Thursday, 17 January 2019

Secuelas



   —Buenos días, Miljenko ¿cómo estamos? —le saludo desde el coche en segunda fila— ¿qué tal llevas lo mío?
   —Hola Kristija. Pues bastante bien. El interior está prácticamente terminado, estoy ahora preparando el mortero para enfoscar por fuera. ¿No echas un vistazo?
   —¿Has terminado el interior? ¡Uau, qué rápido eres! Sí, espera que aparco y lo veo.
   Este hombre se ha hecho, él solito, casas enteras, es increíble; un magnífico albañil que además sabe de fontanería, de electricidad... de todo; un auténtico manitas que hace las chapuzas de media ciudad.
   —Pues nada, chico, que ando liado a tope en la oficina. Llevo dos o tres días queriendo pasar por aquí y no hay manera, oye. —él está agachado removiendo la mezcla en una cuba— Pero... no, no ¿qué haces? espera, que esta pared no hay que enfoscarla.
   —¿Cómo? —me mira extrañado— a ver: esto es una prueba para comprobar que el mortero agarra sobre el paramento, tal cual, sin necesidad de picarlo —lo tantea con la mano Ah, pues mira, parece que se adhiere bien fuerte, sí, porque la mezcla va bien cargadita de cemento ¿sabes? más de lo habitual y la arena es muy fina, ¿ves?... —con la paleta coge mortero de la cuba, me lo enseña y lo arroja sobre la pared al lado de la prueba anterior.
   —¡No, no! Sobre esta pared no, por favor, que esta va tal cual, haz las otras tres, pero esta no la toques ¿vale?. Buff... pues menos mal que he llegado a tiempo. Quita la prueba, Miljenko, por favor quítala.
   —No entiendo nada, Kristija —se levanta y me mira incrédulo— ¿Acaso quieres dejar esta pared así, con todos los impactos de las balas ahí a la vista? —sus ojos se clavan en los míos, me queman, tengo que mirar para otro lado.
   —Pues sí —tras dar un paso atrás le devuelvo la mirada— A ver... la verdad es que no me imaginaba que la obra fuera a ir tan deprisa. Yo pensaba ir diciéndote los detalles según avanzara. Porque me dijiste que ibas a empezar con el interior ¿verdad?
   —Sí, y eso he hecho. Pasa, pasa adentro y lo vemos.
   —Ahora entramos, sí, pero espera, por favor quita ese cemento de ahí. Lo lamento, debería haberte explicado más en detalle cómo lo quería.
   —No, no —me interrumpe airado— tú sí me lo explicaste perfectamente y yo tomé nota para calcularte el presupuesto. El exterior iba enfoscado y encalado todo, eso me dijiste.
   —No, perdona, lo de “todo” no te lo pude decir, porque no es lo que pensaba hacer. En cualquier caso lo siento, oye. Tal vez teníamos que haberlo dejado por escrito, cada partida especificando lo que había que hacer.
   —No me jodas, tío, no me jodas. Fuiste tú quien no quiso el presupuesto por escrito: “Que somos vecinos y hay confianza, hombre, no hace falta”, me dijiste.
   —Tienes razón, sí, y no es cuestión de confianza, que por supuesto la hay, sino de hacer las cosas bien. Reconozco que fue una cagada por mi parte.
   —Mira es igual, yo no te voy a cobrar más, por supuesto, pero esta pared hay que adecentarla de una puta vez. Es que está en la entrada del pueblo, tío. Parece querer decir: “Bienvenidos a este bonito pueblo donde los vecinos solemos fusilarnos unos a otros”. Estoy harto ya de pasar por aquí y quedarme deprimido el resto del día.
   —Ya, lo comprendo, pero tienes que entender que la casa es mía, joder, déjame que elija yo cómo la...
   —Vale, vale, no se hable más —me interrumpe subiendo el tono, se pone en pie y empieza a recoger muy enfadado— Mira: me pagas lo que que ya está hecho, lo del interior, y no se hable más. El exterior que te lo haga otro.
Me he quedado atónito observándole. Resulta curioso el contraste entre esa voz tan aguda, casi infantil que tiene, con lo fornido de su cuerpo. A ver cómo puedo reconducir la situación.
   —Por favor Miljenko no te lo tomes así. Te invito a un vino cojonudo que sirven en el bar de la esquina ¿lo conoces?
   —¿Cómo quieres que me lo tome? —no me escucha, él sigue recogiendo mientras habla— Qué maldita manía tenéis algunos de conservar abiertas las heridas de este puto país en el que nos ha tocado vivir. ¿Vivir digo...? Eso los pocos que aún sobrevivimos. Vivir matándonos, eso es lo que hacemos. Basta ya de contar y recontar muertos restregándonoslos por la cara todos los días. Habrá que mirar también al futuro ¿no? —Ha hecho una pausa, parece que se tranquiliza— Enfosca esta pared, tío, libera a tus vecinos de estos horrores y ya, de paso, te liberas a ti mismo. Borra todo vestigio de estas crueldades.
   —¿Borrar los vestigios dices...? Ya. ¿y qué hacemos entonces? ¿tiramos abajo también los barracones de Auschwitz? ¿Desmontamos el museo del genocidio? Eso es, que no quede ni rastro de aquel horror. En su lugar construiremos una urbanización con chalets adosados para que los currantes como tú y yo nos dejemos la piel pagando la hipoteca ¿vale? Eso es, podemos conservar el cartel de la entrada “Arbeit macht frei”. Qué bonito ¿Es eso lo que tú quieres? Ya lo hicimos en Jasenovak, aprovechar la siguiente guerra para borrar a bombazos los vestigios de aquel genocidio.
   —Por supuesto que no, Kristija. Pero esto es aquí, en nuestro pueblo, joder. Esto es otra dimensión, no mezcles las cosas. Yo no quiero tener que contar a mis hijos la misma historia triste cada vez que pasamos por aquí ¿comprendes?.
   —No tendrías por qué, ya en su cole se lo habrán contado, en clase de historia les habrán explicado la vergonzosas guerras que nos hemos venido montando en este país.
   —¿Ah sí? ¿Tú crees que les cuentan...? Pues sí, les cuentan, lo sé bien por mis hijos; les cuentan pero de forma sediciosa, adoctrinándolos desde pequeños. Igual que en la iglesia, sí, toda esa mierda de religión que os meten en la cabeza desde los púlpitos —me contesta irritado mientras sigue recogiendo. Creo que se ha pasado tres pueblos.  Perdón... perdón, no he querido ofender corrige ahora al observar la indignación en mi cara que no he podido disimular—, no me refería a la religión en sí. Cada uno va a su iglesia, ortodoxa o católica, qué más da, o a la mezquita como los bosnios, todas las creencias son muy respetables; lo que no debemos permitir es que desde los templos, sean de la religión que sean, se infunda el odio a otras personas de distinta fe. Y no sólo en los templos, no, en la prensa, en la televisión... Eso sí que es una mierda. Y mira a donde nos lleva... —señala la pared— a fusilarnos unos a otros.
   —Pues precisamente por eso quiero dejar esta pared así. Que quede patente lo que jamás debe volver a suceder. Esta casa era de mi suegro, como ya sabes. A él lo mataron aquí, joder, donde tu estás ahora... —no puedo, me brotan emociones que no puedo controlar. Estoy andando como un mono de un lado a otro, gesticulando como un gilipollas, como lo que soy. Y él tiene razón, mucha razón.
   —Joder, tío, no lo sabía —se levanta, se me acerca y apoya su mano en mi hombro. Me produce una sensación rara. El cuerpo me pide dar un paso atrás y retirarle la mano, pero no, de alguna forma me siento agradecido por su gesto, me reconforta. Me da una palmada y continúa hablando— Yo te comprendo, Kristija, pero dices que quieres que quede patente... ¿el qué?; porque así lo que queda patente es el rencor ¿no te das cuenta? Aquí todos guardamos rencores, de forma más o menos consciente, pero absolutamente todos tenemos incrustados muy adentro esos rencores, esas malditas secuelas de guerra. A mi cuñado lo mataron con once años por escribir en cirílico ¿te imaginas? Mi mujer, que era entonces mi novia, se libró por los pelos; era unos años mayor que su hermano y ella sí le hizo caso a sus padres, serbios los dos, cuando les advertían: “en la escuela no se os ocurra comentar esto ni aquello; y sobre todo ni se os ocurra escribir en cirílico...” En fin...
    —Qué tremendo. Conocía esa historia, como la de tantos otros niños, pero no sabía que te tocaba tan de cerca...
    Nos hemos quedado mudos los dos. Él ha terminado de recoger todas sus herramientas, metiéndolas en grandes bolsas de deporte. Ahora se acerca a por la escalera que está apoyada, pero se queda mirando la pared un buen rato y me dice:
   —Pues los hubo con muy mala puntería ¿eh? Fíjate en esos disparos —señala los más altos.
   —Que va, no es mala puntería, todo lo contrario. Se apunta a la cabeza y, a la orden de fuego, se sube el fusil y se dispara medio metro más arriba. No es nada fácil, si el oficial al mando del pelotón se da cuenta, tú eres el siguiente fusilado. —se ha quedado mirándome receloso. No debo darle más explicaciones, aunque es un tipo extraordinario, una bellísima persona, pero lo cierto es que sus argumentos son sólidos; debería replantearme qué hacer con esta pared— Oye Miljenko... espera un momento. por favor, que estoy dándole vueltas... Mira, creo que me has convencido. Me parece que...
   —No jodas —me interrumpe— Estaba yo a punto de decirte a ti lo mismo —vuelve a apoyar la escalera y se me acerca— El que me has convencido eres tú a mí. Mira: a ver qué te parece si le echamos cal a todo, directamente, sin enfoscar; cuidando que no entre la cal en los orificios ¿sabes? porque así se quedan oscuros y resaltarán más. ¿Cómo lo ves?
   —Joder, tío, definitivamente somos la hostia. Ja, ja —nos reímos a carcajadas— hemos acabado intercambiando los papeles. No sé... la verdad es que no sé que decirte...
   —Pues mira, ahora si que te acepto ese vino de la esquina, que buena falta nos hace ¿sigue en pie tu invitación?
   —Por supuesto, allí que vamos —miro el reloj, joder, qué tarde es; hoy en la oficina me ponen de patitas en la calle.  
   Iniciamos la marcha. Yo echo un último vistazo a los balazos, a esos dos más altos, los que yo disparé. Ahora estoy en duda, no sé si quiero volver a verlos. Que sea el vino quien decida.