Macarras
—¡Qué pechos!. ¿Te has fijado, Lucas?... —Charlie me da un codazo, pero yo no le hago caso, sigo con mi siesta. Se está de puta madre en esta terracita al sol. Y él insiste— Mírala, joder, que vale la pena.
—Yo miro lo que me sale de los huevos y, sobre todo, cuando me sale de esos mismos huevos, gilipollas —le contesto mientras me desperezo— ya me has jodido un trippy que te cagas.
Despacio inclino la cabeza hacia atrás y sitúo mi vista justo por encima de las gafas oscuras, a la vez que con la punta del dedo índice alzo el ala del sombrero, dejando así una franja mínima de visión por la que observo a la chica. Todo con mucha flema, como corresponde a mi estilo.
—Mm... no sé ¿no? —digo con desinterés, y vuelvo a tapar la vista.
—¿Cómo que no sabes, tío? En la puta vida has catado tetas similares. Pues fíjate, el caso es que me suena esa tía, Lucas... ¿A ti no?
Ahora que lo pienso a mí también me ha parecido conocida la mujer, por lo que repito el protocolo de visionado, y con la misma parsimonia, para verla con más detenimiento. Ella se dispone a cruzar la calle desde la acera de enfrente en dirección a la terraza del bar donde estamos sentados. Ahora la veo mejor. Joder, claro que la conozco, es Cynthia; me cago en sus muertos, la de meses que hace que no la veo. Pero no pienso darle pistas a este capullo.
—Eh ¿no te suena? —Charlie insiste y me zarandea el brazo.
—Déjame en paz, hostias, y pídeme otra birra. —Instalado en mi rendija la observo con discreción. Parece nerviosa. Mira a izquierda y derecha sin encontrar hueco para cruzar entre tanto coche circulando en ambas direcciones.
—Oye: otras dos cervecitas
—Marchando —responde el camarero.
—Con patatas ¿eh? —le precisa Charlie y a continuación, ya en voz baja, continua— las aceitunas te las puedes meter una a una por...
Un fuerte frenazo nos sobresalta a todos, seguido de un impacto seco y un grito desesperado de varias personas a nuestro alrededor:
—¡¡Ay, ay...!! ¡Por dios!
Joder, la atropellada es Cynthia. Afortunadamente he conseguido reprimir mi reacción primera. No, no me levanto, que se joda. Me quedo impasible como si no fuera conmigo.
—Hostia tú, qué pillada más chula —Charlie reacciona con ese comentario— Y, fíjate, tú y yo aquí en primera fila. Cómo mola.
—Esto sí que es suerte, sí —yo le sigo el rollo y levanto bien el sombrero para contemplar la escena. Parece que el golpe le ha roto las piernas. Y ha caído de espaldas, tal vez se haya jodido la columna vertebral. Me cago en dios ¿cómo se le ocurre cruzar así? Siempre fue una insensata. Debería ayudarla, joder. A pesar de lo puta que es, esta tía siempre fue muy especial para mí. El cuerpo me pide ir a echarle una mano; pero no, no debo, y mucho menos delante de Charlie.
—No jodas, tío. Pero ¿la has visto? —me pregunta señalándola con el dedo.
—¿Cómo no la voy a ver, gilipollas, estando aquí en primer plano? —le contesto simulando indiferencia— Las bragas rosas y todo; con la voltereta que ha dado...
—Te pregunto que si le has visto la cara, joder. Esa tía era de tu tribu. Mírala ¿no te acuerdas? ¿Cómo se llamaba...?
—Mi bolso —dice ella en voz alta, desde el suelo sin poder levantarse— ¿Dónde está mi bolso?
—No te preocupes, ahora lo buscamos, estará por aquí —varias personas se agachan a tranquilizarla, pero ella intenta incorporarse una y otra vez sin conseguirlo— Ahora quédate quieta, no intentes mover las piernas ¿eh? que es peor. Enseguida llegará la ambulancia, verás.
—Sí, joder, mírala, es la que se preñó y tú la tenías ahí currando con toda la tripa.
—Ah, ya sé quién dices. No, esa era más joven —le miento; no me apetece nada recordar ahora esa historia.
—¡La Cynthia! joder, que no me salía el nombre. Es la Cynthia, tío, mírala.
—¿En serio? a ver... —no voy a tener más remedio que reconocerlo, está aquí mismo frente a nosotros, es obvio que es ella— ¡Coño, es verdad!, es la Cynthia, me cago en dios, sí que es ella.
—A la Cynthia la tenías tú muy fostiada ¿eh?
—Sí. Tenía malos rollos. Un tío que venía con demasiada frecuencia, lo típico, que se había encoñado con ella, y el hijo de la gran puta resultó ser un madero. El caso es que pagaba bien, pero a mí no me gustaba nada el asunto. Le advertí que con ese nada de nada, que pasara de él y no subiera a su coche, pero ella volvió a hacerlo y, claro, la tuve que hostiar, pero bien. Y la muy gilipollas se largó; ya no volvió más, quedándose sin cobrar las últimas semanas, por supuesto. Mira por donde ahora va y le pilla un coche. Qué jodía, seguro que saca una buena pasta de esto.
—Qué va, si ha sido culpa suya. Es ella la que ha cruzado sin mirar. Se ha metido delante del coche, joder, y al otro no le ha dado tiempo de frenar.
—Mi bolso. Por favor ¿dónde está mi bolso?
—Sí, no te preocupes, está debajo; en cuanto muevan el coche te lo damos —una señora le contesta señalando debajo del coche.
—Cójanlo, por favor, mi bolso, dénmelo.
—Un joven se echa al suelo y estirando su brazo bajo el coche consigue sacar el bolso.
—Ay, sí, dámelo —ella suplica. Ya con el bolso en una mano está reptando, apoyada en los codos se desplaza hacia la acera donde estamos.
—Pero ¿qué hace? No se mueva, señora, si tiene fracturas es lo peor que puede hacer. Espere a que llegue la ambulancia —le dice todo el mundo, pero ella sigue avanzando. Ya está muy cerca de nuestra posición.
—¿Y eso...? ¡Hostias, es una pistola! —me vuelvo para comentarle a Charlie— ¡Joder, ha sacado una pistola del bolso! —pero él se levanta como un resorte y volcando la silla hacia atrás desaparece. Todas las personas que la atendían se alejan también de ella atemorizadas. Sólo quedamos ella y yo. Sigue reptando, ya está frente a mí. Me clava su mirada.
—¿Qué pasa, es que no te acuerdas de mí? Venga, dime eso de “ahora no me sale de los huevos pagarte, nena; la semana que viene, si te portas bien”.
Me he quedado bloqueado. Soy gilipollas. Desde que estaba intentando cruzar, ella ya había mirado de reojo hacia nuestra mesa, y después del atropello varias veces también . Tenía que haberme dado cuenta, me cago en dios. No es de juguete, no, es una pistola de verdad; pero desde el suelo apenas tiene ángulo de tiro, le tapa la mesa. Creo que es mejor no levantarme. Desde luego no voy a salir corriendo, no, nunca fue mi estilo. Su mirada hiriente me hipnotiza. Intento esconderme tras la mesa, pero sin dejar de vigilarla. ¡Hostias! ahora inclina la pistola hacia abajo.
—¿De dónde dices que no te sale pagarme, puto macarra de mierda?
Me está apuntando a los huevos. Y dispara. ¡Dioooos! La bala horada mi vientre empujándome con fuerza; me ha desplazado hacia atrás, pero yo sigo mirándola alucinado, no doy crédito a lo que pasa. La sangre brota a chorros entre mis manos. Me dispara otra vez y su expresión no cambia, ahí sigue impávida, clavándome todo el infierno de sus ojos. Es tremendo el dolor, pero no son las balas, no, es su mirada lo que me mata. Y otro disparo más. Apenas siento el cuerpo. Apenas veo. Poco a poco me hundo en un profundo abismo. Dichosa sea esta niebla espesa que ahora me ciega, tapándome por fin sus ojos. Me relajo, ya nada importa. Todo es negro.