Friday, 8 November 2019

Cambiando sábanas a los alcornoques



  Soy un provocador compulsivo, no lo puedo evitar. Por eso esta mañana, cuando escuché unos golpecitos en la puerta y una voz femenina preguntando "¿se puede pasar?", me quedé callado. Al no responder nadie, la empleada del hotel entró dispuesta a limpiar mi habitación, pillándome en bolas, o para ser más exactos: desnudo de cintura para abajo, pues en ese momento me disponía a entrar en la ducha y aún no me había quitado la camisa del pijama.
Perdone, pensé que no había nadie; ya vendré luego a limpiar dijo mirándome cara a cara con toda naturalidad, sin afectarle lo más mínimo mi desnudez.
No por favor, vaya usted limpiando si es tan amable. Es que tengo que recibir aquí a una persona ¿sabe?, y debe estar a punto de llegar. Yo voy a darme una ducha rápida y le dejo libre el baño también le dije cruzándome con ella para entrar en el cuarto de baño.
Bueno, si es así me quedo, y no se preocupe que le hago la habitación enseguida.
Antes de entrar en el baño la observé un instante cuando giró para ponerse manos a la obra, y dentro de la bata azul pálido de tres tallas mayor que ella pude intuir un sugestivo cuerpo grácil.
La mujer, en vez de mostrarse incómoda, había manejado la situación con absoluta profesionalidad, frustrando por completo mi afán de provocación. Durante la ducha estuve dándole vueltas y llegué a la conclusión de que debo ser algo exhibicionista. Los exhibicionistas se frustran enormemente cuando no consiguen escandalizar a sus víctimas. Sin duda había encontrado una nueva faceta de mi personalidad: soy provocador y también exhibicionista, a la par que mentiroso, sí, porque la verdad es que no tenía tanta prisa. En cambio sí es cierto que espero recibir a alguien, aunque no en mi habitación sino en una sala de reuniones del hotel; tengo una cita ni más ni menos que con la Secretaria de Estado para Asuntos de Seguridad, mi jefa, que, junto con otros tres subsecretarios, vienen a analizar mi propuesta “Plan Estratégico para una Seguridad Global”. Llevo toda la noche sin dormir dando los últimos retoques a la presentación.
Me duché a toda prisa y salí repentinamente del cuarto de baño, ahora sí totalmente en pelotas para dar debido curso a mi recién estrenado exhibicionismo, y fue entonces cuando la sorprendí con mi informe en las manos. Me dio un vuelco el corazón; y no sólo a mí, pues en esta ocasión sí obtuve por su parte la reacción de sobresalto que hubiera cabido esperar, aunque no por mi desnudez sino por otro motivo muy distinto: la había pillado in fraganti. Esta falsa limpiadora de hotel, esta supuesta kelly, resultaba ser una infame espía; no sabía de qué organización, pero allí estaba leyendo un informe con contenidos altamente confidenciales.
Ya me extrañaba su exquisita profesionalidad le dije mientras me acercaba a la entrada y bloqueaba la puerta.
Estaba usted más atractivo disfrazado de alcornoque me contestó intentando aparentar tranquilidad y sin soltar de su mano el informe.
¿Disfrazado de qué? me aproximé con cautela, atento a los posibles movimientos de sus manos, hasta arrebatárselo de un tirón certero.
De alcornoque repitió ella levantando sus brazos en señal de rendición En mi pueblo los hay a cientos. Les sacan el corcho de los troncos, dejándolos desnudos de cintura para abajo, como usted cuando entré continuó, esforzándose en desdramatizar la situación en la medida de lo posible.
Pues ahora este alcornoque recupera parte de su corcho le dije tapando por un momento mis genitales con el informe ya sólo falta recuperar las imágenes que, a buen seguro, ya habrá enviado a sus compinches. Deme su teléfono, por favor
No lo llevo encima, de verdad, puede comprobarlo si quiere ella seguía con sus manos a media altura El móvil lo dejo siempre en la taquilla, con mis cosas. Lo siento de verdad, señor. Yo comprendo su preocupación, pero esto no es lo que parece. Le aseguro que no era mi intención leer este documento. Lo que me pasa es que... hace una pausa cerrando los ojos y girando la cabeza a un lado y a otro mi problema es que no puedo reprimir la curiosidad, porque yo también escribo ¿sabe? y cuando veo unos folios escritos pues... se me van los ojos.
Ya... ¿Y para quién escribe esta espía tan avezada y curiosa? Si puede saberse le pregunté mientras guardaba el informe en el maletín y sacaba el móvil de mi chaqueta, sin dejar de vigilar sus movimientos.
Pues es que tenemos una tertulia literaria unos cuantos amigos. Somos sólo aficionados, cada uno tiene su trabajo, yo... aquí me ves dijo tuteándome por primera vez Escribimos relatos y nos juntamos a leerlos cada dos miércoles. ¡Por favor no digas nada en el hotel, me despedirían! —exclamó al ver que marcaba en el teléfono.
No llamo al hotel.
¡Ni a la policía, por favor! Yo no sabía que eran tan importantes esos papeles, de verdad —le tembló la voz y me miró con ojos suplicantes.
Estoy llamando a mi servicio de seguridad; están abajo en el hall. No les va a gustar nada que les dé un asuntito más, están muy atareados últimamente. Aunque tú se lo puedes facilitar si me dices para quién demonios trabajas.
Ay, no, por favor te lo pido, no llames.
En ese momento dejé de marcar. La mujer se había descompuesto. Yo no sabía ya qué creer, porque la imagen frágil y tierna con que me suplicaba no se correspondía en absoluto con aquel comportamiento tan frío y sospechosamente formal de cuando entró. Tal vez decía la verdad y no era más que una limpiadora de hotel con aficiones literarias. Por otro lado pensé también en los perjuicios que, sin duda, me iba a ocasionar si en el Ministerio se enterasen de este incidente. Me pedirían explicaciones por no haber custodiado adecuadamente un informe que, una vez revisado por la Secretaria de Estado, sería clasificado como alto secreto de estado.
No sé qué pensar. Me juego mucho en esto ¿sabes? le dije aún dubitativo.
De verdad que lo siento muchísimo. ¿Cómo iba yo a imaginar? dijo ella mientras se acercaba y apoyaba su mano en mi antebrazo.
Creo que entonces, con el suave contacto de su mano sobre mi piel, se hizo para los dos más evidente mi desnudez y, no sé ella, pero yo sentí de repente algo de vergüenza, aunque aguanté el tipo sin que se me notara.
Es la primera vez que me encargan un informe de tanta importancia. No puedo correr riesgos, compréndelo; me tienes que decir qué es lo que has leído de este informe. Te ha dado tiempo de leer un buen trozo ¿no es cierto?
Sólo el principio... bueno... y un poco de en medio.
¿Te lo has leído entero? ¡Las setenta páginas! Pues sí que eres buena lectora, porque mi ducha ha sido rápida.
No, lo he leído muy por encima. Pero me hace gracia que hables de "la defensa de nuestro sistema de vida", cuando en realidad te refieres a la defensa solo de... de los más favorecidos, o sea de los ricos y de sus empresas... comentó dejándome anonadado.
¿Eh...? Vamos a ver, un momento... O sea que no sólo lo has leído sino que lo has estudiado a fondo. Es increíble me senté en una de las dos butacas junto a la ventana mientras le señalaba la otra Hazme el favor, siéntate y me cuentas qué has entendido de todo el informe.
No puedo quedarme más tiempo, perdona, me echarían en falta enseguida; tengo que hacer todas las habitaciones de esta planta antes de las doce, si no me la cargo. Pero si quieres que te diga la verdad, no estoy de acuerdo en ninguna de las propuestas. No sé para qué tanta vigilancia en todos los sitios. Lo podría comprender en los centros oficiales, pero de ahí a poner cámaras en todas las calles, en cada esquina, me parece absolutamente demencial; sistemas permanentes de localización de personas, ¡inspectores camuflados en cada edificio...!
Pues claro, es un plan similar al que ya está funcionando en toda China. Este hotel, por ejemplo, por ser de cinco estrellas, y a pesar de estar en medio del campo, pasaría a tener una cobertura de vigilancia de nivel 3C; de esta forma lo que nos ha pasado hoy...  quiero decir... que tu hayas podido leer este informe, no hubiera sucedido, porque ahí le dije señalando la salida del aire acondicionado hubiera habido una microcámara oculta que, sabiendo que hoy iba a alojarse aquí un alto funcionario de la Secretaría General, o sea yo, hubiera estado conectada al sistema de alertas especiales categoría 5, de vigilancia 24x7 y acción inmediata, además lo hubiera grabado todo, por supuesto, como prueba testimonial.
No me digas... Pues sí, sí, me parece genial... y ahora me echarían del trabajo por estar aquí charlando tranquilamente con un señor desnudo cuando tengo todas las habitaciones por hacer.
Fantástico, veo que lo has entendido le dije subiendo el dedo pulgar para indicar su acierto.
Me tengo que ir. Ha sido un placer; y lamento de verdad lo ocurrido se dirigía ya a la puerta cuando la interpelé:
Perdóname un momento. Déjame que te aclare una cosa ella se volvió con resignación Daré por cierto que no eres espía. No voy a llamar a Seguridad, aunque estaría obligado a hacerlo, pero tanto a ti como a mí nos metería en complicaciones, está claro —al oírlo su rostro resplandeció esbozando una sonrisa encantadora.
Pues muchas gracias, y de nuevo perdona.
Mira, escucha esto que te va a sorprender: Imagino que tras leer el documento pensarás que soy un gilipollas; pero yo tampoco soy lo que parezco. Es cierto que está escrito por mí, pero no pretendiendo que lo apruebe la ministra, no, sino todo lo contrario. Lo he escrito con ánimo provocador. Para evidenciar las contradicciones del sistema al oír esto dio un paso acercándose con cara de asombro Quiero que comprendan que no tiene sentido resolver la seguridad sin antes resolver muchos otros problemas, como la injusticia social, el hambre, las discriminaciones...
Exactamente me interrumpió porque son ya muchos siglos oprimiendo sistemáticamente a los pueblos, esclavizándolos; y donde se siembra amargura se recoge odio.
¿Has leído las propuestas finales? le pregunté.
Sí, son ridículas. Me parecen absolutamente demenciales.
Efectivamente. He demostrado, mediante un mero proceso lógico, irrefutable, que, partiendo de sus premisas, sólo se puede llegar a ese aberrante escenario de vigilancia total, de control absoluto sobre las personas, que describo en las conclusiones. La supuesta defensa de la libertad, según ellos la entienden, que no es otra cosa que la defensa de su egoísmo y su avaricia, nos llevará inevitablemente a la pérdida de las libertades individuales y colectivas más elementales, a un mundo abominable.
Eso es remarcó ella acercándose con ojos encendidos Poco a poco el sistema entrará en agonía, asfixiado por su propio celo. Así es como se perfila la decadencia de este Imperio del Capital.
Me mantuve unos segundos inmerso en la hermosura de ese rostro tan expresivo y a la espera de que mencionara el autor de la cita, pero no, la frase era de su propia cosecha.
Me encanta lo que has dicho y cómo lo has dicho. Tus aptitudes literarias están fuera de toda duda.
Gracias contestó si dejar de penetrarme con su mirada.
Me sentí seducido hasta la hipnosis. La hubiera besado desenfrenadamente. Habría acariciado cada centímetro de su piel navegado a la deriva bajo esa bata tres tallas más grande que ella. Pero en ese momento sonó mi móvil. ¡Mierda! Siempre en los momentos mágicos suena algún móvil que los interrumpe. Era la jefa, la ilustrísima Secretaria de Estado para la Seguridad, a la que reporto desde hace un mes (no sé muy bien por qué demonios se le ocurrió nombrarme su asesor, pero seguro que como resultado de alguna de mis provocaciones); me esperaba en la sala de reuniones para revisar conmigo el documento. De un tiempo a esta parte y por razones de seguridad, las reuniones se suelen hacer en distintas instalaciones militares; de hecho, los altos cargos apenas aparecen por el ministerio, sólo los empleados de bajo rango asumen el riesgo de un atentado. Sin embargo últimamente, la demencia de los que ostentan el poder les ha llevado a aceptar una propuesta mía mediante la cual se reúnen, nos reunimos, en hoteles apartados, reservando las habitaciones a nombre de supuestas empresas; se envían horas antes fuertes contingentes de seguridad camuflados y luego llegan ellos, llegamos, de incógnito.
Ahora soy yo el que me tengo que ir. Deséame suerte le pedí mientras guardaba el portátil y la impresora en el maletín.
La tendrás. Pero no vayas a ir así, vístete por lo menos de cintura para arriba, de alcornoque, que te sienta bien; si hacéis la reunión sentados alrededor de una mesa seguro que ni se dan cuenta —nos reímos.
Me temo que saldré tarde de la reunión ¿Te habrás ido?
Imagino que sí, pero no te preocupes, te encontraré, disfrazado de alcornoque, cualquier día, en cualquier hotel.

Llevo seis horas intentando provocar a esta pedazo de animal de melenita rubia y afilados zapatos. Pero la estrategia me ha fallado, es increíble. Ya sabía que era una mujer con pocas luces, pero no había imaginado su grado de ingenuidad. Ha seguido desde el principio la lógica atroz de mis argumentaciones asintiendo siempre con la cabeza. En ningún momento se ha sentido provocada ante la absurdez de mis propuestas, todo lo contrario, sugería endurecerlas más, siempre con el apoyo incondicional de sus babosos subsecretarios. Y así hemos llegado a mis recomendaciones finales que, lejos de escandalizarles, les han parecido perfectas cada una de ellas.
Estoy desolado. He decidido tomarme un descanso y reposar la mente mirando por la ventana. Ahora el sol se inclina por poniente y parece que quiere aportar algo de cordura a la reunión, colando su luz naranja y proyectándola sobre la pantalla en la que se ven, angustiadas de sí mismas, mis conclusiones finales. Tal vez ese sol nos transfiera un halo de esperanza. Pero no, esta animal va ha seguir al pie de la letra mis recomendaciones. He fracasado. No la soporto más. Encima ahora me dice que baje la persiana, porque el sol le molesta. ¿Que baje la persiana...? No pienso perder ni un segundo más, me largo.
Perdonad, tengo que ir un momento a mi habitación.
No espero al ascensor, corro escaleras abajo. A la mierda la Secretaría General, a la mierda mi puesto de alto funcionario de mierda. Me voy. Afuera me espera aún el sol para escondernos juntos más allá del horizonte. Seremos libres. Pasaré con él la mejor noche de mi vida.
¿Dónde vas con tanta prisa, alcornoque?
¡Anda, que sorpresa! Pues me iba corriendo porque he quedado con el sol, vamos a ir de juerga toda la noche.
Con el rostro iluminado de quien sale un viernes del trabajo, y ya sin la bata azul descolorida de tres tallas más, está verdaderamente preciosa.
¿Qué tal te ha ido en la reunión?
Fatal, creo que he perdido toda mi capacidad de provocación. ¿Y tú? ¿A estas horas sales de currar?
Ya ves.
Pero si esta mañana estabas tempranísimo ahí, dale que te pego, cambiando las sábanas a los alcornoques... Te explotan a conciencia ¿eh?
No más de lo normal.
Lo normal es que estés harta. Seguro que ahora necesitas, igual que yo, olvidarte de este mundo tan cruel. Te propongo una cena de gala: el sol, tú y yo; los tres solos.
Mmm... un alcornoque y el sol… la verdad es que no se puede pedir mejor compañía. Pero antes creo que estoy obligada a aclararte algo ha hecho una pausa para mirar alrededor y constatar que no hay nadie cerca Debo desvelarte un secreto; podré confiar en ti ¿no?
Absolutamente. Dime.
Se arrima en actitud misteriosa hasta hacerme sentir la agradable proximidad de sus labios que, tras un breve silencio seductor, me susurran:
Sí soy una espía.
Me he quedado perplejo un instante, cautivado por esa mirada suya tan serena y viva a la vez, que penetra en mis ojos a la espera de observar cuál será mi reacción.
Vaya... pues yo a ti ya no voy a poder desvelarte nada, porque desde el principio sabes que soy un alcornoque le tiendo la mano e iniciamos la marcha.


Friday, 3 May 2019

La primera dama


La primera dama (ejercicio en riguroso presente)


Se me va a notar. Tengo que cuidar las formas, mantener la cabeza fría. Ahora, al verme apurar la copa, se ofrece gentilmente a ir a por otra. No debería aceptar, pues si se aparta de mí, aunque sólo sea un instante, seguro que algún pesado se acerca a darme la murga y tal vez no tengamos la oportunidad de volver a conversar solos. Y es que me gusta, este hombre me gusta a rabiar. Pero él insiste: “un encuentro entre dos amantes de Brahms bien merece un brindis”, así que acepto agradecida, me vale para tomarme un respiro, para contener este deseo desbordante que me produce su mirada. Aprovecho también para observarle por detrás, esa espalda erguida, esa distinción. Con qué gentileza se abre paso entre los invitados, qué clase. Tengo que acordarme de evitar esta tendencia mía a encorvarme, siempre salgo cheposa en la tele. Hoy quiero que luzcan mis pechos; me encanta cómo él posa discretamente su mirada en mi escote. Debo estirar el cuello, ensayaré mientras vuelve, así, hombros atrás, pero sin que se me note forzada. ¿De dónde me dijo que era?... un país del Este, no sé, tiene rasgos eslavos, aunque por su acento en inglés bien podría ser latino. Qué desastre esta cabeza mía, llevo ya dos años de primera dama y aún no logro estar a la altura de las circunstancias en estos actos, soy incapaz de memorizar los mínimos datos de cada persona, luego meto la pata y lo paso fatal. No acabo de entender qué es lo que tiene este hombre para que, acabándolo de conocer, me vuelva loca. Es guapo de cara, qué duda cabe, sin ser el típico galán de anuncio; tiene un cuerpo esbelto, sí, pero tampoco puede decirse que llame la atención; es quizás la gracia con que se mueve, esa dulzura en sus gestos, y sobre todo cómo se desenvuelve, la simpatía que transmite, no sé, creo que es ese aire refinado y misterioso a la vez lo que más me seduce. Se me va a notar. Llevo demasiado tiempo ejerciendo de esposa oficialmente feliz, reprimiendo todo impulso que pueda ser malinterpretado, sin permitirme ni un solo desahogo. Afortunadamente mi marido está en el salón principal y no puede verme, sigue aguantando el rollo a cada uno de los embajadores que, siempre mirándole de reojo, esperan su oportunidad para abordarle. Todos excepto él, él está sólo pendiente de mí, también lo disimula, por supuesto, pero no me quita ojo en todo momento. Aquí vuelve, lanzándome esa sonrisa cómplice según se acerca. Ay dios... me encanta. Se me va a notar, tengo que mantener la cabeza fría.

Tras el choque lento de las dos copas se acerca y me susurra al oído un brindis en francés. Yo me atrevo mientras tanto a cogerle un instante del brazo, embriagada por el aroma que emana el ramito de jazmín insertado en su solapa. Pero ya no puedo apartar mi vista del imán de sus ojos, y me empieza a dar igual que se me note, qué puñetas, quiero que él perciba cómo con cada sorbo de champagne me bebo también su mirada, que inunda mi boca de excitación y va llegándome al vientre, todo mi cuerpo se sumerge poco a poco en un mar de deseos irrefrenables.

Tenía que ser ella, la mujer del ministro de Exteriores. Qué cretina. Nos interrumpe para proponerme un tour por el palacio. ¡Vaya por dios!, no puedo negarme, van a ir unas cuantas consortes más, se notaría demasiado. Encima aprovecha para fijarse en él, qué descarada, se ve que no le basta con el gorila que tiene por escolta. Me importan un bledo los tesoros que nos pretende enseñar, yo ya he encontrado uno interesantísimo que no deja de sonreírme; pero quedaría fatal si no voy con ellas... ¿Cómo?... Estupendo, él pide unirse a la visita alegando su interés por ver algunos cuadros. Bendita sea la pintura barroca de la escuela francesa. Se apunta, y a ninguna le parece mal... Son todas unas zorras, me lo quieren robar. Allá vamos. Ahora me toca disimular, pero no voy a perder ninguna oportunidad de buscar su mirada furtiva, de rozar su mano en cualquier descuido. Me tiene obnubilada. Tengo que conseguir una cita con él, como sea, no sé con qué disculpa, pero no estoy dispuesta a perder este tesoro divino. Aunque sea difícil, porque estas estúpidas no me dejan en paz, intentando conversar conmigo, haciéndome la corte; así distraen mi atención y no puedo disfrutar observándole. Con qué estilo abre la puerta y nos cede el paso, qué simpatía derrocha en cada comentario. Se me nota, debe resultar evidente que estoy colada por él, pero a estas imbéciles también se les cae la baba; bueno... tal vez así mi actitud pase más desapercibida.

Sí, sí, estas pinturas de Poussin son especialmente bellas. Dice que se quedaría observándolas toda la noche. Y yo con él, si no se diera la maldita circunstancia de que soy la mujer del Jefe de Estado, la que siempre le acompaña con una mueca estúpida de sonrisa forzada, con una chepa incipiente, jorobada, sí, de no poder vivir sin estar pendiente de mi imagen pública. ¿Eh...? Esto sí que es bueno: se queda. Dice que se queda para ver los cuadros con más detenimiento. Es evidente que lo hace a propósito, es una argucia para intentar quedar conmigo; ojalá sea eso. Se me tiene que ocurrir algo... Ya lo tengo... al baño, voy al baño y luego vuelvo aquí a su encuentro, aunque sólo sea mientras ellas terminan el tour. Estoy loca, se me notan a la legua las intenciones. “Es ahí a la izquierda, la primera puerta”, me dice la anfitriona con una sonrisa malévola. Les pido que no me esperen, que sigan la visita.

Ya no se les oye. Él debe estar allí, esperándome. Me derrito. Si todo sale bien, en unos segundos puedo estar por fin a solas con él. Pero tengo que ser cauta... No, no hay nadie en los pasillos, allá voy...

A veces el cielo abre sus puertas y te deja pasar un rato, sólo un rato, a gozar de todos los placeres, a deleitarte con sus manjares más exquisitos. A veces el cielo es tan pequeño como esta habitación, con dos sillones a un lado, un balcón al fondo, varios cuadros de escenas mitológicas en las paredes, y un ángel en el centro, un ángel celestial de elegante sonrisa con su mirada deseosa clavada en mí. Yo saltaría sobre él sin más preámbulo, lo devoraría entero revolcándonos sobre la alfombra, pero no debo precipitarme, he de seguir su ritmo; basta con acercarse lentamente, acudiendo al reclamo de esos ojos, de esos labios que me llaman y me hablan... de la luna... ¿la luna...? Sí, me coge de la mano para enseñármela, y mi piel se eriza electrizada toda. Salimos al balcón y allí por fin me abraza. El cielo entero me abraza. Y este ángel divino explora mi boca mientras desliza suavemente la cremallera de mi vestido, abriendo paso libre a todo el ardor del deseo, dejando que la luna bañe lujuriosa mi cuerpo. Una mano acaricia mi nuca, la otra se sumerge en el interior de mis bragas. Es el cielo entero el que me abraza y, al verme desnuda, las estrellas se acercan a besarme la espalda. Relámpagos, uno tras otro, nos van iluminando en cada movimiento. Relámpagos... ¿Relámpagos? ¡Hostias! ¡Son flashes! ¡Me cago en…! ¡Son fotógrafos! No puedo gritar, no debo gritar. Estoy en pelotas. Se alejan corriendo los hijos de... ¡Dios! Se va, él también huye por el pasillo y me deja sola. Soy gilipollas. No puedo salir tras él. He de vestirme, ¡rápido!

Se está largando por la puerta principal, como si nada hubiera pasado. No me da tiempo de impedírselo sin montar un escándalo. Y aún se despide de algunos invitados en el jardín, qué cabrón, con esa exquisitez, ese aire tan refinado que le distingue. Huye, pero no puedo ir tras él, me quedo aquí en la puerta, temblando aún de deseo frustrado y de rabia. Me cago en todos sus muertos. A partir de ahora me espera un infierno; todos los medios y redes sociales, todos cayendo como lanzas sobre mí. Es el fin. Ya se aleja por la calle a toda prisa, con qué elegancia corre el hijo de puta.


Thursday, 17 January 2019

Secuelas



   —Buenos días, Miljenko ¿cómo estamos? —le saludo desde el coche en segunda fila— ¿qué tal llevas lo mío?
   —Hola Kristija. Pues bastante bien. El interior está prácticamente terminado, estoy ahora preparando el mortero para enfoscar por fuera. ¿No echas un vistazo?
   —¿Has terminado el interior? ¡Uau, qué rápido eres! Sí, espera que aparco y lo veo.
   Este hombre se ha hecho, él solito, casas enteras, es increíble; un magnífico albañil que además sabe de fontanería, de electricidad... de todo; un auténtico manitas que hace las chapuzas de media ciudad.
   —Pues nada, chico, que ando liado a tope en la oficina. Llevo dos o tres días queriendo pasar por aquí y no hay manera, oye. —él está agachado removiendo la mezcla en una cuba— Pero... no, no ¿qué haces? espera, que esta pared no hay que enfoscarla.
   —¿Cómo? —me mira extrañado— a ver: esto es una prueba para comprobar que el mortero agarra sobre el paramento, tal cual, sin necesidad de picarlo —lo tantea con la mano Ah, pues mira, parece que se adhiere bien fuerte, sí, porque la mezcla va bien cargadita de cemento ¿sabes? más de lo habitual y la arena es muy fina, ¿ves?... —con la paleta coge mortero de la cuba, me lo enseña y lo arroja sobre la pared al lado de la prueba anterior.
   —¡No, no! Sobre esta pared no, por favor, que esta va tal cual, haz las otras tres, pero esta no la toques ¿vale?. Buff... pues menos mal que he llegado a tiempo. Quita la prueba, Miljenko, por favor quítala.
   —No entiendo nada, Kristija —se levanta y me mira incrédulo— ¿Acaso quieres dejar esta pared así, con todos los impactos de las balas ahí a la vista? —sus ojos se clavan en los míos, me queman, tengo que mirar para otro lado.
   —Pues sí —tras dar un paso atrás le devuelvo la mirada— A ver... la verdad es que no me imaginaba que la obra fuera a ir tan deprisa. Yo pensaba ir diciéndote los detalles según avanzara. Porque me dijiste que ibas a empezar con el interior ¿verdad?
   —Sí, y eso he hecho. Pasa, pasa adentro y lo vemos.
   —Ahora entramos, sí, pero espera, por favor quita ese cemento de ahí. Lo lamento, debería haberte explicado más en detalle cómo lo quería.
   —No, no —me interrumpe airado— tú sí me lo explicaste perfectamente y yo tomé nota para calcularte el presupuesto. El exterior iba enfoscado y encalado todo, eso me dijiste.
   —No, perdona, lo de “todo” no te lo pude decir, porque no es lo que pensaba hacer. En cualquier caso lo siento, oye. Tal vez teníamos que haberlo dejado por escrito, cada partida especificando lo que había que hacer.
   —No me jodas, tío, no me jodas. Fuiste tú quien no quiso el presupuesto por escrito: “Que somos vecinos y hay confianza, hombre, no hace falta”, me dijiste.
   —Tienes razón, sí, y no es cuestión de confianza, que por supuesto la hay, sino de hacer las cosas bien. Reconozco que fue una cagada por mi parte.
   —Mira es igual, yo no te voy a cobrar más, por supuesto, pero esta pared hay que adecentarla de una puta vez. Es que está en la entrada del pueblo, tío. Parece querer decir: “Bienvenidos a este bonito pueblo donde los vecinos solemos fusilarnos unos a otros”. Estoy harto ya de pasar por aquí y quedarme deprimido el resto del día.
   —Ya, lo comprendo, pero tienes que entender que la casa es mía, joder, déjame que elija yo cómo la...
   —Vale, vale, no se hable más —me interrumpe subiendo el tono, se pone en pie y empieza a recoger muy enfadado— Mira: me pagas lo que que ya está hecho, lo del interior, y no se hable más. El exterior que te lo haga otro.
Me he quedado atónito observándole. Resulta curioso el contraste entre esa voz tan aguda, casi infantil que tiene, con lo fornido de su cuerpo. A ver cómo puedo reconducir la situación.
   —Por favor Miljenko no te lo tomes así. Te invito a un vino cojonudo que sirven en el bar de la esquina ¿lo conoces?
   —¿Cómo quieres que me lo tome? —no me escucha, él sigue recogiendo mientras habla— Qué maldita manía tenéis algunos de conservar abiertas las heridas de este puto país en el que nos ha tocado vivir. ¿Vivir digo...? Eso los pocos que aún sobrevivimos. Vivir matándonos, eso es lo que hacemos. Basta ya de contar y recontar muertos restregándonoslos por la cara todos los días. Habrá que mirar también al futuro ¿no? —Ha hecho una pausa, parece que se tranquiliza— Enfosca esta pared, tío, libera a tus vecinos de estos horrores y ya, de paso, te liberas a ti mismo. Borra todo vestigio de estas crueldades.
   —¿Borrar los vestigios dices...? Ya. ¿y qué hacemos entonces? ¿tiramos abajo también los barracones de Auschwitz? ¿Desmontamos el museo del genocidio? Eso es, que no quede ni rastro de aquel horror. En su lugar construiremos una urbanización con chalets adosados para que los currantes como tú y yo nos dejemos la piel pagando la hipoteca ¿vale? Eso es, podemos conservar el cartel de la entrada “Arbeit macht frei”. Qué bonito ¿Es eso lo que tú quieres? Ya lo hicimos en Jasenovak, aprovechar la siguiente guerra para borrar a bombazos los vestigios de aquel genocidio.
   —Por supuesto que no, Kristija. Pero esto es aquí, en nuestro pueblo, joder. Esto es otra dimensión, no mezcles las cosas. Yo no quiero tener que contar a mis hijos la misma historia triste cada vez que pasamos por aquí ¿comprendes?.
   —No tendrías por qué, ya en su cole se lo habrán contado, en clase de historia les habrán explicado la vergonzosas guerras que nos hemos venido montando en este país.
   —¿Ah sí? ¿Tú crees que les cuentan...? Pues sí, les cuentan, lo sé bien por mis hijos; les cuentan pero de forma sediciosa, adoctrinándolos desde pequeños. Igual que en la iglesia, sí, toda esa mierda de religión que os meten en la cabeza desde los púlpitos —me contesta irritado mientras sigue recogiendo. Creo que se ha pasado tres pueblos.  Perdón... perdón, no he querido ofender corrige ahora al observar la indignación en mi cara que no he podido disimular—, no me refería a la religión en sí. Cada uno va a su iglesia, ortodoxa o católica, qué más da, o a la mezquita como los bosnios, todas las creencias son muy respetables; lo que no debemos permitir es que desde los templos, sean de la religión que sean, se infunda el odio a otras personas de distinta fe. Y no sólo en los templos, no, en la prensa, en la televisión... Eso sí que es una mierda. Y mira a donde nos lleva... —señala la pared— a fusilarnos unos a otros.
   —Pues precisamente por eso quiero dejar esta pared así. Que quede patente lo que jamás debe volver a suceder. Esta casa era de mi suegro, como ya sabes. A él lo mataron aquí, joder, donde tu estás ahora... —no puedo, me brotan emociones que no puedo controlar. Estoy andando como un mono de un lado a otro, gesticulando como un gilipollas, como lo que soy. Y él tiene razón, mucha razón.
   —Joder, tío, no lo sabía —se levanta, se me acerca y apoya su mano en mi hombro. Me produce una sensación rara. El cuerpo me pide dar un paso atrás y retirarle la mano, pero no, de alguna forma me siento agradecido por su gesto, me reconforta. Me da una palmada y continúa hablando— Yo te comprendo, Kristija, pero dices que quieres que quede patente... ¿el qué?; porque así lo que queda patente es el rencor ¿no te das cuenta? Aquí todos guardamos rencores, de forma más o menos consciente, pero absolutamente todos tenemos incrustados muy adentro esos rencores, esas malditas secuelas de guerra. A mi cuñado lo mataron con once años por escribir en cirílico ¿te imaginas? Mi mujer, que era entonces mi novia, se libró por los pelos; era unos años mayor que su hermano y ella sí le hizo caso a sus padres, serbios los dos, cuando les advertían: “en la escuela no se os ocurra comentar esto ni aquello; y sobre todo ni se os ocurra escribir en cirílico...” En fin...
    —Qué tremendo. Conocía esa historia, como la de tantos otros niños, pero no sabía que te tocaba tan de cerca...
    Nos hemos quedado mudos los dos. Él ha terminado de recoger todas sus herramientas, metiéndolas en grandes bolsas de deporte. Ahora se acerca a por la escalera que está apoyada, pero se queda mirando la pared un buen rato y me dice:
   —Pues los hubo con muy mala puntería ¿eh? Fíjate en esos disparos —señala los más altos.
   —Que va, no es mala puntería, todo lo contrario. Se apunta a la cabeza y, a la orden de fuego, se sube el fusil y se dispara medio metro más arriba. No es nada fácil, si el oficial al mando del pelotón se da cuenta, tú eres el siguiente fusilado. —se ha quedado mirándome receloso. No debo darle más explicaciones, aunque es un tipo extraordinario, una bellísima persona, pero lo cierto es que sus argumentos son sólidos; debería replantearme qué hacer con esta pared— Oye Miljenko... espera un momento. por favor, que estoy dándole vueltas... Mira, creo que me has convencido. Me parece que...
   —No jodas —me interrumpe— Estaba yo a punto de decirte a ti lo mismo —vuelve a apoyar la escalera y se me acerca— El que me has convencido eres tú a mí. Mira: a ver qué te parece si le echamos cal a todo, directamente, sin enfoscar; cuidando que no entre la cal en los orificios ¿sabes? porque así se quedan oscuros y resaltarán más. ¿Cómo lo ves?
   —Joder, tío, definitivamente somos la hostia. Ja, ja —nos reímos a carcajadas— hemos acabado intercambiando los papeles. No sé... la verdad es que no sé que decirte...
   —Pues mira, ahora si que te acepto ese vino de la esquina, que buena falta nos hace ¿sigue en pie tu invitación?
   —Por supuesto, allí que vamos —miro el reloj, joder, qué tarde es; hoy en la oficina me ponen de patitas en la calle.  
   Iniciamos la marcha. Yo echo un último vistazo a los balazos, a esos dos más altos, los que yo disparé. Ahora estoy en duda, no sé si quiero volver a verlos. Que sea el vino quien decida.