Wednesday, 27 January 2021

Otra vez el mar


 Otra vez el mar 


Desde que disfruto de consciencia me abruma este mar donde habito. Yo antes era inerte, objetual, ni sentía ni padecía; ahora, en cambio, sé que existo y que llevo demasiado tiempo aquí, inmóvil, mientras cada día son más las siniestras figuras que lentamente descienden y me acosan. Sueño con ganar altura, alejarme del fondo y huir de estos fantasmas amorfos de piel de plástico.

Hoy por fin parece que fluye una pequeña corriente, un hilo de esperanza. Sí, por fin me desplazo y poco a poco me elevo. Qué placer. La luz empieza a colarse entre nosotras como una tierna caricia. Ya presiento la proximidad del aire.

Nadie lo sabe. Ninguna compañera sospecha que soy yo la elegida. Así son los caprichos de los humanos. Esopo, La Fontaine o Samaniego, entre otros, personificaron animales en sus relatos haciéndolos sentir y hablar como ellos; el lobo, la zorra, la cigarra, la hormiga y tantos otros. También han utilizado la prosopopeya con todo tipo de conceptos y de objetos. Ahora se atreven conmigo, una humilde molécula, algo tan minúsculo que ni siquiera ven. Sólo cuando somos muchas y muy juntas pueden vernos y tocarnos, pero a cada una por separado no, sólo nos imaginan, nos representan en esquemas y dibujos. H2O nos formulan; con dos átomos de hidrógeno que siempre están mirando, desde su único electrón, hacia el oxígeno, al que se adhieren fielmente. Moléculas de agua nos llaman.  

A pesar de estar cada una a nuestra bola, solemos circular resbalando entre nosotras con amabilidad, desplazándonos de un lado a otro sin importarnos cual es el mejor sitio para ubicarse; sin embargo, ahora, acercándonos a la superficie, todas nos agitamos nerviosas al sentir este calorcito reconfortante que el sol irradia y empezamos a pelearnos por estar en primera fila. «Oye, sin empujar ¿eh?». Estamos perdiendo la cohesión, esto es un caos. Por fin algunas conseguimos lanzarnos al aire. «¿Dónde vais? Esperadme, no os alejéis», les digo, pero poco a poco nos elevamos, separándonos irremediablemente, cada una por su lado perdiéndonos de vista. Ya somos invisibles. 

Subiendo y subiendo por la atmósfera, nos hemos vuelto a encontrar tras casi cinco kilómetros de ascensión. Aquí hace frío y nos arropamos juntas en pequeñas gotitas. El mar, nuestra zona de confort, queda muy lejos y de nuevo se impone la solidaridad entre nosotras.  Gracias a un viento suave emprendemos viaje sobrevolando larguísimas playas. Después, de camino hacia las más altas cumbres, pasamos por encima de bosques sedientos que nos miran con añoranza y estiran sus ramas en dirección nuestra, pero no, no llegan siquiera a rozarnos.  La visibilidad se pierde por completo, no sabemos a dónde vamos. Y, de repente: ¡Qué susto! una enorme cordillera nos bloquea el paso. "Bienvenidas», nos saluda cortésmente, «No hace falta que os mováis más. Quedaos aquí y descansad, que buena falta os hará». Y así hicimos. En ello corrimos suertes diversas: unas, las de menor altura, descendieron en forma líquida, y otras, como fue mi caso, nos convertimos en una hermosa nieve blanca. Fue para todas una grata experiencia.

Este fue el comienzo de mi historia, queridos lectores; el comienzo de la parte contable de mi historia, quiero decir, pues antes llevaba ya seis millones de años de existencia pero sin ser en absoluto consciente de ello. Un humano, escritor él, tuvo la amabilidad de hacerme personaje de uno de sus relatos. Y a partir de entonces he vivido estas y otras muchas apasionantes aventuras que os iré contando. Pero perdonadme porque ahora tengo un poco de prisa. Permitidme que os resuma brevemente lo que me sucedió a continuación:

Tras pasar un magnífico invierno en aquella amable cordillera, algunas amigas y yo, ya en estado líquido, descendimos las laderas, primero por pequeños arroyos, luego por ríos cada vez más grandes. Por fin llegamos a un lago precioso donde permanecimos toda la primavera hasta que, de repente, un día aciago tuvimos la mala fortuna de ser elegidas para entrar en un oscuro canal y por él a una nave industrial en donde, a través de un proceso malvado, nos encerraron en una botella de plástico. Qué mala suerte. Así encarceladas nos almacenaron sin ningún escrúpulo. No fue hasta muy entrado el verano cuando aparecimos en esta casa desde donde os lo cuento. Pero... Un momento. ¡Cuidado, aquí vuelve! Es el desalmado que nos compró. ¿Qué pretenderá hacer con nosotras? Está abriendo la botella... A ver... Nos ha volcado en un vaso. Lo coge con una mano y nos mira.

—¿Cómo estás, querida molécula? Dime ¿qué tal lo estás pasando?

No puedo dar crédito a lo que oigo. Es él, está claro. Tenía que haberlo supuesto. Es el autor del relato. Qué cabrón. Quiere ahora meterse también él en el guión. No sé qué pretende; tendré que ser cauta.

—Hola ¿qué tal? Imagino que eres quien escribe todo esto ¿no? —le respondo con cierto miedo.

—Exactamente ¿Y qué quieres que haga ahora contigo, preciosa?

—Pues... Podrías regar una planta o un árbol ¿qué te parece? Así me integraré en su savia, me instalaré en alguna de sus hojas, o en una flor; o tal vez en uno de sus sabrosos frutos.  

—Ya. Es una opción, qué duda cabe; pero yo tenía ilusión por sentirte con mayor grado de intimidad, no sé... —lo dice mientras acerca el vaso para observarnos y a continuación aproxima por un momento el borde hacia sus labios prominentes  y continua—  Lo de meterte en un fruto lo había pensado, sí, concretamente en una uva, para luego convertirte en vino ¿sabes? Pero al final decidí embotellarte, era una opción más rápida y eficaz para adelantar nuestro encuentro.

—Me parece una decisión absurda, sinceramente y, desde luego, cruel  —le he tenido que contestar con acritud. Él parece asombrado pero yo continuo— Ninguna de nosotras debería ser embotellada, y mucho menos en plástico. Es una aberración, un insulto a quienes somos la esencia de la vida. Hasta ahí ya no tiene remedio, pero ahora, por favor, hazme caso: regaremos tu jardín y verás que hermoso se pone.

—Perdona, pero soy yo el que decido ¿eh? No olvides que soy el autor.

—Menudo autor de mierda. —no puedo reprimir mi indignación— Pues venga, haz lo que te dé la gana; a mí ya no me importa, tengo mi propia existencia, aparte de la que tú me has dado. La prueba es que estoy aquí hablando contigo. Yo, una simple molécula a quien tú no tienes capacidad de destruir. Hagas lo que hagas yo seguiré mi camino independiente ¿No te das cuenta, gilipollas?

En aquel momento me bebió. Como un poseso nos bebió a todas en varios tragos seguidos. No dejó en el vaso ni una sola gota. Apenas sintió placer, sólo rabia. Yo desde dentro estuve observándole, por mera curiosidad, durante unas cuantas horas; y no quiso arrepentirse, qué va. Tal es la soberbia de los humanos.

Lo último que supe de mi autor fue cuando a los pocos días me sudó. Me sudó a través de su apaisada calva un caluroso día de verano. Tuve suerte porque rápidamente me evaporé y continué mi ciclo hacia las nubes. Nunca volví a encontrármelo. Imagino que él seguiría creyéndose que controlaba mi existencia. Estaba muy equivocado. Todos los personajes sabemos que nuestra vida transciende a la de nuestros autores. Lo saben hasta los ratones; la luna y el sol; el lobo, un personaje entrañable con quien tengo a menudo ocasión de charlar cada vez que bebe en algún arroyo y coincidimos.  Llevo más de cien ciclos, ya casi pierdo la cuenta. He corrido por increíbles paisajes; di saltos vertiginosos en grandes cataratas; hasta un hermoso glaciar fue mi anfitrión durante más de mil años. Ahora circulo lentamente por los meandros de un hermoso río tropical. Falta poco para llegar al mar y tengo muchas ganas. Echo de menos sus sales. Mira: ¡Aquí está! Por fin llego. Cada vez más hermoso, sin plásticos, limpio ya de toda esa basura que arrojaban los humanos. El mar. Otra vez el mar.  

 

  

 

 

Algunas fuentes consultadas: