Thursday, 6 April 2017

Incongruencias




  Conocí a Pituca en un ciclo de conferencias sobre “Ortodoxias de la Libertad”. Fue en la primera sesión. Yo entraba tarde, como suelo hacer, pues mi interés en este tipo de actos se centra sobre todo en los canapés que se sirven a continuación de las charlas. Tras sentarme a su izquierda, lo primero que me llamó la atención fueron sus pies desnudos, oportunamente liberados de unos zapatos puntiagudos, sin duda incomodísimos, que ella empujó bajo el asiento ocultándolos discretamente al ver alguien sentándose a su lado.

    “...porque nuestro modelo de sociedad está en peligro, señores; esta sociedad justa e igualitaria que tanto nos ha costado construir. Y es nuestra responsabilidad protegerla frente a aquellas otras culturas abyectas que no comparten nuestros valores: libertad, igualdad, solidaridad...”
    Para asegurarse de que nadie perdiera la atención, el orador barría con su mirada inquisitoria los rostros de los oyentes según hablaba, sobre todo los de las primeras filas, donde nos encontrábamos. Yo me distraía mirándola furtivamente de vez en cuando. Sus rodillas, inquietas, apuntaban alternativamente a un lado y a otro, asomando por el borde de un vestido amarillo y negro, ajustado, de auténtica tigresa. Sentía intriga por conocer su rostro, pero la melena rubia que portaba solo me dejaba ver la nariz, tapándome el resto del perfil.
    “...el pacifismo es otra de nuestras principales señas de identidad; y como garantes de la paz que somos, no podemos cruzarnos de brazos ante tanta amenaza bárbara que venimos sufriendo, debemos actuar con absoluta contundencia frente a cualquier actitud sospechosa de ser violenta, sea donde sea, venga de quien venga...”
    La impaciencia de sus manos, apoyadas ahora aquí luego allí, denotaban con claridad su aburrimiento. La sinergia entre nosotros era evidente y yo sentía, cada vez más, una necesidad acuciante de iniciar diálogo con ella. Saqué de mi bolsillo el sobre con la invitación y leí en el programa: "día 5 de abril a las 20 horas, Disciplinas Libérrimas, conferencia a cargo del profesor Thal Kuahl, de la Universidad Elitista Popular”. A mí no me parecía, desde luego, que tuviera mucho que ver con lo que allí se hablaba, por lo que me atreví a preguntar a mi compañera tigresa:
    —Perdonele dije en voz muy baja tocando suavemente su antebrazoesto no es lo de las libérrimas disciplinas ¿verdad? mientras le señalaba el título en el programa.
    —No respondió ella acercándose a mi oído— aquí los suelen poner de jamón y queso, de paté, de vegetal y... —se alejó un instante para pensar— bueno, a veces también de salmón, o incluso de jamón de pato, pero de eso que dice usted no, no.
    —Ah... pues tampoco está mal —le respondí advirtiendo la dulzura de su mirada.
    —Le gusta el jamón de pato ¿eh? me preguntó.
    —Sí, pero sobre todo sus ojos acaramelados hice una meditada pausa para luego aclararle—  los suyos, no los del pato.
    Se quedó un momento observándome pensativa hasta que inició una sonrisa tierna y cómplice que me atravesó los parietales y, tras rebotar varias veces en los occipitales, fue a instalarse finalmente en mi médula espinal. Pero noté un silencio en la sala, y cuando giré mi cabeza al frente me encontré ante la mirada amenazante del orador plomizo que había detenido su discurso, sin duda corroído por la envidia que le producía verme ligar con la tigresa. Tras obsequiar a la audiencia con unos segundos de descanso, prosiguió su plática para tranquilidad de todos. Pero mi médula requería otra dosis de ternura, por lo que de inmediato mis ojos y los de caramelo volvieron a encontrarse. De un repentino impulso, la tigresa de rubia melena se agachó a calzarse sus puntiagudos zapatos, después de lo cual, sin más preámbulo, nos pusimos en pie y salimos disparados hacia la sala contigua donde los canapés estaban ya preparados.
    Ella quedó satisfecha con tres mixtos y dos vegetales; yo devoré cuatro de salmón y varias mediasnoches. Tras rellenar por tercera vez nuestras copas de vino, sus zapatos puntiagudos salieron volando, al igual que aquella melena rubia, que ¡era postiza!, mostrando su pelo auténtico, castaño, muy cortito, que le daba un delicioso aire perverso; también volaron mi chaqueta y mi corbata. De ese vuelo ella rejuveneció diez años, yo ninguno.

   —Después de aquella conferencia hubo otras muchas  En ninguna pusieron jamón de pato, pero nos dio igual, la verdad es que aprendimos mucho y, sobre todo, nuestra relación se consolidó. Mi tigresa Pituca y yo compartimos este piso desde hace tres años. Fijaos qué limpio y ordenado lo tiene ¿eh?. Todas las noches me prepara unos canapés exquisitos que nos zampamos aquí frente al televisor. Enseguida os la presento, ahora es que está en la ducha.
    —¡Cariño: ¿te queda mucho?!

    —¡Estoy terminando!
   —¡Pues oye, a ver si sacas unas cervecitas y alguna cosilla rica de las que tú haces, que han venido unos amigos. ¡Les acabo de leer nuestro relato ¿sabes?!
   —¡¿Qué relato?!
   —¡El de las incongruencias!

   —¡Ah, estupendo. Ahora mismo salgo!
   —Nos va muy bien. Llevamos una vida en régimen de igualdad absoluta, ya sabéis... sin ningún tipo de dependencia el uno del otro; nada de machismos ni malos rollos de esos. Y los dos con un profundo compromiso social ¿eh?: Pituca preside una ong, la OIP,  Organización para el Igualitarismo Patriótico creo que se llama, o Patriarcal, o algo así;  y yo... ejem... os voy a dar una primicia: el lunes me nombran vicepresidente del Consorcio de Fabricantes  de Armas para la Paz,  la CFAP. Qué notición ¿eh?. Pues sí, estamos muy contentos.    Pero bueno, oye... ¿que hacéis ahí aún con la chaqueta puesta?, venga, poneos cómodos, que falta sólo media hora para que empiece el partido.
  —¡Cariño, de paso tráeme también las zapatillas, que deben estar en el dormitorio!