Crónica de una esclavitud anunciada
(Tecnologías de la
Información)
"Antes era Dios quien lo sabía todo sobre nosotros, ahora es Google. El problema es que Google sí existe”.
Al tener la boca enmascarillada, son sus cejas las que hablan; algo despobladas ya por la edad, suben y bajan, se inclinan a un lado y otro como marco movedizo de unos ojos desorbitados que se clavan en los míos. Se explaya en cada contestación. Añade anécdotas una tras otra; a veces se arrepiente de alguna “No, perdona, eso no lo pongas, que no viene al caso”. Es difícil conseguir que se centre en lo preguntado, pero resulta peor cortarle y dejar su discurso a medias, pues vuelve al tema reiteradamente en las preguntas siguientes. Antonio B —así le llamaremos porque no desea que se le identifique— es un jubilado del sector de las Tecnologías de la Información; ese sector, IT en sus siglas anglófilas, qué tanto ha cambiado la sociedad y afectado a nuestras vidas. De todas las personas y fuentes consultadas para este artículo, él es quien manifiesta más pesimismo. Así transcurrió la entrevista:
—El crecimiento de la industria de IT, así como de su importancia estratégica, ha sido el más acelerado y trepidante de la historia ¿Cómo se ha vivido, desde dentro, la evolución en este sector?
—Pues con mucha ilusión al principio; bastante vértigo después; y ahora con decepción, o más bien frustración diría yo. Quién iba a decirnos que aquella industria innovadora, la que hace sólo cuarenta años nos sorprendía liberándonos de los trabajos mas arduos y tediosos, simplificando la burocracia en las oficinas, en las fábricas, tanto en empresas privadas como en las administraciones públicas; quién iba a imaginar, decía, que aquel sector tan prometedor acabaría alcanzando el enorme poder que ahora ostenta y la forma cruel en la que lo ejerce. Lejos de sus objetivos iniciales, la tecnología no ha resuelto ninguno de los problemas endémicos de nuestra sociedad; todo lo contrario, los ha agravado. La injusticia social, por ejemplo; la explotación humana sigue campando a sus anchas en todo el planeta. Estamos, sin duda, inmersos en un nuevo modelo: el Feudalismo Tecnológico.
—Pero el modelo no parece tan nuevo. Marx ya lo visionó así desde la primera industrialización ¿no cree usted?
—Puede parecerlo. Continúa habiendo una explotación del ser humano por el ser humano similar a la sufrida en toda la historia, pero ahora hay una nueva modalidad de esclavitud, menos evidente, menos explícita, añadida de forma subterfugia a la anterior. Gracias a la detallada observación por parte de las grandes compañías tecnológicas de nuestra actividad en las redes: nuestros hábitos, gustos, manías, debilidades y fortalezas, unido a la vigilancia estrecha, el control al que nos vemos sometidos constantemente, vía geolocalización, reconocimiento facial, etc., todo ello permite manejar nuestros comportamientos, inducir los consumos, programar nuestras vidas según los intereses del Capital; estamos a su merced, a su antojo absoluto. Y para el Capital hay un objetivo principal muy por encima de todos: “maximizar el beneficio”; cualquier otro objetivo es meramente ornamental. En ninguna junta de accionistas se cuestiona el “cómo” se maximiza el beneficio, sólo el “cuánto” va a ser ese beneficio y el “cuándo” vamos a obtenerlo. Si los gestores al frente de la empresa arguyen razones ético-legales para limitar o demorar el beneficio, son cesados fulminantemente sustituyéndolos por otros más ambiciosos y con un mejor equipo de abogados.
—Siempre se ha acusado a la tecnología de destructora de empleo neto.
—Efectivamente. Cualquier implantación de nueva tecnología suele ir acompañada de una reducción de puestos de trabajo. A la hora de “vender” el proyecto se le habla al cliente de los beneficios: el aumento de la competitividad de la empresa gracias a la disminución de costes de producción y de los costes laborales. La alta dirección suele frotarse las manos preguntando a continuación “Y, tras la implantación del proyecto ¿de cuántos trabajadores vamos a poder prescindir sin perjuicio de obtener el mismo beneficio?”. Una vez tomada la decisión, con el contrato listo para su firma, me han llegado a pedir, en voz baja, “Nada de esto debe llegar a oídos de los sindicatos ¿de acuerdo?”.
Como no podría ser menos, el sector de IT, facilitador para los demás sectores de estas nuevas técnicas de explotación, es igualmente cautivo de ellas.
—¿En qué momento empezó usted a darse cuenta de que el sector de IT viraba hacia estos derroteros?
—Hará unos veinte o veinticinco años. Mi director europeo era entonces un italiano simpatiquísimo, siempre disponible a todos los empleados independientemente del rango, abierto a críticas, buena persona, Pier Carlo se llama —perdone que no diga el apellido— ya está retirado como yo. Una de sus gracias era precisamente cómo describía el cambio en el sector, decía: “Antes, estabas charlando tranquilamente en la barra de un bar y cuando los de alrededor se enteraban de que eras informático, te veías en seguida rodeado de bellas chicas intentando ligar contigo. Ahora, en cambio, tienes que abrirte camino a codazos entre un montón de informáticos para acceder a la barra y poder pedir una cerveza”. Los primeros síntomas llegaron con la masificación. A un sector con profesionales de perfil innovador, entusiastas del progreso tecnológico, ambiciosos en sus perspectivas de futuro pero con buena conciencia social, como Pier Carlo, se fueron incorporando otros perfiles más parecidos al estándar capitalista, o sea: mucha codicia y pocos escrúpulos. Estos nuevos cachorros del Capital escalaron rápido hasta las cúspides de las multinacionales. IT pasó a ser uno más entre los sectores esclavizados.
—Y la política ¿qué papel juega? Los poderes públicos, los gobernantes ¿no están teniendo nada que ver en todo esto?
—Algo sí, desde luego. Eso varía según las particularidades de cada sociedad, de cada cultura.
En China la nueva esclavitud se aplica sin ningún tipo de limitación. El espíritu crítico es casi inexistente, todos obedecen, cumplen con lo que se les establece sin cuestionarlo. En toda su historia jamás tuvieron nada asimilable o parecido a una democracia. La vigilancia en las ciudades es absoluta, con cámaras en todas las calles y espacios públicos.
En Estados Unidos sí ha habido tímidos intentos de regular el funcionamiento de sus multinacionales. Obama quiso exigirles la aplicación de las mismas normas, en lo que respecta a derechos humanos, tanto en EEUU como fuera, para todas sus cadenas de producción deslocalizadas hacia países de bajos costes laborales. Pero el Capital, a través de sus lobbies en el Congreso y Senado, se encargó de que todo quedara en agua de borrajas; lo mismo pasó con su Obamacare, que se aprobó muy descafeinado y con el resto de buenas intenciones.
En Europa los lobbies también hacen "su trabajo" con los eurodiputados. Aún así hemos vivido la deslocalización con más resistencia, pero al final se ha llegado al mismo punto. Siempre pongo esta anécdota personal como ejemplo:
En
el año 2009 trabajaba en una multinacional
alemana que había empezado a deslocalizar parte de las tareas de
desarrollo trasladándolas a la India. Al principio hubo fuerte
oposición, incluyendo huelgas, pero se acabó aceptando la pérdida de
2.000 puestos de trabajo mediante un programa de bajas incentivadas. Yo
llevaba entonces un proyecto de renovación tecnológica en una
gran compañía de transporte española. Habíamos comprometido un
plazo de dos años para su ejecución, si se demoraba habría
penalizaciones. Para la parte más laboriosa del desarrollo a medida
se utilizó, por primera vez desde España, el nuevo Centro de
Desarrollo de Bangalore, en India. Transcurrido año y medio el retraso
del
proyecto era evidente y estaba causado por esos desarrollos, pues las
equivocaciones eran continuas, los indios no entendían bien los
requerimientos del cliente. Mi enfado con ellos llegó a tal punto
que, pidiendo todos los permisos requeridos, obligué al jefe de
equipo de aquel desarrollo, de nombre Ranjit, a venir a Madrid para ver
directamente y entender de una vez por todas cuáles eran las
expectativas de funcionamiento del programa a desarrollar. Desde el
aeropuerto,
donde me acerqué a recogerlo, fuimos directamente a las oficinas del
cliente. Tras una larga sesión, salimos agotados —él más que yo
pues acumulaba mucho sueño atrasado—. Lo llevé en coche al hotel,
y allí, parados en doble fila frente a la puerta, le dije: “Bueno,
pues ya tenemos claro qué es lo que quiere el cliente ¿verdad?. No
perdamos ni un minuto más, venga, llama a tu equipo y que se metan con
ello ya mismo”. Al oírlo Ranjit se quedó mudo unos segundos,
mirándome perplejo, y me contestó “¿Mi equipo...? Mi equipo soy
yo”. No podía dar crédito a lo que me decía. Lo que en Europa
se hubiera tenido que realizar con al menos cinco o seis personas,
allí pretendían que lo llevara a cabo él solo. Por fin comprendí
la verdadera causa del retraso. Comprendí mi error al dar por
supuesto que las cosas funcionarían igual allí que aquí. Me
arrepentí amargamente de haberme quejado de él ante su dirección
sin tan siquiera haberle preguntado con qué recursos contaba. Me
sentía un desalmado. Lo primero que le dije fue “Perdona, de
verdad que lo siento; no me imaginaba que trabajarais de ese modo”.
Aparqué y cenamos juntos. Nos contamos mutuamente las vidas. Ranjit se
interesaba por todo, era la primera vez que viajaba fuera de India. Ya
a los postres, le expliqué que el salario en Europa para un puesto
de trabajo similar era cuatro veces mayor que el suyo, a lo que se
sumaban una serie de beneficios: coche de
compañía, cobertura sanitaria, seguridad social,
etc. pero, sobre todo, con un horario de trabajo de 40 horas a la
semana y un mes de vacaciones. Él me contó que allí se trabajaba todo el
año de lunes a sábado, sin apenas descanso entre jornada y jornada. A
lo que yo añadí "Y además bajo la presión y las llamadas recriminatorias
de algún desalmado como yo..."
Tras
decir eso, Antonio B se quedó pensativo un buen rato. Era la primera
vez que interrumpía su discurso por iniciativa propia, sin tener yo que
cortarlo. Dejé pasar unos cuantos segundos más pero él mantenía su vista
perdida en el infinito, por lo que decidí intervenir.
—¿Y cómo terminó aquel proyecto?
...Ah sí. Pues en Bangalore reaccionaron, pusieron más recursos a disposición del proyecto. Conseguimos evitar las penalizaciones. Ranjit vive ahora en Seattle, EEUU, como muchos otros informáticos indios. Algunos de sus antiguos compañeros se suicidaron. Sí, se tiraron por la ventana; seguramente por no conseguir entregar en plazo alguno de sus programas. (ver nota1)
—Se entrevé bastante remordimiento en su discurso.
—Es verdad. Los que estábamos implicados y seguíamos de cerca el mundo de la Tecnología, podríamos haber ido denunciando los peligros que conllevaba. Pero no, tal vez para mantener el empleo optamos por el silencio. Un silencio cómplice. Igual que en aquella novela de García Márquez, en la que todo el pueblo sabía que uno de los protagonistas iba a ser asesinado, pero nadie hizo nada por evitarlo. La historia tenebrosa de la humanidad no solo la escriben los poderosos despiadados, no, también los ciudadanos de a pie con nuestra pasividad, nuestra inacción, con esa actitud de tragar en silencio lo que ellos dispongan. La nueva esclavitud se preveía, se planificaba desde hace décadas. Estaba claro que alcanzaría, ya ha alcanzado, prácticamente a todos los tipos de puestos de trabajo, en todo el mundo y a todas las clases sociales. Y no sólo en el mundo laboral, también somos esclavos en el poco tiempo de ocio del que disponemos, dedicándolo inconscientemente al consumo inducido. Las nuevas técnicas de explotación humana se han extendido globalmente sin que ninguno de los que lo sabíamos de primera mano hiciéramos nada por evitarlo; es la "crónica de una esclavitud anunciada".
—Pues un magnífico título me acabas de dar para este artículo. Gracias, Antonio. —le dije, tuteándole esta vez, no sé por qué— y con esto dimos por finalizada la entrevista y nos despedimos chocando nuestros codos, como ahora corresponde en estos tiempos aciagos de pandemia.
Nota 1.- Why Bangalore is India's suicide capital https://www.rediff.com/news/2008/feb/14spec.htm