Guiso carretero
Para Domingo López el mejor día de la semana es el viernes.
Evidentemente también lo es para todo aquel que valora los fines de
semana como un ansiado respiro en su tormento laboral, pero para Domingo
el viernes tiene un aliciente adicional: es el día reservado al arte
culinario. Cocinar es su principal devoción, cocinar y poder deleitar a
Marta, su mujer, con un buen guiso, a ser posible uno distinto cada vez.
Para conseguir ese objetivo, él se escaquea de la oficina todos los
viernes alrededor de la una del mediodía; y lo hace sin necesidad de dar
explicaciones, ya que su jefe, Charles, cuenta entre sus cualidades la
de ser un hombre práctico, centrado exclusivamente en resultados, sin
importarle el horario que hagan sus empleados; pero, eso sí, la mejor de
las virtudes de su jefe es estar a tres mil kilómetros de distancia, en
la sede central de la compañía.
Hoy viernes, como todos los viernes, Domingo ha llegado a casa antes de
la una y media. Nada más entrar se libera a lo largo del pasillo de
todos sus atavíos laborales: chaqueta gris, corbata a rayas, un zapato
aquí, el otro allá, todos vuelan en el corto camino hasta la cocina,
donde finalmente se enfunda el mandil; y entonces sí, una sonrisa ancha
se instala entre sus mejillas. De un brinco se sienta en la encimera y,
feliz en su añorado hábitat, saca el teléfono del bolsillo; apretando el
icono-micrófono del navegador le consulta con voz clara, pausando en
cada sílaba:
—Gui-so ca-rre-te-ro
Ahí esta.
Es un plato muy antiguo. Lo solían preparar los vendedores ambulantes que viajaban en carretas tiradas por mulos.
Era el guiso que buscaba. Leyendo la introducción de la receta, Domingo
evoca la voz de su madre, quien, siempre antes de comer y como parte
del rito gastronómico, solía dedicarle un preámbulo a cada uno de sus
guisos. Hoy utilizará su olla, toda una antigüedad, de hierro fundido;
el guiso lo merece. Visualiza los ingredientes que indica la receta y en
un minuto dispone todo lo necesario.
—Manos a la obra —exclama ceremonioso en voz alta.
Picar la cecina en cuadraditos. Sí, en pequeños dados, con sus gorduritas incluidas; al colesterol que le den por culo, piensa mientras los corta. Echar dos cucharadas de aceite en la olla y...
—“Bip, bip”
La interrupción le pilla con la cuchara colmada de aceite en una mano y
el móvil en la otra. Es un mensaje de la oficina; de Lucía; ¿qué querrá
esta mujer?... Con los dedos aceitosos no acierta a cambiar de
pantalla. Por fin puede leerlo y contestarlo:
Ahora no puedo. Llama a Sánchez, que él te lo resuelve
Que le den igualmente, a ella, a Sánchez y a toda la oficina, piensa mientras recupera la sonrisa.
Una tercera cucharada no le vendrá mal. Pues venga: el fuego vivo, aunque sin pasarse; y a freír.
Pero llegan más interrupciones...
—“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo” No puedo cogerlo, querida, lo siento pero ahora no puedo “Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domin”.
—Hola, Marta. Dime rápido, que se me quema el aceite.
—(...)
—Pues estoy con un guiso de arroz carretero, ¿te acuerdas?, de los que hacía mi madre.
—(...)
—Ah, pues te lo guardo para la cena, venga, te dejo, que...
—(...)
—¿Tampoco a cenar? —le pregunta Domingo torciendo el labio superior— pero si hoy es viernes y...
—(...)
—Que tenemos que hablar ¿de que? —le inquiere juntando las cejas.
Se
producen sólo dos o tres segundos de silencio, pero la pregunta parece
haber caído en un precipicio, al vacío más absoluto. Domingo se apoya en
la nevera y por fin consigue reaccionar:
—Bueno mira, lo siento, pero es que ahora se me quema todo. Ya me cuentas ¿eh?. Venga, un beso, adiós, adiós.
Deja
el móvil sobre la encimera junto al paquete de arroz, aún sin abrir,
desde donde un gallo de cresta roja y erguida le mira compasivo. Ahora
se pregunta qué sentido tiene cocinar para él sólo. Pero el guiso está
en marcha; los daditos de cecina se revuelven crispados. Hay que seguir.
—Pues venga, ahora el ajo. —dice en voz alta y firme— Ah no, el ajo era después, a ver...
Una vez crujientes los cuadraditos, añadir medio vaso de vino y darle vueltas hasta que se evapore el alcohol. Alcohol, eso es lo que me hace falta, doble ración de vino, y que se evapore pero poco.
—“Bip, bip” Llamada perdida de Charles —Cómo no, mi jefe siempre en los momentos más inoportunos. Si no insiste es que no es urgente.
Suficiente evaporación; ya se habrá quedado sin alcohol alguno.
—“Bip, bip” —Lucía de nuevo, a ver... Me está empezando a cabrear. "Pues pasa ese pedido al próximo trimestre, Lucía, es como hacemos siempre" le escribe en su contestación.
Ahora sí que va el ajo ¿no?... Añadir cuatro o cinco dientes de ajo enteros y continuar dándole vueltas hasta que se doren. Eso; y a seguir removiendo.
—“Bip, bip” Joder, otra vez esta tía... "No, las facturas le tienen que haber llegado a Sánchez, a mí no".
—“Cógelo Domingo, que soy yo; cogelo Domingo, que s”. No quiero, no me da la gana de cogerlo. Hay cosas que no se pueden hablar por teléfono. Que venga y me lo diga en persona.
A ver si me centro: Luego echar un litro de agua, tapar y dejar hervir.
—“Riiiing”... ¡Dios, el jefe!
—¿Qué pasa Charlie? ¿Cómo estás?
—(...)
—Ah sí, me ha enviado un mensaje Lucía. Ya lo está resolviendo ella con Sánchez.
—(...)
—No jodas... Bueno pues envíame la hoja excel y lo intento cuadrar;
aunque... estoy fuera y me temo que en el teléfono lo voy a ver fatal.
—(...)
—No, videollamada no, que estoy comiendo con clientes; envíame la hoja, lo miro y te digo algo.
—(...)
—Sí, cuenta con ello. Hasta luego, Charlie”
Me
cago en todos sus muertos. Le han debido calentar la cabeza desde la
oficina. Sánchez, seguro que ha sido Sánchez. En vez de llamarme a mí,
llama directamente al jefe, es un gilipollas. Pero me da igual. A ver
por dónde iba... Cuando
se nota que la cecina está ya blanda echar el arroz. Dar vueltas con
una espátula removiendo el fondo, tapar y dejar que siga hirviendo 13
minutos más. Ahí va: el arroz. Es un guiso muy sencillo, pero
no me acordaba. Arroz del carretero lo llamaba mi madre. Hoy será el
arroz del carretero solitario.
Aquí llega la hoja excel. A ver qué demonios le pasa al puñetero cierre trimestral... ¿Y esto? Se queda cuajado. Sin memoria de dispositivo
Lo tengo petado, no da más. Y es de memoria interna. Me temo que no
vale para nada quitar vídeos y fotos, esos están en la SD; tengo que
desinstalar aplicaciones. Precisamente ahora, por dios. Rápido, venga.
Pero a ver cuál quito. El Maps 730MB; el Open Office son 650; el Skype
360. No puedo, qué tontería, no puedo prescindir de ninguna de ellas. Ya
el resto son apps pequeñas. Con esta grasa en las manos no acierto a
pulsar, se me escurre. Los juegos, venga, a quitar jueguecitos que,
aunque apenas ocupen espacio, algo liberaremos.
—“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”
Recuerdo perfectamente cuando me pidió el móvil para grabar este mensaje. “Ahora no tienes disculpa, ya sabes que soy yo la que te llama” Quién me iba a decir a mí que un año después —“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Dom”.
Recuerdo perfectamente cuando me pidió el móvil para grabar este mensaje. “Ahora no tienes disculpa, ya sabes que soy yo la que te llama” Quién me iba a decir a mí que un año después —“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Dom”.
El
Letrix... fuera; el Sniper, Brain, Pazly... todos fuera. A ver...
Pues tampoco. Sigue sin abrir la puta hoja de cálculo. ¡Dios! ¡El arroz!
A ver...
—“Riiiing”... —Pero si sabes que estoy comiendo con clientes, capullo, por qué me vuelves a llamar.
¿Le habré echado poca agua? Tal vez; venga un vaso más. Y bajo un poquito el fuego. Eso es.
—“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”.
Te
apagaré la voz, que ya está bien. Que se me escurre. ¡Hostias! Al
suelo. Joder, se me cae al suelo y el puto teléfono no deja de sonar. Es
increíble.
—“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”.
Pues
sí que es listo, sí: sabe que está en el suelo y me dice que me joda y
me agache a cogerlo. "Agáchate, sí, porque tu mujer tiene algo
importante que decirte; aunque tu no quieras oírlo. Eso es; y además tu
jefe quiere también darte por el culo. Venga, cógeme".
—“Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”.
En
este momento me estoy arrepintiendo de haberme quitado los zapatos.
Aunque puedo utilizar el rodillo... Je, je. Aquí está, en el cajón de
abajo; lo uso poquísimo, la verdad, para la pasta de la pizza o la de
las empanadillas, pero poco más; y mira que me gustan los utensilios de
madera; “Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”
las cucharas de palo, los cuencos de madera. El rodillo podría liderar
la venganza, la rebelión de lo natural contra lo artificioso; el arte
gastronómico contra la puta tecnología. “Cógelo Domingo, que soy yo; cógelo Domingo, que soy yo”.
Pero no; creo que es esta olla —la agarra firmemente por las dos asas—
quien tiene razones más contundentes para descargar su férrea posadera
sobre ¡ESTE “Cógelo Dom” PU-TO TE-LE-FO-NO!
Han sido siete; o tal vez más, Domingo no los contó, pero al menos
fueron siete golpes certeros. Ahora apaga el fuego; también el extractor
de humo, el único sonido que quedaba remanente. Qué tranquilidad. Se
asoma a la olla, aún en sus manos, los granos de arroz le saludan
satisfechos; la apoya en la encimera y de un brinco se sienta a su lado.
“Excelente trabajo”, le dice. Desde esa posición se observan con buena
perspectiva los restos descuartizados del smartphone.
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