Wednesday, 23 February 2022

Aceitunas en la Casapuerta



    "Sobre la mesa había un plato colmado de aceitunas y, justo a su lado, otro mas pequeño con dos huesos desnudos a los que sus compañeras, de pulpa verde, esplendorosa e intacta, miraban de reojo con compasión”. Así empezó Antonio su turno de narración, inclinándose después para señalar con el dedo los dos platos en el centro de la mesa y requerir allí la atención de sus compañeros de taller literario. “Dos platitos como estos”. 

Ana aprovechó la pausa para coger una aceituna diciendo:

   —Pobres, esas dos, qué solas deben sentirse en pelotas, o sea... en hueso”. 

Tras ella, Nacho hizo lo mismo respondiendo:

   —Es cierto, desnudemos alguna más; hay que dar apoyo a las minorías.

   Sobre todo si son minorías naturistas   —añadió Carlos llevándose otra a la boca.

   Se hallaban reunidos en la Casapuerta, un bar del casco antiguo de Cádiz, donde habían quedado para leer los relatos que cada uno había escrito. También había algún miembro del colectivo conectado vía Google-meeting.

  —Qué casualidad. Yo también estoy picando aceitunas  —intervino Juan Carlos desde Salamanca.

 Tras comerse Antonio una aceituna más, y dejando su hueso en el plato pequeño junto a los otros, continuó: 

"Sé que no lo vais a creer, pero los hechos que os voy a narrar son ciertos. Yo fui testigo en primera persona. Pero, antes de empezar, si os parece bien repartimos los papeles de los protagonistas de esta historia para, así, contarla entre todos —Antonio se levantó a entregar un par de folios grapados a cada uno de sus compañeros de tertulia, tras lo que continuó:

  "Sucedió hará ya unos diez o doce años, cuando yo trabajaba en una multinacional estadounidense. Todo empezó con una cena de trabajo, en París, allí nos reuníamos cada fin de trimestre los delegados comerciales de todas las subsidiarias europeas. Éramos ocho, sentados en una mesa redonda. Aquella tarde salíamos de una reunión tensa y nos habíamos propuesto firmemente no hablar más de trabajo hasta la sesión de la mañana siguiente. Por tanto empezamos, de forma distendida, a contar las vacaciones de cada uno, enseñando algunas fotos en los móviles.  Fue al mostrar Bernard lo grande que estaba ya su hija cuando Ambrogio le comentó:

  —Uy, se te parece mucho ¿eh?

  —Bueno, tiene un aire, sí —le contesto él— pero no, se parece mucho más a su madre.

  —Está preciosa la niña. —continuó Ambrogio— Pero yo a tu mujer no la conozco ¿sale en alguna foto?

  —Pues creo que en alguna salen juntas... —buscó y volvió a pasarle el móvil— Sí, mira.

  —A ver. Ostras, qué guapa tu mujer, oye —Ambrogio ampliaba la foto tomándose su tiempo para verla en detalle, pero Bernard le reclamó de vuelta el teléfono diciéndole:

  —Venga, enséñanos a los tuyos, Ambrogio. Tú tenías... ¿cuántos?

  —Yo dos, hijo e hija, algo más mayorcitos que la tuya. Pero soy un desastre, no tengo ninguna foto reciente —contestó mientras le devolvía el móvil—. Esta noche hablo con mi mujer a ver si me envía alguna y os los enseño. Bueno, si es que me coge el teléfono, claro, porque últimamente nuestra comunicación es sólo por whatsapp, nunca le viene bien hablar. No sé... Yo creo que las mujeres, en cuanto nos vamos de viaje... ¿eh? vete tú a saber, je, je, no se puede uno fiar —se reía al decirlo intentando hacerse el gracioso.

  —Las mujeres y los hombres. Sobre todo los hombres no sois de fiar —intervino la delegada francesa y anfitriona en aquella reunión para equilibrar la balanza. Eran sólo dos mujeres en la mesa contra seis hombres.

 —Pero bueno ¿Qué sexismo es ese, compañeros? —les respondió Bernard— Esos comentarios... por favor, a estas alturas no proceden. Hay gente de todas las guisas en los dos sexos. Hay personas, no mujeres u hombres, hay per-so-nas —enfatizando cada sílaba— de las que te puedes fiar o no. ¿Por qué desconfiar de nuestras parejas? —preguntó dirigiéndose a Ambrogio— Yo de mi mujer me fio absolutamente, no me preocupa lo más mínimo qué haga o deje de hacer cuando me voy de viaje, aunque se comunique por whatsapp o por teléfono, qué más da. Ella en Barcelona y yo en París, tan tranquilos. Yo ni sufro ni padezco. Oye, que llevamos ya muchos años así, viajando de un lado para otro sin descanso.

  —Ya, ya —replicó Ambrogio—, pero seamos sinceros, ninguno nos quedamos del todo tranquilos cuando salimos. Seguro que a ti también te inquieta, seas o no consciente de ello, porque en el fondo, ninguno confiamos totalmente en nuestras mujeres. No es que lo diga yo, oye, lo dicen todos los psicólogos del mundo, es que somos de carne y hueso, tío. Imagínate —hizo una breve pausa, no estando seguro de cómo seguir la frase—, por ejemplo: yo tengo que ir mañana a Barcelona, ya lo sabéis, —girando la cabeza hacia los demás comensales— tengo que cerrar el contrato de Gas Natural, es un proyecto muy gordo y no puedo quedarme con vosotros al resto de la reunión, lo siento. Bueno pues, a lo que iba, imagínate —centrando otra vez su mirada en Bernard— que, por un casual, me encuentro con tu mujer; porque ella trabaja allí ¿no?

  —Sí, y qué

  —No, que... imagínate, por un momento, que yo le tirara los tejos... ¿Verdad que lo pasarías mal?

  —No digas gilipolleces, Ambrogio, por favor, no proyectes hacia los demás tus inseguridades, tus problemas personales —Bernard se dio cuenta de que estaba subiendo el tono, gesticulando en exceso con las manos a intentó calmarse— Yo lo siento por ti, oye, cada uno tenemos nuestras manías, tu sufrirías en esa situación, los demás no, o por lo menos yo nada en absoluto —concluyó moderando el volumen.

  —Yo te reto —le increpó Ambrogio desafiante, elevando la voz— Yo te reto a comprobar si sufres o no ¿quieres hacer la prueba?

  —Vete a tomar por culo, tío. Perdón, perdón por el lenguaje, pero es que este hombre me saca de quicio. Pero ¿qué significa esta salida tuya de la olla? Venga, sí. Intenta ligártela, no te quedes con las ganas. Verás como no te hace ni puto caso ¿Cuánto quieres apostar?

  Llegado ese punto, todos los allí presentes nos habíamos quedado mudos, petrificados. Sin haber empezado aún el primer plato, que ya nos habían servido, nuestras miradas coincidieron todas, huyendo de aquella situación esperpéntica, en los platitos de aceitunas que aún quedaban del aperitivo, en el centro de la mesa, igual que estas de aquí —Antonio volvió a señalar las aceitunas— . E igual de incómodas que ellas se sienten, al ver a sus compañeras de hueso al aire, así nos sentíamos nosotros con estos dos compañeros, por lo irracional de su comportamiento. No os podéis imaginar la vergüenza ajena que nos produjo ver cómo se enzarzaban en una discusión tan absurda, cómo desnudaban sus psiques, revelando su ego y toda su mezquindad ante nosotros sin el más mínimo recato.”

  —Oyeee ¿me ois?  —intervino Juan Carlos, contestando todos que sí— Buff, qué desagradable debió ser, desde luego  Y ¿cómo terminó la cena? Sigue, sigue contándonos”. 

Antonio aprovechó la pausa para terminar de un trago su cerveza y, después de un respiro profundo, continuó:

  “Pues mal. Tanto la anfitriona como yo, y algún otro compañero más, quisimos apaciguar sus ánimos, pero no hubo manera. Ninguno de los dos quiso entrar en razón. Ante la incredulidad de todos, ellos mantuvieron su reto, su apuesta de orgullo y de estúpido honor. Sin haber probado bocado, salvo los aperitivos, Ambrogio se levantó y, pidiendo disculpas porque tenía que madrugar, se largó al hotel. Estuvo toda la noche investigando en Linkedin, Facebook e Instagram, y consiguió obtener valiosa información sobre el perfil, hábitos y gustos de Carme, que así se llamaba la mujer de Bernard. Sin pegar ojo y tras una hora veinticinco minutos de vuelo, llegó a Barcelona, lugar donde ahora continua mi relato. Os contaré lo que allí sucedió:

  En un taxi fue directamente a la reunión prevista. A pesar del cansancio y la falta de sueño, Ambrogio consiguió la firma del contrato multimillonario. Fue un éxito. La mayor operación del año. Esa misma tarde recibió una llamada del CEO para felicitarle y anunciarle el notición que él llevaba años esperando:

  —Te he propuesto para director europeo.

  —Pues no sabes cómo agradezco tu confianza. Me pongo a tu absoluta disposición. Bueno, esperaré a la comunicación oficial ¿no?

  Efectivamente, tú no lo digas aún, pero dalo por hecho y, sobre todo, vete pensando en montar un buen equipo, los planes son muy ambiciosos.

  Al colgar, Ambrogio empezó a dar saltos como un poseso. Intentó abrir la ventana de su habitación, en el piso 29 del hotel Torre Catalunya, lástima que no se podía, se hubiera asomado para dar su grito de tarzán, el que reservaba para ocasiones como esta “Aaa iaa iaa iaaaaaa”.

  A pesar de su éxito profesional, él seguía dándole vueltas y vueltas a la apuesta con Bernard. Éste era el momento. Tras diseñar las líneas maestra de su estrategia, contactó con Carme proponiéndole una entrevista: “Estamos buscando una persona de tu perfil para dirigir nuestro gabinete de prensa y comunicación, hemos analizado tu trayectoria en las distintas empresas y medios para los que has trabajado y nos gustaría entrevistarte”. Desde sus comienzos como periodista-becaria, Carme había estado varios años como freelance trabajando hasta la extenuación de un medio a otro; pero al tener a su hija tuvo que aparcar su profesión y aceptar un contrato fijo como administrativa en Gas Natural. Recibió, por tanto, con alegría la propuesta de entrevista, “tarde, pero por fin se empieza a valorar mi trabajo”.

  Pasados unos días, Carme llegó a casa eufórica. Bernard la esperaba preocupado por su tardanza.

  —Carme, cariño, ¿dónde te metes a estas horas? ¿por qué no coges el teléfono ni lees los mensajes?

  —Bernard: tengo que darte una excelente noticia.

  —Pues cuenta, cuenta —la cogió de la mano y los dos se sentaron en el salón— No te lo vas a creer. Voy a ser compañera tuya.

  —¿Qué?

  —Vengo de entrevistarme con vuestro nuevo director europeo, un tal Ambrogio de Piacenza ¿ya lo conoces? —ella continuó sin apreciar el impacto en Bernard— luego él me ha pasado con el de Recursos Humanos, que es nuevo también ¿no? Y ¡me han seleccionado! Voy a dirigir el gabinete de prensa.

  —¿Cómo? ¿que has estado con Ambrogio? —los ojos se le salían de las órbitas— Pero ¿por que? —subiendo el tono descontrolado— ¿por qué? dime ¿en dónde?

  —Sí, en su despacho. ¿Por qué te pones así? —no entendía esa reacción de Bernard, nunca le había visto tan afectado.

  Fue al preguntarle “¿qué te ha hecho? Cuando ella empezó a hilar algunos cabos. Recordó algún comentario sobre un compañero “machista de mierda” a quien su marido tenía especial manía. ¿Se referiría tal vez a el que iba a ser su futuro jefe?. Ante tal reacción, Carme no se atrevíó a contarle las veladas insinuaciones de Ambrogio a lo largo de la entrevista, ni cómo ella había reconducido la situación para evitar malos entendidos; tal vez por temor a que se lo tomara a la tremenda y que el contrato laboral que iba a firmar al día siguiente se fuera al traste, el caso es que no quiso darle detalles de la entrevista, por más que Bernard insistiera.

  Aquella noche terminó mal, muy mal. La discusión fue en aumento, las recriminaciones más y más hirientes. Fue ella quien decidió marcharse. Se separaron.

  Carme duró en el puesto menos de un mes. Apenas tuve contacto con ella mientras estuvo en la empresa, yo estaba aquí en Madrid y ella se había incorporado en París. Sí, de nuevo en París, ahí es donde transcurre el final de la historia, un auténtico "reality show". Veréis:

  En París eran las cinco en punto de la tarde, las 10 de la mañana en Los Angeles, desde donde el presidente de la compañía, y varios miembros del Consejo de Dirección estaban incorporados por videoconferencia a la reunión anual de comienzo de año, el kick-off. Ambrogio nos había reunido a todos en la sala de conferencias. Era su primera convención como director europeo. Tras saludar a los asistentes remotos y unas cuantas pantallas de mensajes corporativos, comenzó su presentación abordando los objetivos para el próximo año. Apareció un numero “1” en el centro, haciéndose mas grande al ritmo de un sonido de fanfarria y redoble de tambor, chan, tatachán... que daba paso a la siguiente pantalla, era una breve frase con el primer objetivo marcado. Ambrogio se acercó hacia los asistentes declamando con fervor lo que ya todos habían leído en pantalla. Fue en ese momento cuando desapareció el texto y se sustituyó por un vídeo en pausa, a cuyo triángulo de play en el centro se desplazó, como por arte de magia, el puntero y comenzando a verse el vídeo, con Ambrogio de pie en su despacho, sonriendo en un gesto estúpido, mientras extendía sus manos hacia algún sitio por debajo de la cámara que lo filmaba. Él, sin darse cuenta, siguió con su discurso abundando en los beneficios de este primer objetivo. Al observar que nadie le atendía, sino que miraban atentamente a la pantalla, se volvió hacia ella, pero, justo antes de girarse, desapareció el video y los textos aparecieron de nuevo. Apretó el botón en el mando y esperó a que saliera el “2”. Tras la misma fanfarria anterior, apareció el texto correspondiente al segundo objetivo. De nuevo, al volverse hacia la audiencia para explicarlo apareció otro vídeo. Alguna risa se oyó desde las filas de atrás, pero él seguía sin percatarse de que algo raro pasaba a sus espaldas. En esta ocasión el vídeo mostraba a Ambrogio acercarse a una mujer, debidamente pixelada para no ser reconocible, que se alejaba de él primero hacia un rincón del despacho y después, tras un pequeño forcejeo, hacia la puerta. Entonces sí, el jaleo entre los asistentes fue sonoro, una mezcla de exclamaciones y risas medio contenidas. Él se volvía alternativamente hacia la pantalla y hacia el público sin entender nada, pues los textos reemplazaban al vídeo siempre justo a tiempo sin que pudiera verlos. Las carcajadas eran ya enormes cuando, ante la algarabía general, apareció el número “3”, con su redoble y fanfarria incluidos y ya, tras desaparecer súbitamente el “3”, sí pudo el desconcertado Ambrogio verse a sí mismo de protagonista en la pantalla. Era una toma cenital en la que se le veía acorralando, con su cuerpo y sus brazos extendidos, a la que parecía ser la misma mujer anterior, que en esta ocasión le costaba forcejear un buen rato con él hasta poder librarse y huir por la puerta. Al verlo se puso, a apretar con desesperación todos los botones del mando a distancia, advirtiendo que claramente no era él quien gobernaba el proyector. Las exclamaciones y risas se acompañaron entonces de aplausos. En pantalla anexa, se veía a los asistentes virtuales, presidente y consejeros, de pie escandalizados, sin poder dar crédito al espectáculo que estaban viviendo. Pero el jolgorio general se apagó repentinamente cuando Ambrogio llevándose una mano al pecho, se agarró al atril con la otra, desplomándose después sobre suelo.

  El show había llegado a su fin. Sólo cinco o seis personas se acercaron a socorrer a Ambrogio, el resto permanecíamos atónitos en nuestras butacas.

  —¡Llamad al 112, rápido! ¡Ambulancia, que traigan una ambulancia!

  Yo estaba en la tercera fila, junto al delegado holandés quien cogiéndome del brazo me señaló hacia el centro de escenario con asombro preguntando:

  —¿Qué hace ese hombre? Mira es... el de mantenimiento, ¿lo ves? Con otro mando a distancia, fíjate, ha debido ser él quien manipulaba las imágenes. ¡Ostras! Se está quitando el mono, se está quedando en... —tardó algunos segundos en continuar— ¡Dios mío, es una mujer!

  Justo en la fila de delante, algo más a la izquierda, vimos cómo Bernard se levantaba como un resorte y se quedaba absorto mirando a aquel supuesto técnico de mantenimiento que acababa de desvelar su identidad real. Todos comprendimos quién era aquella mujer de pelo muy cortito que ahora, pletórica, se acercaba hacia Bernard. Él ya saltaba a su encuentro por encima de las butacas.

  —No, Luisa, espera —en ese momento la encargada de la Casapuerta, recogía los platos y vasos vacíos— por favor no te lleves las aceitunas, que aún queda una, oye; y además la necesito de atrezo para el final del cuento.

  —Ah, sí, por supuesto   —contestó ella sonriendo mientras devolvía a su sitio sobre la mesa el plato con la única aceituna restante.

  Antonio se la metió en la boca y la degustó despacio ante la mirada cómplice de sus compañeros de taller. Ya con el hueso en la mano lo alzó a la vista de todos declarando: "Pues sí, queridos amigos, el reality show tuvo un final extraordinario, épico; yo nunca en mi vida he visto un desnudo tan esclarecedor como aquel de Carme, un desnudo tan digno y reivindicativo". Luego, también lentamente como exige el protocolo en estos casos, depositó el hueso sobre el platito limpio recién traído, dando así por terminado su turno de cuenta-cuentos.




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El texto original de Boccaccio en el que se inspira este relato puede leerse en:
https://ciudadseva.com/texto/el-decameron-02-09/



Monday, 7 February 2022

Cien años de perdón

  Queridos colegas de esta tertulia: hoy toca hablar de corruptelas y pillerías. Creo que el tema me viene francamente a medida, ya conocéis mi curriculum delictivo de relatos anteriores, pero la historia que ahora voy a contaros es la que realmente marca un punto de inflexión en mi vida. Allá voy. La titularé  "Cien años de perdón"

  

Cien años de perdón

    A pesar de las variadas experiencias carcelarias que por entonces ya acumulaba, nunca me había sentido tan agobiantemente apresado como en aquella ocasión. Mi celda era un círculo de unos dos metros de diámetro, el suelo entarimado, eso sí, con noble caoba, pero sus apenas 70 centímetros de altura me obligaban a permanecer encorvado todo el rato, con un dolor de espalda que se iba agravando por minutos. Los barrotes a mi alrededor no eran de hierro, no, eran de carne y hueso, eran las piernas de los ocho comensales que degustaban ricos manjares en una suntuosa mesa de largo mantel, debajo de la cual, a toda prisa, me había tenido que esconder al oirles entrar. No paraban de hablar, y encima en inglés, me tenían harto.

       —Es ciertamente exquisito este vino —como yo no podía ponerles cara, iba identificando los pies de cada uno de ellos según intervenían y tratando de imaginar su rol; estaba claro que los mocasines horteras de piel de cocodrilo y hebillas doradas eran del principal invitado, un magnate inversor; a su derecha, los pomposos botines de piel de serpiente y afilada punta eran de la anfitriona, quien casi siempre iba controlando el rumbo de la conversación; y a su izquierda unos zapatos negruzcos y acordonados, como de medio pelo, intentaban también ganarse la confianza de los mocasines-cocodrilo del magnate. El resto de comensales intervenían poco, llegué a pensar que estarían sólo de atrezzo, pero no, imagino que tendrían dificultades de idioma.

       —Me alegra que te guste —justo delante de mi, las pomposas serpientes se giraron sumisas hacia los cocodrilos de hebillas doradas para contestar el cumplido— en este país tenemos una gran variedad de vinos que figuran entre los más selectos del mundo, y, cuando se trata de una cena tan especial, no es fácil la elección. Pasa lo mismo con los bancos, nuestras entidades financieras tienen los mejores ratios de solvencia y, como sabes, capacidad más que suficiente para hacerse cargo, junto a vosotros, de la financiación de este proyecto en la segunda fase. Habíamos pensado que...

       —Eso no va a ser ningún problema; no os preocupéis en absoluto de la financiación —sentenciaron los mocasines-cocodrilo elevando sus largas mandíbulas y dejándolas caer con firmeza al final de la frase.

       —Sí, confiamos en ello —intervinieron los zapatos negruzcos de medio pelo— pero me gustaría que comprendieras las dificultades que tenemos para explicar el proyecto, tanto a la opinión pública como a las Administraciones Generales del Estado; incluso dentro de nuestro propio partido, porque no solo implica la recalificación de los terrenos, también hay que cambiar la legislación fiscal, la laboral, la medioambiental, la...

       —¡Pero cómo! Todo eso ya está acordado con tu antecesora en el cargo ¿verdad que sí? —la interrupción del magnate inversor sonó amenazante al dirigir la pregunta a la anfitriona, quien, tras cinco eternos segundos de dramático silencio, le contesto:

       —Sí, sí, por supuesto, todo está ya pactado y encaminado, pero... compréndelo, aún queda alguna resistencia más que vencer, y...

       —Vamos a ver... —el magnate volvió a interrumpir en tono recriminatorio, y tras una severa pausa en la que su cocodrilo derecho golpeó rabioso el entarimado, continuó— vamos a ver si entendemos bien las cosas: yo admito que podáis tener dificultades, pero el proyecto no debe demorarse bajo ningún concepto; sabéis que contáis con nuestro apoyo financiero, tanto a nivel personal como para vuestro partido; de hecho, y según habíamos acordado, hemos venido preparados para que podáis hacer frente, ya mismo, a cualquier dificultad que os surja. —Al decir esto, sumergió su mano derecha bajo el mantel y agarró el maletín que sobre el suelo custodiaban sus dos cocodrilos, para alzarlo y ponerlo a la vista de todos durante unos segundos. Aquel gesto produjo un espeso silencio por encima de la mesa, al que siguió una inquietud manifiesta por debajo de ella, donde, una vez devuelto el maletín al suelo, todos los zapatos empezaron a vibrar nerviosos, con pequeños saltitos y zarandeos aquí y allá. Incluso mis deportivos se contagiaron de aquella agitación.

       —Nuestro más sincero agradecimiento por vuestra ayuda, que seguro nos permitirá soslayar todas las dificultades restantes. Este extraordinario proyecto será todo un éxito  —mientras hablaba la anfitriona, sus tacones afilados servían de apoyo a los cambios de orientación de sus criminales serpientes que, girando a un lado y a otro, amenazaban con morderme una y otra vez— ¡Brindemos por ello!

       La cena se alargaba más y más. El dolor de espalda se iba extendiendo desde la zona lumbar hacia las cervicales, y mis piernas, medio dormidas, iban buscando acomodo a un lado u otro en función de lo estiradas que los comensales pusieran las suyas. Era milagroso que no se percataran de mi presencia allí abajo, porque hubo más de una pequeña colisión. Tenía que pensar un plan alternativo, ya no podía esperar a que se disolviera la velada para buscar por los dormitorios, intentar hacerme con algo de valor y después salir por pies. Necesitaba un plan de emergencia, por tanto me centré en pensar cómo escapar de aquella maldita casa aunque fuera sin botín alguno. Ya lo tenía: tiraría fuertemente del mantel hacia un lado; los platos, copas y demás enseres, caerían todos encima de los allí sentados, produciendo un desconcierto tal que me permitiera salir corriendo por el hueco que, a buen seguro, quedaría en el lado de enfrente, cuando los comensales de allí se apresuraran a ayudar a los damnificados, empapados y embadurnados por las bebidas y restos de comida que quedaban sobre la mesa. Estaba claro: el magnate era la víctima más propícia. Por la voz parecía ser un hombre mayor que el resto, y era a él a quien todos cortejaban; se apresurarían a ayudarle. Yo saldría agachado rapidamente hacia el pasillo, y de allí a la puerta de servicio por donde había entrado, más vale un camino conocido.

       Con sumo cuidado, y con permiso de la pareja de cocodrilos, situé las manos justo encima de ellos, agarré con fuerza el mantel, y me concentré haciendo un último repaso de la secuencia entera de movimientos precisos para salir de aquella mansión. Todo listo. Allá voy:  una... dos... y... Menuda contrariedad: se había levantado la anfitriona... tal vez eso me obligaba a modificar la estrategia.

       —Lo están poniendo, señores. Me dicen en un mensaje que estamos saliendo en el telediario. Es la presentación de esta mañana a los medios ¿queréis verla? —el sí fue unánime y todos los calzados de la mesa siguieron a las pomposas serpientes arrastrándose en dirección a la sala contigua— Ya tomaremos después el postre, no creo que nos dediquen más de unos minutos.

       Bendita sea la egolatría que gastan esta clase de personajes, gracias a ella pude escapar aquella noche sin dejar rastro alguno. Bueno sí, un pequeño rastro sí dejé: mientras ellos no quitaban ojo a la pantalla, ni oído a la traducción simultánea de la anfitriona, yo alargué la mano para alcanzar aquel maletín; con una simple ganzúa, y la habilidad que me caracteriza, lo abrí de inmediato. ¡Oh sorpresa! nunca, nunca jamás había visto tanto dinero junto. Eran billetes de 500€, iban en fajos de cien cada uno, y había muchos, muchos fajos cuidadosamente alineados. Los metí todos en el forro de la cazadora que solía llevar preparada para albergar mis botines; con total alevosía cerré el maletín y lo devolví a su sitio; en medio minuto ya estaba saliendo por la puerta de servicio; una voz gangosa se oía en la televisión, era el de los zapatos negruzcos de medio pelo, que decía:

       “... Se trata de una inversión extraordinaria desde el punto de vista económico y, desde luego, una esperanza para miles de trabajadores, que van a ver en este proyecto una oportunidad de salir de esa lacra que es el desempleo...”

       Cuánto me hubiera gustado saber lo que pasó después, cuando, tras realimentar su ego viéndose en la pantalla, los comensales volvieron a sentarse alrededor de la mesa a tomar el postre y terminar de negociar sus asuntos. Nunca lo sabré; pero a partir de aquella noche, gracias a mi exitosa intervención, la gigantesca operación se torció y se fue absolutamente al traste. Las razones oficiales fueron pura patraña, nadie se las creyó. En cualquier caso, la alegría de los ciudadanos de la comarca fue inmensa. Alguna vez pensé en la posibilidad de publicar un libro contándolo todo, de hacerme famoso: el Robin Hood del siglo XXI; pero no, no me apetecía verme entre rejas. Aunque... vete tú a saber, probablemente en un juicio con jurado popular hubiera salido absuelto, porque quien roba a un ladrón en mi caso a varios tiene cien años de perdón.

       Desde entonces soy rico. Y lo que son las casualidades de la vida esta noche el destino me vuelve a traer a la misma mansión. Sí, voy en la lista electoral que encabeza mi anfitriona y nos ha invitado a cenar. Ella sigue calzando pomposas serpientes, yo, en cambio, prefiero los cocodrilos exóticos.

       —Es ciertamente exquisito este vino —les digo rememorando aquella conversación de hace años en la que tanto aprendí. Y mientras vamos pergeñando la campaña electoral aprovecho para estirar bien las piernas; si hay alguien debajo de la mesa debe estar pasándolo fatal.


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P.S.- Los personajes y los hechos relatados son totalmente ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Pero es increible la cantidad de coincidencias que se producen en esta vida.
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