Monday, 2 December 2024

Hoy es lunes

 

Hoy es lunes




Lucas se desperezaba en la cama bostezando a mandíbula descoyuntada; aprovechando el estiramiento de sus brazos alcanzó el teléfono para ver la hora.

Son las nueve de la mañana. Qué suerte tenemos los parados —se dijo a sí mismo con voz somnolienta— poder estar aquí tranquilamente en la cama a estas horas de un día laborable.

Pero qué demonios hablas ahí tú solo. Estás de la olla, tío —se quejó su mujer a quien Lucas acaba de despertar.

Ay, lo siento. Estaba hablando conmigo mismo, perdona. Venga, ya me levanto y te dejo dormir, que tú tienes turno de tarde esta semana ¿no?

Sí. Pero... Oye ¿no me dijiste que tenías que ir el lunes al INEM? Pues hoy es lunes.

¡Hostias! A ver... —volvió a coger el teléfono, buscó en la agenda y efectivamente tenía la cita a las nueve— ¡Me cago en...! Se me olvidó poner la alarma. Me voy. Me voy corriendo a ver si aún me atienden.

Lo dicho, estás como una cabra. Siempre despistado ¿Cómo quieres así encontrar empleo, joder?

Lucas se vistió con la misma ropa del día anterior, de domingo: unos pseudovaqueros cutres y camiseta del gato Lucas; y salió a toda prisa sin pasar por la ducha ni desayunar.

Eran las diez menos cuarto cuando llegó a la cola de la oficina de empleo.

Perdona ¿Sabes por... por cuál hora van atendiendo? —preguntó a la joven de delante con la respiración entrecortada por la carrera que se había pegado.

No sé, pero yo tenía cita a las nueve y media y aquí me ves —ella le contesta.

Sí, van lentísimos —se vuelve para comentar el hombre que les antecede— se tiran diez minutos o más con cada uno; preguntando y anotando el currículum específico, la formación, la experiencia laboral, y un largo etcétera. Total para luego acabar diciéndote: “Pues ahora mismo es que no tenemos ninguna propuesta adecuada a su perfil, lo siento, pero no se preocupe que en cuanto nos llegue algo se lo comunicaremos vía email”. Qué estupidez, por Dios, tanta burocracia para nada.

Efectivamente. Son todos unos burócratas ineptos —añadió el siguiente de la fila; un hombre enjuto de unos 40 años, con un hocico prominente en vez de nariz y orejas alargadas en punta.

Perdonen que les interrumpa ¿Saben ustedes si están atendiendo a la hora que corresponde o van con retraso? —Preguntó una grácil mujer de astuta mirada que se acababa de incorporar a la fila tras ellos.

Con mucho retraso, señora. —contesto Lucas Los tres ya tendríamos que haber sido atendidos y aquí nos ve, más aburridos y cabreados que unas vacas en un prado de césped artificial.

Eso, estamos como gatos frente al agujero de la esquina, ahí esperando horas y horas a que salga algún ratón —añadió gesticulando el de las orejas alargadas haciendo reír a todos.

Oye, con los gatos no os metáis ¿eh? que yo soy uno de ellos —advirtió Lucas señalando el dibujo de su camiseta, lo que prolongó la risotada.

Así estuvieron, charla que te charla, los cuatro solicitantes de empleo durante un buen rato hasta que por fin llegó su turno a cada uno.

Una hora después, ya los cuatro habían “pasado por capilla” y con el mismo resultado: “Ahora mismo no tenemos ninguna propuesta adecuada a su perfil, pero...”.

Los cuatro se habían caído tan bien entre ellos, que se esperaron a la salida de la oficina para seguir la agradable conversación. Fue Lucas quien, confesándoles que no había desayunado (omitió en su explicación lo de no haber pasado por la ducha), se estiró y les invito a la terraza del bar que estaba justo enfrente de la oficinas del INEM. Lo pasaron tan bien aquella mañana que empezaron a quedar todos los lunes en esa misma terraza. “Los lunes al sol” se titulaba aquella gran película de Fernando León, y así bautizaron ellos a sus reuniones semanales. Allí nació su amistad. Pero repasemos quienes son los protagonistas de este cuento:

El Gato Lucas, es un hombre delgado, muy tierno, bastante dócil pero con una clara conciencia medioambiental, y es por eso que, para no gastar agua, sólo se ducha lo imprescindible. Él era, y sigue siendo aunque no ejerza de ello, técnico titulado en jardinería y paisajismo.

La perra Laika es una entrañable mujer, que cabría en cualquier cápsula espacial por pequeña que fuera. Se llama Esperanza y es traductora de ruso de nivel C1, pero desde que “se puso de moda” la traducción automática con IA, perdió la esperanza de encontrar trabajo y para economizar se hace llamar sólo Espe.

El burro Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón. Él preferiría ser menos burro y más artista. De pequeño, con once años,  llegó a presentarse a un casting de la “La Voz Kids”, pero fue descartado por tener ya una tesitura de bajo impropia de su edad. 

Y ya, finalmente, nuestra cuarta protagonista es la gallina Turuleta, una soprano muy majeta, que estudió en el Conservatorio de Brujas, Bélgica, pero, tal vez por caprichos del destino o por cualquier otra brujería, no consigue vivir de su bellísimo canto y estudia las oposiciones de Correos, mientras malvive de hacer encuestas y “lo que surja”.

Pero eso era antes, en el momento de conocerse los cuatro; porque gracias a la entrañable amistad que surgió durante aquellas reuniones en el bareto, los cuatro fueron descubriendo las capacidades artísticas de cada uno y, sobre todo, sus capacidades como grupo. Aquel descubrimiento les llevó a cambiar sus objetivos vitales. Empezaron a escribir canciones de humor y, tras varios ensayos, llegaron a la conclusión de que cada uno por separado tenían poca gracia, en cambio los cuatro juntos, alternando los textos con sus diferentes voces, provocaban enormes carcajadas en los espectadores casuales que presenciaban sus primeros ensayos.

Llegado el verano, el gato Lucas consiguió que les invitaran a participar en las fiestas de su ciudad natal, Bremen, al norte de Alemania. Y fue allí donde empezó su carrera artística. Aquel primer concierto fue apoteósico. Os lo puedo contar porque yo tuve la suerte de asistir a aquella actuación memorable, para la que decidieron presentarse con el nombre de “los Cantores del Bremen” y así siguen llamándose.  Empezó de esta manera:

Se colocaron en el centro del escenario, uno tras otro, los cuatro en línea con la gallina al frente que cantaba la primera frase, y después de ella iban levantándose secuencialmente, el gato, la perra y el burro, añadiendo cada cual una línea de la canción. Su comienzo era más o menos este:

(gallina Turuleta) Hoy, señores y señoras

(gato Lucas) se presentan ante ustedes

(perra Laika) con toda su desvergüenza

(burro Platero) estos cantores del Bremen

Fui yo quien tuvo la suerte de grabar aquel concierto, con el móvil en plan cutre, sí, pero aún así el video se hizo muy viral en youtube. Un mes más tarde las distintas plataformas de música competían con sus mejores ofertas para poder obtener la exclusividad de sus canciones. Los Cantores del Bremen triunfaron, fueron felices y no comieron perdices, no, preferían los gustosos platos del día que les preparaban, especialmente para ellos, en el bareto de enfrente del INEM, donde seguían reuniéndose todos los lunes.

A aquel mítico concierto siguieron otros muchos. La vida de nuestros cuatro protagonistas cambió por completo; entre otras cosas porque, debido a las largas ausencias de sus hogares que conllevan las giras por todo el mundo, sus parejas respectivas empezaron a desconfiar de ellos y...  Pero no, mejor no voy a desvelar ahora lo que será el principal tema a tratar en el próximo cuento, que se titulará “Amoríos, vicios y derivados de los cantores del Bremen y sus allegados”. Así que os dejo con la intriga y ya me despido, venga. Adiós, adiós.



___________________



Friday, 4 October 2024

No aguanto más

 


No aguanto más

Me meo. Las once de la mañana y aún estoy en la cama. No sé por qué demonios me acuesto tan tarde últimamente. Sí, sí lo sé, claro que sí, no me duermo porque cada noche espero tu llamada. Minuto a minuto espero, teléfono en mano como un imbécil, una llamada o un mensaje al menos, cualquier noticia tuya. Así paso hora tras hora hasta que, casi de madrugada, caigo en un profundo sueño. Ya no aguanto más, me meo, voy urgentemente al vater.

Con amarga resignación, así comienzo esta lúgubre mañana de domingo sin ti. En mi cabeza siempre presente aquella frase tuya: “Es que de vez en cuando creo que necesito mi propio espacio y mi propio tiempo; te pido tan sólo dos o tres días y enseguida vuelvo ¿de acuerdo?”. Y entonces yo, estúpido de mi, voy y te contesto: “Lo entiendo perfectamente, Yolanda; y tengo claro que, durante tu ausencia, ni te llamo ni te envío mensajes, salvo en caso de urgencia, claro.” Pero de dos o tres días nada, sino seis, de lunes a domingo; ya llevo seis días sin noticias tuyas. No aguanto más, me vuelvo loco.

Me acerco a la ventana y te magino allí en el parque conmigo entre los árboles, como cada mañana de domingo; felices los dos. Evoco tu cara sonriente mientras acaricio con mis manos la frialdad del cristal. ¿Mis manos...? Ahora que las miro... Qué sensación tan rara, no tengo el teléfono en las manos. Corro al dormitorio a por él. Lo cojo y entro desesperado en los mensajes... pero nada de nada. No sé, seguramente yo también necesito un poco de tranquilidad. Eso, basta ya de tanta angustia absurda. Dejo el teléfono en la mesilla de noche. ¡Mis manos por fin libres! Respiro en profundidad, me relajo y vuelvo a la ventana.

Otra vez revivo nuestros paseos por el parque de enfrente. Ay por dios... cómo te echo de menos. Esa amplia sonrisa tuya, el tacto suave de tu mano con la mía. Igual que aquella pareja de enamorados que ahora veo a lo lejos, felices de paseo bajo unos castaños de indias ya otoñales, preciosos, con hojas amarillas, algunas incluso naranjas. Entre tantos árboles apenas consigo verlos. El hombre, mucho más alto que ella y con pasos de gigante, creo que sí lo identifico: el vecino del tercero tal vez. A ella en cambio no la veo ahora, inmersos ya en la zona más densamente arbolada.

Me mantengo a la espera hasta que ya de nuevo tengo a la vista esa feliz pareja. Aún distantes pero bien visibles los dos. El rostro de ella oculto tras un pelo largo y rizado; y ahora que me fijo... ¡Muy parecida a ti! Pero... ¿eh? ¡Dios mío! Sí, ahora te identifico perfectamente, o al menos eso creo. Casi irreconocible, eso sí, con una imagen muy distinta: un vestido de colores atrevidos y bastante ajustado; esa melena suelta con rizos; pero con esos andares tan... tuyos. ¡No doy crédito a mis ojos! ¡Joder, Yolanda con “el largo”, ese gilipollas del tercero! ¡Me cago en dios! Aunque... un momento... no sé, a tanta distancia apenas distingo los rasgos faciales. Tal vez me equivoco. Soy un maniático, sí, joder, me siento un celoso de mierda, como toda esa gente a la que critico con frecuencia . Me repugno a mi mismo, me doy vergüenza, pero yo no aguanto más esta duda, lo siento; así que... Allá voy.

Salgo de casa, desciendo los escalones de tres en tres. Ya en la calle cruzo sin importarme las bocinas increpantes de los coches. Corro desenfrenado. Y mientras corro me insulto a mí mismo sin piedad: Soy un auténtico gilipollas, estoy como una cabra. Ya me adentro por el parque. Soy un maniático compulsivo, un loco de atar. Y Siento el corazón hiperacelerado, pero no me importa, sigo mi carrera histérica. Voy en busca de la verdad, no encuentro nada malo en ello, joder; es lo único que necesito, la verdad y nada más que la verdad. Ya casi llego... Hostias, veo al vecino hijoputa ese pero no a ti. Pues a por él voy.

    —¡Eh...! ¡Eh tú! —grito entre jadeos según me acerco a él cada vez más, a pesar de sus enormes zancadas.

    —¿Qué? 

  —¡Un... un momento, po... por favor! — con el sofocón que tengo apenas articulo palabras inteligibles.

    —Ah, hola vecino ¿Qué tal?

    —Hola, hola —mientras recupero el aliento hago una pausa deliberadamente prolongada mientras observo en él un gesto de inquietud claramente culpabilizador.

    —Pues te cuento sin más preámbulo: Esta mañana, después de levantarme, voy, me asomo a la ventana y te veo en este parque con una persona a quien creo que conozco, una antigua amiga; aunque no estoy de todo seguro, porque a tanta distancia...

—¿De nombre Clara, tal vez? —esa pregunta me resulta tranquilizadora en cierta medida. Respiro en profundidad y contesto ya sosegadamente.

—No, no recuerdo ahora mismo su nombre, pero Clara no.

        —En cualquier caso, ahora te enseño la foto de mi amiga Clara y santas pascuas.

        —Pues sí, estupendo, así veo su cara y disipo cualquier duda —le contesto.

    Veo la foto de Clara y no entiendo mi confusión porque apenas tiene rasgos parecidos a Yolanda. Debo ir pronto al oftalmólogo, sin falta.

    —Muy guapa tu amiga, desde luego, pero parecido con la mía ninguno. Muchas gracias en cualquier caso y te deseo un buen resto de paseo dominical, estimado vecino —vaya, no recuerdo ahora su nombre, qué corte, yo siempre me refiero a él como “el largo”, lo mismo que la mayoría de los vecinos.

—Lo mismo te digo, Lorenzo —Ah, pues él el mío sí, qué cabrón

    Me siento fatal tras este absurdo incidente. No sé por qué demonios pongo en duda la fidelidad y la bondad de las personas, en especial la de mi querida Yolanda. No tengo perdón. Qué ganas tengo de ti. No aguanto más esta separación, seis dias llevo sin hablar contigo; sin tan siquiera alguna noticia tuya. No voy a comerme el coco ni un segundo más, te llamo. Hostias, pero mi móvil lo dejé encima de la mesita de noche. Qué putada. Giro mi cuerpo hacia atrás y le digo a mi vecino:

    —Perdón, de nuevo perdón, estimado vecino, pero una vez más necesito tu ayuda.

    —A tu entera disposición.

    —Pues estoy sin móvil, soy un desastre, y tengo a mi madre en la puerta sin llave, seguro que desesperada. Me veo en la necesidad de...

    —Por supuesto —aun no termino la frase y ya tengo su teléfono a mi disposición. Qué majo “el largo”.

    —Gran amabilidad la tuya. Te ruego me disculpes. Un minuto sólo, de verdad.

    Me alejo unos cuantos pasos. Estoy marcando ya tu número con ansiedad, querida Yolanda, confío en tu comprensión y benevolencia... Un primer ring... el segundo... el tercero...

    —Hola Enrique ¿Qué tal?

    Joder... Me cago en sus muertos. O sea que Enrique ¿eh? Sí, por fin recuerdo el nombre de “el largo”, este vecino del tercero tan hijo de la gran puta.

    Pues muchas gracias, Enrique. Aquí dejo tu teléfono —Le digo mientras abro los dedos y lo dejo caer al suelo— Ah —añado a continuación— y me cago en todos tus muertos. Adiós, adiós.

    Y así por fin yo, Lorenzo “el celoso de mierda” (mi nuevo mote en el barrio), acabo de una puñetera vez esta calamitosa historia. Estoy ya hasta los mismísimos cojones de tanto verbo en primera persona del presente de indicativo y ninguno en otros tiempos verbales mucho más hermosos, como los subjuntivos, los futuros o pasados, ni tan siquiera participios o gerundios. Un horror. Y sin más me despido de usted, querido lector. Termino este relato de una puñetera vez. No aguanto más.



Wednesday, 8 May 2024

relamiéndome

 

 

Érase una vez un alto directivo de una renombrada empresa multinacional, de la cual él era también dueño mayoritario, tras haberla heredado de su padre. Su interés en la vida no era otro que acumular cuanta más riqueza le fuera posible. Últimamente padecía una ofuscación muy precisa: conseguir entrar en la lista de las cien mayores fortunas mundiales que publica la revista Forbes; y estaba casi a punto, apenas le faltaban mil millones de euros más en su patrimonio, peccata minuta, para pertenecer por fin a tal selecto círculo.

Pero permitidme una pausa. Antes de nada debo confesaros que ese alto directivo soy yo. Sí, yo mismo, este que os escribe. Y, ahora que lo pienso... Qué tontería, debería redactar este relato en primera persona, sin desvíos ni tapujos narrativos. Creo que así todo quedará mucho más claro. Venga, lo vuelvo a intentar; y esta vez no comenzaré hablando de mí mismo, qué ordinariez, conviene explicar primero el contexto:

Erase una vez una triste ciudad de calles tenebrosas, siempre sumergida bajo sombras amenazantes proyectadas por enormes rascacielos. Y es en lo más alto de uno de estos edificios –rascainfiernos podríamos llamarlos–, concretamente en la planta ciento cincuenta y cuatro, desde donde yo vigilo a millones y millones de humanos de todo el planeta, comprobando que cumplen obedientemente, al pie de la letra, las recomendaciones de inversión y consumo que les vamos trazando, día a día, desde este gran consorcio económico-financiero que yo presido.

La historia que voy a relataros es muy reciente, concretamente sucedió ayer mismo. Y ¿qué fue lo que pasó ayer que me tiene tan preocupado y me induce a escribir este relato? me preguntaréis. Pues no os lo vais a creer; os cuento: Ayer fue la primera vez en toda mi vida que alguien me sacó de mis casillas y me hizo cuestionar todos mis principios. No quiero decir que me enfadara, no, todo lo contrario. Lo que pasó es que, por primera vez, me he vuelto loco por una mujer. Así de sencillo. Nunca jamás, a lo largo de mis cincuenta y tres años de vida, con dos matrimonios fracasados y varios emparejamientos igualmente rotos, jamás me he sentido tan tremendamente obsesionado por una joven como ahora. Y digo joven porque la chica es muy joven, la verdad, bien podría ser hija mía –¡qué vergüenza, por dios!–. De pequeño me gustaban la maduritas y ahora, mira por dónde, las más jóvenes. En fin, qué le voy a hacer. La historia empieza así:

Ayer, coincidiendo con el cierre de año fiscal, mi entidad financiera celebró, como cada año, su Junta General de Accionistas. Fue justo antes de comenzar mi discurso cuando ella se acercó al estrado portando en la mano un vaso de agua. Parece que la estoy viendo... Majestuosa subió el escalón mostrando fugazmente parte de su muslo izquierdo y regalándome, al posar finalmente el vaso sobre el atril, una deliciosa y cautivadora sonrisa, esta vez no tan fugaz; una mágica sonrisa que me invadió por completo y sigue aun instalada en mi cabeza, dando vueltas y vueltas, surcando minuciosamente por los pliegues más recónditos de mi cerebro. Luego todo siguió formalmente hasta el final del acto. Aplausos estruendosos pero vacíos; tan vacíos como el vaso ya sin agua que, rememorando aquella sonrisa, había degustado con placer en cada sorbo durante mi intervención.

Tras el acto formal llegó la comida con todo el comité ejecutivo. Largas mesas con pulcros manteles blancos sobre los cuales unas exquisitas viandas, elaboradas servilmente por gentiles humanos, eran devoradas sin educación ni vergüenza alguna por puercos ejecutivos. Pero de repente... una grata sorpresa: Aquella joven de angelical sonrisa reapareció al otro lado de la mesa, justo frente a mí.

–¿Quiere usted más pan?

–Sí –me apresuré a contestar.

–¿Qué clase de pan prefiere? –ella me mostró la bandeja con varios tipos de panes y aguantó, sin apartar su mirada de la mía durante un par segundos, hasta que mis ojos relamientes inundaran de deseo los suyos.

–¿Ese es pan con semillas ¿verdad? –Inquirí yo señalando uno de ellos pero sin dejar de contemplar extasiado su figura esbelta.

–Efectivamente –respondió aproximándose para colocar con unas pinzas el pan en mi platito y, ya más cerca, añadir en tono confidencial– Exquisitas semillas que suelen germinar en muy buenas amistades.

–¿En serio? –le pregunté aproximando lentamente el panecillo a mi boca y observándola con devoción. Ella esperó impaciente a que mordiera aquel prometedor anzuelo. Y lo hice. La cosa no tenía remedio, ya me sentí absolutamente cautivo.

A los postres, Benavides, el director ejecutivo más baboso de todos los que he nombrado, se empeñó en iniciar un primer brindis a mi salud. Fue al alzar la copa cuando la vi de nuevo en la entrada al salón. ¡Allí está! grité interiormente. Entonces tuve la feliz ocurrencia de dirigirme a los aseos y así, de camino, tropezarme con ella para preguntarle cualquier cosa, aunque fuera, como lo fue, una estupidez. La corta conversación que mantuvimos fue más o menos así:

–Hola de nuevo. Perdona, pero es que... estoy dándole vueltas y... tengo la sensación de que ya nos conocemos de antes ¿verdad?

A lo que ella, tras otro par de segundos en los que volvió a regalarme su mágica sonrisa, me respondió:

–Sí, sí. Al menos yo a ti si creo haberte visto varias veces en los noticieros.

–Ja, ja... –ambos celebramos con una carcajada esa respuesta tan simpática a mi estúpida pregunta.

–Déjame adivinar de dónde es ese precioso acento tuyo... –intervine con gesto pensativo– América Central, sin duda ¿Caribe tal vez?

–Vas bien, muy bien ¿sabrías precisar más?

–¿Cuba?

–Bravo. Premio para el caballero. Qué buen oído tienes para distinguir acentos ¿Has estado allí?

–Sí, me encanta. Tengo amigos en La Habana y también en una ciudad más pequeña yendo hacia el sur... Cabaiguán se llama.

–¿Cómo...? Es increíble, ¡yo soy de Cabaiguán! Entonces me conoces de allí, claro.

–Bueno, estuve hace algunos años. Pero bien podría revisar mis fotos y vídeos de aquel viaje, seguro que sales tú.

–Me encantaría ver esas imágenes –en ese momento, el supervisor del personal de servicio se acercó a unos pasos y le hizo signos con ambos brazos para que acudiera– ¡Ay! Perdona, me requieren. Lo siento. Fue un gusto conocerte.

–Espera, espera... ¿A qué hora sales? ¿Quedamos después?

–No, después voy a otro trabajo. Ya me gustaría. De verdad que lo siento.

–Pero ¿cómo te localizo? Dame tu número.

–Ay, es que... va a ser complicado porque he cambiado de tarjeta sim y... aún no funciona –su sonrisa se quebró al decirme esto– Bueno, pero podemos contactar por las redes, eso, en las redes me llamo “relamiéndome” ¿Te acordarás? “relamiendome”. Encantadísima de conocerte ¿eh? Adios, adios...

Y ella se fue irremediablemente. Qué fatalidad. Digo “ella” porque ni siquiera sé su nombre. Anoche estuve hasta las tantas intentando encontrarla en las redes por su nick, pero no hubo forma. Ni en Instagram ni en X había ningún usuario “relamiéndome”. Pero hay muchas otras redes de las que no tengo ni idea. Necesito ayuda para eso.

Joder, son ya las ocho; debería levantarme. No sé qué agenda tenía para esta mañana; pero me da igual; ahora las prioridades son otras. Lo único que quiero es encontrar a esta mujer. Sea como sea. Imagino que los de IT podrán ayudarme pero... es un corte pedirles un favor así. A ver cómo se lo planteo, buff...

Ya creo tener una estrategia que puede funcionar. Pero voy a llamar en vez a David, mi jefe de gabinete; él es discreto y de máxima confianza.

–Hola David. Mira, necesitaría ponerme en contacto con una de las camareras que nos atendió ayer en el Centro de Convenciones. ¿Tú podrías ayudarme?

–Por supuesto, Charlie, dame sus datos.

–Pues verás, es que el único dato que tengo de ella es su nick en las redes. Es un poco largo de contar, pero no creo que sea muy complicado dar con ella; estuvo ayer poniendo los vasos de agua en los atriles a los oradores; y luego sirviendo en la comida también. Su nick es “relamiéndome”. Es el único dato que sé de ella.

–“Relamiéndome”, je, je; buen nick, sí. No te preocupes, Charlie. Hablo con los de Facilities y seguro que la localizan. Conseguiré sus datos de contacto y te los paso.

–Gracias, David. Y perdona que te ponga deberes tan complicados a estas horas de la mañana, pero es un asunto importante. Por favor, cuando tengas los datos de contacto me los pasas tú personalmente ¿vale? Ah, y dile a mi secretaria que tengo un viaje imprevisto y hoy no pasaré por allí.

–De acuerdo. Ningún problema, Charlie. Tú a mandar, que para eso estamos.

No sé qué habrá podido pensar, pero qué más da; todo quedará entre nosotros. Ni siquiera he tenido que utilizar la excusa que había previsto. Este hombre es una joya.

Fue en este momento, tras terminar la llamada con David, a las nueve y media de esta mañana, cuando por fin conseguí levantarme. Después de pasar por el vater, me hice un café y, una vez sentado en mi escritorio, comencé a escribir este relato. Lo hice sobre todo para no olvidar ningún detalle de lo que pasó ayer cuando conocí a esta mujer; a esta joven de nick “relamiéndome” que ha dado un vuelco total a mis prioridades. No sé si me durará mucho o poco este estado en el que me encuentro, pero el impacto que ha tenido en mí es tremendo, inimaginable hace tan sólo un día.

A partir de ahora iré escribiendo en riguroso presente según vaya aconteciendo lo que tenga que acontecer.

Son las once de la mañana y sigo sin noticias. No paran de entrar llamadas, sobre todo de mi secretaria, pero no respondo.

Me pregunto qué argucias estará inventando David para intentar contactar con ella. Lo imagino con la lista de camareras contratadas ayer por el Centro de Convenciones, todas con contrato eventual, evidentemente; y un sueldo de miseria. Él estará llamando a cada una y preguntándole “¿Podrías decirme qué nick usas en redes sociales? La mayor parte responderá “¿cómo? ¿que qué uso de qué?”

Tal vez se haya corrido la voz de que el presidente está buscando a una de las camareras. Espero que no pero, si es así, el relato se va a parecer cada vez más al cuento de la Cenicienta. Yo hago el papel de príncipe, quien busca desesperadamente a aquella hermosa joven de la que se enamoró en una fiesta y que perdió su zapato bajando la escalera. Ahora el zapato es el nick. Sólo la mujer que demuestre utilizar ese nick en las redes será la elegida como amante predilecta de un estúpido príncipe que la desea con locura; de este magnate ricachón de mierda que ha perdido la cabeza y no piensa ya en otra cosa.

Qué gusto. Pensándolo bien es una gozada estar a las... ¡las once de la mañana son ya! en pijama, sin importarme cómo van las cotizaciones de mis empresas, ni nada de nada. A las bolsas y mercados que les den por culo. Aquí estoy, escribiendo apaciblemente; esperando una única llamada, aquella que me abra las puertas del cielo.

¡Por fin me llama David...!

–Dime, David.

–Ya tengo su contacto. Era en Telegram y en Tiktok donde estaba “relamiéndome”. Me ha costado horrores encontrarla ¿sabes? Es que no quería involucrar a los de Facilities ni a los de IT, que luego lo van contando todo por ahí.

–Estupendo, estupendo. Pues pásame su teléfono.

–Sí, ahora te lo paso. Aunque mira, es que ella tiene una tarjeta sim de esas recargables pero sin saldo. Sólo puede recibir y enviar mensajes por Telegram cuando está con wifi. Le he explicado que necesitas contactar con ella. Y le he dado mi teléfono, el privado ¿eh? no el de trabajo, para que me llame en cuanto lo recargue. En cualquier caso yo ahora te paso el número para que lo tengas.

–Magnífico, David. Qué resolutivo eres. Muchas gracias.

–No hay de qué, Charlie. Ah, y decirte también que se llama Lisandra.

–Lisandra. Fenomenal. Mira, te voy a pedir un favor adicional: Yo es que no quiero hacerme una cuenta en Telegram. Dale a Lisandra mi teléfono privado ¿lo tienes?

–Sí, sí. Me lo diste cuando... cuando “lo de tu ex” ¿recuerdas?

–Ah sí. Pues estupendo, se lo escribes en un mensaje a Lisandra. Y muchísimas gracias, David.

Tras contaros esta conversación, interrumpo mi escritura para añadir en mi teléfono el nuevo contacto: “Lisandra Relamiéndome”; la llamaré así hasta que sepa su apellido.

¡Pero bueno...! Ha sido terminar de escribir el contacto, apenas han pasado unos minutos, y ya sale en mi pantalla una llamada entrante “Lisandra Relamiéndome” ¡¡Bien!!

Son la doce del mediodía, queridos lectores. No quisiera daros demasiada envidia, por lo tanto intentaré ser breve en mi crónica-resumen de la extraordinaria y extensa conversación telefónica que acabo de mantener con Lisandra. Ha durado casi una hora, pero se me ha pasado volando. Me ha contado todas sus peripecias vitales, que son muchas. A pesar de las dificultades que hay para salir de Cuba, ella ha conseguido emigrar y buscarse la vida para poder enviar algo de dinero a su familia. Es increíble lo buena persona que se puede llegar a ser a pesar de la ignominia y el maltrato que ha sufrido en su periplo por varios países. En fin, una vida muy complicada a la que ella planta cara con enorme valentía y determinación. Lisandra es un cúmulo de virtudes: una enorme sensibilidad; exquisita ternura; empatía; generosidad... y, encima, un extraordinario sentido del humor. Durante toda la conversación telefónica he tenido en mente la imagen de esa sonrisa mágica suya, que me enamoró desde el primer momento al traerme el vaso de agua, y que visualiza y transmite muchas de sus virtudes.

Pero falta informaros de lo más importante. Chan tatachán... (imaginaos un sonido de fondo con fanfarria y redoble de tambor) Señoras y señores... (el volumen aumenta) ¡¡Lisandra y yo hemos quedado a cenar esta noche!! (Se oyen vuestros aplausos y vítores).

Os preguntaréis cómo demonios va a continuar este relato. Y, sobre todo, qué salto en el tiempo voy a dar ahora en el siguiente párrafo ¿verdad? Comprendo vuestra intriga y no quiero teneros más tiempo impacientes. Allá voy...

Han pasado tres días desde aquella primera cena juntos.

Sí, definitivamente nuestras vidas se han transformado. Tanto Lisandra como yo estamos viviendo un momento mágico, que seguro implicará giros importantes en nuestras trayectorias vitales. Si bien es cierto que, a mí por lo menos, me produce cierto vértigo; pero no me importa, cada minuto que paso en compañía de Lisandra aumenta la proporción de las certezas frente a las dudas.

Ay, perdonad que tengo que atender una llamada.

–Hola Benavides.

–Hola Charlie. Creo que querías hablar conmigo ¿no?

–Sí. Escucha con atención, por favor, que es importante. Mira: salgo ahora de una reunión con altos estrategas del desarrollo sostenible, ya te contaré, pero te adelanto: Debemos cambiar la ubicación prevista de los tres futuros Centros para el Desarrollo de Nuevas Tecnológias. Quiero que hagas un informe en el que se evidencien las ventajas de emplazarlos en países de bajos costes y con buen potencial de crecimiento. Seguro que encontrarás suficientes argumentos de peso. Hay que invertir y colaborar en el desarrollo del tercer mundo, Benavides, lo tengo clarísimo. Y dile a Thomas que prepare un plan de inversión y colaboración para tres universidades. Te digo cuales ¿lo anotas?

–Sí, sí, dime Charlie, estoy anotándolo todo.

–La Universidad de Ciencia y Tecnología Kwame Nkrumah, en Ghana; la Universidad de La Habana; y la Universidad IPB, en Indonesia. Si él sugiere incluir alguna más pues estupendo, pero al menos estas tres seguro, que además están en tres continentes distintos.

–De acuerdo, Charlie. Oye no sé si he escuchado bien ¿la segunda universidad que has dicho es la de La Habana?

–Sí, sí, la de La Habana.

–Ah vale, muy bien. Pues se lo transmito a Thomas y al resto del equipo y nos ponemos rápidamente en marcha. Cuenta con todo ello.

Ya estoy de nuevo con vosotros, queridos lectores. Esta vez para despedirme, pues Lisandra quiere que le deje el ordenador, está ansiosa por leer este relato. A ver qué le parece. Ha sido un placer compartirlo también con vosotros. Gracias por vuestra lectura. Recibid un fuerte abrazo. Adiós, adiós.




Thursday, 4 April 2024

Salma y Asim

 (Relato escrito para el taller Bremen del día 2-4-2024, con el tema propuesto: "Tambaleo")

 

Salma y Asim

 

  Sentado en el borde de la mesa, Asim no aparta su vista de la puerta de entrada. Inquieto agita sus piernas haciéndolas tambalear juntas para delante y para atrás, una y otra vez.

  Gateando por el suelo se le aproxima su hermana pequeña, mira hacia arriba y, emitiendo un leve gemido, le tiende sus bracitos para que la suba con él. Asim detiene un momento sus piernas y le dice:

–No, Salma, tú aquí arriba no puedes subir porque eres pequeña y te caes. Mamá volverá pronto, ya verás.

  Ella se resigna y sigue avanzando hasta sentarse debajo de la mesa, junto a la pared.

  Llegan sonidos de la calle. Cierto alboroto de gente distante. Asim ha vuelto al movimiento obsesivo de sus piernas, hacia adelante, hacia atrás, hacia adelante, hacia atrás... Salma las ve justo frente a ella, hipnotizada en su escondite, como vienen y van, vienen y van... Sin parar el tambaleo, él se encorva un momento para asomar la cara bajo la mesa y decirle a su hermana alzando la voz:

–Mamá vendrá en seguida, no te preocupes. Y a lo mejor trae dátiles, como el otro día.

  El bullicio de la calle suena cada vez más fuerte. De repente, a los gritos se suma un zumbido bronco y grave al que sigue, de inmediato, un estruendo enorme, ensordecedor. El techo de la casa se derrumba; Salma ve caer alrededor de la mesa varios de sus trozos. Las piernas de Asim siguen moviéndose justo delante de ella, pero ahora su tambaleo es desordenado y se hace cada vez más lento hasta pararse.

 Todo ha quedado en silencio.

 

 ________________________

 


 


 https://www.theguardian.com/world/2024/apr/03/israel-gaza-ai-database-hamas-airstrikes

https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/israel-emplea-ia-masacre-gaza-combate-hamas-hemos-matado-gente-dano-colateral-tres-digitos_1_11262638.html?mc_cid=589f0466bb&mc_eid=6ef2f7735f

 

 


Wednesday, 7 February 2024

Romance a mis tres ventanas

 

Romance a mis tres ventanas

(Relato sobre el tema del Taller Literario Bremen “Escribir habiendo cumplido los noventa”)

para Ro con todo mi cariño. Ah... y felicidades, muy, pero que muy adelantadas, por tu nonagésimo cumpleaños

 

¿Sobre qué iba yo a escribir?

Todos los días me pasa

 al despertar no recuerdo

lo que me contó la almohada

El folio se encoge de hombros

“No sé, no pude escucharla”

me responde amablemente

al verme tan preocupada

Los lapiceros se ponen

de huelga esta madrugada

“No comprendemos por qué

tan temprano nos levantas

para afilar nuestras puntas,

  si luego... no escribes nada”


¿Sobre qué iba yo a escribir?

pregunto a mis tres ventanas

Se calla la de mentira

ayer decidí apagarla

sus venenosas noticias 

todo el día me acechaban

destruyendo, con misiles

y bombas, cientos de casas

anegando los paisajes

de hambre y desesperanza

Para tanto sufrimiento

ya no me quedan lágrimas

Esta ventana insidiosa

también vomita patrañas

que yo para nada creo

pero me hieren el alma 

 

 Por la verdadera, en cambio,

una auténtica ventana,

entra aire fresco y se asoma, 

muy cordial, la luna clara

Escribe lo que tú quieras

que yo lo leeré encantada”

Ay... Sólo me lee la luna

tal vez con vergüenza lo haga 

pues siempre me lee de noche

y desde su oculta cara


Ahora un mensaje aparece

en la tercera ventana

la más pequeña de todas

¡qué difícil descifrarla!

Es un mensaje de voz

que uno de mis nietos manda

Abuela ¿estás ya despierta?”

Sí, cuando quieras me llamas”

le contesto de inmediato

Lentos los segundos pasan...

ansiosa espero... y por fin

entra una videollamada

no acierta mi torpe dedo

a pulsar donde aceptarla

Esta ventana es tan chica...

me pondré las otras gafas

Por fin se abre y aparece

mi nieto junto a una cama

con ¡un bebé entre sus brazos!

y una sonrisa muy ancha

Te presento a tu bisnieta,

querida Abuela del alma”

Con la emoción no consigo

pronunciar ni una palabra

La luna me guiña un ojo

y entra conmigo a observarla

El folio se dobla a verla

los lapices brincan y saltan


Despierta el sol y ahora sí

mas contenta que unas pascuas

doy por acabado este

romance a mis tres ventanas




____________

Monday, 22 January 2024

Miserables fortunas

 

Miserables Fortunas


Por fin sale la camarera con nuestras bebidas. Y no trae ni un mísero aperitivo, joder. Este restaurante ya no es lo que era.

—La cerveza sin alcohol es para mí, gracias —le dice Marta regalándole una de sus preciosas sonrisas.

—Escucha: —me inclino hacia delante acercándome a ella— voy a decirte algo pero, por favor, no vayas a volver la cabeza después para mirarlo ¿vale?

—Vale ¿qué pasa? —me contesta intrigada.

—En la mesa del fondo hay un hombre que no deja de observarnos.

—Ah, ya. Eso es normal, Jaime, le habré gustado... —se sonríe con guasa— aunque el pobre sólo puede verme la espalda, mejor te cambio el sitio, venga.

—Ah no, de eso nada, que hoy para tirarte los tejos ya estoy yo.

Mi comentario no le ha hecho ninguna gracia y me lanza una mirada obtusa. Temo haberme pasado. Qué putada. A ver cómo lo arreglo yo ahora. La necesito para la segunda fase del proyecto; no voy a encontrar a nadie con su experiencia en módulos de logística; y mucho menos que se maneje con algoritmos de última generación; esta tía es una crack. Además de estar buenísima, claro, que todo hay que decirlo.

—Es broma, oye, me refería a tirarte los tejos profesionalmente hablando. En cualquier caso perdona. Es que me tiene absorto el descaro de aquel hombre de la otra mesa. Bueno... él sabrá qué demonios pretende, pero no nos quita ojo desde que hemos entrado ¿sabes? Y nos observa con detenimiento. He probado a mirarle fijamente y le da igual; incluso me ha parecido que me respondía con una sonrisa cómplice.

—Entonces eres tú quien le gustas, evidentemente —por fin ella sonríe y da el tema por zanjado.

—Otra vez... Joder, otra vez me acaba de sonreír el tío. Andá... se levanta sin dejar de mirarme... ¡y viene hacia aquí!

—Pues muy bien, oye, ya vamos a salir de dudas —ella gira la cabeza a mirar.

Tanto él como la mujer que le acompaña se acercan a nuestra mesa. Según se aproximan empiezo a entender el motivo de su interés. Este hombre se me parece bastante. Bastante no, mucho, se me parece mucho. Joder, va a ser eso. Me pongo en pie para saludarle.

—Hola —me tiende la mano y yo se la estrecho asombrado— perdonad mi atrevimiento, pero es que tú y yo parecemos gemelos ¿no es verdad? —los dos nos miramos atónitos.

—Sí, es increíble —le respondo riendo.

—Ha sido veros entrar y decir yo “Por fin, por fin he encontrado a mi doble” ja, ja, qué curioso. Me llamo Blas. Encantado de conoceros. Ella es Lucía —los cuatro ya en pie nos saludamos.

—Pues ella es Marta y yo Jaime.

—Oye... de verdad os ruego que perdonéis mi atrevimiento; es que no he podido resistir la tentación de acercarme para conocer a mi doble. Pero ya os dejamos tranquilos ¿eh? comed, por favor, y, si os parece, después charlamos aunque sea un minuto ¿No sé si os vendrá bien? —nos pregunta mi nuevo hermano gemelo Blas orientando su mirada primero hacia Marta y después hacia mí.

—Estupendo, podemos tomar café juntos, no tenemos excesiva prisa ¿no? —le pregunto a Marta.

—Claro, oye, es que vuestro parecido es realmente asombroso. Y el tono de voz también muy similar —responde ella.

—Pues venga, os dejamos comer —interviene Lucía acercándose a Marta para acariciar su brazo con dulzura y añadir: —Me intriga lo que puedan descubrir estas dos gotas de agua tan idénticas. Vete tú a saber...

—Sí, será curioso averiguarlo —Marta corresponde el gesto con una amplia sonrisa y apoyando su mano sobre la de Lucía.

—Pues estupendo. Hasta dentro de un rato —añado yo concluyendo.

Ellos vuelven hacia su mesa. Yo me quedo mirando a Blas, su figura, sus andares, muy similares a la imagen con la que yo aparezco en los vídeos. Me siento, pero Marta permanece aún de pie observándoles llegar a su mesa y cómo, tras sentarse, Lucía gira la cabeza y sus miradas se encuentran durante un par de segundos.

—La sopa es para mí, gracias.

—Muy bien. Y para usted la crema de calabaza.

—Eso es.

Yo suelo conducir el comienzo de las comidas de trabajo por derroteros no profesionales; ir descubriendo los temas que son de interés para mi interlocutor y conversar sobre ellos durante el primero y segundo platos. Temas de actualidad, deportes, espectáculos, suelen ser útiles para crear el ambiente adecuado de confianza y poder pasar, ya en los postres, al asunto profesional objetivo de la reunión. Pero en esta ocasión el camino previsto no ha dado sus frutos. No hemos llegado a encontrar intereses comunes. Pertenecemos a esferas alejadas, delineamos trayectorias vitales disjuntas, cuyos únicos cruces se dan en lo estrictamente profesional. Además el pescado no vale nada, una mierda, lo mismo las patatas recalentadas que lo acompañan. Definitivamente no vuelvo a este restaurante.

Tiempo de postre. Aún queda la esperanza. Hemos pedido buñuelos de chocolate para compartir. Por fin somos capaces de compartir algo. Tal vez nos quite el mal sabor de boca que nos deja lo anterior.

Marta y yo es la tercera comida que mantenemos a solas desde que entramos en contacto, de eso hace ya varios años. A la tercera va la vencida, se dice, pero en esta ocasión me temo que no. Le he explicado mi propuesta, adornándola con una buena remuneración y todo tipo de incentivos. Se resiste. No le interesa.

—De verdad que lo siento, Jaime. Te agradezco tu confianza en mí, pero ahora cuando termine este proyecto tengo otro esperándome, en el que voy a llevar, además, la dirección de alguna de las fases. Sin embargo, ahora que pienso... Mira, creo que tengo el perfil de desarrollador que necesitas. Es un hombre con experiencia en proyectos muy similares. Te cuento:

—¿Qué tal lo lleváis? —Nos interrumpe Lucía en su paso hacia los aseos.

—Ah, pues muy bien —le responde Marta con su cara iluminada por una sonrisa ancha. Se queda observando cómo Lucía se dirige al baño y, con la mirada aún perdida, tarda unos segundos en volver a nuestra conversación— Pues... como te decía, tengo un compañero que se queda ahora disponible; y es él quien ha llevado a cabo con éxito toda la migración de la logística a la nueva plataforma, además...

A ver, Marta, no estoy buscando un pipiolo recién llegado al sector ¿sabes? Necesito alguien bien curtido, alguien con los huevos negros del humo de mil batallas —interrumpo yo volviéndola a cagar con esta desafortunada frase.

Es la segunda vez que Marta me asesina con la mirada. Soy gilipollas. Cómo no me habré dado cuenta antes de que sus aspiraciones eran otras. Voy a tener que jugármela dándole a ella la dirección del proyecto, a pesar de que con el actual director está funcionando perfectamente.

—Voy un momento al baño.

Marta se levanta y se va. Me deja con el eco de mi estúpida frase dando vueltas y vueltas por los oscuros pliegues de mi cerebro.

—Vale. Y perdona mi torpeza —le digo con remordimiento, pero ella, alejada ya varios pasos, no ha podido escucharlo.

Aprovecho la pausa para comer otro buñuelo, aún quedan tres. Tengo que utilizar mi última munición: le diré “Quiero que dirijas el proyecto, eres la persona idónea para hacerlo”. Y si aún se resistiera: “Pues pon tú las condiciones, seguro que llegamos a un acuerdo”.

—¿Qué tal habéis comido? —Vaya, ahora es Blas quien ha venido.

—Hombre, mi nuevo hermano gemelo. Siéntate, por favor. Vamos a pedir otras dos sillas y nos tomamos juntos el café los cuatro ¿vale?

—Estupendo —se dirige a la mesa de al lado y las pide ¿Le importa que coja estas dos sillas? Pues muchas gracias.

Ya sentados nos miramos con detenimiento el uno al otro muy sonrientes y seguimos asombrándonos del extraordinario parecido.

—Empecemos por los apellidos ¿no te parece? —él arranca un primer turno de palabra— Yo soy Blas de la Vega Salcedo, para servirte, querido hermano. ¿En algún apellido coincidimos?

—Pues no parece. Yo Jaime Corral Benítez. Pero sí que me suena tu nombre, Blas de la Vega, no sé de qué.

—De las series. Si ves muchas series habré salido en alguna.

—Andá, qué bueno. Pues no soy de ver series, no. Pero ahora entiendo por qué me paran a veces en la calle y me dicen que me parezco a no sé quien de tal serie. Ja, ja, qué bueno. Por fin descubro a mi doble.

—No, no, al revés, soy yo quien por fin acabo de encontrar a mi doble. Que mucha falta me hace ¿sabes?

—¿Ah sí? ¿Lo dices en serio? ¿Y de qué tratan tus series? —le pregunto

—Ahora mismo estoy haciendo de banquero multimillonario en “Miserables Fortunas”. ¿Te suena?

—No, ya te digo que de series no sé nada.

—Está funcionando muy bien en Netflix, pero para mí es una paliza tremenda. Son rodajes agotadores. Es por eso que te necesito, Jaime. He estado dándole vueltas mientras comía. He llamado a la productora y al director; a los dos les parece una idea magnífica. Tu ayuda me liberaría de mucho trabajo. Casi la mitad de las tomas las podrías hacer tú. Y no hace falta tener experiencia, para nada en absoluto. Pero estoy hablando yo mucho, perdona, y no me has contado nada de ti ¿a qué te dedicas?

—No, lo mío es mucho más prosaico, no tiene ningún interés. Oye y ¿Lucía se ha ido?

—No, está en el baño. Tarda ya un poco, no sé si le habrá sentado algo mal.

—Pues la verdad es que el pescado no estaba nada bueno. Y Marta tampoco vuelve del baño, qué raro. Perdona un momento, que me está sonando el teléfono. —Es Marta. Me levanto y me alejo unos pasos hacia la entrada.

—Dime Marta ¿Estás bien? ... Ah, vale, pero estás bien ... Joder, a los informáticos siempre nos toca ser los más pringaos ... No, no te preocupes. Que lo resuelvas pronto y ya hablamos, venga. Adiós.

Vuelvo a sentarme con Blas, mi otro yo, mi alterego bancario y multimillonario.

—Era Marta. Que le ha surgido un problema muy urgente de trabajo y se ha tenido que ir.

—Ah, ya; y Lucía estará con ella ¿no? —me pregunta

—¿Lucía? No. No creo, vamos... ¿por qué lo preguntas?

—No, no. por nada. Bueno, entonces cuento contigo como doble mío para hacer de banquero multimillonario ¿verdad Jaime?

Me he quedado absorto ante la pregunta de Blas; aturdido ante barullo de todo lo que me ha llegado a suceder en esta comida. No he podido fichar a Marta para el proyecto, qué putada. Ahora llega mi alterego y me propone un nuevo trabajo lleno de glamour. Dios, estoy hecho un lío. La camarera le trae a Javier las cuentas de las dos mesas. Intento quitarle una de ellas pero no me deja, se retira a un lado para pagar. Estoy bloqueado, no consigo hilar nada racional, tampoco articular palabra alguna.

—Te va a encantar este trabajo, ya verás —Blas se acerca y me coge del antebrazo— Venga anímate, Jaime.

Mi profesión ya me aburre. Lo gano bien, en eso tengo suerte. ¿Suerte...? qué va, en absoluto. El dinero lo gano a base de andar liando a unos y a otros. Miserable fortuna es la mía. Estoy harto. Carezco de la motivación necesaria para seguir haciendo, un día tras otro, más de lo mismo.

—Vale —por fin consigo responder— Sí, Blas, seré tu doble en "Miserables Fortunas"


_______________________


Aquí mi doble/alterego y yo cantando juntos en pleno confinamiento