Soy
un provocador compulsivo, no lo puedo evitar. Por eso esta mañana,
cuando escuché unos golpecitos en la puerta y una voz femenina
preguntando "¿se puede pasar?", me quedé callado. Al no
responder nadie, la empleada del hotel entró dispuesta a limpiar mi
habitación, pillándome en bolas, o para ser más exactos: desnudo
de cintura para abajo, pues en ese momento me disponía a entrar en
la ducha y aún no me había quitado la camisa del pijama.
—Perdone, pensé que no
había nadie; ya vendré luego a limpiar —dijo
mirándome cara a cara con toda naturalidad, sin afectarle lo más
mínimo mi desnudez.
—No por favor, vaya usted
limpiando si es tan amable. Es que tengo que recibir aquí a una
persona ¿sabe?, y debe estar a punto de llegar. Yo voy a darme una
ducha rápida y le dejo libre el baño también —le
dije cruzándome con ella para entrar en el cuarto de baño.
—Bueno, si es así me
quedo, y no se preocupe que le hago la habitación enseguida.
Antes de entrar en el baño la observé un instante
cuando giró para ponerse manos a la obra, y dentro de la
bata azul pálido de tres tallas mayor que ella pude intuir un
sugestivo cuerpo grácil.
La
mujer, en vez de mostrarse incómoda, había manejado la situación
con absoluta profesionalidad, frustrando por completo mi afán de
provocación. Durante la ducha estuve dándole vueltas y llegué a la
conclusión de que debo ser algo exhibicionista. Los exhibicionistas
se frustran enormemente cuando no consiguen escandalizar a sus
víctimas. Sin duda había encontrado una nueva faceta de mi
personalidad: soy provocador y también exhibicionista, a la par que
mentiroso, sí, porque la verdad es que no tenía tanta prisa. En
cambio sí es cierto que espero recibir a alguien, aunque no en mi
habitación sino en una sala de reuniones del hotel; tengo una cita
ni más ni menos que con la Secretaria de Estado para Asuntos de
Seguridad, mi jefa, que, junto con otros tres subsecretarios, vienen
a analizar mi propuesta “Plan Estratégico para una Seguridad
Global”. Llevo toda la noche sin dormir dando los últimos retoques a
la presentación.
Me duché a toda prisa y salí repentinamente del cuarto
de baño, ahora sí totalmente en pelotas para dar debido curso a mi
recién estrenado exhibicionismo, y fue entonces cuando la sorprendí
con mi informe en las manos. Me dio un vuelco el corazón; y no sólo
a mí, pues en esta ocasión sí obtuve por su parte la reacción de
sobresalto que hubiera cabido esperar, aunque no por mi desnudez sino
por otro motivo muy distinto: la había pillado in fraganti. Esta
falsa limpiadora de hotel, esta supuesta kelly, resultaba ser una infame espía; no sabía de
qué organización, pero allí estaba leyendo un informe con
contenidos altamente confidenciales.
—Ya me extrañaba su
exquisita profesionalidad —le
dije mientras me acercaba a la entrada y bloqueaba la puerta.
—Estaba usted más
atractivo disfrazado de alcornoque —me
contestó intentando aparentar tranquilidad y sin soltar de su mano
el informe.
—¿Disfrazado de qué?
—me
aproximé con cautela, atento a los posibles movimientos de sus
manos, hasta arrebatárselo de un tirón certero.
—De alcornoque —repitió
ella levantando sus brazos en señal de rendición—
En mi pueblo los hay a cientos. Les sacan el corcho de los troncos,
dejándolos desnudos de cintura para abajo, como usted cuando entré —continuó, esforzándose en desdramatizar
la situación en la medida de lo posible.
—Pues ahora este
alcornoque recupera parte de su corcho —le
dije tapando por un momento mis genitales con el informe—
ya sólo falta recuperar las imágenes que, a buen seguro, ya habrá
enviado a sus compinches. Deme su teléfono, por favor
—No lo llevo encima, de
verdad, puede comprobarlo si quiere —ella
seguía con sus manos a media altura—
El móvil lo dejo siempre en la taquilla, con mis cosas. Lo siento
de verdad, señor. Yo comprendo su preocupación, pero esto no es lo
que parece. Le aseguro que no era mi intención leer este documento.
Lo que me pasa es que... —hace
una pausa cerrando los ojos y girando la cabeza a un lado y a otro—
mi problema es que no puedo reprimir la curiosidad, porque yo también
escribo ¿sabe? y cuando veo unos folios escritos pues... se me van
los ojos.
—Ya... ¿Y para quién
escribe esta espía tan avezada y curiosa? Si puede saberse —le
pregunté mientras guardaba el informe en el maletín y sacaba el
móvil de mi chaqueta, sin dejar de vigilar sus movimientos.
—Pues es que tenemos una
tertulia literaria unos cuantos amigos. Somos sólo aficionados, cada
uno tiene su trabajo, yo... aquí me ves —dijo
tuteándome por primera vez—
Escribimos relatos y nos juntamos a leerlos cada dos miércoles. ¡Por
favor no digas nada en el hotel, me despedirían! —exclamó
al ver que marcaba en el teléfono.
—No llamo al hotel.
—¡Ni a la policía, por
favor! Yo no sabía que eran tan importantes esos papeles, de verdad
—le
tembló la voz y me miró con ojos suplicantes.
—Estoy llamando a mi
servicio de seguridad; están abajo en el hall. No les va a gustar
nada que les dé un asuntito más, están muy atareados últimamente.
Aunque tú se lo puedes facilitar si me dices para quién demonios
trabajas.
—Ay, no, por favor te lo
pido, no llames.
En ese momento dejé de marcar. La mujer se había
descompuesto. Yo no sabía ya qué creer, porque la imagen frágil y
tierna con que me suplicaba no se correspondía en absoluto con aquel
comportamiento tan frío y sospechosamente formal de cuando entró.
Tal vez decía la verdad y no era más que una limpiadora de hotel
con aficiones literarias. Por otro lado pensé también en los
perjuicios que, sin duda, me iba a ocasionar si en el Ministerio se
enterasen de este incidente. Me pedirían explicaciones por no haber
custodiado adecuadamente un informe que, una vez revisado por la
Secretaria de Estado, sería clasificado como alto secreto de estado.
—No sé qué pensar. Me
juego mucho en esto ¿sabes? —le
dije aún dubitativo.
—De verdad que lo siento
muchísimo. ¿Cómo iba yo a imaginar? —dijo
ella mientras se acercaba y apoyaba su mano en mi antebrazo.
Creo que entonces, con el suave contacto de su mano
sobre mi piel, se hizo para los dos más evidente mi desnudez y, no
sé ella, pero yo sentí de repente algo de vergüenza, aunque
aguanté el tipo sin que se me notara.
—Es la primera vez que me
encargan un informe de tanta importancia. No puedo correr riesgos,
compréndelo; me tienes que decir qué es lo que has leído de este
informe. Te ha dado tiempo de leer un buen trozo ¿no es cierto?
—Sólo el principio...
bueno... y un poco de en medio.
—¿Te lo has leído
entero? ¡Las setenta páginas! Pues sí que eres buena lectora,
porque mi ducha ha sido rápida.
—No, lo he leído muy por
encima. Pero me hace gracia que hables de "la defensa de nuestro
sistema de vida", cuando en realidad te refieres a la defensa
solo de... de los más favorecidos, o sea de los ricos y de
sus empresas... —comentó
dejándome anonadado.
—¿Eh...? Vamos a ver, un
momento... O sea que no sólo lo has leído sino que lo has estudiado
a fondo. Es increíble —me
senté en una de las dos butacas junto a la ventana mientras le
señalaba la otra—
Hazme el favor, siéntate y me cuentas qué has entendido de todo el
informe.
—No puedo quedarme más
tiempo, perdona, me echarían en falta enseguida; tengo que hacer
todas las habitaciones de esta planta antes de las doce, si no me la
cargo. Pero si quieres que te diga la verdad, no estoy de acuerdo en
ninguna de las propuestas. No sé para qué tanta vigilancia en todos
los sitios. Lo podría comprender en los centros oficiales, pero de
ahí a poner cámaras en todas las calles, en cada esquina, me parece
absolutamente demencial; sistemas permanentes de localización de
personas, ¡inspectores camuflados en cada edificio...!
—Pues
claro, es un plan similar al que ya está funcionando en toda China.
Este hotel, por ejemplo, por ser de cinco estrellas, y a pesar de
estar en medio del campo, pasaría a tener una cobertura de
vigilancia de nivel 3C; de esta forma lo que nos ha pasado hoy... quiero decir... que tu hayas podido leer este informe, no
hubiera sucedido, porque ahí —le
dije señalando la salida del aire acondicionado—
hubiera habido una microcámara oculta que, sabiendo que hoy iba a
alojarse aquí un alto funcionario de la Secretaría General, o sea
yo, hubiera estado conectada al sistema de alertas especiales
categoría 5, de vigilancia 24x7 y acción inmediata, además lo
hubiera grabado todo, por supuesto, como prueba testimonial.
—No me digas... Pues sí,
sí, me parece genial... y ahora me echarían del trabajo por estar
aquí charlando tranquilamente con un señor desnudo cuando tengo
todas las habitaciones por hacer.
—Fantástico, veo que lo
has entendido —le
dije subiendo el dedo pulgar para indicar su acierto.
—Me tengo que ir. Ha sido
un placer; y lamento de verdad lo ocurrido —se
dirigía ya a la puerta cuando la interpelé:
—Perdóname un momento.
Déjame que te aclare una cosa —ella
se volvió con resignación—
Daré por cierto que no eres espía. No voy a llamar a Seguridad,
aunque estaría obligado a hacerlo, pero tanto a ti como a mí nos
metería en complicaciones, está claro —al
oírlo su rostro resplandeció esbozando una
sonrisa encantadora.
—Pues muchas gracias, y
de nuevo perdona.
—Mira, escucha esto que
te va a sorprender: Imagino que tras leer el documento pensarás que
soy un gilipollas; pero yo tampoco soy lo que parezco. Es cierto que está escrito por mí, pero no pretendiendo que lo apruebe la
ministra, no, sino todo lo contrario. Lo he escrito con ánimo
provocador. Para evidenciar las contradicciones del sistema —al
oír esto dio un paso acercándose con cara de asombro—
Quiero que comprendan que no tiene sentido resolver la seguridad sin
antes resolver muchos otros problemas, como la injusticia social, el
hambre, las discriminaciones...
—Exactamente —me
interrumpió—
porque son ya muchos siglos oprimiendo sistemáticamente a los
pueblos, esclavizándolos; y donde se siembra amargura se recoge
odio.
—¿Has leído las
propuestas finales? —le
pregunté.
—Sí, son ridículas. Me
parecen absolutamente demenciales.
—Efectivamente. He
demostrado, mediante un mero proceso lógico, irrefutable, que,
partiendo de sus premisas, sólo se puede llegar a ese aberrante
escenario de vigilancia total, de control absoluto sobre las
personas, que describo en las conclusiones. La supuesta defensa de la
libertad, según ellos la entienden, que no es otra cosa que la
defensa de su egoísmo y su avaricia, nos llevará inevitablemente a
la pérdida de las libertades individuales y colectivas más
elementales, a un mundo abominable.
—Eso es —remarcó
ella acercándose con ojos encendidos—
Poco a poco el sistema entrará en agonía, asfixiado por su propio
celo. Así es como se perfila la decadencia de este Imperio del Capital.
Me mantuve unos segundos inmerso en la hermosura de ese
rostro tan expresivo y a la espera de que mencionara el autor de la
cita, pero no, la frase era de su propia cosecha.
—Me encanta lo que has
dicho y cómo lo has dicho. Tus aptitudes literarias están fuera de
toda duda.
—Gracias —contestó
si dejar de penetrarme con su mirada.
Me sentí seducido hasta la hipnosis. La hubiera besado
desenfrenadamente. Habría acariciado cada centímetro de su piel
navegado a la deriva bajo esa bata tres tallas más grande que ella.
Pero en ese momento sonó mi móvil. ¡Mierda! Siempre en los momentos mágicos
suena algún móvil que los interrumpe. Era la jefa, la ilustrísima
Secretaria de Estado para la Seguridad, a la que reporto desde hace
un mes (no sé muy bien por qué demonios se le ocurrió nombrarme su
asesor, pero seguro que como resultado de alguna de mis
provocaciones); me esperaba en la sala de reuniones para revisar
conmigo el documento. De un tiempo a esta parte y por razones de
seguridad, las reuniones se suelen hacer en distintas instalaciones
militares; de hecho, los altos cargos apenas aparecen por el
ministerio, sólo los empleados de bajo rango asumen el riesgo de un
atentado. Sin embargo últimamente, la demencia de los que ostentan
el poder les ha llevado a aceptar una propuesta mía mediante la cual
se reúnen, nos reunimos, en hoteles apartados, reservando las
habitaciones a nombre de supuestas empresas; se envían horas antes
fuertes contingentes de seguridad camuflados y luego llegan ellos,
llegamos, de incógnito.
—Ahora soy yo el que me
tengo que ir. Deséame suerte —le
pedí mientras guardaba el portátil y la impresora en el maletín.
—La tendrás. Pero no
vayas a ir así, vístete por lo menos de cintura para arriba, de
alcornoque, que te sienta bien; si hacéis la reunión sentados
alrededor de una mesa seguro que ni se dan cuenta —nos
reímos.
—Me temo que saldré
tarde de la reunión ¿Te habrás ido?
—Imagino que sí, pero no
te preocupes, te encontraré, disfrazado de alcornoque, cualquier
día, en cualquier hotel.
Llevo seis horas intentando provocar a esta pedazo de
animal de melenita rubia y afilados zapatos. Pero la estrategia me ha
fallado, es increíble. Ya sabía que era una mujer con pocas luces,
pero no había imaginado su grado de ingenuidad. Ha seguido desde el
principio la lógica atroz de mis argumentaciones asintiendo siempre
con la cabeza. En ningún momento se ha sentido provocada ante la
absurdez de mis propuestas, todo lo contrario, sugería endurecerlas
más, siempre con el apoyo incondicional de sus babosos
subsecretarios. Y así hemos llegado a mis recomendaciones finales
que, lejos de escandalizarles, les han parecido perfectas cada una de
ellas.
Estoy desolado. He decidido tomarme un descanso y
reposar la mente mirando por la ventana. Ahora el sol se inclina por
poniente y parece que quiere aportar algo de cordura a la reunión,
colando su luz naranja y proyectándola sobre la pantalla en la que
se ven, angustiadas de sí mismas, mis conclusiones finales. Tal vez ese sol nos transfiera un halo
de esperanza. Pero no, esta animal va ha seguir al pie de la
letra mis recomendaciones. He fracasado. No la soporto más. Encima
ahora me dice que baje la persiana, porque el sol le molesta. ¿Que
baje la persiana...? No pienso perder ni un segundo más, me largo.
—Perdonad, tengo que ir
un momento a mi habitación.
No espero al ascensor, corro escaleras abajo. A la
mierda la Secretaría General, a la mierda mi puesto de alto
funcionario de mierda. Me voy. Afuera me espera aún el sol para
escondernos juntos más allá del horizonte. Seremos libres. Pasaré con él la mejor
noche de mi vida.
—¿Dónde vas con tanta
prisa, alcornoque?
—¡Anda, que sorpresa!
Pues me iba corriendo porque he quedado con el sol, vamos a ir de
juerga toda la noche.
Con el rostro iluminado de quien sale un viernes del
trabajo, y ya sin la bata azul descolorida de tres tallas más, está
verdaderamente preciosa.
—¿Qué tal te ha ido en
la reunión?
—Fatal, creo que he
perdido toda mi capacidad de provocación. ¿Y tú? ¿A estas horas
sales de currar?
—Ya ves.
—Pero si esta mañana
estabas tempranísimo ahí, dale que te pego, cambiando las sábanas
a los alcornoques... Te explotan a conciencia ¿eh?
—No más de lo normal.
—Lo normal es que estés
harta. Seguro que ahora necesitas, igual que yo, olvidarte de este
mundo tan cruel. Te propongo una cena de gala: el sol, tú y yo; los
tres solos.
—Mmm... un alcornoque y
el sol… la verdad es que no se puede pedir mejor compañía. Pero
antes creo que estoy obligada a aclararte algo —ha
hecho una pausa para mirar alrededor y constatar que no hay nadie
cerca—
Debo desvelarte un secreto; podré confiar en ti ¿no?
—Absolutamente. Dime.
Se arrima en actitud misteriosa hasta hacerme sentir la
agradable proximidad de sus labios que, tras un breve silencio
seductor, me susurran:
—Sí soy una espía.
Me he quedado perplejo un instante, cautivado por esa
mirada suya tan serena y viva a la vez, que penetra en mis ojos a la
espera de observar cuál será mi reacción.
—Vaya... pues yo a ti ya no
voy a poder desvelarte nada, porque desde el principio sabes que
soy un alcornoque—
le tiendo la mano e iniciamos la marcha.