Había una vez una ciudad muy grande, con muchos barrios, algunos muy bonitos, otros no. Es en uno de estos barrios, de los menos bonitos, donde yo vivo y donde sucedió la historia que os voy a contar.
Era un día de mucho mucho frío. No había parado de nevar en toda la noche. Yo estaba aún durmiendo en mi árbol favorito, de hojas grandes y bien resguardado de la nieve, cuando vinieron a verme dos gorriones.
—Despierta Paca, que nos tienes que ayudar —empujándome con su pico, cada uno por un lado, se empeñaban en espabilarme.
—Pero ¿por qué me molestáis con lo agustito que yo estaba? Bueno, venga, decidme ¿qué os pasa?
—Que no hay comida. —me dijo el más gordito— Está todo nevado y no encontramos nada de comer. Los dos bares de esta calle están cerrados y en el de la plaza, que es el único abierto de todo el barrio, hay muy pocos clientes, no encontramos miguitas en el suelo de la terraza cubierta y dentro no nos dejan pasar, ya sabes lo antipático que es el dueño.
—Hemos estado buscando y buscando por todas partes —continuó el otro gorrión— y no hay nada que llevarse al pico. Estamos hambrientos todos, las palomas están igual. Paca: por favor, tienes que hablar con los humanos y pedirles que nos den pan. Seguro que algo les habrá sobrado de ayer. Lo repartiremos entre todos. —Pues menudo panorama tenemos. Vaya, vaya, vaya. Encima con este frío. Bueno, habrá que intentarlo. Venga, venid conmigo.
Cuando tienen problemas siempre acuden a mí . Y no sólo los pájaros, no, todos los animales. Siempre es a mí a quien piden ayuda porque "la urraca Paca es muy dicharachera, sabe muchos idiomas y habla con cualquiera". Total que fuimos volando a la calle de al lado, donde viven tres niños que, de todos los humanos de la ciudad, son mis mejores amigos. Al llegar a su ventana di seis golpes con el pico, pero de dos en dos, que es nuestra clave secreta —no se lo digáis a nadie ¿eh?— hice así: tic tic, tic tic, tic tic...
—¡Hola Paca! —el más pequeño de los tres fue el primero en acercarse a saludar hablando fuerte para que le oyera desde el otro lado del cristal— ¡Andá! ¿Quién viene acompañándote?
—Son dos gorriones amigos que están muy hambrientos —le contesté— Es que no saben hablar en humano y me han pedido que os pregunte si tenéis algo de pan que os sobre.
—No, qué pena, no nos queda nada de nada —contestó su hermana abriendo la ventana, y los tres se asomaron mirando con pena a los gorriones.
—Pero mamá ha ido a la compra y no debe tardar en volver. —dijo el mayor de los tres— Quedaros a esperarla con nosotros ¿vale? ¿os apetece un poco de agua?
Aceptamos. Nos pusieron un plato con agua en la ventana, y allí estuvimos un buen rato entretenidos charlando. Me contaron —a mí, porque los gorriones no se enteraban de nada— que el virus ese de la pandemia les seguía fastidiando todo el rato, sobre todo a los mayores, que algunos se ponían muy malitos. También que todos los niños tenían que ir al cole con mascarilla. Y lo peor de todo: que no podían hacer los deberes porque estaban sin luz. Habían cortado la electricidad en todo el barrio. Yo los veía tiritando a los pobres. Por la ventana les entraba mucho frío, por lo que me metí con ellos dentro y les dije que la cerraran. Los gorriones prefirieron quedarse esperando fuera. Los tres hermanitos me siguieron explicando lo mal que lo pasaban sin electricidad; todo lo que habían protestado sus padres a las autoridades y ellos en el cole también, pero me estaban contando todo eso cuando de repente se abrió la puerta y entró su mamá.
—No hay quien ande por estas calles. Vengo con los pies congelados. ¡Eh! —gritó muy fuerte al verme— Pero ¿qué hace aquí este pajarraco? ¡Fuera, vete fuera!
—No te preocupes Mamá. Es una urraca amiga nuestra, que es muy buena y...
La madre no les escuchó, agarró la escoba y empezó a perseguirme por toda la habitación. Afortunadamente pude ir esquivando los escobazos hasta que, por fin, uno de los niños abrió la ventana y pude escapar. Mientras me marchaba les dije:
—No pasa nada. Ya volvemos en otro momento, amigos, no os preocupéis.
Los dos gorriones y yo salimos volando a todo volar. Al mirar hacia atrás vi como el más pequeño de los niños arrojaba por la ventana, con toda su fuerza pero con disimulo, un gran pedazo de la barra de pan que su madre acababa de traer. Ya no podíamos volver a cogerlo, claro, así que decidimos ir al parque grande, en el centro de la ciudad. Tal vez allí encontraríamos comida.
Durante el vuelo les conté todo lo que me habían dicho los niños: lo mal que lo estaban pasando ellos y todos los vecinos humanos de nuestro barrio sin electricidad. Los dos gorriones se pusieron también muy tristes. Algo había que hacer para ayudarles.
—Mirad, ahí aparece la Luna entre dos nubes —les señalé con un ala— Tengo que contárselo a mi amiga Luna. Id vosotros por delante ¿vale? Os veré en el parque. Ah, y por favor id llamando a todas las aves de la ciudad. Haremos una reunión y se lo contaremos —les dije despidiéndome y volé hasta el tejado más alto que pude encontrar.
—¡Luna! ¡Hola Luna! grité muy fuerte en idioma astral.—¿Quién me llama desde la Tierra?
—Aquí, Luna, en este tejado ¿me ves?
—Ah, sí. Hola querida Urraca ¿Qué tal? ¿Qué novedades me cuentas?
Al tener poco tiempo, porque se acercaban algunas nubes muy oscuras a taparnos la vista entre nosotras, le resumí brevemente lo que estaba pasando en mi barrio, y le pregunté si creía que el Sol podría ayudarnos enviando algo de calor para que, por lo menos, dejaran de pasar frío.
—Es indignante. —me contestó— Cada vez estoy más enfadada por las cosas que pasan en la Tierra. Me estoy hartando, como siga así me pienso ir a dar vueltas a otro planeta. Pero bueno, menos mal que tengo amigas tan buenas como tú, que se preocupan por los demás. Mira, te explico: Yo con el Sol no puedo hablar directamente, está demasiado lejos. En cualquier caso puedo intentar enviarle un mensaje. Se lo explicaré todo a Venus, a ver si él consigue que el Sol nos ayude en esto. No te garantizo nada, pero lo intentaremos, te lo aseguro.
—Muchísimas gracias, Luna. A ver si hay suerte. Adioooos —pude aún decirle justo antes de perderla de vista tras las nubes.
Llegué al parque grande y, tal y como los niños me habían contado, el parque estaba cerrado para humanos, en esta ocasión por el peligro de que las ramas se rompieran con el peso de la nieve y cayeran encima de alguien. No había ni restos de bocatas ni nada que llevarse al pico. Poco a poco fueron llegando todas las aves de los alrededores. Palomas, mirlos, alondras, petirojos, ruiseñores, de todo tipo y tamaño había, incluso las aves nocturnas, que de tal alboroto se habían despertado. Y todas se iban acercando a mí para preguntarme qué pasaba. "¿Qué pasa, Paca? Venga, cuéntanos lo que pasa." Yo fui hablando con unas y otras, explicándoles el problema de los humanos y pidiéndoles la opinión a cada una, pero como todas se lo iban contando una a otras a la vez y discutían, el ruido llegó a ser insoportable. Total que tuve que subirme a una rama bien alta y chillarles:
—¡Silencioooo! ¡Por favor, Silencioooo! ¿Os queréis callar?
Lo tuve que repetir en diez o doce idiomas por lo menos, y poco a poco se fueron calmando los ánimos. el mío también. Entonces, ya más tranquila, empecé la reunión:
—Aves de esta ciudad: Los humanos de mi barrio tienen un grave problema. Les han dejado sin electricidad. Ya sabéis lo importante que es la electricidad para los humanos. Están sufriendo mucho, os lo puedo asegurar. Tenemos que ayudarles, lo mismo que ellos nos han ayudado otras veces a nosotras. Durante estos meses he hablado con muchos de ellos. Os resumo lo que me han contado, luego me preguntáis las dudas y pensaremos el plan a seguir. ¿De acuerdo?
Todos asintieron y yo continué:
—Los humanos de esta ciudad tienen una reina, ellos le llaman "presidenta", que es la que más manda en esta ciudad y en todos los pueblos de los alrededores. Su nombre es Isabel y su apellido Osuya. "Osuya la malvada", es como la llaman algunos, "Osuya la tonta" la llaman otros, Esta reina vive en un palacio en pleno centro de la ciudad. Todos los humanos le han pedido que dé órdenes para que vuelvan a conectar la electricidad a las casas de mi barrio, pero ella se niega una y otra vez diciendo "Uy, seguro que algo malo están haciendo esas gentes con la electricidad". Y por mucho que le expliquen que eso es una tontería porque en ese barrio viven ocho mil personas, de ellos mil ochocientos niños, y es imposible que todos sean malos, a ella le da igual. Por culpa de "Osuya la malvada" nuestros vecinos humanos están sufriendo mucho. Tenemos que ayudarles ¿verdad que sí?
—¡Sí, sí! —se oyó decir con firmeza en todos los idiomas
—Pero ¿cómo podemos nosotras arreglarles la electricidad? —preguntó una cotorra.
—No, eso sería muy peligroso —les contesté— Algunas compañeras han muerto electrocutadas con los cables. Mi propuesta es otra, os cuento: —se hizo el silencio y todas me miraron con atención.
—Yo quiero hablar con Osuya y explicárselo, primero por las buenas, convencerla para que dé la orden y resuelva el problema, ya mismo. Por muy tonta que sea, intentaré convencerla. Pero no será fácil conseguir una ocasión para que ella me escuche. El palacio está repleto de guardias de seguridad. Jamás dejarían entrar a una urraca, está claro. Para conseguirlo me tenéis que ayudar todas.
—¿Cómo? ¿Cómo? Dinos qué podemos hacer —preguntaban todas.
—Sí, sí, ahora os cuento: —de nuevo se hizo silencio y continué— A esta alondra se le ha ocurrido una buena idea y entre las dos hemos pensado un plan. Ella os lo va a contar, pero en secreto ¿eh? que nadie más debe enterarse. Iremos por grupos de aves explicándolo, Y yo os iré traduciendo cada frase ¿vale?
Todas estuvieron de acuerdo, ya que aquella alondra era conocida por sus ideas geniales y, tras dos horas de explicaciones y discusión, el plan estaba trazado. Cada una sabía perfectamente cuál era su tarea. Nos despedimos hasta el día siguiente a la hora acordada.
No os podéis imaginar la noche que me tocó pasar. Hablando con unos y con otros, apenas pude dormir.
Pero, esperad un momento. Se me estaba olvidando contaros que, mientras tanto, el plan de la Luna seguía sus pasos adelante, de esta forma:
—¡Venuuuuus...! ¡Venus ¿me oyes?
—Sí, Luna. Te oigo ¿Qué quieres?
—Hay unos humanos en la Tierra que están pasando mucho frío. ¿Tú podrías hablar con el Sol y pedirle ayuda?
—Uy, el Sol está muy ocupado y además un poco sordo. Si quieres puedo pedirle a Mercurio que se lo diga; él está más cerca, a ver si hay suerte y le escucha.
—Sí, sí, por favor. Mira, dile que es una ayuda muy puntual la que le pedimos. No se vaya a
pensar que es un asunto gordo; no, no, se trata sólo
de ocho mil humanos, todos del mismo barrio, que necesitan un poco de su
calor ¿comprendes?
—Vale, vale. Yo se lo digo así, no te preocupes. Espero pillarle de buen humor. Pásame las coordenadas del sitio.
—Sí, enseguida te las paso. Muchas gracias amigo Venus.
Y entonces la Luna se puso en contacto conmigo. Era ya muy tarde pero yo aún estaba trabajando en el plan. Me pilló hablando con los ratones. ¿Con los ratones? os preguntaréis. Sí, claro, también sé hablar en ratonés. Porque no sé si os he contado que —decidlo todos:— "la urraca Paca es muy dicharachera, sabe muchos idiomas y habla con cualquiera". Total que la Luna me llamó y me dijo:
—Paca, bonita, he hablado con Venus. Me ha dicho que tampoco a él le hace caso el Sol, porque está muy ocupado. Pero cree que, como Mercurio es pequeñín y está tan cerquita de él, es posible que a través suyo sí consigamos su ayuda. Pero necesito que hagas una cosa, Paca. Mira: vete a tu barrio, que es donde está el problema, y te pones en un sitio céntrico y amplio, donde el Sol pueda enviar su ayuda ¿vale? así yo te geolocalizo y tomo nota del sitio.
Eso hicimos. Me despedí de los ratones y fui volando a toda ala hasta la avenida principal del barrio, allí la luna me miró y anotó mis coordenadas.
Fui a mi árbol e intenté dormir un poco, pero no lo conseguía de tan impaciente que estaba. Además ya no había tiempo, se acercaba la hora prevista. Todo estaba preparado. Esta vez fui yo quien despertó a los gorriones y al resto de urracas; también me tocaba despertar a las cigüeñas, a las palomas torcaces y a las abubillas, según habíamos acordado. Fuimos yendo hacia el centro de la ciudad y nos escondimos en los tejados más cercanos a la plaza del palacio. Allí estábamos cientos, miles de aves esperando. Faltaban aún treinta y seis minutos para entrar en acción, cuando sucedió algo imprevisto que nos asombró a todas:
—¡Mirad, mirad hacia el Este! —gritaron los vencejos, que volaban muy alto— ¿Veis esas luces que se mueven? Son estrellas fugaces.
—¡Oooooh! —grite yo emocionada— Parecen estrellas fugaces, sí, pero en realidad son... ¡la ayuda del Sol! ¡Bravooooo! Son trocitos de sol que él mismo nos envía ¿Veis como van camino de mi barrio?
—¡Bieeeen! ¡Bravoooo! —gritaron todas las aves desde los tejados.
El espectáculo era magnífico. Uno tras otro, formando una línea de puntos luminosa, iban volando majestuosamente los trocitos de sol hacia mi barrio. A su llegada se colocaron, con todo orden y cuidado, a lo largo de la avenida principal. La nieve se derretía de gusto al recibirlos. Fueron aterrizando en medio de la calle, de uno en uno cada dos metros, dejando la nieve a ambos lados de la calle sin derretir, para que los niños pudieran hacer muñecos de nieve. Los vecinos se levantaban contentísimos al verlo y salían de sus casas a disfrutar del calorcito. Todos cogieron un pedacito ardiente y lo metieron en un brasero para calentar sus casas.
Entusiasmadas todas las aves ante aquella maravillosa visión, se nos pasó enseguida el tiempo de espera. Ya era la hora decisiva y efectivamente, se empezaron a oír gritos desde el palacio. Era la voz de una mujer. Era ella, Osuya. No tardó en salir al balcón.
—¡Socorrro! ¡Auxilio!
La reina Osuya salió nerviosísima al balcón. ¡Estupendo! Los ratones han realizado su parte a la perfección según el plan previsto: Habían entrado por los desagües del sótano; esperaron la hora señalada y subieron por las escaleras hasta el segundo piso, cientos y cientos de ratones subiendo escaleras arriba; encontraron el despacho de la reina, según las indicaciones de la alondra: "en el pasillo central, la tercera puerta a la derecha". Magnífico su trabajo.
—Ahora me toca a mi. Es mi turno y el todas nosotras —les dije a las demás aves del tejado— Deseadme suerte ¡Allá voy!
—Hola Osuya —le salude sin obtener reacción alguna, por lo que me puse justo delante y le grité:— ¡Hola Isabel! — a ver si por su nombre me atendía— pero tampoco.
No había manera. Ella había cerrado la puerta del balcón y la sujetaba con fuerza desde fuera para mantenerse a salvo de los ratones, pero seguía tan histérica que no me hacía caso. Tuve que activar el plan alternativo, y para eso hice la señal acordada: siete aleteos seguidos con el ala izquierda e inclinando la cabeza hacia arriba, para que las cigüeñas entraran en acción. Enseguida aparecieron provistas de la "sillita de la reina", una tela que habían arrancado con habilidad de la fachada del palacio. La dispusieron sosteniéndola por las cuatro esquinas con sus fuertes picos.
—Tranquila, Isabel, escucha —pero seguía sin atenderme, entonces recordé que también le llamaban "Presidenta" y probé con ese nombre— Tranquila, Presidenta. Hemos venido a salvarte.
Entonces sí. Ella me miró por primera vez, a mí y a las cigüeñas, y no se asustó. Demasiado susto tenía ya en el cuerpo por los ratones. Y por fin fue capaz de hablar:
—Ay, ay, por dios, por dios ¿qué está pasando?
—No te preocupes, Presidenta. Todo está bien. Los ratones están controlados, y nosotros te vamos a sacar de aquí. Mira —le señalé la sillita de tela—, mira que silla tan bonita tenemos aquí para bajarte —ella vió la tela y la toco. Pareció gustarle y dijo:
—Ay, ay, la bandera, sí, sí, la bandera, gracias.
—Es preciosa ¿a que sí? Siéntate, venga. Mira qué bonita es.
Y se sentó. No le quedaba otra opción. Las cigüeñas batieron sus alas y consiguieron elevarla un par de metros. Ella no pareció tener miedo, todo lo contrario, bien agarrada a su bandera parecia respirar aliviada. Confirmada la resistencia de la tela y la tremenda fortaleza de las cigüeñas iniciamos el vuelo.
—¡Allá vamooooos! —gritamos todas al elevarnos y tomar rumbo hacia mi barrio.
Yo volaba justo al lado de ella y le iba cantando una bonita canción: "A la sillita la reina, que nunca se peina, un día se peinó, cuatro piojos se sacó". Miles de aves formaban el cortejo a nuestro alrededor. Qué mérito el de las cigüeñas; eran veinte en total, que iban relevándose a cada rato. Los humanos de la plaza aplaudieron a rabiar ante tal maravilloso espectáculo. Fueron sólo quince minutos lo que duró ese viaje extraordinario. La ciudad se veía preciosa desde ahí arriba, toda nevada. Queridos amigos, vamos llegando al final del
cuento. Porque ya en mi barrio todo funcionó según estaba previsto.
Al aterrizar en la avenida, ninguno de los vecinos humanos se dió cuenta de nuestra llegada, porque estaban todos muy contentos
en sus casas, calentadas cada una con un trocito de sol. Tampoco sabían a quien habíamos traído.
Le dije a Isabel que viniera conmigo, porque quería enseñarle el barrio. Ella, custodiada por las grandes cigüeñas que le habían salvado de los ratones, no se atrevía a negarse a nada y me siguió sin rechistar, procurando, eso sí, taparse la cara con el pelo para no ser reconocida por nadie. Y así fuimos hasta la casa de mis tres amigos niños. Tic tic. tic tic, tic tic, hice sonar la contraseña con mi pico en la ventana. Rápidamente se abrió y cual fue mi sorpresa al ver que era la mamá de mis amigos quien me saludo muy sonriente y nos dijo que por favor entráramos por la puerta. Así hicimos y nos invitó a sentarnos.
—Gracias, Paca, muchísimas gracias. —la mamá saco un platito con agua para mí y se dispuso también a servir café para Osuya— Ya me han contado todo mis hijos. Te estoy muy agradecida, Paca. Bueno, preséntame ¿quién es esta mujer tan guapa que te acompaña? —me pregunto ante mi total sorpresa. ¿Cómo era posible que no la conociera?
—Pues... me parece que los niños no te lo han contado todo todo ¿eh? Pero bueno es igual, te presento, sí. Se llama Isabel y viene a arreglar lo de la electricidad. Y lo va a hacer ya mismo ¿verdad que sí, Isabel? —le pregunte subiéndome encima de sus rodillas y mirándola muy fijamente— porque si no... ya sabes, los ratones están deseando volver a tu palacio.
La reina —o presidenta, como queráis llamarla— llevaba muda desde que salimos de palacio, totalmente abobada, pero fue escucharme decir eso y por fin pudo articular palabras y contestar:
—Ahora mismo. Ahora mismo doy la orden para que os conecten la luz —contestó muy nerviosa sacando el teléfono del bolso.
—Ah, estupendo —dijo la madre— porque los niños llevan un atraso tremendo en sus tareas del cole ¿sabes? A las seis de la tarde ya es de noche y nos quedamos sin luz. Se están dejando la vista los pobres, leyendo a oscuras. Pues ¿sabes? —se acercó a observarla— el caso es que me suena tu cara y no sé de qué...
Tras la llamada telefónica de la presidenta, estuvimos charlando amigablemente. Al rato llegaron los niños, y venían con ellos sus dos amigos gorriones. Los cinco se pusieron contentísimos al verme. Estaban contándonos que habían hecho un muñeco de nieve precioso, cuando se oyeron voces que venían de todo el barrio ¿Qué podría pasar? Nos asomamos a la ventana y no entendíamos bien qué decían. Pero el hermano mayor lo averiguó, encendió un interruptor y... todos saltamos de alegría:—¡La luz ha vuelto! ¡La luz ha vuelto! ¡La luz ha vuelto!...
Los niños y los gorriones se pusieron a saltar y revolotear de alegría. Isabel aprovechó el momento de euforia general para salir sigilosamente, sin despedirse de nadie.
Y colorín colorado, quien sí se despide por fin es la urraca Paca. Que estos niños mañana tienen cole y yo estoy aquí habla que te habla sin parar porque, como sabéis: —¡todos a la vez!— "la urraca Paca es muy dicharachera, sabe muchos idiomas y habla con cualquiera".
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Algunas de las fuentes en las que bebió la urraca Paca antes de escribir este cuento:
https://www.nytimes.com/es/2021/01/28/espanol/espana-canada-real.html