Thursday, 22 April 2021

Larga vida al...

 


Se distribuyen los personajes de forma aleatoria entre los asistentes.

A ver, tú, Fulanito: por favor elige un número del 1 al 4. Tú, Menganita: elige otro de los 3 que quedan; etc. Así hasta quedar asignados los cuatro papeles.

Comienza la lectura.

Larga vida al... 


     


Escena teatral virtual en la que UNO, DOS, TRES y CUATRO son miembros de un colectivo de escritores que se hallan reunidos on-line.


UNO.- (en tono nostálgico) Hoy sólo somos cuatro, que penita me da.

DOS.- Desde que empezamos con las reuniones on-line no pasamos de cinco o, como mucho, seis asistentes.

TRES.- No, no, el bajón de participación fue antes de la pandemia. Hace más de dos años ya. (cambia a un tono práctico) Pero bueno, es lo que hay. Venga, empezamos. ¿Quiénes han traído relato?

CUATRO.- Un momento, a ver... son las ocho y cuarto aún. Esperemos un poco, seguro que se apunta alguien más.

DOS.- Yo comprendo que no escriban, todos andamos liados, pero podrían por lo menos asistir a las reuniones, joder, y tomarse una cervecita con nosotros.

TRES.- Sí que lo hacen, oye, de vez en cuando aparece alguien inesperado. Y qué ilusión da verlos ¿eh? sobre todo a los antiguos.

UNO.- Es un gustazo, sí. Quien hace mucho que falta es Equis, qué lástima, con la fuerza y la gracia que tienen sus relatos ¿verdad?

DOS.- Ciertamente. Para mi gusto, ella es la que narra con mayor fuerza expresiva. Sus textos son la hostia.

UNO.- (con asombro) ¿Ella...? Dirás él. Equis es hombre, que yo sepa.

CUATRO.- ¡No me digas! ¿Con ese aspecto tan femenino y esa elegante voz de contralto?

TRES.- Efectivamente tiene un físico ambiguo y su voz también, pero yo el día que vino a la Pródiga me fijé bien, es hombre.

DOS.- Pues siento contradeciros. Yo estuve con ella un día a comienzos de verano, justo cuando acabó el primer confinamiento. Entonces también tenía yo intriga sobre cuál sería su sexo y sus preferencias sexuales. Me llamó diciendo que estaba de paso por Madrid, me hizo mucha ilusión y quedamos. Estuvimos en la Casa de Campo y a medio día hacía calor, por lo que las dos nos empezamos a quitar las sudaderas y aligerar de ropa; después... (le cuesta unos segundos continuar) En fin, que fue entonces cuando salí de dudas. (pasa a tono de preocupación) Oye, por favor, por favor, no le digáis a Equis que os lo he contado. Os lo suplico.

LOS DEMÁS.- (coincidiendo casi a la vez) No. No te preocupes. Pero venga, cuenta ¿qué pasó?

DOS.- Pues nada, que confirmé que es mujer. Tiene unas tetitas hermosísimas. Toda ella es una auténtica belleza. Es... como la afrodita de Cnido, pero más delgadita, eso sí. Equis es una extraordinaria mujer.

CUATRO.- Ya os decía yo ¿lo veis?

UNO.- ¿Seguro que estamos hablando de la misma persona? Lo siento por vosotros, pero Equis no es equis-equis, es equis-ygriega; y yo sí que os lo puedo asegurar.

CUATRO.- ¿Cómo? ¿Tú también te has acostado con Equis?

DOS.- (protestando) Oye, yo no he dicho que me acostara con Equis. Como se os ocurra...

TRES.- (interrumpiendo a Dos) Cuenta, Uno, cuéntanoslo todo, venga.

UNO.- Joder qué cotillas sois... (pausa breve) Os pido, por supuesto, la misma discreción que os ha pedido Dos. Equis no debe enterarse de que hemos hablado de ella, por favor.

LOS DEMÁS.- (casi a la vez) Claro, claro. Por supuesto que no. Pero venga, cuenta.

UNO.- Además está fatal esto de hablar de una persona ausente, no sé por qué ha surgido este tema, ni cómo nos hemos liado a hablar de ello.... En fin (resopla abrumado). A ver, os cuento: Fue el día que estuvo en la Pródiga; de hecho es el único día que ha estado presencial; él siempre enviaba sus relatos para que se los leyéramos nosotros, como el resto de remotos. Bueno, pues ese día yo estaba con el brazo escayolado ¿os acordáis?

LOS DEMAS.- (impacientes, casi a la vez) Sí. Me acuerdo perfectamente. Sigue, sigue.

UNO.- Ya desde que llegamos, estando aún en la barra mientras Sebas servía las birras y las aceitunas, él y yo nos habíamos tirado los tejos. La verdad es que Equis es un cielo, es... todo un personaje. Bueno, ya lo conocéis. Yo, lo mismo que vosotros, flipo con sus relatos. Qué fuerza y que ternura a la vez. Tremendo. Total que, como hacíamos siempre, nos instalamos en la mesa grande del fondo y él se sentó a mi lado. Mientras leíamos los relatos seguimos tonteando discretamente. Fue después, al pedir todos un chori-pan de aquellos tan ricos... Cómo los echamos de menos ahora ¿verdad?

DOS.- (con impaciencia) Sí, si. Pero sigue contando, Uno, no desvaríes.

CUATRO.- Eso, céntrate.

UNO.- Vale, vale. Cómo sois, oye. Pues lo que os decía, fue después de pedir los chori-panes cuando me acerqué a la oreja de Equis y, señalando mi brazo escayolado, le dije: (en tono susurrante) “Voy a necesitar ayuda ¿Tú serías tan amable?”. “Por supuesto” me contestó acariciando mi brazo sano. “Mejor en el baño” le aclaré, y allí nos fuimos.

TRES.- ¡Ostras! Qué bueno

DOS.- ¿En el servicio de la Pródiga? Pero si es un cuartito mínimo; no caben dos personas.

CUATRO.- Sigue, Uno, no pares. Cuenta lo que pasó en el servicio, venga.

UNO.- Queridos: perdonadme pero no creo necesario contároslo en detalle; qué más da. Os diré, eso sí, que coincido con Dos en lo que se refiere a su extraordinaria belleza; pero lo compararía mejor con el Apolo de Belvedere. La diferencia es que nuestro querido colega de taller no tiene sus genitales mutilados como el de Belvedere. El pene de Equis es precioso, una auténtica joya.

LOS DEMÁS.- (Risas breves)

DOS.- Joder qué imaginación le echas, Uno. Si no fuera porque yo también conozco a Equis me creería lo que nos cuentas.

CUATRO.- (en tono jocoso) Ajá. Por lo que estamos viendo, Equis dispara a todo lo que se mueve. Es de amplio espectro, como los antibióticos. Pues me parece magnifico, oye, envidiable.

DOS.- Y a ti, Cuatro, ahora que Equis parece ser que tiene de todo: tetas, pene, vagina... No nos negarás que tú también has caído en la tentación de follarte a Equis ¿verdad?

CUATRO.- (riéndose) Je, je, je. Qué grandes narradores sois. Aún no hemos empezado la lectura de los relatos de hoy y ya habéis desarrollado más ficción que ningún otro día.

DOS.- De ficción nada, bonito, aquí tanto Uno como yo nos hemos atrevido a confesar nuestros pecados y desvelar nuestra versión de la compañera o compañero Equis. Ahora te toca a ti, querido Cuatro. Conociéndote de tantos años, sabemos que no habrás dejado pasar la oportunidad de degustar un dulce tan exquisito.

CUATRO.- Conociéndome como me conocéis, querida Dos, también sabréis que una estricta discreción me impide desvelar la vida de terceras personas. La mía propia me da igual, pero yo respeto la intimidad de los demás.

DOS.- (con ironía) Vale, no es necesario que desveles nada, no te preocupes, lo haré yo por ti ¿te parece?

CUATRO.- (alzando la voz con cierto enfado) ¿Ah sí? O sea que Equis te ha contado... Jamás lo hubiera imaginado de ella ¿No serás capaz de...?

DOS.- (conciliadora) No, no, tranquilo. Era broma. Perdóname, Cuatro. Yo no sé nada de nada. Tan sólo quería constatar lo que ya nos has confirmado tú con tu reacción. Te explico: En mi encuentro con Equis en la Casa de Campo, ella me pidió tu teléfono. Me pareció normal, se lo dí y eso fue todo. Ahora viendo que todos estamos locamente enamorados de ella...

UNO.- (interrumpiendo subiendo aún más el tono) ¡Pero deja ya de llamarle “ella”, joder! Equis es un tío, con pene y testículos.

CUATRO.- De eso nada. Vagina es lo que tiene y, como bien dice Dos, unas tetitas maravillosas... (interrumpe la frase y continúa arrepentido) Joder, ya he tenido que hablar más de la cuenta. Me cago... En fin, veo que estamos liándola entre todos, mezclando realidad y ficción. Dejémoslo aquí, por favor, que estamos hablando de una entrañable compañera sin que ella esté presente.

UNO.- (corrigiendo) “Compañero”, insisto.

TRES.- (conciliadora) Haya paz, por favor. Estamos hablando de Equis, una persona entrañable a quien todos queremos. Y no estamos haciendo crítica alguna; todo lo contrario, son sólo alabanzas lo que decimos sobre él.

CUATRO (protestando) Otra vez “el”. Qué manía.

TRES.- Perdón, mil perdones. Ja, ja.

LOS DEMAS.- (su risa contagia a todos durante unos segundos y el ambiente se relaja) Ja, ja...

UNO.- Un momento, por favor un momento (con solemnidad) Damas y caballeros; damos y caballeras: Vamos a ver, recapitulemos: Dos nos ha contado su historia lesbiana con Equis; yo mi historia cien por cien gay con él; Cuatro nos ha terminado confesando su historia hetero con un Equis femenino, con vagina y tetas como el que describe Dos. (hace una pausa para dirigirse a Tres) Nos faltas tú, Tres (todas las miradas se dirigen a ella)

TRES.- Ya me lo temía. Pues... qué queréis que os diga. Equis resulta endiabladamente atractivo desde cualquier perspectiva. Es un imán que nos atrae con fuerza a todos y nos subyuga ciegamente.

UNO.- Ah ¿también a ti, Tres?

TRES.- Pues mira... (una pausa valorativa) sí. Ya que estamos sacando del armario nuestras historias más íntimas, os lo voy a contar. Y os va a sorprender, seguro: (dirige su mirada a Uno y, tras unos segundos, le dice:) Yo, estimado Uno, también estuve con él en el servicio de la Pródiga.

LOS DEMÁS.- (muy asombrados) ¡Joder! ¿En serio? ¡Qué bueno!

UNO.- No me lo puedo creer.

TRES.- (dirigiéndose a Uno) Pues sí, algo sospeché tras vuestra entrada juntos en el baño, que se prolongó más de lo normal. El caso es que Equis también me había tirado los tejos a mí en varias ocasiones durante la sesión de lectura; y continuó después de (en tono jocoso) “ayudarte con lo de la escayola”.

DOS y CUATRO.- (se les escapa una risa contenida) Je, je...

TRES.- Yo estaba perpleja, no entendía nada. Al final, ya en la barra, estuvimos un buen rato él y yo comentando las curiosas coincidencias entre su relato y el mío. El suyo mucho mejor sin duda, todo hay que decirlo. Total, que me cautivó con esa mirada suya tan cálida, tan penetrante. Esperamos a que os fuerais despidiendo uno a uno y... Qué os voy a contar...

DOS.- (en tono resolutivo) Ajajá. Bueno, pues está ya demostrado: Equis es... todas las letras LGTBI a la vez. A mi me parece admirable.

TRES.- (con solemnidad) No. Yo me temo que Equis es... (respira en profundidad) algo más. (silencio de varios segundos en el cual LOS DEMÁS miran fijamente a Tres con intriga hasta que por fin Tres continúa) No me miréis así, joder. Es que no os lo he contado todo... (nuevo silencio breve) Veréis: en el servicio todo sucedió de forma mágica. Ya conocéis el sitio, no hay espacio para nada. No entraré en detalles, que hubo muchos y deliciosos todos. (a partir de ahora contado con emoción) Cada una de las sensaciones está grabada en mi memoria como escenas de una película memorable, pasando a cámara lenta una tras otra: el calor febril de su cuerpo abrazándome; la ternura de sus labios; ese tacto celestial de sus manos. Pero no voy a aburriros, iré directamente al momento que quiero relataros: Probando distintas posturas, algunas de difícil equilibrio, llegamos a una en la que yo estaba apoyada sobre el lavabo, y Equis, detrás de mí, acariciaba mis pechos y me abrazaba toda. Al sentir el tacto de algo con un calor especial miré hacia abajo; allí, abriéndose paso entre mis piernas surgió su pene encendido, su magnífico pene al rojo vivo. Yo me apresuré a coger con una de mis manos aquél prodigioso tesoro para facilitar su entrada en mi vagina. (respira hondo) Pero fue entonces cuando sucedió. Fue entonces cuando sentimos unos golpecitos en la puerta, primero flojitos, luego más insistentes y finalmente la voz de Sebas preguntando con exquisita delicadeza: “¿Todo bien, Tres?”. Su pregunta nos expulsó repentinamente del paraíso. “Sí. Perdona, ya enseguida salimos”, con dificultad pude articular mi contestación. Y ahora llega el momento crucial: (pausa valorativa) Fue al alzar la cabeza y mirar hacia el espejo que tenía justo enfrente cuando me invadió un enorme escalofrío. (otra pausa valorativa) En el espejo sólo aparecía yo. Equis no estaba. Podía sentir aún el contacto de su cuerpo, escuchar su voz diciendo con normalidad “Vaya, qué pena, Tres, habrá que continuar otro día”; él seguía justo detrás de mí, pero su imagen no se veía reflejada en el espejo. Con el corazón desbocado me volví hacia él. Su mirada, aparentemente se dirigía hacia mis ojos, pero los atravesaba perdiéndose en el infinito. Os podéis imaginar con qué pavor debí reaccionar, porque Equis se apartó todo lo que pudo para hacerme sitio y facilitar mi salida a toda prisa. Mi huída hacia la calle. “Adiós, Tres. Hasta la próxima” me despidió Sebas que ya había recogido todo y estaba cerrando.   (LOS DEMÁS permanecen inmóviles en absoluto silencio. Tres respira en profundidad y continúa)

Queridos amigos: Con lo que habéis contado cada uno de vosotros y añadiendo este otro testimonio que os aporto, creo que todas las piezas encajan. El enigma queda resuelto. (pausa valorativa para seguir en tono solemne) Queridos amigos: no hay ninguna duda, hemos follado con el mismísimo Diablo.

(Baja el telón -en este caso un telón virtual-

pero vuelve a subir, apareciendo los 4 narradores con sus copas en la mano)

TRES.-  (alzando su copa, ceremonioso) Queridos compañeros:  ¡Larga vida al... Diablo!

UNO, DOS, TRES y CUATRO.- (a coro, alzando sus copas) ¡Larga vida al Diablo!

 (EQUIS aparece detrás de ellos saludando al público, con sus cuernos y su rabo encendido. Ninguno de ellos es capaz de verlo)


FIN

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Wednesday, 7 April 2021

La foto

 


La foto


Aparecemos los dos agachados a ambos lados de mi madre que está sentada en el centro. Se nos ve idénticos. En segunda fila, de pie, están mi padre, mi hermana y mi hermano mayor. Todos sonreímos mirando a la cámara. El fondo y los contornos de nuestra imagen lo completan: la arena, el mar y el cielo, en tres capas apiladas una encima de otra. Es la única foto de aquel día. Una típica foto de familia en un día de playa. Era el cumpleaños de mi madre, el 22 de agosto de 2009. Teníamos 13 años.

Acabo de escanearla en alta resolución y ampliarla a tamaño folio. He visto esta foto miles de veces a lo largo de mi vida, y aún sigo descubriendo nuevos detalles. Ahora, viéndola en esta nueva dimensión, siento cómo se remueven los pliegues más recónditos de mi memoria y empiezan a aflorar sensaciones de aquella época.

El parecido entre nosotros es increíble, no en balde somos gemelos univitelinos. Las caras exactamente iguales, mirando a la cámara con los ojos encogidos para evitar el sol. La misma postura, en cuclillas con las piernas plegadas y las rodillas en punta como si fueran las patas de un saltamontes. Lo único que nos distingue es el bañador. Siempre que íbamos a la playa, desde que éramos muy pequeños, mamá nos ponía bañadores de distinto color, no había otra forma de diferenciarnos.

Éramos los terceros. Mis padres tenían un hijo primero, una segunda y dos terceros. A mí me molestaba muchísimo que se refirieran a nosotros como “los terceros”, hubiera preferido ser el cuarto, o el tercero, es igual, pero tener al menos un número de orden distinto al de mi hermano, y es que ni siquiera en eso yo tenía una identidad propia diferenciada de él. Éramos los terceros, decía, y todos muy seguidos, cuatro hijos en menos de cinco años. La verdad es que mis padres no tenían mucho tiempo para fijarse en las pequeñas diferencias físicas, que alguna sí había, entre mi hermano gemelo y yo. Los dos trabajaban mucho, volvían tarde a casa y sólo se dirigían a nosotros para lo básico: “¿os habéis lavado los dientes?; No dejes el grifo abierto, Carlos, que no se debe gastar tanta agua”. Y yo continuamente tenía que decirle “No soy Carlos, mamá”. “Vale, pues Iván: cierra ya ese grifo, venga, y no molestes a tu hermano”.

Fue esa carencia de identidad propia, ese deseo de diferenciarnos, lo que nos llevó a divergir en opiniones y en gustos desde muy pequeños. El bañador amarillo era mi bandera, el símbolo de mi vida autónoma e independiente de la de mi hermano. Amarillos escogía siempre los juguetes las raras veces que me daban a elegir, amarillas las camisetas, los globos de los cumpleaños, mis caramelos eran siempre de limón. En los dibujos del colegio un enorme sol amarillo ocupaba todo el cielo; desterré el rotulador azul y los lápices azules de mi estuche por ser el color de mi hermano.

Carlos y yo nos queríamos, aún a pesar de profesarnos cierta envidia mutua. Él envidiaba mi coraje, mi rebeldía; pero era, sobre todo, admiración más que envidia. Yo, en cambio, llevaba fatal la rectitud con la que él hacía todo, su honestidad, todas esas virtudes que para mí eran inalcanzables. Lo suyo era una “envidia sana”, lo mío “envidia cochina”

No sé quién sacó la foto, tal vez un vecino, o cualquier persona que estuviera por allí. Pero sí recuerdo perfectamente el momento: justo después de comer, tras la tarta de cumpleaños y a la espera de poder meterse en el agua. Nos prohibían bañarnos después de comer, era absurdo, hasta pasadas dos horas no nos dejaban. En eso mi madre era totalmente irracional, no había manera de convencerla. Solíamos llegar tan tarde a la playa que apenas nos dábamos un chapuzón ya teníamos que comer, y luego una espera absurda de dos horas eternas con un calor agobiante hasta “haber hecho la digestión” y podernos bañar. Total que luego, recién metidos al agua, había que volver a salir para cambiarse, merendar un bocadillo y sin más volverse a casa. Aquellos días de playa sabían a muy poco, nos quedábamos con la miel en los labios. Por eso cuando fuimos haciéndonos mayores y nos permitían más libertad de movimientos solíamos ir a las dunas después de comer. “Pero no os alejéis mucho ¿eh?”. “No mamá, no te preocupes”. Y una vez allí, quitándonos el bañador para no mojarlo, nadábamos y buceábamos en pelotas todo lo que queríamos, nos secábamos un poco al sol y nos poníamos los bañadores, totalmente secos, para volver. “¿No os habéis bañado, verdad?” era la pregunta obsesiva de mi madre. A Carlos le costaba mentir y miraba al suelo sin contestar. Yo, en cambio, solía responder: “No mamá, cómo vamos a bañarnos si estábamos en digestión”. Ella respondía con un “Ya, ya” y una breve sonrisa dirigida hacia él, rara vez hacia mí. Qué mal llevaba yo esa discriminación en el trato. Carlos y yo éramos físicamente idénticos, pero él era el bueno, el formal; yo, en cambio, el travieso y mentiroso. En nuestro cumple siempre me tocaba a mí el peor regalo. Como pasó en el último:

—Pero ¿Porqué no te gusta el jersey, Iván? Mira, son exactamente iguales los dos.

—No, mamá, el suyo es azul.

—Bueno, y el tuyo verde, igual de precioso.

—No, yo lo quiero amarillo. Él lo tiene de su color favorito y yo no. No es justo, mamá.

—Es que sólo había en estos dos colores. Mira, Iván, no se puede vivir siempre envidiando lo que tienen los demás; así no se disfruta de lo que uno tiene. La envidia nos ciega, nos impide la felicidad.

—Pues yo no quiero la felicidad, mamá.

—¿Ah no? ¿Y que quieres entonces?

      —Un jersey amarillo —al contestarle esto se me escapó una risa contenida, lo cual sonó a una rendición que todos celebraron a carcajadas. Me costaba reivindicar mis derechos con la seriedad precisa.

De los cuatro hijos, Carlos también era el preferido de mi padre. Le veíamos muy poco, siempre estaba de viaje. “Cuánto habéis crecido. Estáis hechos unos mozalbetes. A ver... no me lo digáis ¿eh? tú eres... Iván y tú Carlos.” “¡No! gritábamos a coro los dos”. Él intentaba tratarnos de igual manera, pero enseguida empezaba a regañarme por cualquier cosa que hiciera mal. Carlos, en cambio, solía ganárselo con carantoñas y siempre le proponía jugar al ajedrez, que a mí entonces no me gustaba, se pasaban horas y horas delante del tablero.

Según pasan los años, va aumentando la importancia de las fotos a la hora de reconstruir la historia de nuestras vidas, nos transportan al pasado y nos ayudan a analizarlo y digerirlo. Pero también tienen un cierto efecto de distorsión, parece como si alteraran la importancia de los hechos, resaltando sólo lo que en ellas se ve, y dejando a las puertas del olvido todo lo demás.

Entre “lo que no sale en las fotos” de mi vida, figura, muy destacado en primer lugar, lo sucedido después de ser tomada esta imagen.

Aquel verano mi hermano y yo habíamos empezado a llevarnos muy bien. Pero llegó Bea, y Bea era preciosa. Para mi fue una aparición, un descubrimiento deslumbrante que me mantenía entusiasmado todo el día. Cuando salíamos con el resto de la pandilla a ella se le notaba que me prefería a mí, pero a Carlos no parecía importarle. En la playa jugábamos mucho los tres, salvo en aquellos juegos, ya no tan infantiles, que implicaban un contacto físico, en los que él se resignaba a un segundo plano; entonces Bea y yo aprovechábamos para tontear y dar rienda suelta a nuestros primeros deseos. Qué felicidad transmitía su inmensa risa al saltar las olas cogidos de la mano, al rodar juntos dunas abajo. Recuerdo la arena pegada a su piel, que yo quitaba suavemente con la yema de los dedos, deliberadamente despacio, provocándole más y más risa.

Tras hacernos la foto de familia, Carlos y yo nos fuimos en seguida a las dunas. Bea llegó muy tarde aquel día. Yo no contaba ya con que viniera. Estábamos buceando cerca de la rocas cuando la vi de lejos corriendo hacia nosotros, daba brincos mientras hacía círculos con la toalla, como si de una onda se tratara, sin dejar de correr. Yo empecé también a saltar y a dar voces, sacando todo lo que podía mi cuerpo del agua, para que, aún en la distancia, ella viera bien que estaba desnudo. En uno de mis saltos Carlos me dió un buen empujón haciéndome caer de mala manera y hundirme, momento que él aprovechó para salir corriendo del agua. Yo estuve aún un buen rato dentro, tosiendo, expulsando el agua que había tragado e increpando a gritos a mi hermano, cuando me recuperé y empezaba a salir los vi. Fueron sólo unos segundos pero yo no daba crédito a aquella imagen: Bea abrazándole con todas sus fuerzas, dando besos como loca a mi hermano Carlos, que al salir se había puesto mi bañador, mi bañador amarillo.

Salí rápidamente y corrí tras él, que se dio a la fuga mientras Bea quedaba perpleja en la orilla sin entender lo qué pasaba. Le perseguí furioso pero no pude alcanzarle, subió a la duna y se perdió de vista al otro lado cuando le lanzaba mis últimos insultos. “Me da igual, ya tendré ocasión de vengarme”, pensaba mientras me ponía su bañador azul.

Bea y yo volvimos sin decir palabra, alejados uno del otro.
Y media hora después el escenario es otra vez el mismo: nuestra zona habitual de la playa, donde está sacada la foto.

—Carlos, ¿dónde anda Iván? —preguntó mi madre sin fijarse más que en el color azul de mi bañador.

    No sé, mamá, se quedó en las dunas —le respondí yo sin aclarar la confusión.

    Carlos tardaba en volver y estaba ya anocheciendo. Mi madre estaba muy, pero que muy preocupada por Iván, o sea por mí. Y yo, desde la personalidad prestada de mi hermano, era testigo directo; presenciaba asombrado y con el alma encogida su enorme cariño hacia mí.

    —Voy a buscarlo —le dije asumiendo el comportamiento de Carlos.

    Mi padre, que no había levantado aún su vista del periódico, se puso en pie y dijo que me acompañaba. Iniciábamos la marcha justo cuando mi figura, con pantalón amarillo, apareció de lejos.

    —No, míralo, ya vuelve —dije señalándolo.

A partir de entonces todo fue distinto. Con aquel cambio de bañador, Carlos y yo habíamos cambiado también los papeles. Tuvimos la oportunidad de experimentar y comprender la conducta del otro. Los dos nos convertimos en una mezcla de ambos. Él se volvió más golfo, yo más serio. Y de esta forma crecimos, ya sin apenas envidias. Ni sanas ni cochinas envidias. La vida es más apacible así. Aunque el caso es que su actual novia es majísima, me cae fenomenal y... no sé yo.