Thursday, 8 June 2017

Caídos del cielo



“Lluvia de billetes de cincuenta euros. Es sin duda la noticia del día. Esta mañana han caído del cielo cientos de billetes de cincuenta euros. Se preguntarán ustedes cómo ha podido suceder algo así.  De esta noticia insólita nos informa nuestra corresponsal Cristina Míguez desde Jaén.
—Cuéntanos, Cristina, ¿cómo se ha producido esa lluvia de dinero?... ¿Cristina?
—Ah sí, efectivamente. Se calcula que han podido ser más de mil los billetes de cincuenta euros que han caído sobre este patio del instituto donde ahora nos encontramos, es el Instituto de Educación Secundaria Jaime Cosculluela, de Jaén. Este hecho increíble se ha producido a eso de las once de la mañana, ante el asombro y la alegría de los alumnos del centro, que en ese momento habían salido al patio, durante la pausa que hacen a esa hora todos los días en su jornada escolar. Los jóvenes estaban tranquilamente tomando su bocadillo de media mañana y charlando con sus compañeros, algunos jugaban al baloncesto, cuando de repente vieron cómo cientos de billetes caían del cielo. Os podéis imaginar la sorpresa de todos y el revuelo que se pudo formar. La reacción fue inmediata, se pusieron rápidamente a recogerlos y guardarlos en sus bolsillos; según nos cuentan, buena parte de los billetes no llegaron siquiera a tocar el suelo, al ser capturados en el aire por los alumnos. En eso parece ser que tuvieron mejores oportunidades los más altos y los más hábiles, como... a ver... tú, por ejemplo, ¿cómo te llamas?
—Miguel
—Dinos Miguel ¿cuántos billetes has logrado coger?
—No, no, yo muy pocos. Porque yo es que fui primero a... a los servicios y cuando salí ya estaba montado todo el mogollón, o sea la gente ahí pegando saltos, tenían liada una tremenda.
—Sí, pero seguro que tú habrás cogido más de cinco o... más de diez ¿a que sí?
—Que va. Han sido los mayores que estaban ahí jugando en las canastas los que más han cogido. Se han liado a saltar y pillarlos en el aire. No nos dejaban ni uno.
—Ha sido injusto —interrumpe una alumna— deberían repartir los billetes entre todos por igual.
—Pues a ver —se dirige a otro alumno— ¿y tú cuántos has cogido?... Eh, pero no te vayas. Bueno —se vuelve hacia la cámara— pues ya veis, está claro que nadie quiere decir cuántos billetes ha conseguido recaudar. Estos jóvenes son muy reservados.
—Cristina... Oye ¿Cristina?
—Sí, dime, dime.
—Cristina ¿se sabe ya si los billetes son auténticos o se trata de falsificaciones?
—No, no. Los billetes son auténticos. Un profesor con el que hemos hablado ya se ha acercado al banco, donde le han confirmado que son absolutamente válidos, billetes de cincuenta euros de curso legal.”

De curso legal, doy fe. Estoy por llamar a la cadena para disipar cualquier duda. Y es dinero ganado con honradez. No como vosotros, que os forráis a base de telebasura inmunda. Menos mal que por lo menos la tal Cristina parece maja.
Todo perfecto, amigo PD6B. Eres un superdrón. Ahora hay que centrarse en la fase 2. Pero antes lo celebraremos con una buena birra. En tu caso será con una buena carga de baterías. Creo que te elegí bien; mira que estuve dudando entre tú y tu hermano menor, el PD6B-AW. Los dos con buena autonomía, más de 6 horas; con la misma capacidad de transporte, hasta 25 kilos; cada uno con dos brazos articulados de puta madre. Él es más pequeño, eso sí, algo más discreto, pero tú le ganas en altura máxima; y es una buena altura la que nos hace falta para la segunda fase.

“Pues parece que tenemos más información desde Jaén.
—Cristina ¿Hay más información sobre esos billetes caídos del cielo?
—Pues sí, efectivamente. Está con nosotros María del Carmen Benítez, la directora del centro donde se ha producido esta curiosa noticia. A quién vamos a preguntarle...
—Usted ha podido ser testigo directo ¿verdad? de esta lluvia de billetes.
—Sí. Yo estaba en una de las aulas del primer piso cuando escuché una especie de grito colectivo, un clamor, como de asombro general. Hasta ahí todo normal, podía haber sido cualquier cosa sin importancia, pero a continuación se produjo un silencio extraño. No era normal que bajara tanto el nivel de ruido, que en el recreo es siempre alto, hasta quedarse prácticamente mudo el patio. Apenas se oía una especie de murmullo, como una suma de pequeñas exhalaciones y suspiros, algo extrañísimo que me hizo asomarme a la ventana. Y ahí estaban: cientos de billetes volando, bueno primero me parecieron papelillos, no sabía que se trataba de billetes, que caían dispersos desde mucha altura. Y todos los alumnos mirando para arriba, tratando de hacerse con ellos en el aire según caían o recogiéndolos del suelo, concentrados como locos en su captura.
—¿Tienen ya alguna idea de cuál puede ser la procedencia de estos billetes, aparentemente caídos del cielo?
—La policía ha insistido en preguntarnos quién estaba en ese momento en el piso de arriba, pero no, no es posible que nadie haya podido tirarlos desde el edificio, ni siquiera desde la azotea. Los billetes caían desde una altura mucho mayor, eso seguro. Creo que lo más probable es que hayan sido arrojados desde un avión. Yo me acordé de mi abuela, cuando nos contaba cómo en la guerra se tiraba propaganda del otro bando desde aviones para desmoralizar a la población, con mensajes que decían: “Rendíos. No queremos causar más muertos entre la población civil. ¡Exigid a vuestras autoridades la rendición!”. Se llegaron a tirar barras de pan sobre las ciudades más hambrientas, pero la gente no las comían por creer que estaban envenenadas...
—Ya —interrumpiendo a la directora— O sea que al asomarse a la ventana usted se encuentra con esta lluvia absolutamente imprevista de billetes volando por el patio ¿Cuál fue entonces su reacción? ¿qué medidas tomaron a continuación? Porque algo así les debió dejar desconcertados.
—Desde luego. Es un suceso para el que no está previsto ningún protocolo de actuación, es obvio, quién iba a pensar algo así. Además, la mayoría de los profesores estaban fuera, ya que solemos ir a tomar un café a esa hora. Sólo estábamos cuatro o cinco docentes, que rápidamente hablamos entre nosotros y decidimos llamar a la policía, al 112.
—Me temo que tardarían en entender la causa de la llamada ¿no es cierto?
—Pues no. La verdad es que, sabiendo que llamábamos desde el instituto, se presentaron en menos de diez minutos, siempre nos dan prioridad. Pero cuando llegó la policía ya habíamos tenido que tomar algunas medidas excepcionales, porque algunos de los billetes habían ido a caer fuera del recinto, en la calle. Tuvimos que cerrar la puerta e impedir que los alumnos salieran a buscarlos. Eso fue lo peor. Salían descontrolados, sin prestar atención al tráfico, y hubo unos cuantos frenazos de los coches que pasaban, posiblemente distraídos también por esa extraña lluvia de dinero. Afortunadamente no pasó nada grave; volvieron el resto de profesores y entre todos pudimos recuperar la calma... ”

Lo sabía. Me cago en la leche. El puto viento. Aunque era mínimo, de 5 km/h, no era constante, sino que había rachas de hasta 10kms/h. En la fase 2 tengo que corregir las coordenadas del punto de descarga, pero sobre la marcha, en función del viento real medido en ese instante preciso, no vale con programarlo antes. Bueno, pero el plan sigue adelante. No debe importarnos este pequeño error, mi querido superdrón. Descansa, ahora descansa y carga bien tus baterías. Mañana haré las primeras pruebas con veintidós kilos de carga, se dice pronto. Un millón de euros, o sea veinte mil billetes volarán por el cielo, aleteando cual golondrinas, pero despacio, descendiendo muy despacio; todo sucederá a cámara lenta. Será un gran espectáculo. No me puedes fallar.

(Tres días después)

¡Hostias, la guardia civil! Se desvían de la comarcal. Vienen hacia aquí. ¿Cómo demonios se han podido enterar...? No, no creo, es imposible. Tal vez vengan por otra causa que no tenga nada que ver con esto. Calma, joder, tengo que mantener la calma. Espero que se larguen pronto porque justo acabo de soltar la primera tanda y en 2 o 3 minutos empezará a verse la nube de billetes bajando. Si cierro ahora el portón de la furgo sospecharán que oculto algo, mas vale dejar todo tal cual. Pero, eso sí, voy a tapar los mandos y pantallas con esta lona; venga, rápido, que ya están aquí. Apagan el motor y salen del coche.
—Buenos días —me saludan según se acercan.
—Hola, buenos días, ¿qué tal? —les contesto poniéndome en pie.
El que parece más joven se queda a unos metros, mientras que el mayor, con tripa prominente, se me acerca.
—Buenos días — repite al pararse frente a mí— ¿Es usted Antonio Briones Sanz? 
¡Dios! Me da un vuelco el corazón. Estos cabrones me han cazado. A tomar por culo todo el plan.
—El mismo, sí señor —le contesto intentando disimular el sobresalto.
—Soy el inspector Fernández, de la Brigada de Investigación Tecnológica—se aproxima para mostrarme su placa identificativa— y él es el sargento Gómez.
—Encantado —le respondo tendiéndole la mano. Él duda un momento pero me la da.
Joder, la nube de billetes empieza a verse en lo alto del olivar. Voy a moverme con disimulo un par de pasos a un lado para que tenga que girarse y quede a su espalda la nube. El sargento sigue alejado unos metros.
—Pues mire, es que tenemos unas preguntas que hacerle.
—Estoy a su disposición. ¿Qué querían preguntarme? 
—Hemos intentado llamarle pero tiene usted el teléfono desconectado.
—Vaya, pues debo habérmelo dejado en casa cargando.
—No, no. Lo ha usado para hacer una llamada a las 8:43, pero lo ha vuelto a apagar. No vea lo que nos ha costado encontrarle aquí en medio del campo.
—Lo siento, de verdad
—Bueno es igual. A ver... Es usted cliente de Triodos Bank ¿no es cierto? —yo asiento con la cabeza— Muy bien, pues resulta que hace una semana, concretamente el día 14 de este mes, usted retiró una cantidad importante de dinero en efectivo ¿correcto?  
—Correcto, así es —la pregunta me tranquiliza en cierta medida, no parece que sepan nada de lo que está pasando detrás de ellos.
—Pues resulta que algunos de esos billetes que usted retiró del banco, una vez comprobado su número de serie, etc., son los que cayeron del cielo el otro día en el instituto. Seguro que conoce la noticia ¿no?
—Ah sí, sí, lo vi en televisión.
—Y claro, para investigar lo sucedido allí, estamos siguiendo la pista de esos billetes ¿Usted hizo alguna compra con ese dinero?
—Pues sí, algunas compras hice , creo que...
¡Hostias! el sargento está mirando en dirección a la nube.
—¡Mire mi teniente, mire ahí! —lo ha visto, la he cagado
—¿El qué, Gómez? Que mire ¿qué?
El sargento no lo aclara y se va directamente hacia la furgoneta. Lo va a destapar. Tira de la lona. Me cago en sus muertos.
—Aquí está todo el montaje.
—¡Eh! ¿qué hace? ¡No! no toque nada, por favor —me acerco con cuidado mostrando las manos en son de paz— Por favor se lo pido: no toque nada que sería muy peligroso.
Ante mi súplica, el sargento se vuelve hacia mí, y sin dejar de mirarme, le dice a su compañero:
—Esto lo explica todo, mi teniente. Es un dron. Y estos son los mandos. Está tirando esos billetes con un dron —vuelve a señalar en dirección a la nube— lo mismo que hizo en el instituto.
—Eso son... ¿billetes? —el comisario se queda mirando la nube con incredulidad.
No hay nada que hacer. Alzo las palmas de mis manos en señal de rendición y emito un triste suspiro asumiendo así la derrota. Todo se ha ido al carajo.
—¿Los tira en medio del campo?
El inspector acerca su barriga hasta casi rozarme. Yo le devuelvo una mirada ingenua como única respuesta
—¡Dios mío! —exclama él volviendo la vista hacia la nube de billetes y llevándose las manos a la cabeza.
El sargento escudriña todo el puesto de control. Yo le vuelvo a suplicar con un gesto que no toque nada. Por el monitor del dron se observa la nube alejada en su descenso, ya muy dispersa. Y en la tele empiezan a aparecer imágenes del olivar, con los billetes a punto de llegar a tierra.
—¡Bien! —se me escapa la exclamación; pero ya no hace falta disimular, puedo expresar mi alegría al saber que el mensaje a la reportera Cristina a surtido efecto: lo están retransmitiendo en directo.
—Miren, están llegando a tierra —les comento señalando la pantalla y haciéndoles partícipes del espectáculo.
—¡Dios mío! —vuelve a decir el comisario.
En la tele aparecen ahora decenas de jornaleros recogiendo entusiasmados los billetes. Menos mal, la fase 2 está funcionando a la perfección. Ya nada ni nadie puede pararla. Estos capullos tardarían más de 20 minutos en llegar al olivar, sólo hay acceso desde la nacional. Creo que la mejor estrategia es distraer su atención, dejar pasar cuanto más tiempo mejor. Dentro de un cuarto de hora caerá la segunda tanda.
—Voy a poner el sonido de la tele, si les parece ¿eh? Y así nos enteramos de lo que pasa —yo sigo utilizando una expresión de ingenuidad, veo que funciona, les transmite confianza.
 “Son miles y miles los billetes que están cayendo. Es absolutamente increíble. Como pueden observar, se trata de un extenso olivar, de los más grandes de la provincia, y el área de caída de estos billetes es amplísima. Son unos doscientos los jornaleros que están ahora recogiendo encantados estos billetes de 50 euros, justo en el mismo sitio donde hace tan solo unos minutos recogían aceitunas. Algunos de ellos, según nos han dicho, son padres de los alumnos del instituto donde la semana pasada se produjo un hecho similar. Se trata de familias con serias dificultades económicas a las que esta lluvia providencial les supone un alivio importante. Observen ustedes la alegría en sus rotros... ”

—¡Dios mío! —el comisario se ha instalado en un bucle y repite una y otra vez la misma expresión.
—¡Ese es Manolo! —exclama de repente el sargento— Ha salido mi hermano ¿le has visto?
Al ver por la tele a su hermano, olvida el protocolo y ahora tutea a su jefe; pero el inspector sigue ensimismado mirando alternativamente la pantalla y la nube de billetes cayendo en la lejanía.
—Me dijo que hoy seguramente le cogerían —continúa el sargento visiblemente emocionado— el pobre lleva todo el mes intentándolo, y mira, ahí lo tienes, por fin trabajando. Y encima le caen billetes... —el sargento no puede ocultar su alegría.
—¿Cuanto dinero está usted tirando? —me pregunta el comisario
—Es dinero legal, no hay problema. Puedo justificar su procedencia absolutamente licita.
—Eso lo tendrá usted que demostrar al juez. Ahora a ver qué hacemos con todos estos aparatos... Quedan confiscados, por supuesto.
—A mí, si me lo permite, señor inspector, me gustaría aclararle algunas cosas: El dron y todos estos aparatos para su control forman parte de un kit, que resulta muy aparatoso pero lo puede comprar libremente cualquier persona. Su uso en zonas públicas sí está regulado, requiere una capacitación y un título como este —lo saco de la chaqueta y se lo muestro— expedido por AESA, La Agencia Estatal de Seguridad Aérea, con mi nombre ¿lo ve? —él apenas me presta atención— Y por otro lado, no es delito regalar dinero a la gente, eso ya lo sabe usted.
—Pero no ha contestado mi pregunta. ¿Cuanto dinero está usted tirando? —me insiste, suavizando esta vez el tono al final de la frase para conseguir que le responda.
Ya da igual lo que yo diga, me han pillado in fraganti, es un hecho. Aún así diré mucho menos dinero, que es lo que harán los jornaleros cuando les pregunten cuánto han cogido.
—En la tanda que hemos visto iban unos cincuenta mil euros o así —le digo esperando que la décima parte de la cifra real le parezca bien.
—Imposible. Ahí han caído más de mil billetes. Muchísimos más. —se queda meditando unos segundos y continúa:— Pero ¿es que va a haber más tandas?
—Ha caído lo de una pinza, falta la segunda parte. Es que el dron tiene dos brazos articulados, cada uno con una pinza. Es magnífico se lo aseguro —yo sigo con la estrategia de mostrar la máxima ingenuidad— Luego se lo enseño si ustedes quieren.
El inspector reacciona levantando la vista como un resorte hacia el olivar, donde ya han terminado de caer los billetes. Tengo la impresión de haber metido la pata contando lo de la segunda tanda.
—¡Haga volver a ese dron! —me inquiere en tono seco y autoritario— Ahora mismo.
Se ha quedado observando los mandos del dron, como si él mismo se atreviera a hacerlo volver. Creo que empiezo a entender cuáles pueden ser sus intenciones.
—Imposible. Lo siento pero no se puede abortar la operación, sería peligrosísimo —buff, no sé cómo mentirle de forma convincente— el dron ya está programado para abrir la dos pinzas en dos momentos concretos y en unas coordenadas exactas. Cualquier manipulación posterior puede ser fatal, se lo aseguro. Siempre que lo he intentado en las pruebas el dron ha hecho cosas peligrosísimas, impredecibles. Podría llegar a caerse encima de alguien. Además sólo faltan unos minutos para que suelte la segunda carga. A ver... concretamente 12 minutos.
—¿Allí? ¿En el mismo sitio?
—Sí. Bueno, esta vez será 100 metros más al oeste.
—Gómez —se vuelve hacia el compañero— Tengo que ir a tomar acta in situ de lo que allí sucede. Quédese usted custodiando todos estos enseres y a este señor. No permita que se mueva de aquí hasta que yo vuelva ¿eh?
El sargento Gómez se ha quedado de piedra, lo mismo que yo. No damos crédito a lo que nos dice. Se ve que la visión de la nube de billetes cayendo en el horizonte le ha cegado la mente.
—Claro. Tendrá usted que coger cuantos más billetes mejor —hago una meditada pausa en la que él me mira con odio y continúo— a fin de proceder a su investigación, por supuesto, para identificar la procedencia con los números de serie, mis huellas dactilares en ellos y todo eso —por fin se relaja al escucharme reformular su argumento con algo más de sentido.
—Efectivamente. Voy para allí. Tenga usted cuidado, sargento; y me comunica cualquier novedad.

“...de nuevo conectamos con el olivar donde se acaba de producir esa lluvia de dinero que les venimos contando.
—Dinos Cristina ¿qué novedades hay? ¿Cristina...? Cristina ¿me recibes?
—Sí, sí. Efectivamente. Tenemos con nosotros a Roberto, uno de los capataces responsables de esta cosecha de aceituna. Roberto cuéntanos cómo habéis vivido esta lluvia celestial.
—Pues... no sé ¿no? La verdad es que por un lado viene bien, está claro, hay que reconocer a quien corresponda este detalle de generosidad; pero por otro lado nos ha interrumpido la faena en el momento más crítico. La aceituna no puede quedarse en las lonas, se va a malograr; y los operarios no quieren seguir recogiendo. Fíjese, ahora se dedican a varear las ramas para coger los billetes allí enganchados...”

—¡Manolo! Ahí está otra vez. Es el de detrás de la periodista —me dice el sargento, ahora con más confianza pues el inspector ya ha salido corriendo en el coche hacia el olivar— Joder... se le ve contento, a ver si le dejan hablar por la tele.
Sin pensarlo dos veces estoy encendiendo el móvil... Ya está. Rellamada al último número... No lo coge, lo tiene silenciado...
—Es un mensaje para Cristina. Oye Cristina, soy el mismo que te ha dejado el recado antes para que fuerais al olivar. Ya ves que todo ha sido como te dije ¿eh?. Bueno pues mira: ahora te voy a pedir un favor. Tienes que entrevistar a Manolo. Es un jornalero que está justo detrás de ti.
—Manuel Gómez — me precisa el sargento, entusiasmado con mi iniciativa.
—Manuel Gómez se llama.
—Es el de la camisa a cuadros —continúa precisando— que además es una camisa mía.
—Y lleva una camisa a cuadros. Pues venga, a ver si hay suerte y escuchas a tiempo este mensaje. Un saludo. Ah, y que lo estás explicando todo muy bien ¿eh? Venga Cristina, adiós, adiós.
—Ojalá tengamos suerte y escuche el mensaje —le digo tras colgar— Es muy maja esta tía.
Tras irse el inspector todo ha vuelto a recobrar sentido. Parece mentira la ilusión y la complicidad con la que el sargento Gómez y yo estamos aquí, tan a gusto, viendo la tele. Pensándolo bien, estoy tentado de...
—Voy a sacar un momento el dron pequeño ¿sabes? Es necesario para comprobar que las coordenadas programadas son correctas y...
—¿Tiene usted otro dron?
—Pero háblame de tú, joder. Este es uno pequeño, que lo uso sólo en funciones de apoyo. Vas a ver qué rápido comprobamos que todo va bien. Pero dime ¿cual es tu nombre? que sé el de tu hermano pero no el tuyo.
—Carlos —me responde perplejo, observándome sacar el otro dron.
—Pues allá va. Ves qué facil, Carlos. Si quieres luego te dejo manejarlo un rato.
—No, yo no —contesta con una sonrisa y dejándome hacer.
El segundo dron ya vuela hacia el olivar. Enciendo una tercera pantalla con la visión desde su cámara. Carlos alucina.

“y tenemos nueva conexión con el olivar...”

—¡Es Manolo! ¡Le están entrevistando! —Carlos se come la tele con los ojos.

...y con esta lluvia milagrosa hemos ganado más que con toda la temporada. Vamos a repartir el dinero entre todos por igual, incluyendo a los extranjeros, por supuesto, y también a los compañeros que hoy no han sido elegidos para venir. Porque ahora estamos aquí 200 pero a otros tantos les han dejado en el pueblo sin poder trabajar. Y es que los patronos hacen lo que les sale de los huevos. Estamos cobrando tres euros y medio por caja de aceitunas. Y por muy bien que se te dé, no coges más de 10 cajas diarias ni de coña, o sea que no se puede ganar más de 30 o 35 euros por jornada, lejos de los 46 euros establecidos en el convenio, que ya de por sí es una absoluta mierda. Y lo peor es que no se nos apunta una peonada por jornada, qué va, sino por cada 15 cajas; y así no hay forma de llegar a las 35 peonadas que hacen falta justificar para cobrar el subsidio. Esto es una explotación inhumana. Que lo sepa todo el mundo. Cada año nos empeoran las condi...
Pues parece que hemos perdido la señal de nuestra corresponsal. Lo sentimos. Intentaremos recuperar la conexión en cuanto podamos. Ahora damos paso a la información deportiva...”
Carlos se pone en pie y levanta los brazos eufórico:
—¡Bravo Manolo! Es que mi hermano es la hostia. Qué huevos le hecha.
—Ha hablado de puta madre, sí señor ¡Bravo por tu hermano! 
La alegría no nos cabe en el cuerpo. Nos damos un fuerte abrazo. Jamás me hubiera imaginado abrazando con tanto placer a una persona uniformada de esta guisa. En el fragor del largo abrazo su gorra ha caído al suelo.
—¿Ya no lleváis tricornio? —le pregunto; pero él está tan emocionado que ni contesta.
El segundo dron ya debe estar allí. Efectívamente, a 80 metros de altura como lo programé. Lo desplazo hacia el oeste y desciendo un poco más. ¡Ahí está! Je, je. El inspector anda buscando billetes como loco, con el plus de dificultad que le supone su oronda barriga. En el monitor sale algo desenfocado... Ah no, es que tengo aún los ojos lagrimosos ... Bueno, voy a grabarlo todo y ya lo veré con calma. Llamaré a Cristina por si quiere verlo conmigo; eso es, y así nos conocemos.



P.S.-
Para quien tenga más curiosidad, este es el dron elegido para el relato:
https://youtu.be/T6kaU2sgPqo

y estas son algunas noticias que también influyeron en el texto: