Queridos colegas de esta tertulia: hoy toca hablar de corruptelas y pillerías. Creo que el tema me viene francamente a medida, ya conocéis mi curriculum delictivo de relatos anteriores, pero la historia que ahora voy a contaros es la que realmente marca un punto de inflexión en mi vida. Allá voy. La titularé "Cien años de perdón"
Cien años de perdón
A pesar de las variadas
experiencias carcelarias que por entonces ya acumulaba, nunca me
había sentido tan agobiantemente apresado como en aquella ocasión.
Mi celda era un círculo de unos dos metros de diámetro, el suelo
entarimado, eso sí, con noble caoba, pero sus apenas 70 centímetros
de altura me obligaban a permanecer encorvado todo el rato, con un
dolor de espalda que se iba agravando por minutos. Los barrotes a mi
alrededor no eran de hierro, no, eran de carne y hueso, eran las
piernas de los ocho comensales que degustaban ricos manjares en una
suntuosa mesa de largo mantel, debajo de la cual, a toda prisa, me había
tenido que esconder al oirles entrar. No paraban de hablar, y
encima en inglés, me tenían harto.
—Es
ciertamente exquisito este vino —como yo no podía ponerles cara,
iba identificando los pies de cada uno de ellos según intervenían y
tratando de imaginar su rol; estaba claro que los mocasines horteras
de piel de cocodrilo y hebillas doradas eran del principal invitado,
un magnate inversor; a su derecha, los pomposos botines de piel de
serpiente y afilada punta eran de la anfitriona, quien casi siempre
iba controlando el rumbo de la conversación; y a su izquierda unos
zapatos negruzcos y acordonados, como de medio pelo, intentaban
también ganarse la confianza de los mocasines-cocodrilo del magnate.
El resto de comensales intervenían poco, llegué a pensar que
estarían sólo de atrezzo, pero no, imagino que tendrían dificultades
de idioma.
—Me
alegra que te guste —justo delante de mi, las pomposas serpientes
se giraron sumisas hacia los cocodrilos de hebillas doradas para
contestar el cumplido— en este país tenemos una gran variedad de
vinos que figuran entre los más selectos del mundo, y, cuando se
trata de una cena tan especial, no es fácil la elección. Pasa lo
mismo con los bancos, nuestras entidades financieras tienen los
mejores ratios de solvencia y, como sabes, capacidad más que
suficiente para hacerse cargo, junto a vosotros, de la financiación
de este proyecto en la segunda fase. Habíamos pensado que...
—Eso
no va a ser ningún problema; no os preocupéis en absoluto de la
financiación —sentenciaron
los mocasines-cocodrilo elevando sus largas mandíbulas y dejándolas
caer con firmeza al final de la frase.
—Sí,
confiamos en ello —intervinieron
los zapatos negruzcos de medio pelo— pero me gustaría que
comprendieras las dificultades que tenemos para explicar el proyecto,
tanto a la opinión pública como a las Administraciones Generales del Estado; incluso dentro de nuestro propio partido, porque no solo implica la recalificación de los terrenos, también hay que cambiar la legislación fiscal, la laboral,
la medioambiental, la...
—¡Pero cómo! Todo eso ya está acordado con tu antecesora en el cargo ¿verdad
que sí? —la
interrupción del magnate inversor sonó amenazante al dirigir la
pregunta a la anfitriona, quien, tras cinco eternos segundos de
dramático silencio, le contesto:
—Sí,
sí, por supuesto, todo está ya pactado y encaminado, pero...
compréndelo, aún queda alguna resistencia más que vencer, y...
—Vamos
a ver... —el magnate
volvió a interrumpir en tono recriminatorio, y tras una severa pausa
en la que su cocodrilo derecho golpeó rabioso el entarimado,
continuó— vamos a ver
si entendemos bien las cosas: yo admito que podáis tener
dificultades, pero el proyecto no debe demorarse bajo ningún
concepto; sabéis que contáis con nuestro apoyo financiero, tanto a
nivel personal como para vuestro partido; de hecho, y según habíamos
acordado, hemos venido preparados para que podáis hacer frente, ya
mismo, a cualquier dificultad que os surja. —Al
decir esto, sumergió su mano derecha bajo el mantel y agarró el
maletín que sobre el suelo custodiaban sus dos cocodrilos, para
alzarlo y ponerlo a la vista de todos durante unos segundos. Aquel
gesto produjo un espeso silencio por encima de la mesa, al que siguió
una inquietud manifiesta por debajo de ella, donde, una vez devuelto
el maletín al suelo, todos los zapatos empezaron a vibrar nerviosos,
con pequeños saltitos y zarandeos aquí y allá. Incluso mis
deportivos se contagiaron de aquella agitación.
—Nuestro más sincero agradecimiento por vuestra ayuda, que seguro nos
permitirá soslayar todas las dificultades restantes. Este extraordinario
proyecto será todo un éxito —mientras
hablaba la anfitriona, sus tacones afilados servían de apoyo a los
cambios de orientación de sus criminales serpientes que, girando a
un lado y a otro, amenazaban con morderme una y otra vez—
¡Brindemos por ello!
La cena se alargaba más y más. El
dolor de espalda se iba extendiendo desde la zona lumbar hacia las
cervicales, y mis piernas, medio dormidas, iban buscando acomodo a un
lado u otro en función de lo estiradas que los comensales pusieran
las suyas. Era milagroso que no se percataran de mi presencia allí
abajo, porque hubo más de una pequeña colisión. Tenía que pensar
un plan alternativo, ya no podía esperar a que se disolviera la
velada para buscar por los dormitorios, intentar hacerme con algo de
valor y después salir por pies. Necesitaba un plan de emergencia,
por tanto me centré en pensar cómo escapar de aquella maldita casa
aunque fuera sin botín alguno. Ya lo tenía: tiraría fuertemente
del mantel hacia un lado; los platos, copas y demás enseres, caerían
todos encima de los allí sentados, produciendo un desconcierto tal
que me permitiera salir corriendo por el hueco que, a buen seguro,
quedaría en el lado de enfrente, cuando los comensales de allí se
apresuraran a ayudar a los damnificados, empapados y embadurnados por
las bebidas y restos de comida que quedaban sobre la mesa. Estaba
claro: el magnate era la víctima más propícia. Por la voz parecía
ser un hombre mayor que el resto, y era a él a quien todos
cortejaban; se apresurarían a ayudarle. Yo saldría agachado
rapidamente hacia el pasillo, y de allí a la puerta de servicio por
donde había entrado, más vale un camino conocido.
Con sumo cuidado, y con permiso de la pareja de cocodrilos, situé
las manos justo encima de ellos, agarré con
fuerza el mantel, y me concentré haciendo un último repaso de la
secuencia entera de movimientos precisos para salir de aquella
mansión. Todo listo. Allá voy: una... dos... y... Menuda
contrariedad: se había levantado la anfitriona... tal vez eso me
obligaba a modificar la estrategia.
—Lo
están poniendo, señores. Me dicen en un mensaje que estamos
saliendo en el telediario. Es la presentación de esta mañana a los
medios ¿queréis verla? —el
sí fue unánime y todos los calzados de la mesa siguieron a las
pomposas serpientes arrastrándose en dirección a la sala contigua—
Ya tomaremos después el postre, no creo que nos dediquen más de unos
minutos.
Bendita sea la egolatría
que gastan esta clase de personajes, gracias a ella pude escapar
aquella noche sin dejar rastro alguno. Bueno sí, un pequeño rastro
sí dejé: mientras ellos no quitaban ojo a la pantalla, ni oído a
la traducción simultánea de la anfitriona, yo alargué la mano
para alcanzar aquel maletín; con una simple ganzúa, y la habilidad
que me caracteriza, lo abrí de inmediato. ¡Oh sorpresa! nunca,
nunca jamás había visto tanto dinero junto. Eran billetes de 500€,
iban en fajos de cien cada uno, y había muchos, muchos fajos
cuidadosamente alineados. Los metí todos en el forro de la cazadora
que solía llevar preparada para albergar mis botines; con total
alevosía cerré el maletín y lo devolví a su sitio; en medio
minuto ya estaba saliendo por la puerta de servicio; una voz gangosa
se oía en la televisión, era el de los zapatos negruzcos de medio
pelo, que decía:
“... Se trata de una
inversión extraordinaria desde el punto de vista económico y, desde
luego, una esperanza para miles de trabajadores, que van a ver en
este proyecto una oportunidad de salir de esa lacra que es el
desempleo...”
Cuánto me hubiera
gustado saber lo que pasó después, cuando, tras realimentar su ego
viéndose en la pantalla, los comensales volvieron a sentarse
alrededor de la mesa a tomar el postre y terminar de negociar sus
asuntos. Nunca lo sabré; pero a partir de aquella noche, gracias a
mi exitosa intervención, la gigantesca operación se torció y se
fue absolutamente al traste. Las razones oficiales fueron pura
patraña, nadie se las creyó. En cualquier caso, la alegría de los
ciudadanos de la comarca fue inmensa. Alguna vez pensé en la
posibilidad de publicar un libro contándolo todo, de hacerme famoso:
el Robin Hood del siglo XXI; pero no, no me apetecía verme entre
rejas. Aunque... vete tú a saber, probablemente en un juicio con
jurado popular hubiera salido absuelto, porque quien roba a un ladrón —en
mi caso a varios— tiene cien años de perdón.
Desde entonces soy rico. Y —lo
que son las casualidades de la vida— esta noche el destino me vuelve
a traer a la misma mansión. Sí, voy en la lista electoral que
encabeza mi anfitriona y nos ha invitado a cenar. Ella sigue calzando
pomposas serpientes, yo, en cambio, prefiero los cocodrilos exóticos.
—Es
ciertamente exquisito este vino —les digo rememorando aquella
conversación de hace años en la que tanto aprendí. Y mientras vamos pergeñando la campaña electoral
aprovecho para estirar bien las piernas; si hay alguien debajo de la
mesa debe estar pasándolo fatal.
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P.S.- Los personajes y
los hechos relatados son totalmente ficticios. Cualquier parecido con
la realidad es pura coincidencia. Pero es increible la
cantidad de coincidencias que se producen en esta vida.
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