Érase una vez un
alto directivo de una renombrada empresa multinacional, de la cual él
era también dueño mayoritario, tras haberla heredado de su padre. Su
interés en la vida no era otro que acumular cuanta más riqueza le
fuera posible. Últimamente padecía una ofuscación muy precisa:
conseguir entrar en la lista de las cien mayores fortunas mundiales
que publica la revista Forbes; y estaba casi a punto, apenas le
faltaban mil millones de euros más en su patrimonio, peccata
minuta, para pertenecer por fin a tal selecto círculo.
Pero permitidme
una pausa. Antes de nada debo confesaros que ese alto directivo soy
yo. Sí, yo mismo, este que os escribe. Y, ahora que lo pienso... Qué
tontería, debería redactar este relato en primera persona, sin
desvíos ni tapujos narrativos. Creo que así todo quedará mucho más
claro. Venga, lo vuelvo a intentar; y esta vez no comenzaré hablando
de mí mismo, qué ordinariez, conviene explicar primero el contexto:
Erase una vez una
triste ciudad de calles tenebrosas, siempre sumergida bajo sombras
amenazantes proyectadas por enormes rascacielos. Y es en lo más alto
de uno de estos edificios –rascainfiernos podríamos llamarlos–,
concretamente en la planta ciento cincuenta y cuatro, desde donde yo
vigilo a millones y millones de humanos de todo el planeta,
comprobando que cumplen obedientemente, al pie de la letra, las
recomendaciones de inversión y consumo que les vamos trazando, día
a día, desde este gran consorcio económico-financiero que yo
presido.
La historia que
voy a relataros es muy reciente, concretamente sucedió ayer mismo. Y
¿qué fue lo que pasó ayer que me tiene tan preocupado y me induce
a escribir este relato? me preguntaréis. Pues no os lo vais a creer;
os cuento: Ayer fue la primera vez en toda mi vida que alguien me
sacó de mis casillas y me hizo cuestionar todos mis principios. No
quiero decir que me enfadara, no, todo lo contrario. Lo que pasó es
que, por primera vez, me he vuelto loco por una mujer. Así
de sencillo. Nunca jamás, a lo largo de mis cincuenta y tres años
de vida, con dos matrimonios fracasados y varios emparejamientos
igualmente rotos, jamás me he sentido tan tremendamente obsesionado
por una joven como ahora. Y digo joven porque la chica es muy joven,
la verdad, bien podría ser hija mía –¡qué vergüenza, por
dios!–. De pequeño me gustaban la maduritas y ahora, mira por
dónde, las más jóvenes. En fin, qué le voy a hacer. La historia
empieza así:
Ayer, coincidiendo
con el cierre de año fiscal, mi entidad financiera celebró, como
cada año, su Junta General de Accionistas. Fue justo antes de
comenzar mi discurso cuando ella se acercó al estrado portando en la
mano un vaso de agua. Parece que la estoy viendo... Majestuosa subió
el escalón mostrando fugazmente parte de su muslo izquierdo y
regalándome, al posar finalmente el vaso sobre el atril, una
deliciosa y cautivadora sonrisa, esta vez no tan fugaz; una mágica
sonrisa que me invadió por completo y sigue aun instalada en mi
cabeza, dando vueltas y vueltas, surcando minuciosamente por los
pliegues más recónditos de mi cerebro. Luego todo siguió
formalmente hasta el final del acto. Aplausos estruendosos pero
vacíos; tan vacíos como el vaso ya sin agua que, rememorando
aquella sonrisa, había degustado con placer en cada sorbo durante mi
intervención.
Tras el acto
formal llegó la comida con todo el comité ejecutivo. Largas mesas
con pulcros manteles blancos sobre los cuales unas exquisitas
viandas, elaboradas servilmente por gentiles humanos, eran devoradas
sin educación ni vergüenza alguna por puercos ejecutivos. Pero de
repente... una grata sorpresa: Aquella joven de angelical sonrisa
reapareció al otro lado de la mesa, justo frente a mí.
–¿Quiere usted
más pan?
–Sí –me
apresuré a contestar.
–¿Qué clase de
pan prefiere? –ella me mostró la bandeja con varios tipos de panes y aguantó, sin apartar su mirada de la mía durante un par
segundos, hasta que mis ojos relamientes inundaran de deseo los
suyos.
–¿Ese es pan
con semillas ¿verdad? –Inquirí yo señalando uno de ellos pero
sin dejar de contemplar extasiado su figura esbelta.
–Efectivamente
–respondió aproximándose para colocar con unas pinzas el pan en
mi platito y, ya más cerca, añadir en tono confidencial–
Exquisitas semillas que suelen germinar en muy buenas amistades.
–¿En serio? –le
pregunté aproximando lentamente el panecillo a mi boca y
observándola con devoción. Ella esperó impaciente a que mordiera
aquel prometedor anzuelo. Y lo hice. La cosa no tenía remedio, ya me
sentí absolutamente cautivo.
A los postres,
Benavides, el director ejecutivo más baboso de todos los que he
nombrado, se empeñó en iniciar un primer brindis a mi salud. Fue
al alzar la copa cuando la vi de nuevo en la entrada al salón. ¡Allí
está! grité interiormente. Entonces tuve la feliz ocurrencia de
dirigirme a los aseos y así, de camino, tropezarme con ella para
preguntarle cualquier cosa, aunque fuera, como lo fue, una estupidez.
La corta conversación que mantuvimos fue más o menos así:
–Hola de nuevo.
Perdona, pero es que... estoy dándole vueltas y... tengo la
sensación de que ya nos conocemos de antes ¿verdad?
A lo que ella,
tras otro par de segundos en los que volvió a regalarme su mágica
sonrisa, me respondió:
–Sí, sí. Al
menos yo a ti si creo haberte visto varias veces en los noticieros.
–Ja, ja...
–ambos celebramos con una carcajada esa respuesta tan simpática a
mi estúpida pregunta.
–Déjame
adivinar de dónde es ese precioso acento tuyo... –intervine con
gesto pensativo– América Central, sin duda ¿Caribe tal vez?
–Vas bien, muy
bien ¿sabrías precisar más?
–¿Cuba?
–Bravo. Premio
para el caballero. Qué buen oído tienes para distinguir acentos
¿Has estado allí?
–Sí, me
encanta. Tengo amigos en La Habana y también en una ciudad más
pequeña yendo hacia el sur... Cabaiguán se llama.
–¿Cómo...? Es
increíble, ¡yo soy de Cabaiguán! Entonces me conoces de allí,
claro.
–Bueno, estuve
hace algunos años. Pero bien podría revisar mis fotos y vídeos de
aquel viaje, seguro que sales tú.
–Me encantaría
ver esas imágenes –en ese momento, el supervisor del personal de
servicio se acercó a unos pasos y le hizo signos con ambos brazos
para que acudiera– ¡Ay! Perdona, me requieren. Lo siento. Fue un
gusto conocerte.
–Espera,
espera... ¿A qué hora sales? ¿Quedamos después?
–No, después
voy a otro trabajo. Ya me gustaría. De verdad que lo siento.
–Pero ¿cómo te
localizo? Dame tu número.
–Ay, es que... va a ser complicado porque he cambiado de tarjeta sim y... aún no funciona
–su sonrisa se quebró al decirme esto– Bueno, pero podemos
contactar por las redes, eso, en las redes me llamo “relamiéndome”
¿Te acordarás? “relamiendome”. Encantadísima de
conocerte ¿eh? Adios, adios...
Y ella se fue
irremediablemente. Qué fatalidad. Digo “ella” porque ni siquiera
sé su nombre. Anoche estuve hasta las tantas intentando encontrarla
en las redes por su nick, pero no hubo forma. Ni en Instagram ni en X
había ningún usuario “relamiéndome”. Pero hay muchas otras
redes de las que no tengo ni idea. Necesito ayuda para eso.
Joder, son ya las
ocho; debería levantarme. No sé qué agenda tenía para esta
mañana; pero me da igual; ahora las prioridades son otras. Lo único
que quiero es encontrar a esta mujer. Sea como sea. Imagino que los
de IT podrán ayudarme pero... es un corte pedirles un favor así. A
ver cómo se lo planteo, buff...
Ya creo tener una
estrategia que puede funcionar. Pero voy a llamar en vez a David, mi
jefe de gabinete; él es discreto y de máxima confianza.
–Hola David.
Mira, necesitaría ponerme en contacto con una de las camareras que
nos atendió ayer en el Centro de Convenciones. ¿Tú podrías
ayudarme?
–Por supuesto,
Charlie, dame sus datos.
–Pues verás, es
que el único dato que tengo de ella es su nick en las redes. Es un
poco largo de contar, pero no creo que sea muy complicado dar con
ella; estuvo ayer poniendo los vasos de agua en los atriles a los
oradores; y luego sirviendo en la comida también. Su nick es
“relamiéndome”. Es el único dato que sé de ella.
–“Relamiéndome”,
je, je; buen nick, sí. No te preocupes, Charlie. Hablo con los de
Facilities y seguro que la localizan. Conseguiré sus datos de
contacto y te los paso.
–Gracias, David.
Y perdona que te ponga deberes tan complicados a estas horas de la
mañana, pero es un asunto importante. Por favor, cuando tengas los
datos de contacto me los pasas tú personalmente ¿vale? Ah, y dile
a mi secretaria que tengo un viaje imprevisto y hoy no pasaré por
allí.
–De acuerdo.
Ningún problema, Charlie. Tú a mandar, que para eso estamos.
No sé qué habrá
podido pensar, pero qué más da; todo quedará entre nosotros. Ni
siquiera he tenido que utilizar la excusa que había previsto. Este
hombre es una joya.
Fue en este
momento, tras terminar la llamada con David, a las nueve y media de
esta mañana, cuando por fin conseguí levantarme. Después de pasar
por el vater, me hice un café y, una vez sentado en mi escritorio,
comencé a escribir este relato. Lo hice sobre todo para no olvidar
ningún detalle de lo que pasó ayer cuando conocí a esta mujer; a
esta joven de nick “relamiéndome” que ha dado un vuelco
total a mis prioridades. No sé si me durará mucho o poco este
estado en el que me encuentro, pero el impacto que ha tenido en mí
es tremendo, inimaginable hace tan sólo un día.
A partir de ahora
iré escribiendo en riguroso presente según vaya aconteciendo lo que
tenga que acontecer.
Son las once de la
mañana y sigo sin noticias. No paran de entrar llamadas, sobre todo
de mi secretaria, pero no respondo.
Me pregunto qué
argucias estará inventando David para intentar contactar con ella.
Lo imagino con la lista de camareras contratadas ayer por el Centro
de Convenciones, todas con contrato eventual, evidentemente; y un
sueldo de miseria. Él estará llamando a cada una y preguntándole
“¿Podrías decirme qué nick usas en redes sociales? La mayor
parte responderá “¿cómo? ¿que qué uso de qué?”
Tal vez se haya
corrido la voz de que el presidente está buscando a una de las
camareras. Espero que no pero, si es así, el relato se va a parecer
cada vez más al cuento de la Cenicienta. Yo hago el papel de
príncipe, quien busca desesperadamente a aquella hermosa joven de la
que se enamoró en una fiesta y que perdió su zapato bajando la
escalera. Ahora el zapato es el nick. Sólo la mujer que demuestre
utilizar ese nick en las redes será la elegida como amante
predilecta de un estúpido príncipe que la desea con locura; de este
magnate ricachón de mierda que ha perdido la cabeza y no piensa ya
en otra cosa.
Qué gusto.
Pensándolo bien es una gozada estar a las... ¡las once de la
mañana son ya! en pijama, sin importarme cómo van las
cotizaciones de mis empresas, ni nada de nada. A las bolsas y
mercados que les den por culo. Aquí estoy, escribiendo
apaciblemente; esperando una única llamada, aquella que me abra las
puertas del cielo.
¡Por fin me llama
David...!
–Dime, David.
–Ya tengo su
contacto. Era en Telegram y en Tiktok donde estaba “relamiéndome”.
Me ha costado horrores encontrarla ¿sabes? Es que no quería
involucrar a los de Facilities ni a los de IT, que luego lo van
contando todo por ahí.
–Estupendo,
estupendo. Pues pásame su teléfono.
–Sí, ahora te
lo paso. Aunque mira, es que ella tiene una tarjeta sim de esas
recargables pero sin saldo. Sólo puede recibir y enviar mensajes por
Telegram cuando está con wifi. Le he explicado que necesitas
contactar con ella. Y le he dado mi teléfono, el privado ¿eh? no el
de trabajo, para que me llame en cuanto lo recargue. En cualquier
caso yo ahora te paso el número para que lo tengas.
–Magnífico,
David. Qué resolutivo eres. Muchas gracias.
–No hay de qué,
Charlie. Ah, y decirte también que se llama Lisandra.
–Lisandra.
Fenomenal. Mira, te voy a pedir un favor adicional: Yo es que no
quiero hacerme una cuenta en Telegram. Dale a Lisandra mi teléfono
privado ¿lo tienes?
–Sí, sí. Me lo
diste cuando... cuando “lo de tu ex” ¿recuerdas?
–Ah sí. Pues
estupendo, se lo escribes en un mensaje a Lisandra. Y muchísimas
gracias, David.
Tras contaros esta conversación,
interrumpo mi escritura para añadir en mi teléfono el nuevo
contacto: “Lisandra Relamiéndome”; la llamaré así hasta que
sepa su apellido.
¡Pero bueno...!
Ha sido terminar de escribir el contacto, apenas han pasado unos
minutos, y ya sale en mi pantalla una llamada entrante “Lisandra
Relamiéndome” ¡¡Bien!!
Son
la doce del
mediodía, queridos lectores. No quisiera daros demasiada envidia,
por lo tanto intentaré ser breve en mi crónica-resumen de la
extraordinaria y extensa conversación telefónica que acabo de
mantener con Lisandra. Ha durado casi una hora, pero se me ha pasado
volando. Me ha contado todas sus peripecias vitales, que son muchas. A
pesar de las dificultades que hay para salir de Cuba, ella ha
conseguido emigrar y buscarse la vida para poder enviar algo de
dinero a su familia. Es increíble lo buena persona que se puede
llegar a ser a pesar de la ignominia y el maltrato que ha sufrido en
su periplo por varios países. En fin, una vida muy complicada a la
que ella planta cara con enorme valentía y determinación. Lisandra
es un cúmulo de virtudes: una enorme sensibilidad; exquisita
ternura; empatía; generosidad... y, encima, un extraordinario
sentido del humor. Durante toda la conversación telefónica he
tenido en mente la imagen de esa sonrisa mágica suya, que me enamoró
desde el primer momento al traerme el vaso de agua, y que visualiza y
transmite muchas de sus virtudes.
Pero falta
informaros de lo más importante. Chan tatachán... (imaginaos un sonido de fondo con
fanfarria y redoble de tambor) Señoras y señores... (el volumen
aumenta) ¡¡Lisandra y yo hemos quedado a cenar esta noche!! (Se
oyen vuestros aplausos y vítores).
Os preguntaréis
cómo demonios va a continuar este relato. Y, sobre todo, qué salto
en el tiempo voy a dar ahora en el siguiente párrafo ¿verdad?
Comprendo vuestra intriga y no quiero teneros más tiempo
impacientes. Allá voy...
Han pasado tres
días desde aquella primera cena juntos.
Sí,
definitivamente nuestras vidas se han transformado. Tanto Lisandra
como yo estamos viviendo un momento mágico, que seguro implicará
giros importantes en nuestras trayectorias vitales. Si bien es cierto
que, a mí por lo menos, me produce cierto vértigo; pero no me
importa, cada minuto que paso en compañía de Lisandra aumenta la
proporción de las certezas frente a las dudas.
Ay, perdonad que
tengo que atender una llamada.
–Hola Benavides.
–Hola Charlie.
Creo que querías hablar conmigo ¿no?
–Sí. Escucha
con atención, por favor, que es importante. Mira: salgo ahora de una
reunión con altos estrategas del desarrollo sostenible, ya te
contaré, pero te adelanto: Debemos cambiar la ubicación prevista de
los tres futuros Centros para el Desarrollo de Nuevas Tecnológias.
Quiero que hagas un informe en el que se evidencien las ventajas de
emplazarlos en países de bajos costes y con buen potencial de
crecimiento. Seguro que encontrarás suficientes argumentos de peso.
Hay que invertir y colaborar en el desarrollo del tercer mundo,
Benavides, lo tengo clarísimo. Y dile a Thomas que prepare un plan
de inversión y colaboración para tres universidades. Te digo cuales
¿lo anotas?
–Sí, sí, dime
Charlie, estoy anotándolo todo.
–La Universidad
de Ciencia y Tecnología Kwame Nkrumah, en Ghana; la Universidad de
La Habana; y la Universidad IPB, en Indonesia. Si él sugiere incluir
alguna más pues estupendo, pero al menos estas tres seguro, que
además están en tres continentes distintos.
–De acuerdo,
Charlie. Oye no sé si he escuchado bien ¿la segunda universidad que
has dicho es la de La Habana?
–Sí, sí, la de La Habana.
–Ah vale, muy bien. Pues se lo
transmito a Thomas y al resto del equipo y nos ponemos rápidamente
en marcha. Cuenta con todo ello.
Ya estoy de nuevo con vosotros, queridos lectores. Esta vez para despedirme, pues
Lisandra quiere que le deje el ordenador, está ansiosa por leer este
relato. A ver qué le parece. Ha sido un placer compartirlo también
con vosotros. Gracias por vuestra lectura. Recibid un fuerte abrazo.
Adiós, adiós.