"Sobre la mesa había un plato colmado de aceitunas y, justo a su lado, otro mas pequeño con dos huesos desnudos a los que sus compañeras, de pulpa verde, esplendorosa e intacta, miraban de reojo con compasión”. Así empezó Antonio su turno de narración, inclinándose después para señalar con el dedo los dos platos en el centro de la mesa y requerir allí la atención de sus compañeros de taller literario. “Dos platitos como estos”.
Ana aprovechó la pausa para coger una aceituna diciendo:
—Pobres, esas dos, qué solas deben sentirse en pelotas, o sea... en hueso”.
Tras ella, Nacho hizo lo mismo respondiendo:
—Es cierto, desnudemos alguna más; hay que dar apoyo a las minorías.
—Sobre todo si son minorías naturistas —añadió Carlos llevándose otra a la boca.
Se hallaban reunidos en la Casapuerta, un bar del casco antiguo de Cádiz, donde habían quedado para leer los relatos que cada uno había escrito. También había algún miembro del colectivo conectado vía Google-meeting.
—Qué casualidad. Yo también estoy picando aceitunas —intervino Juan Carlos desde Salamanca.
Tras comerse Antonio una aceituna más, y dejando su hueso en el plato pequeño junto a los otros, continuó:
"Sé que no lo vais a creer, pero los hechos que os voy a narrar son ciertos. Yo fui testigo en primera persona. Pero, antes de empezar, si os parece bien repartimos los papeles de los protagonistas de esta historia para, así, contarla entre todos —Antonio se levantó a entregar un par de folios grapados a cada uno de sus compañeros de tertulia, tras lo que continuó:
"Sucedió hará ya unos diez o doce años, cuando yo trabajaba en una multinacional estadounidense. Todo empezó con una cena de trabajo, en París, allí nos reuníamos cada fin de trimestre los delegados comerciales de todas las subsidiarias europeas. Éramos ocho, sentados en una mesa redonda. Aquella tarde salíamos de una reunión tensa y nos habíamos propuesto firmemente no hablar más de trabajo hasta la sesión de la mañana siguiente. Por tanto empezamos, de forma distendida, a contar las vacaciones de cada uno, enseñando algunas fotos en los móviles. Fue al mostrar Bernard lo grande que estaba ya su hija cuando Ambrogio le comentó:
—Uy, se te parece mucho ¿eh?
—Bueno, tiene un aire, sí —le contesto él— pero no, se parece mucho más a su madre.
—Está preciosa la niña. —continuó Ambrogio— Pero yo a tu mujer no la conozco ¿sale en alguna foto?
—Pues creo que en alguna salen juntas... —buscó y volvió a pasarle el móvil— Sí, mira.
—A ver. Ostras, qué guapa tu mujer, oye —Ambrogio ampliaba la foto tomándose su tiempo para verla en detalle, pero Bernard le reclamó de vuelta el teléfono diciéndole:
—Venga, enséñanos a los tuyos, Ambrogio. Tú tenías... ¿cuántos?
—Yo dos, hijo e hija, algo más mayorcitos que la tuya. Pero soy un desastre, no tengo ninguna foto reciente —contestó mientras le devolvía el móvil—. Esta noche hablo con mi mujer a ver si me envía alguna y os los enseño. Bueno, si es que me coge el teléfono, claro, porque últimamente nuestra comunicación es sólo por whatsapp, nunca le viene bien hablar. No sé... Yo creo que las mujeres, en cuanto nos vamos de viaje... ¿eh? vete tú a saber, je, je, no se puede uno fiar —se reía al decirlo intentando hacerse el gracioso.
—Las mujeres y los hombres. Sobre todo los hombres no sois de fiar —intervino la delegada francesa y anfitriona en aquella reunión para equilibrar la balanza. Eran sólo dos mujeres en la mesa contra seis hombres.
—Pero bueno ¿Qué sexismo es ese, compañeros? —les respondió Bernard— Esos comentarios... por favor, a estas alturas no proceden. Hay gente de todas las guisas en los dos sexos. Hay personas, no mujeres u hombres, hay per-so-nas —enfatizando cada sílaba— de las que te puedes fiar o no. ¿Por qué desconfiar de nuestras parejas? —preguntó dirigiéndose a Ambrogio— Yo de mi mujer me fio absolutamente, no me preocupa lo más mínimo qué haga o deje de hacer cuando me voy de viaje, aunque se comunique por whatsapp o por teléfono, qué más da. Ella en Barcelona y yo en París, tan tranquilos. Yo ni sufro ni padezco. Oye, que llevamos ya muchos años así, viajando de un lado para otro sin descanso.
—Ya, ya —replicó Ambrogio—, pero seamos sinceros, ninguno nos quedamos del todo tranquilos cuando salimos. Seguro que a ti también te inquieta, seas o no consciente de ello, porque en el fondo, ninguno confiamos totalmente en nuestras mujeres. No es que lo diga yo, oye, lo dicen todos los psicólogos del mundo, es que somos de carne y hueso, tío. Imagínate —hizo una breve pausa, no estando seguro de cómo seguir la frase—, por ejemplo: yo tengo que ir mañana a Barcelona, ya lo sabéis, —girando la cabeza hacia los demás comensales— tengo que cerrar el contrato de Gas Natural, es un proyecto muy gordo y no puedo quedarme con vosotros al resto de la reunión, lo siento. Bueno pues, a lo que iba, imagínate —centrando otra vez su mirada en Bernard— que, por un casual, me encuentro con tu mujer; porque ella trabaja allí ¿no?
—Sí, y qué
—No, que... imagínate, por un momento, que yo le tirara los tejos... ¿Verdad que lo pasarías mal?
—No digas gilipolleces, Ambrogio, por favor, no proyectes hacia los demás tus inseguridades, tus problemas personales —Bernard se dio cuenta de que estaba subiendo el tono, gesticulando en exceso con las manos a intentó calmarse— Yo lo siento por ti, oye, cada uno tenemos nuestras manías, tu sufrirías en esa situación, los demás no, o por lo menos yo nada en absoluto —concluyó moderando el volumen.
—Yo te reto —le increpó Ambrogio desafiante, elevando la voz— Yo te reto a comprobar si sufres o no ¿quieres hacer la prueba?
—Vete a tomar por culo, tío. Perdón, perdón por el lenguaje, pero es que este hombre me saca de quicio. Pero ¿qué significa esta salida tuya de la olla? Venga, sí. Intenta ligártela, no te quedes con las ganas. Verás como no te hace ni puto caso ¿Cuánto quieres apostar?
Llegado ese punto, todos los allí presentes nos habíamos quedado mudos, petrificados. Sin haber empezado aún el primer plato, que ya nos habían servido, nuestras miradas coincidieron todas, huyendo de aquella situación esperpéntica, en los platitos de aceitunas que aún quedaban del aperitivo, en el centro de la mesa, igual que estas de aquí —Antonio volvió a señalar las aceitunas— . E igual de incómodas que ellas se sienten, al ver a sus compañeras de hueso al aire, así nos sentíamos nosotros con estos dos compañeros, por lo irracional de su comportamiento. No os podéis imaginar la vergüenza ajena que nos produjo ver cómo se enzarzaban en una discusión tan absurda, cómo desnudaban sus psiques, revelando su ego y toda su mezquindad ante nosotros sin el más mínimo recato.”
—Oyeee ¿me ois? —intervino Juan Carlos, contestando todos que sí— Buff, qué desagradable debió ser, desde luego Y ¿cómo terminó la cena? Sigue, sigue contándonos”.
Antonio aprovechó la pausa para terminar de un trago su cerveza y, después de un respiro profundo, continuó:
“Pues mal. Tanto la anfitriona como yo, y algún otro compañero más, quisimos apaciguar sus ánimos, pero no hubo manera. Ninguno de los dos quiso entrar en razón. Ante la incredulidad de todos, ellos mantuvieron su reto, su apuesta de orgullo y de estúpido honor. Sin haber probado bocado, salvo los aperitivos, Ambrogio se levantó y, pidiendo disculpas porque tenía que madrugar, se largó al hotel. Estuvo toda la noche investigando en Linkedin, Facebook e Instagram, y consiguió obtener valiosa información sobre el perfil, hábitos y gustos de Carme, que así se llamaba la mujer de Bernard. Sin pegar ojo y tras una hora veinticinco minutos de vuelo, llegó a Barcelona, lugar donde ahora continua mi relato. Os contaré lo que allí sucedió:
En un taxi fue directamente a la reunión prevista. A pesar del cansancio y la falta de sueño, Ambrogio consiguió la firma del contrato multimillonario. Fue un éxito. La mayor operación del año. Esa misma tarde recibió una llamada del CEO para felicitarle y anunciarle el notición que él llevaba años esperando:
—Te he propuesto para director europeo.
—Pues no sabes cómo agradezco tu confianza. Me pongo a tu absoluta disposición. Bueno, esperaré a la comunicación oficial ¿no?
—Efectivamente, tú no lo digas aún, pero dalo por hecho y, sobre todo, vete pensando en montar un buen equipo, los planes son muy ambiciosos.
Al colgar, Ambrogio empezó a dar saltos como un poseso. Intentó abrir la ventana de su habitación, en el piso 29 del hotel Torre Catalunya, lástima que no se podía, se hubiera asomado para dar su grito de tarzán, el que reservaba para ocasiones como esta “Aaa iaa iaa iaaaaaa”.
A pesar de su éxito profesional, él seguía dándole vueltas y vueltas a la apuesta con Bernard. Éste era el momento. Tras diseñar las líneas maestra de su estrategia, contactó con Carme proponiéndole una entrevista: “Estamos buscando una persona de tu perfil para dirigir nuestro gabinete de prensa y comunicación, hemos analizado tu trayectoria en las distintas empresas y medios para los que has trabajado y nos gustaría entrevistarte”. Desde sus comienzos como periodista-becaria, Carme había estado varios años como freelance trabajando hasta la extenuación de un medio a otro; pero al tener a su hija tuvo que aparcar su profesión y aceptar un contrato fijo como administrativa en Gas Natural. Recibió, por tanto, con alegría la propuesta de entrevista, “tarde, pero por fin se empieza a valorar mi trabajo”.
Pasados unos días, Carme llegó a casa eufórica. Bernard la esperaba preocupado por su tardanza.
—Carme, cariño, ¿dónde te metes a estas horas? ¿por qué no coges el teléfono ni lees los mensajes?
—Bernard: tengo que darte una excelente noticia.
—Pues cuenta, cuenta —la cogió de la mano y los dos se sentaron en el salón— No te lo vas a creer. Voy a ser compañera tuya.
—¿Qué?
—Vengo de entrevistarme con vuestro nuevo director europeo, un tal Ambrogio de Piacenza ¿ya lo conoces? —ella continuó sin apreciar el impacto en Bernard— luego él me ha pasado con el de Recursos Humanos, que es nuevo también ¿no? Y ¡me han seleccionado! Voy a dirigir el gabinete de prensa.
—¿Cómo? ¿que has estado con Ambrogio? —los ojos se le salían de las órbitas— Pero ¿por que? —subiendo el tono descontrolado— ¿por qué? dime ¿en dónde?
—Sí, en su despacho. ¿Por qué te pones así? —no entendía esa reacción de Bernard, nunca le había visto tan afectado.
Fue al preguntarle “¿qué te ha hecho? Cuando ella empezó a hilar algunos cabos. Recordó algún comentario sobre un compañero “machista de mierda” a quien su marido tenía especial manía. ¿Se referiría tal vez a el que iba a ser su futuro jefe?. Ante tal reacción, Carme no se atrevíó a contarle las veladas insinuaciones de Ambrogio a lo largo de la entrevista, ni cómo ella había reconducido la situación para evitar malos entendidos; tal vez por temor a que se lo tomara a la tremenda y que el contrato laboral que iba a firmar al día siguiente se fuera al traste, el caso es que no quiso darle detalles de la entrevista, por más que Bernard insistiera.
Aquella noche terminó mal, muy mal. La discusión fue en aumento, las recriminaciones más y más hirientes. Fue ella quien decidió marcharse. Se separaron.
Carme duró en el puesto menos de un mes. Apenas tuve contacto con ella mientras estuvo en la empresa, yo estaba aquí en Madrid y ella se había incorporado en París. Sí, de nuevo en París, ahí es donde transcurre el final de la historia, un auténtico "reality show". Veréis:
En París eran las cinco en punto de la tarde, las 10 de la mañana en Los Angeles, desde donde el presidente de la compañía, y varios miembros del Consejo de Dirección estaban incorporados por videoconferencia a la reunión anual de comienzo de año, el kick-off. Ambrogio nos había reunido a todos en la sala de conferencias. Era su primera convención como director europeo. Tras saludar a los asistentes remotos y unas cuantas pantallas de mensajes corporativos, comenzó su presentación abordando los objetivos para el próximo año. Apareció un numero “1” en el centro, haciéndose mas grande al ritmo de un sonido de fanfarria y redoble de tambor, chan, tatachán... que daba paso a la siguiente pantalla, era una breve frase con el primer objetivo marcado. Ambrogio se acercó hacia los asistentes declamando con fervor lo que ya todos habían leído en pantalla. Fue en ese momento cuando desapareció el texto y se sustituyó por un vídeo en pausa, a cuyo triángulo de play en el centro se desplazó, como por arte de magia, el puntero y comenzando a verse el vídeo, con Ambrogio de pie en su despacho, sonriendo en un gesto estúpido, mientras extendía sus manos hacia algún sitio por debajo de la cámara que lo filmaba. Él, sin darse cuenta, siguió con su discurso abundando en los beneficios de este primer objetivo. Al observar que nadie le atendía, sino que miraban atentamente a la pantalla, se volvió hacia ella, pero, justo antes de girarse, desapareció el video y los textos aparecieron de nuevo. Apretó el botón en el mando y esperó a que saliera el “2”. Tras la misma fanfarria anterior, apareció el texto correspondiente al segundo objetivo. De nuevo, al volverse hacia la audiencia para explicarlo apareció otro vídeo. Alguna risa se oyó desde las filas de atrás, pero él seguía sin percatarse de que algo raro pasaba a sus espaldas. En esta ocasión el vídeo mostraba a Ambrogio acercarse a una mujer, debidamente pixelada para no ser reconocible, que se alejaba de él primero hacia un rincón del despacho y después, tras un pequeño forcejeo, hacia la puerta. Entonces sí, el jaleo entre los asistentes fue sonoro, una mezcla de exclamaciones y risas medio contenidas. Él se volvía alternativamente hacia la pantalla y hacia el público sin entender nada, pues los textos reemplazaban al vídeo siempre justo a tiempo sin que pudiera verlos. Las carcajadas eran ya enormes cuando, ante la algarabía general, apareció el número “3”, con su redoble y fanfarria incluidos y ya, tras desaparecer súbitamente el “3”, sí pudo el desconcertado Ambrogio verse a sí mismo de protagonista en la pantalla. Era una toma cenital en la que se le veía acorralando, con su cuerpo y sus brazos extendidos, a la que parecía ser la misma mujer anterior, que en esta ocasión le costaba forcejear un buen rato con él hasta poder librarse y huir por la puerta. Al verlo se puso, a apretar con desesperación todos los botones del mando a distancia, advirtiendo que claramente no era él quien gobernaba el proyector. Las exclamaciones y risas se acompañaron entonces de aplausos. En pantalla anexa, se veía a los asistentes virtuales, presidente y consejeros, de pie escandalizados, sin poder dar crédito al espectáculo que estaban viviendo. Pero el jolgorio general se apagó repentinamente cuando Ambrogio llevándose una mano al pecho, se agarró al atril con la otra, desplomándose después sobre suelo.
El show había llegado a su fin. Sólo cinco o seis personas se acercaron a socorrer a Ambrogio, el resto permanecíamos atónitos en nuestras butacas.
—¡Llamad al 112, rápido! ¡Ambulancia, que traigan una ambulancia!
Yo estaba en la tercera fila, junto al delegado holandés quien cogiéndome del brazo me señaló hacia el centro de escenario con asombro preguntando:
—¿Qué hace ese hombre? Mira es... el de mantenimiento, ¿lo ves? Con otro mando a distancia, fíjate, ha debido ser él quien manipulaba las imágenes. ¡Ostras! Se está quitando el mono, se está quedando en... —tardó algunos segundos en continuar— ¡Dios mío, es una mujer!
Justo en la fila de delante, algo más a la izquierda, vimos cómo Bernard se levantaba como un resorte y se quedaba absorto mirando a aquel supuesto técnico de mantenimiento que acababa de desvelar su identidad real. Todos comprendimos quién era aquella mujer de pelo muy cortito que ahora, pletórica, se acercaba hacia Bernard. Él ya saltaba a su encuentro por encima de las butacas.
—No, Luisa, espera —en ese momento la encargada de la Casapuerta, recogía los platos y vasos vacíos— por favor no te lleves las aceitunas, que aún queda una, oye; y además la necesito de atrezo para el final del cuento.
—Ah, sí, por supuesto —contestó ella sonriendo mientras devolvía a su sitio sobre la mesa el plato con la única aceituna restante.
Antonio se la metió en la boca y la degustó despacio ante la mirada cómplice de sus compañeros de taller. Ya con el hueso en la mano lo alzó a la vista de todos declarando: "Pues sí, queridos amigos, el reality show tuvo un final extraordinario, épico; yo nunca en mi vida he visto un desnudo tan esclarecedor como aquel de Carme, un desnudo tan digno y reivindicativo". Luego, también lentamente como exige el protocolo en estos casos, depositó el hueso sobre el platito limpio recién traído, dando así por terminado su turno de cuenta-cuentos.
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El texto original de Boccaccio en el que se inspira este relato puede leerse en:
https://ciudadseva.com/texto/el-decameron-02-09/