Jornada VIII, narración 6
Bruno
y Buffalmacco le roban un cerdo a Calandrino; le hacen hacer la
prueba de buscarlo con pastas de jengibre y vino de garnacha y le dan
dos de estas, una tras de la otra, hechas de boñigas de perro
confitadas con áloe, y parece que él mismo se ha quedado con él,
le hacen, además, obsequiarles si no quiere que a su mujer se lo
digan.
Apenas concluyó el cuento de Filostrato, mandó la reina a Filomena
que contara el suyo; y ella comenzó:
“ Queridos amigos, mi relato de hoy os sonará conocido, pues
hechos similares aparecen de forma habitual en los medios de
comunicación de todo el mundo. Unas veces hay que buscarlos con lupa
y pasan casi desapercibidos, otras en cambio sí tienen gran
repercusión mediática, como sucedió en esta ocasión, aunque la
auténtica verdad nunca llegó a desvelarse; pero tenéis suerte,
ahora os lo contaré con todo detalle:
El escenario es la sede central del Partido político gobernante en
un país que no diré, qué más da, podría haber sucedido en
cualquier parte del mundo. El caso es que, en aquella ciudad estaba
lloviendo a mares y el viento soplaba con fuerza. Era jueves y todos
los ministros ultimaban sus asuntos a tratar en el Consejo del día
siguiente. Esa mañana, Calandrino, el tesorero del partido, recibía
la visita de dos compañeros, Bruno y Buffalmaco, ministros de
Fomento y Administraciones Públicas respectivamente.
—Uy, uy, uy... pero ¿qué os trae por aquí? Nada bueno, seguro,
je, je. —Calandrino bromeó, saludándoles con un amago de
reverencia— Sentaos, por favor —cerró con pestillo la puerta del
despacho.
—Buf, la que está cayendo —comentó Buffalmaco al sentarse.
—Es la gota fría —apuntó Bruno— Bueno, ¿tú qué tal,
Calandrino? ¿Todo bien? ¿La entrega se llevó a cabo según lo
convenido? —le pregunto sin poder evitar cierta ansiedad en el
tono.
—¿Qué entrega? Ah... ya, la entrega. Pues sí, casualmente, y no
hace más de una hora; vamos que os ha faltado tiempo para venir ¿eh?
Je, je. Sin desayunar ni nada ¿no? Ahora os pido un café.
—A ver... yo te explico: —intervino Buffalmaco— Lo de siempre,
que se han empeñado en hacer una aportación desinteresada al
partido. Es normal, ellos dan por supuesto que serán adjudicatarios
de la fase uno, que es el tramo de autovía de 500 kilómetros
entre...
—Anda, anda, para el carro y ahórrate explicaciones, no me cuentes
todo el rollo, tú, que me lo sé —le interrumpió Calandrino—
Pero, eso sí, la próxima vez no se os ocurra utilizar este parking
para las entregas. ¿Estáis locos o qué? Se graban todas las
entradas y salidas.
—Ah, pues es que con este mal tiempo había que estar a resguardo.
Para la fase dos será más sencillo, porque...
—Ya os diré yo cómo hacerlo. —interrumpió de nuevo— Pero
vamos al grano —alzó la mano un instante para, a continuación,
inclinarse y sacar de la cajonera un maletín poniéndolo sobre la
mesa. —De la cantidad entregada, hay que repartir aquí lo nuestro
¿no es cierto? Pues venga...
Al abrirlo, Calandrino sacó la carpeta que, a modo de tapa, ocultaba
el resto del contenido del maletín y la apoyó a un lado. Después
fue sacando sobre la mesa algunos fajitos de billetes, y los dispuso
en tres montones que, sin mediar palabra, cada uno guardó de
inmediato. Pero fue al ir a cerrar el maletín cuando Bruno se lo
impidió sujetando la tapa.
—Un momento, no tan deprisa. ¿Cuanto dinero queda ahí dentro?
—Lo convenido, Bruno, ya lo he contado. Era un millón
cuatrocientos mil, menos los ciento cincuenta mil nuestros, pues
queda un millón doscientos cincuenta mil, que van ahora mismo a la
hucha del Partido —dijo al cerrar con fuerza el maletín venciendo
la resistencia de Bruno que apartó la mano abriéndola en son de
paz.
—Tranquilo, oye. Pero... vamos a ver: ¿tú al Presidente que le
has contado de esto?
—Poco. Ya le conocéis, él nunca entra en estos detalles, aunque
para un proyecto de esta magnitud, sí espera una buena aportación
al Partido por parte de la empresa adjudicataria, es evidente.
—Calandrino se puso en pie mientras contestaba, con intención de
guardar el maletín en la caja fuerte, situada en la pared tras una
estantería giratoria, pero rectificó sobre la marcha; sus
compañeros no tenían por qué enterarse de su ubicación, así que
volvió a sentarse y a colocarlo otra vez bajo la mesa.
—Pues yo no sé cómo lo veis vosotros —inquirió Bruno— pero
me parece una cantidad excesiva para justificarla internamente como
donación.
—Pues hombre —intervino Buffalmaco— podríamos decir
sencillamente que no ha habido entrega. Que finalmente no hubo
acuerdo. Es razonable ¿no?
—En absoluto —levantó el tono Calandrino con severidad— sabéis
de sobra que hay más personas involucradas y que no se lo creerían.
Además, el Presidente tiene ya clara esa adjudicación. Yo me niego
rotundamente a meter la mano en ese maletín.
—Joder, Calandrino, la mano ya la has metido. No me vengas ahora
con remilgos...
En ese momento sonó el teléfono de Calandrino, que al identificar
la melodía de llamada se apresuró a mandar callar a sus compañeros.
—Ssss... Hablábamos del Presi ¿no? pues aquí me llama. Por favor
dejadme que le atienda, venga, salid y esperadme fuera.
La conversación fue corta, apenas tres minutos y Calandrino estaba
saliendo de su despacho y comunicándoles a sus compañeros:
—Que nos quiere ver ahora mismo; nos va a convocar por whatsapp ¿ya
lo ha mandado? —les preguntó mientras buscaba absorto en sus
mensajes entrantes.
—Sí, aquí me llega —respondió, móvil en mano, Buffalmaco—
Nos pregunta si está “todo” resuelto; pone “todo” entre
comillas, joder... ¿No decías que no estaba al tanto? Y dice que
nos ve en media hora en el restaurante de la vez anterior.
—Pues vamos para allí, venga —Calandrino se acercó a su
secretaria para que avisara al chofer— Dile que espere en la
puerta. ¿Vamos los tres ¿no?
—No, nosotros hemos venido en el de Bruno.
—Pues allí nos vemos.
Y con un “hasta ahora”se despidieron los tres .”
Filomena hizo una pausa en su narración, bebió un trago de su
cerveza y continuó:
“El siguiente escenario es el comedor VIP de un famoso restaurante.
Allí se encuentran ya los tres protagonistas y otras dos personas,
altos cargos del equipo de Bruno. Hace su entrada el Presidente, los
cinco se ponen en pie y, con una sonrisa boba, se apresuran a darle
la mano.
—Sentaos, oye, que hemos venido a comer ¿no? Lo de hablar de
trabajo se deja para los postres. Je, je.
Todos rieron con aspaviento la gracia del Presidente que, tras cinco
minutos de cortesía, sin haber empezado aún el primer plato, entró
en materia:
—Señores: mañana hay que hacer pública la decisión del Gobierno
de abordar “el ambicioso Plan de Inversiones en Infraestructuras
Viarias” y patatín y patatán... que ya te encargas tú, Bruno, de
explicar, en el Consejo primero y luego en la rueda de prensa ¿de
acuerdo?
—Sí, sí, claro —asintió Bruno.
—Por cierto —continuó el Presidente— el domingo pasado, en el
palco del estadio, me comentaron que nos iban a pasar ya las
recomendaciones para convocar el Concurso de la segunda fase
—El Pliego de Condiciones, sí, vamos... sus recomendaciones,
quiero decir —asintió Bruno.
—Os las han pasado ¿verdad? —dirigió entonces su mirada a
Calandrino.
—Eh... pues... sí —en ese momento se acordó del documento que
tapaba los fajos de billete en el maletín— Esta misma mañana,
precisamente, ha llegado. Mañana se lo paso a Bruno.
—No —le interrumpió el Presidente—, mañana sería tarde. Hay
que anunciar el alcance total de Plan, con las dos fases. Poneos a
trabajar ya —el Presidente miraba insistentemente a todos los
comensales— ¿Te contaron también su voluntad de aportar todo el
apoyo en nuestras próximas campañas ¿verdad Calandrino?
Nuestros tres protagonistas del relato de hoy entendieron a la
perfección el significado de la pregunta. Formulada en clave para no
levantar sospecha alguna en los dos comensales ajenos a “la
entrega”.
—Sí, efectivamente. Junto con la entrega del Pliego me aseguraron
su apoyo incondicional; en la logística de los actos electorales y
en todo lo que hiciera falta —Calandrino observó que, a pesar de
haber terminado la frase, el Presidente mantenía la insistente
presión de su mirada sobre él, y, pasados unos segundos de silencio
absoluto en la mesa, continuó:— Mirad, va a ser mejor que me
acerque en un momento a por el Pliego, así empezáis esta misma
tarde.
Pues sí, cuanto antes —concluyó el Presidente
Calandrino se levantó como un resorte hacia la puerta.
—Pero no vayas tú, hombre, dí que te lo traigan —le dijo
Buffalmaco intentando, reprimir el tono burlesco que le salía.
—Eso ¿dónde vas con la que está cayendo? dile al chofer que te
lo traiga —Bruno tampoco pudo reprimir la risa al decirlo.
La comida se desarrolló de forma distendida. Hablaron de todas las
adjudicaciones pendientes en esos dos Ministerios, también de fútbol
y otros deportes. Estaban ya con el café y Calandrino no volvía.
Bruno recibió una llamada de él:
—Acojonante, tio, ¡no está! —Calandrino apenas podía articular
palabras— joder, la hemos cagado.
—¿Que pasa? Que no está ¿qué? —Bruno se levantó de la mesa
yéndose a la sala de al lado.
—El maletín, hostias, el maletín. Lo han robado, me cago... Aquí
no hay nadie a quien preguntar; mi secretaria y todo el mundo han
salido a comer. Me cago en...
—Ah... ya —contestó Bruno en tono jocoso— o sea que robado,
je, je. Está bien pensado, tío, es mejor estrategia, sí. Además
te sale de puta madre. Ven y cuéntaselo así al Presi. Pero así,
con ese realismo.
—Vete a la mierda. Te estoy diciendo que es cierto, joder. El
maletín no está debajo de la mesa donde lo dejé. Me cago en dios.
Pero yo cerré la puerta, siempre cierro con llave al irme, o... no
sé... con las prisas que salíamos... ahora tengo la duda, me cago
en...
—Sí, sí, fantástico; de esta te contratan en Hollywood, tío.
Venga, vente para aquí, que te ayudaremos en el montaje. —añadió
Bruno. Pero su interlocutor ya había colgado.
La comida terminó mal, muy mal. Calandrino estaba desaparecido, sin
coger el teléfono ni responder los mensajes; el Presidente
indignado, al no encontrar respuesta de su tesorero ni de nadie de
los implicados. Al día siguiente, el Consejo de Ministros se celebró
sin aparentes perturbaciones. Bruno explicó a la prensa el ambicioso
Plan de Modernización de Infraestructuras. Llovía a mares y el
viento soplaba con inusitada fuerza. “Una nueva gota fría nos
azota” fue el titular de los medios al día siguiente.”
Y ahí termina mi relato, queridos contertulios —concluyó
Filomena.
—Ah no, —intervino Elissa— de eso nada. Sigue contando,
Filomena. Porque Calandrino acabó en la cárcel, seguro. Y los otros
dos de rositas, lo mismo que el Presidente y el resto de personajes
¿a que sí?
—Pues... yo pienso que es mejor dejar a cada lector, o cada
escuchante en este caso, que construya el final del cuento a su
gusto. Pero bueno, si así lo quieres, añadiremos que Calandrino
terminó entre rejas, sí. Pero le sirvió de gran consuelo contar
con el apoyo de su Presidente, que le envió un mensaje diciéndo:
“Calandrino, sé fuerte”.
El relato original de Boccaccio se puede leer aquí: