mí ya había muerto. Luego me llevé una sorpresa al saber que en el testamento me dejaba esta casa.

     —Alacena, del árabe “Alhazana”. Es preciosa; además siendo del siglo XVII... debe valer una pasta ¿no mamá?.

     —Seguro que vale mucho, sí. Tu padre la heredó de sus antepasados, junto con la casa y muchos otros muebles de distintas épocas, pero esta alacena es de los más antiguos. “Aljazana” con hache aspirada ¿no? Da gusto tener una hija lingüista, erudita y sabelotodo. Tú sacarás cualquier oposición que te propongas, ya verás; y a la primera, no como tu madre.  —Es igualita que su padre: la misma mirada penetrante, profunda, que a veces me produce incluso miedo; esa intuición con la que consigue adivinarlo todo. Es muy inteligente, pero no superdotada como me han llegado a decir algunos de sus profesores: “Su hija es increíble, resuelve los problemas antes de que yo termine de leer el enunciado”.

     Alucino, se parece a la de la foto que me envió Jaco el otro día. A ver...
Hostias, es idéntica. La foto es de esta misma alacena. Me parece que ya son demasiadas casualidades. En solo un par de meses que llevamos en contacto, Jaco ha sido capaz de averiguar un montón de datos sobre mí, incluyendo la fecha de nacimiento, a pesar de que en el perfil de facebook y de todos los foros donde participo pongo siempre 1 del enero de 1901. No sé cómo lo hace, es un tipo muy listo desde luego, y se muestra cariñoso conmigo. Curiosamente, a diferencia de muchos otros, no quiere quedar para que nos conozcamos en persona; yo ya se lo he propuesto, pero él se empeña en que nuestra relación sea exclusivamente virtual. Me da rabia, parece un tío interesante y apenas consigo sacarle información personal.

     —¿Ya estás otra vez enganchada al móvil? No paras hija. Qué adicción.

     —Ay qué pesada eres, mamá. —Tal vez debería contárselo, porque esto de la alacena es muy mosqueante, de dónde habrá sacado este tío la foto. Pero nada, con lo mal que lleva lo de mis relaciones en las redes no puedo hablar con mi madre de eso, qué le vamos a hacer. Nos pasamos la vida juntas y siempre guardándonos secretos. Yo también estoy harta de su manía de no contarme nada relacionado con mi padre. Seguro que cuando murió, estando yo recién nacida, ya se habían separado, él la habría abandonado por otra. Tiene traumas que no ha superado, así que nada, que me lo cuente cuando le venga en gana, no voy a incordiarla indagando episodios desagradables de su vida. Aunque también ella debería comprender que me interese saber cómo era mi padre.  —Pero mi padre vivía en Ceuta, él no llegó a vivir aquí contigo ¿no?

     —No. Eh... bueno sí, pero muy poco tiempo. Aquí nos conocimos, ya sabes, esta era su academia y él fue mi profesor para las oposiciones. Cuando cerró la academia vinimos a vivir aquí, pero enseguida le llegó el nombramiento y se fue a Ceuta. Luego apenas pudo venir. Era una época malísima en esa frontera; bueno, la verdad es que siempre lo ha sido. Ser jefe de aduanas allí es un sin vivir. —Ana se queda pensativa, aunque trata de disimular, como si no le importara. Es evidente que no se cree lo que le cuento. Lleva años sin mencionar a su padre, pero me temo que ahora, en esta casa, querrá seguir indagando. Ya tiene casi veinte años, y creo que estaría preparada para poder explicárselo todo, pero no me decido, no quiero hacerla sufrir, y tampoco veo la necesidad. Prefiero que tenga una imagen positiva de su padre. A ver si logro cambiar de tema.
—Mira: esta cómoda es magnífica también, la pondremos en tu habitación. Por cierto ¿Has elegido dormitorio?

     —Pero mamá: tú ahora también eres jefa de aduanas y de todo un aeropuerto, que es mucha más responsabilidad; sin embargo mira qué bien te lo montas: hoy día libre por mudanza; ayer con los preparativos apenas apareciste por la oficina; y todos los días te pegas unos desayunos de dos horas con los compas. Es que no das un palo al agua ¿eh?. Mi padre en cambio sería de esos raros funcionarios trabajadores y cumplidores ¿no?

     —Tu padre era un hombre inteligente y audaz. Su muerte, siendo tan joven, y contigo recién nacida, fue un trauma para mí que aún no he superado. Perdona, hija, que me cueste recordar aquellos días. Además es que me estoy meando. Espera, que bajo al baño y vuelvo.
Anochece. Pulso el interruptor para encender la gran lámpara de bronce con cristales tallados que cuelga presidiendo el hueco de la escalera; sus viejas bombillas de filamento, la mitad fundidas, proyectan mi sombra fantasmagórica que va descendiendo por las paredes. No sé si voy a ser capaz de vivir en esta casa sin sucumbir ante tanto recuerdo en forma de espectro que habita en ella, sin derrumbarme anímicamente. Fue en esta escalera donde nos besamos la primera vez. Aquel día habíamos estado durante toda la clase transmitiendo el uno al otro nuestro deseo, discretamente, con miradas furtivas. Un deseo desbordante, acumulado a lo largo de todo el curso. Era ya el último día de clase antes de la oposición, pero mi pasión por él eclipsaba los nervios del examen. Al terminar sabíamos lo que iba a pasar. Me quedé recogiendo con parsimonia los apuntes mientras él despedía al resto de alumnos. Después se acercó y con un “¿todo bien?” protocolario aprovechó para acariciarme el antebrazo con ternura. Mi “sí” debió sonar a rendición incondicional, porque directamente me tomo de la mano para llevarme por este pasillo a la habitación del fondo que era su despacho. Aquí está. Sigue exactamente igual: la mesa con la silla y el sofá-cama donde él se quedaba algunos días a dormir. Aquel olor, ¡dios...! otra vez la memoria sensitiva me sorprende a traición, veinte años después aún soy capaz de evocar su olor, el olor de aquella persona a quien tanto amé, a quien tanto esperé y la que tanto he llegado a odiar. Aquella noche, justamente aquí, nos dimos mil besos. Aquella noche sentí, y aún siento, el calor eterno de sus manos navegando a la deriva por todo mi cuerpo; su pene ardiente penetrando en mi sexo derretido, una y otra vez. Puedo reproducir cada instante de aquella noche. Al amanecer, cuando el sol infiltró su primer rayo por la persiana, él dormía, yo no. Me levanté desorientada, lo mismo que ahora; y fui al baño, como ahora voy, así, exactamente igual de aturdida que aquella noche.


Abro la puerta del baño y se oye un leve chirrido áspero de sus bisagras, el mismo que hace veinte años. Sentada en el váter me rebelo contra esta maldita memoria mía, que quisiera aniquilar pero no se deja, es ella quien manda. Fue aquí, de pie frente al espejo —me tiemblan las piernas, casi no las controlo— cuando sentí de nuevo el fuego de su aliento, justo detrás de mí; sus manos acariciándome, primero los hombros, luego los pechos, todo mi cuerpo abrazado por la espalda con  intenso ardor . Y fue al mirar hacia el espejo, así, como ahora, cuando advertí su ausencia. Un súbito pánico se apoderó de mí. Él estaba aquí, justo detrás mío, sentía su abrazo, sentía sus manos sobre mis pechos, pero en la escena reflejada en el espejo solamente yo aparecía, él no. Fue entonces cuando comprendí que me había acostado con el mismísimo diablo. Todo pasó aquella noche, sólo aquella noche, no hubo más. Él se quitó de en medio, desapareció. A partir de entonces nuestra relación fue exclusivamente por teléfono, y muy distante en espacio y tiempo. “Siento de verdad haberme ido sin despedirme de ti. Me llamaron y tuve que incorporarme en Ceuta con suma urgencia”. Así era ese desalmado, un hijo de la gran puta, un diablo, como pude comprobar después. Un maldito diablo, como su padre, su abuelo, su bisabuelo y todos sus antepasados varones. Afortunadamente Ana es mujer y con ella, al morir su padre sin más descendientes, se extinguió esa estirpe diabólica de una vez por todas. Sólo los hijos varones heredan la condición de diablo y van transmitiéndola de generación en generación. No hay diablas, o por lo menos no está documentado que las haya. Si Ana hubiera sido varón ahora tendría un hijo endemoniado, qué tremendo, no quiero ni imaginármelo. Hay tantas cosas que debería contarle. Aunque sea todo tan difícil de creer.
     —¡Mamá! ¿dónde andas?
     —Espera, hija, es que no encuentro papel higiénico.
     —No te lo vas a creer. El cajón de la alacena está lleno de documentos antiquísimos.
     —Ya subo. A ver... Ah sí, son de los abuelos. Bueno, ya lo veremos mañana con calma. —Más recuerdos no, por favor. Necesito despejarme. — Oye, que yo he quedado a cenar con algunos compañeros ¿Tú vas a salir esta noche?
     —No, en principio no tengo plan de salir. Oye, mira lo que aparece aquí: un anuncio de la academia: “Academia de Aduanas”; es antiquísimo, de 1911.


     —Es verdad, qué curioso. Manuel López Palma, ese es... tu bisabuelo. —Está obnubilada rebuscando papeles. Es obvio, necesita saber de sus antepasados, conocer esa mitad de su historia que yo le he venido ocultando. Desde luego es imperdonable. Se ha acabado, ni un minuto más. Ahora, es ahora el momento. Cancelo la cena. Me quedo a explicárselo todo. Aunque... nada tan importante como los mensajes del móvil, claro.



     —¿Ya se te puede hablar o tienes aún mensajes por contestar...?  Es broma, mujer, no te enfades. A ver...:  el caso es que llevo tiempo queriendo charlar contigo despacio; y veo que con la llegada a esta casa estás interesada en conocer detalles del pasado. Es normal. No sé, si quieres puedo cancelar mi cita, nos vamos juntas a cenar y hablamos tranquilamente ¿Cómo lo ves?
      —Vaya, pues es que acabo de quedar. Qué rabia, porque sí me apetecería mucho.
      —Vale, vale, pues no pasa nada  —en fin, no parece el momento oportuno— Mañana, mañana sin falta cenamos juntas ¿te parece?

     —Sí, mañana estupendo.

     —Pues venga, yo ya marcho. Me voy dando un paseo, que hace mucho que no ando por el centro.
     —Oye mamá: A lo mejor traigo a unos amigos para enseñarles la casa ¿eh? que todos me están preguntando cómo es y todo eso.

     —Estupendo. Pero tendréis que pediros unas pizzas o algo y bebidas, que aquí no hay de nada. Pues sabes que... voy a ir dormir a la casa antigua; y mañana aprovecho para hacer una última revisión, que el lunes hay que entregar las llaves. Así os dejo a vuestro aire para que disfrutéis de la casa entera.

     —Oye, no hace falta, mamá, qué tontería.

     —Que sí, que sí, venga que ya me voy. Un beso.

     —Que lo pases bien, mamá.
      —Hasta mañana. Ya hablamos.  —Al besarnos me ha dado la impresión de que aún dudaba, no sé.  Tal vez ella hubiera preferido que me quedara y le contase. En fin, mañana con calma, que yo estaré más tranquila.





Monday, 19 September 2016

Vuelo 503




Vuelo 503 (Antonio B)  


Azafata.- Señoras y señores: Bienvenidos a bordo. Por favor desabróchense los cinturones; pongan el respaldo de su asiento en posición reclinada, o incluso en horizontal si lo desean; siéntanse cómodos; fumen y beban a su antojo.

Uno.- Mire usted, señorita azafata: Lo siento pero es que yo no fumo y además... es que he venido sin cinturón. Yo, si no le importa, querría...

Dos.- (interrumpiendo) No se preocupe usted por eso; mire, yo le dejo el mío para que me lo desabroche.

Uno.- No, no se moleste, si no es cuestión de cinturones, yo lo que...

Dos.- (interrumpiendo) Pero si no es molestia, por dios, faltaría más, venga...

Azafata.- Nuestra velocidad de crucero será, como mucho, de dos o tres pies por hora; y volaremos a una altitud de apenas unos palmos sobre el nivel del mar. Tanto unos como otros, los pies y los palmos, podrán ser grandes, pequeños, o medianos, con o sin callos, genuinos o postizos, fieles o adúlteros entre sí, y les aseguro que en algún momento del vuelo serán incluso virtuales.

Tres.- Sí, ya; pero usted dice eso porque que lo pone en el guión, no es que lo sepa realmente. Eso no vale.

Azafata.- Pues lo mismo que usted. Mírese como está ahí leyendo su guión, al igual que todos.

Tres.- Cierto, muy cierto. Vaya mierda. Pero ¿qué somos? ¿putas marionetas del guionista? Y no me refiero a ahora, no, es obvio que ahora estamos leyendo cada uno el papel que nos han escrito; me refiero a toda la vida, a ese guión oculto que escribe el poder y que nos marca el paso cada día.

Dos.- ¿Te refieres a los políticos?

Tres.- No, hombre, no, esos son unos pringaos.

Uno.- No, él se está refiriendo a dios. Será uno de esos creyentes para los que el destino siempre viene marcado por dios. Las cosas suceden “si dios quiere”. Afortunadamente cada vez somos más los escépticos. Los creyentes irán poco a poco desapareciendo, si dios quiere.

Tres.- Ni dios ni hostias. Es el capital. Es el puto capital quien nos maneja a su antojo. “Venga, esclavo, ponte el despertador bien temprano ¿eh? Tienes mucho que producir para luego poder consumir lo que te digamos. Pero ¿cómo? ¿sigues aún con ese móvil tan cutre? Qué vergüenza, por dios ¿Y aún no has visto el nuevo modelo de televisor 4D? Pero si ya lo tiene el vecino del tercero ¿es que vas a ser tú menos que él? " Consume, trabaja, consume, trabaja, no pares, sigue, sigue.

Dos.- Ese vestido... pero dónde sales tú con ese vestido de la temporada anterior; por dios, ya no se llevan esos colores. Compra. Renueva tu estilo. Compra. No pares, sigue, sigue.
Dos y Tres.- No pares, sigue, sigue...  

Uno.- ¡Ay, señor, qué desgracia! !Qué desgracia la mía! Volvía ayer tan contento a casa; estaba aparcando mi nuevo y flamante serie 3, azul metalizado, precioso; y en ese momento llega mi vecina, por dios, la imbécil de mi vecina ¡se ha comprado un serie 5!, me cago en todos sus muertos, un serie 5 tenía que comprarse la muy gilipollas, y justo delante mío lo aparcó. ¿Qué voy a hacer ahora...? Pediré otro crédito, eso es, y me cambiaré de casa, me iré del barrio, no lo soporto. Pienso seguir luchando día tras día, nadie me va a dejar en ridículo.
Tres.- Efectivamente. Trabaja y consume hasta la extenuación. No pares, sigue, sigue...
Dos y Tres.- No pares, sigue, sigue... 

Dos.- Y no mires hacia atrás. Otros se van quedando por el camino; tropiezan y se descalabran; se van desangrando en las alambradas. Pero tú no eches jamás la vista atrás. Otros se quedan, sí, pero tú no pares, sigue, sigue.

Tres.- Hay que mirar sólo hacia delante. Cara al mañana, prietas las filas, recias, marciales.

Uno.- Eso es. En este avión todos miramos exclusivamente hacia delante. No pares, sigue, sigue.
(se le unen el resto de pasajeros)
Uno, Dos, Tres y resto de pasajeros.- (todos se ponen de pie) No pares, sigue, sigue. No pares, sigue, sigue. No pares, sigue, sigue...

Azafata.- (alzando la voz) ¿Cómo? ¡Señores! Señores, por favor, les suplico su atención. Estamos en el vuelo 503, aquí miramos hacia delante, hacia atrás y hacia donde nos venga en gana. Esto qué va a ser. Les ruego se calmen...
(se sientan refunfuñando) (ella espera a que se sienten todos)
Creo que será mejor empezar de nuevo ¿les parece bien?
Tres.- Sí, sí. Empezamos de nuevo.
Dos.- Eso, mejor será. (se dirige a Uno) Pero siéntese usted aquí al lado, así tendrá más a mano mi cinturón.
Uno.- Venga, vale. (se sienta al lado de Dos)
Azafata.- Señoras y señores: su atención, por favor. Bienvenidos a bordo de este vuelo 503 con destino imprevisible. El comandante de la nave no puede darles la bienvenida, ya que aquí no hay comandante ni nada que se le parezca. La duración estimada del vuelo será de tropecientos minutos. Dichos minutos podrán ser sexagesimales o no, vertebrados o invertebrados, indicativos o subjuntivos, premeditados y cautos tal vez, o ágiles e intrépidos, vaya usted a saber, pero vendrán repletos de magnificas historias. Serán minutos apasionados. Habrá que estar atentos por si en algún momento se derriten sobre las mesas y en las ramas de los árboles, como los relojes que pintaba Dalí.
Señoras y señores viajeros: relájense y disfruten. Llegó el día señalado. Da comienzo el taller gaditano de Bremen.


Wednesday, 29 June 2016

La mesa camilla



La mesa camilla era pequeña y, al sentarnos los tres, nuestras rodillas se toparon. No sé a ellas, pero a mi me produjo un agradable cosquilleo que recorrió mis piernas y subió toda mi columna vertebral hasta instalarse en el cerebelo, para, a continuación, ya más despacio, descender hormigueante hasta el vientre, genitales y a todos los rincones de mi cuerpo.

Al rato noté, con cierta desilusión, que Bea se interesaba más por Ana que por mí; Ana, en cambio, le hacía poco caso a ella y era a mí a quien miraba casi todo el rato. Así los tres formábamos un silencioso triángulo de miradas solícitas y respuestas esquivas.

Ana intentó reclamar mi atención y empezó a cantar con voz soprano:

Eres como la nieve
que cae a copos”

Bea, que la miraba resplandeciente, añadió su voz de contralto.

y por eso te quieren
tanto mis ojos”

Fuí yo, entonces, quien inicié la segunda estrofa, en voz tenor, palpando con ternura el antebrazo de Bea.

Eres como las aguas
que caen a chorros”

Se unieron ellas, sonando juntas ya las tres voces:

Y por eso te quieren
tanto mis ojos”

Pero Bea ignoraba mi caricia mientras cantábamos e inició un movimiento similar hacia Ana, quien, a su vez, también lo hizo conmigo, cerrando de esta forma un círculo de suaves caricias recibidas con triste resignación.

Tras algunos compases mudos, adelanté la cabeza buscando la mirada de Bea, lo que provocó que ella avanzara también la suya, y lo mismo hizo Ana a continuación. Los tres así, más próximos, arrancamos la tercera estrofa:

Eres como los aires
beso en tu cara
y por eso te espero
cada mañana”

La canción terminó. Las últimas notas se esparcieron por la salita, buscando entre los muebles de alrededor un buen escondite para observarnos, expectantes a lo que pudiera acontecer en el silencio inmediato. Nos miramos triangularmente perplejos. Sucumbiendo lentamente cada uno a su deseo, nos fuimos aproximando al centro de la mesa donde las bocas hechizadas de los tres se encontraron, fundiendo nuestros labios en un único beso, mitad dulce, mitad amargo. Cuánta amargura esconde un beso dulce, cuánta dulzura uno amargo. Sin separar las bocas, nos fuimos poniendo en pie para abrazarnos. La mesa cayó a un lado y, con ella, rodaron por la alfombra todas nuestras frustraciones.




Eres como la nieve” es una canción tradicional castellana. Cristobal Halfter hizo un arreglo para coral a cuatro voces (en este relato triangular nos valió con tres)


Monday, 6 June 2016

Te querré (ejercicio en riguroso futuro)



Te querré. A pesar de todo te querré. Y tú me querrás, sí, pero... él te querrá también, y tú a él. Ese será el problema: nos querremos y nos odiaremos los tres, como posesos, como náufragos en un tortuoso mar de celos. Será un calvario. No iré. Por eso esta noche no iré a tu encuentro.

La luna se elevará despacio entre los álamos del camino, ese camino noctámbulo hacia ti que hoy no andaré. Los gatos fundirán sus maullidos con mi llanto. Tú verás en cada pared la sombra de mi ausencia. Inquieta me esperarás un minuto tras otro. Me llamarás, pero no contestaré. Un escueto “no iré” será mi mensaje. No entenderás nada. Yo te imaginaré confusa, abatida y desconsolada. No lo resistiré, mi corazón estallará en pedazos.

No y mil veces no. Jamás te haré sufrir así. Iré. Definitivamente iré a tu encuentro. Esta noche te comeré a besos.

¿Y mañana... ? Mañana ya veremos, qué más dará.


Antonio Bisquert  1-06-2016


Thursday, 5 May 2016

En el balcón




Durante la lectura anterior, Antonio B se había ausentado de su ventanita de pantalla por un momento, volviendo luego a aparecer con la mascarilla puesta y en compañía de un niño de unos cuatro o cinco años que, con mucha atención, se puso a escuchar la historia que se contaba. Al terminar, la reina Josep se dirigió a él:
—Hola, hola, mozalbete ¿Qué tal? ¿Te ha gustado el cuento? —el niño no se percataba de que la pregunta iba dirigida a él, por lo que fue Antonio B quien respondió:
—Mucho ¿verdad que sí?  Es el menor de mis nietos —dijo presentándolo— En su clase ha habido dos positivos por coronavirus y los han enviado a todos a sus casas confinados por diez días. A todos menos a algunos que, como veis, son sus abuelos quienes los tenemos aquí de internos. 
—Ojú, pero qué abuso ¿no? ¿y sus papás?  —preguntó Nacho
—Tienen que currar —contestó Antonio— Y que los cuide una babysitter no es una opción recomendable, sería otra fuente de contagio. Total que les han hecho una PCR a él y a su hermano, que han salido negativas, y aquí están los pobres con sus abuelos, todos enmascarillados. 
—Pero bueno ¡Qué abuso! ¡Tremendo! —se oyeron coincidiendo varias voces.
Aquello dio pie a un acalorado debate sobre el asunto con opiniones de lo más variadas, que fue subiendo de tono hasta que Josep llamó al orden:
—Por favor, queridos bremenautas: mantengamos la calma y el decoro, que hay niños.
Pero Antonio B, que había puesto en mute su micrófono, debió convencer al niño para que se fuera a la cama y este se despidió con un "Adióooos" insonoro y agitando su mano. 
La reina de la jornada consiguió entonces reanudar la sesión diciendo:
—Venga, pues liberado  ya de tus "obligaciones", je, je —entrecomilló con el gesto de dos dedos de cada mano, estimado Antonio: te toca ser el siguiente narrador.
Sin más preámbulo, Antonio B compartió en pantalla completa su texto y comenzó a leer.

En el balcón

  Estás preciosa. El sol irrumpe en nuestro balcón; sus primeros rayos, muy oblicuos, realzan el color de tus pétalos. Jamás he visto un rojo tan intenso. Tus hojas se desperezan y su aroma dulce me inunda, me envuelve con ternura seduciéndome hasta las raíces. Estás tan cerca... Apenas un centímetro me falta por crecer para tocarte. Mira los capullos de mi rama más próxima a ti: están temblando de impaciencia por abrir y acariciarte. Y gozoso percibo cómo también tú creces y te acercas lentamente hacia mí. Día tras día nos estiramos ansiosos el uno hacia el otro.

(Brrr, brrrr)

  Llevamos toda la primavera esperando. Mañana, seguro que mañana nos tocaremos por primera vez, será un momento mágico.
¿Has visto con qué envidia me miran los otros geranios? Lo siento, sí, ya sé que nos trajeron a todos a la vez; estábamos desorientados ahí en el suelo, cada uno en su tiesto; después nos fueron colocando uno a uno, sumisos, colgados en fila a lo largo de la barandilla, y... ¿qué le vais a hacer, compañeros? fui yo, sólo yo, quien tuvo la enorme fortuna: aquí estoy, justo al lado de la petunia más hermosa del mundo.

  (Brrr, brrrr)

   🅐¿Qué es eso, Eva?

   🅔Mm... ¿qué?

  🅐Ese ruidito en la cocina ¿no lo has oído?

   🅔Mm... no

  (Brrrrr, brrrrrrrr)

   🅔Ah sí, es... es el telefonillo, el del portal. Me cago en...

    🅐Pero... ¿qué haces? No te levantes, mujer, sigue durmiendo.

  Horror, abren el balcón. Se acabó la tranquilidad, mira, ya sale esta gilipollas; qué raro, con lo temprano que es. Espero que no se le ocurra olernos, no me gusta nada, con esa nariz chata y medio atrofiada que tiene; y menos aún que te ande manoseando, como hizo ayer, no lo soporto. Bueno, por ahora no, sólo se asoma a la calle, muy sigilosa, eso sí. Vaya, nos está utilizando para esconder su mirada. Ya se mete, menos mal.

   🅔 ¡Hostias, ha vuelto! Pero hoy... ¿qué día es hoy?

  🅐—Ni idea. Oye… no se te ocurra contestar ¿eh? Déjale que llame todo lo que quiera. Tú no estás en casa y punto.

   🅔No lo entiendo, pero si me había puesto una alarma en el móvil para que me avisara el día anterior a su llegada. Te juro que estaba todo perfectamente planificado. Míralo... Ah no, hostias, lo puse la semana que viene.
 
🅐—Pues no pasa nada. Sigue durmiendo, mujer; pero la próxima vez hay que mejorar esa planificación ¿eh?

   🅔¿Y por qué no ha entrado directamente? Ah, claro, se olvidó aquí las llaves; siempre le pasa.

 🅐Mira qué suerte tener un marido despistado, ¿eh? nos ha evitado un sobresalto mayor. No le des más vueltas: a dormir.

  Poco a poco se eleva el sol, su energía penetra en nuestras hojas haciendo de cada instante un deleite profundo. Voy a concentrarme de nuevo en tu aroma, aunque... es difícil porque la muy estúpida se ha dejado la puerta abierta y se percibe el olor a humano de ahí adentro, qué asco.

  (Brrrr, brrrr; brrrrr, brrrrrrrr)

  🅔Ay, qué desastre, por dios.

 🅐Pero qué insistencia más absurda, coño. ¿No ve que no estás? ¿Quién se ha creído que es? Va a despertar a todo el vecindario. Que no, mujer, que no te levantes.

  🅔Ssss… Calla. Estate callado un momento, por favor te
 lo pido, que no se te oiga en absoluto.

 🅐—Me parece absurdo, pero tú sabrás lo que haces. Venga, me callo.

  🅔Hola ¿quién es?

  🅗(—Eva ¿qué pasa? Ábreme, que no encuentro la llave.)

  🅔Ah, hola. Oye, espera que ya bajo.

  
 🅗(—¿Cómo que ya bajas? Ábreme, joder, no me tengas aquí plantado con la maleta…)

  
🅔No, no... que ya estaba bajando porque aquí no hay nada de desayuno, ni siquiera café. Espera que ya bajo.

  ¿Qué te estaba diciendo? Pues no me acuerdo, con este efluvio insoportable a sudor humano que sale de la habitación... Ah, sí: recordaba el día que nos trajeron del vivero; tú estabas ya colgada en la barandilla y todos te miramos perplejos ¿qué hace una pobre petunia sola en este balcón de un quinto piso? Eras muy joven entonces, pero ya emanabas este delicioso perfume tan especial, tan característico tuyo. A los pocos días empezaste a erguir tus flores, feliz de sentirte acompañada.

  🅔Me bajo corriendo, pero tú no te muevas ¿eh? Por favor quédate ahí quietecito.

 🅐Vale, mujer, vale. 

  🅔Te esperas un rato y en cinco minutos sales... Hacia la izquierda ¿eh? Que nosotros iremos al bar de la derecha. Tú a la izquierda ¿de acuerdo?

  🅐Lo que tú digas, Eva. Pero esto hay que solucionarlo ya, joder, esto es un sinvivir. 

  🅔—Me voy. Cinco minutos, pero tampoco más tarde ¿eh?

 🅐Ya, ya: tú y tus planificaciones. Como para fiarse, vamos... No te preocupes, venga. Adiós, Eva. Llámame pronto y me cuentas.

  Mis capullos revientan exultantes. Será hoy, seguro. Cada instante menguan los pocos milímetros que aún nos separan. No habrá que esperar a mañana, será hoy nuestro primer beso.
¿Eh...? Vaya, ahora es este tipo apestoso quien viene a fastidiar, precisamente ahora. ¿Qué se le habrá perdido en el balcón? No irás a manosearnos ¿verdad, imbécil?
Vale, pues asómate tú también si quieres, pero ni se te ocurra rozarnos.

 🅐 Ese cretino de mierda... Estoy hasta los huevos ya de esta situación.

  ¡Eh! ¿Qué haces? La petunia no, por favor ¡No la toques! Cógeme a mí si quieres. ¡No! A ella no, te lo suplico ¡Eh! ¡No la tires!  ¡Noooooo!
¡¡Hijo de la gran puta!!




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